Capítulo 29

Una mezcolanza de ideas y sentimientos agitaban la mente de Noelia, que se tambaleaba ante la caótica colisión de deseos y temores impulsados desde su corazón. Su inquietud se agudizaba a medida que se hacía cargo de que era incapaz de alcanzar la serenidad necesaria para concentrarse y encontrar una salida satisfactoria para todos, misión harto complicada porque era más que seguro que Flenden no estaría dispuesto a dejarlos marchar así como así. Y lo peor es que apenas le quedaba tiempo: su conducta excesivamente complaciente había seducido a la malvada bestia, que con toda seguridad intentaría hacerla suya esa misma noche, por las buenas o por las malas… y sólo de pensar que aquel despreciable individuo la pudiera rozar le trastornaba el juicio. ¡Antes prefería verse mil veces muerta! Así que era consciente de que debía actuar ya, de inmediato, tan pronto se encontrara con Samuel, porque no constituía ningún disparate suponer que si no hacía algo podría ocurrir que no volvieran a verse nunca más.

Un sinfín de interrogantes machacaban su cabeza: ¿qué podía ella realmente hacer?, ¿cómo liberarlo si estaba preso?, ¿cómo desembarazarse de Flenden?, ¿por dónde huir? Mientras tanto, el instinto hacía que su prodigiosa memoria fotográfica fuera captando cada detalle de cuanto veía, almacenando la información por si en el futuro pudiera llegar a serle útil, sin dejar por ello de prestar atención a la conversación con Flenden.

—Diseñamos Kamduki con el propósito de reclutar agentes para servir a los intereses de RH en lugares de importancia estratégica y valernos de su demostrada sagacidad, prudencia y perspicacia para observar pequeños detalles de los quehaceres diarios de ciertos sujetos —expuso Flenden de pronto.

Aquello aparentemente no tenía nada que ver con lo que estaban hablando. Noelia llevaba el suficiente tiempo escuchándolo para saber que ésa era su embrollada manera de engalanar la presentación del incisivo asunto que traía entre manos.

—Pero creo que podríamos aprovechar mejor tus cualidades —prosiguió—: te veo más como directora del Área de Conservación del Conocimiento de estas instalaciones que como espía en departamentos gubernamentales. Trabajarás aquí a mi lado.

—Muchas gracias, yo… no tengo palabras.

Noelia atravesaba momentos de turbación: aunque veía peligroso mantener la sumisa complicidad, no quería ceder un palmo del terreno ganado. Flenden se mostraba confiado, seguro de su dominio de la situación, convencido de la admiración que despertaba en ella, del influjo de la fascinante atracción de su discurso. Necesitaba no levantar sospechas, mantenerlo alejado de toda suspicacia, al menos hasta que se reuniera con Samuel; luego ya vería…

—Vi la ilusión en tus ojos cuando te llevé a nuestra inmensa biblioteca, mas no quiero que me lo agradezcas: lo hago porque considero que es la mejor decisión.

—¿Y qué va a pasar con Samuel? —preguntó Noelia con cierto aire de indiferencia.

—Samuel es un chico irreflexivo e impetuoso —repuso Flenden—. No cumple el perfil requerido y, para colmo, no alcanzó los niveles mínimos de inteligencia exigidos en nuestros test… No lo podemos adscribir al programa GHEMPE.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que, sintiéndolo mucho, no tiene cabida aquí.

Noelia palideció al momento. Flenden ya le había anunciado que nadie que no perteneciera a RH conocía de su existencia y que, en ocasiones, por motivos de seguridad, se habían visto obligados a sacrificar algunas vidas. ¡La muerte del débil para garantizar la sostenibilidad y el progreso del fuerte; una muestra más de la selección natural aplicada al hombre! Noelia no pudo reprimir implorar indulgencia.

—Pero… por favor, te lo suplico. Samuel no es ninguna amenaza; está aquí por mi culpa: si yo no me hubiera inmiscuido en las pruebas, él no habría llegado tan lejos.

—Cierto, querida Lucía, pero son las reglas: la salvaguarda de nuestra seguridad. Aunque… también es verdad que gracias a él te conocimos. Igual podamos darle una oportunidad y colocarlo como personal de mantenimiento en alguna de nuestras instalaciones auxiliares, siempre que consiga vencer su intransigencia y… tú te sientas feliz trabajando conmigo. Lo haré gustoso como un gesto personal hacia ti.

Flenden acompañó esta última frase con una nueva caricia al rostro de Noelia, más directa que la anterior. Durante unos segundos recorrió el contorno de sus pómulos recreándose en el suave tacto de su piel. Luego extendió las palmas de las manos y las dejó resbalar por el cuello hasta alcanzar sus senos, donde se detuvieron para hacer partícipes de tan suculento botín a sus ávidos dedos, que acudieron como hambrientas alimañas a sobar los pechos con ansiosa desesperación, exigiendo cada cual su porción de carne. Noelia sintió una espeluznante sensación de miedo y asco, la misma que vivía de niña cada vez que Ricardo la tomaba en sus brazos, y resurgió de nuevo en sus venas aquel irrefrenable impulso de salir corriendo para buscar una salida, en una lucha inútil por descubrir un lugar donde cobijarse. Se vio sollozando temblorosa en un rincón de la habitación aguardando el repugnante contacto de su padrastro y le llegó una vez más aquel acre olor a sudor y a alcohol que mantenía, como una eterna maldición, clavado en lo más profundo de sus sentidos. Estuvo a punto de gritar y huir despavorida en cualquier dirección, pero por suerte para ella la plataforma de transporte se detuvo justo en ese instante: habían llegado al lugar donde se encontraba confinado Samuel.

Cruzaron el andén y abandonaron la inmensa explanada a través de un corredor excavado en la misma pared perimetral. Pocos metros después, en una pequeña antesala, les esperaban dos fornidos individuos, los mismos que acompañaron a Kristoffer y a Flenden el día que interrogaron a Samuel. No había nadie más en la zona penitenciaria; de hecho, no era necesario: cuando encerraban a alguien permanecía allí únicamente el breve espacio de tiempo que lo separaba de su ejecución. La huida era del todo imposible sin un inhibidor del campo magnético… y nadie que no estuviera dispuesto a morir torturado se atrevería a utilizar su pulsera para prestar su ayuda en una fuga.

—Vayamos a ver al Sr. Velasco —fueron las únicas palabras que Flenden les dirigió.

Aquel lugar no parecía una cárcel, ni siquiera el calabozo de una moderna comisaría. No era su impoluto aspecto ni la hegemonía del color blanco lo que lo diferenciaba; el elemento que destacaba por encima de todo era la ausencia de puertas y de rejas. Por eso, cuando Noelia llegó a la sala desde donde se tenía acceso a la celda de Samuel, tras la infinita alegría de comprobar con sus propios ojos que efectivamente estaba a salvo, le sobrevino cierta perplejidad al descubrir que Samuel aparentaba estar voluntariamente recluido en un tétrico y reducido cuarto y que, al verla, no hacía nada por acudir a su encuentro. Esa extraña impresión duró un suspiro, el tiempo que tardó en procesar la ráfaga de conjeturas que desfilaron por su cabeza. No hizo falta mirarle a los ojos para comprender que Samuel estaba simulando indiferencia hacia ella y que se encontraba preso en aquel lugar, por más que no hubiera puertas que impidieran su salida.

—¡Lucía, ya estás aquí! —exclamó Samuel, encubriendo a propósito su verdadero nombre—. ¿Le explicaste a estos señores que nada tuviste que ver con la resolución de las pruebas?

—¿Por qué está encerrado? —Se volvió indignada hacia Flenden.

—No tuvimos más remedio —respondió éste con su empalagosa calma—. No quería colaborar ni aceptar la situación y… se estaba poniendo muy nervioso.

Noelia volvió a buscar a Samuel con la mirada y entonces sus ojos se encontraron. De inmediato apreció a través de ellos el profundo sufrimiento que llevaba padecido, la ira acumulada y, sobre todo, el contenido deseo de abrazarla. Y pensó que ya era hora de acabar con esa estúpida pantomima, que no estaba decidida a seguirle un segundo más el juego a aquel monstruo y que sólo saldría de allí con Samuel.

—Sr. Flenden —dejó de tutearlo—, es inútil seguir fingiendo: Samuel y yo estamos enamorados.

Lo dijo mirándolo directamente a los ojos, como hacía siempre que hablaba con cualquier persona. Advirtió a través de ellos la sorpresa. A medida que seguía sincerándose, notaba cómo las llamas cobraban vida en las ascuas de sus diminutas oquedades.

—Le agradezco sus atenciones —prosiguió en un vano intento de convencerle, porque en el fondo sabía que no existía argumento capaz de ablandar los inexpugnables muros de su cruel corazón—. Estas instalaciones son maravillosas y la idea que inspira RH y el proyecto GHEMPE —mintió mientras soportaba el doloroso estremecimiento de su alma al hacerlo— es fascinante, pero nosotros preferimos vivir sin privilegios, como la mayoría de las personas: gozar y sufrir juntos, tener un trabajo digno, fundar una familia… Somos jóvenes, quizás en el futuro podamos…

—¡Sandeces! —gritó Flenden encolerizado—. ¿Cómo puedes querer compartir tu vida con tan descomunal mentecato?

—La inteligencia no lo es todo —respondió ella, haciendo de su dulzura casi una súplica—: existen otras virtudes.

—La ignorancia sepulta todas las virtudes —sentenció Flenden.

—Se lo ruego: déjenos salir; yo le prometo que…

—¡Cállate! —bramó con violencia—. Sólo quienes formamos parte de RH conocemos de su existencia. ¡Nadie más! La atracción física por ese muchacho enturbia tu entendimiento. En el fondo sabes tan bien como yo que cuando hay obstáculos en el camino deben retirarse. Samuel no sólo es un despojo inservible para RH, constituye además un evidente estorbo para el logro de tu suprema felicidad. ¡Matadlo!

—¡No! —gritó Noelia.

—Con el tiempo me lo agradecerás —replicó Flenden, haciendo ostensibles gestos con la cabeza a sus esbirros para que cumplieran su orden.

Los asesinos, pistola en mano, se disponían a entrar en la celda. Sin vacilar un solo instante, Noelia se plantó de un salto frente a ellos.

Samuel, que hasta entonces había presenciado en silencio cuanto ocurría, se descompuso al ver que Noelia pretendía hacer frente a dos individuos que duplicaban su envergadura. Arrebatado por la impotencia, hizo denodados intentos por acudir en su ayuda, pero la invisible pantalla que lo aprisionaba lo repelía con tal fuerza que parecía una simple hoja en manos de un vendaval. Resignado ante el inevitable desenlace, intentó convencer a Noelia gritando con desesperación.

—¡Apártate, cariño, no hay nada que hacer frente a estos perturbados criminales; morir no me hará tanto daño como verte sufrir!

Pero Noelia estaba decidida a impedirles la entrada, o a morir en el intento.

Tamaña osadía provocó el desconcierto en aquellos sujetos. Mirándose sorprendidos, irrumpieron en carcajadas azuzados por la intrépida insensatez que exhibía una criatura tan frágil. El propio Flenden sonrió al ver aquella escena.

Mientras tanto, Noelia se mantenía firme, respirando serena y profundamente, conectándose a través del kokyu-ho al flujo de respiración universal, ajena a las risotadas, a los gritos de Samuel y a los burlones gestos de Flenden, concentrada como nunca antes lo estuvo, rememorando, reviviendo, sintiendo el tatami bajo sus pies. Cerró los ojos y una ligera sonrisa afloró en su rostro: su maestro la contemplaba orgulloso mientras entrenaba; jamás había visto a nadie como ella, con esa extraordinaria habilidad para intuir los ataques antes de que se iniciara su ejecución, capaz de sentir la energía sin necesidad de verla. Cuando volvió a abrir los ojos se había zafado de los matones.

Sin que éstos pudieran explicarse cómo, se encontraban cada uno en una punta, a unos tres metros de Noelia y de espaldas a ella, cuando un segundo antes se disponían a llevársela en volandas. Se miraron aturdidos y luego se volvieron a Flenden, preguntándole en silencio, pero éste no les prestó la más mínima atención: sus ojos brillaban en un rostro inusualmente alborozado, maravillado por lo que acababa de contemplar.

Habían intentado apartar a Noelia con cierta delicadeza, para no irritar a Flenden descargando violencia innecesaria contra la que sospechaban podría ser su próxima concubina, pero incomprensiblemente para ellos la chica no sólo se había escurrido sino que los había desplazado como si fueran títeres. Y ahora estaban heridos en su orgullo.

Interpretando a su manera el socarrón gesto de Flenden y sin mediar palabra, arremetieron contra Noelia con todo el poderío muscular de sus pesados cuerpos. Pero cuanto más fuerte y descontrolado es el ataque, más fácil resulta para el aikidoka desembarazarse de los agresores.

El primero que llegó salió impulsado a trompicones en la misma dirección que llevaba, después de experimentar un giro completo sobre sí mismo. Si no fuera porque sintió las manos de ella apartando sus brazos habría jurado que acababa de arremeter contra una figura fantasmagórica, en lugar de una persona de carne y hueso, porque no había sido capaz siquiera de rozarla. Fue como si Noelia se hubiera comportado como el eje de un torbellino y toda la energía que impulsaba sus ciento veinte kilos en carrera entrara en rotación y saliera expulsada, transformada en fuerza centrífuga. Debió sentir el mismo estupor que asalta al toro cuando embiste la provocadora muleta y descubre que donde pensaba que había algo no hay más que aire…, sólo que aquello no era un ruedo y fue a parar de lleno contra un armario metálico donde se guardaba material de limpieza. El impacto fue tan enérgico que el mueble se le vino encima.

Aún no había Noelia acabado de soltar al primer atacante cuando sintió las atenazadoras manos del segundo sujetando por detrás sus muñecas. Sólo una décima de segundo después, valiéndose de la posición adelantada de su pie izquierdo inició un preciso viraje de su cuerpo para propiciar que el pulgar de una de sus manos se enganchara a la muñeca atacante y, por ende, a la fuerza que ésta llevaba. Mientras tanto, su otra mano subió dibujando un arco, aprovechando la misma fuerza que intentaba oprimirla, como si siguiera el giro natural de un volante, inclinándose para acompañar el movimiento, sin oponerse a él, de manera que en tanto ella permanecía estable, la intempestiva furia de su agresor no podía más que mantenerse en la órbita que su propio ímpetu había creado, de tal forma que finalmente salía despedido para caer de espaldas al suelo.

Samuel contemplaba perplejo la contienda. No podía creer aún cómo había conseguido desprenderse con tanta facilidad de aquella musculosa mole que la sujetaba por detrás. Ella le habló en una ocasión de cierto arte marcial —no recordaba el nombre en ese momento—, pero no sabía que lo practicara… ¡y mucho menos con tal maestría! En realidad, Noelia no había vuelto a ejecutar ningún ejercicio de aikido desde que abandonara su pueblo natal hacía ocho años, pero el ushiro tekubidori nunca le supuso dificultad alguna, ni esa técnica ni ninguna otra, y ahora lo recordaba todo a la perfección, como si no hubiese transcurrido tanto tiempo.

—Vaya, vaya… —suspiró Flenden, despojándose de la chaqueta y del calzado—; conque aikido, ¿verdad? Debes saber entonces que en la práctica jamás saldrías victoriosa si luchas contra otro aikidoka mucho más fuerte que tú. Te advierto que no voy a parecerme en nada al típico uke complaciente y cooperativo al que estarás acostumbrada.

—Si usted practica el aikido debería saber que esta disciplina es incompatible con la violencia —respondió Noelia.

—Querida Lucía: la gente de mayor rango en RH está entrenada en las principales disciplinas de lucha; el aikido es una más entre tantas. ¿Cuál es tu grado dan? Responde sólo por satisfacer mi curiosidad, porque te aseguro que no tienes ninguna opción.

El primero de los matones se había incorporado y, atropelladamente, como bestia herida que se revuelve, se abalanzó en un traicionero ataque sobre Noelia, aparentemente distraída en el diálogo con Flenden. Samuel fue a lanzar un grito para alertarla, pero antes de que saliera de su boca el menor sonido, el malvado gorila entraba en la celda, volando en una vertiginosa voltereta hasta dar con sus huesos en el suelo, justo a sus pies. Por fin, desde que había entrado en aquel maldito túnel se le presentaba una oportunidad para abandonarlo, ¡y no estaba dispuesto a desaprovecharla!

Consciente de que estaban luchando por sus vidas, no tuvo ningún reparo en golpearle la cabeza con la silla. El impacto la hizo añicos. Un hilo de sangre comenzó a discurrir por el suelo. Samuel se apresuró a intentar arrebatar de aquel pesado cuerpo inconsciente la llave mágica que portaba en la muñeca, antes de que cobrara de nuevo vida. Sumamente nervioso, no atinaba a abrir el brazalete. En tanto, veía de reojo cómo el otro matón se hallaba de nuevo frente a Noelia. Pero en esta ocasión ella no tuvo que hacer nada, porque de repente apareció Flenden y en un salto espectacular propinó a su propio subordinado una patada en la cara tan brutal que le partió el cuello.

—¡Aparta, patán! —Fueron sus palabras. Su esbirro cayó a plomo al suelo, fulminado.

—¿Era eso necesario? —le reprimió Noelia—. ¿Es necesario todo esto?

—Es necesario eliminar a los débiles. Quien me falla una vez es susceptible de hacerlo de nuevo. No era más que un inútil gañán sin cerebro… Tú estás aún a tiempo de rectificar: no quiero hacerte daño.

—Sólo quiero que nos deje salir. Tiene mi palabra de que nadie sabrá nada de esto; se lo prometo.

—Estás enferma: pretendes huir del edén de la sabiduría, dar la espalda al progreso, rehusar la gloria suprema… Yo te ofrezco el universo del conocimiento humano, la piedra filosofal de la felicidad… ¡y tú lo rechazas todo por un mísero zoquete! Yo te sanaré, querida Lucía, yo te sanaré… ¡aunque sea a golpes!

Flenden dio por acabada la conversación y arremetió contra Noelia, mas no lo hizo impetuosamente: se fue aproximando con calma, amagando golpes, tanteando a su joven adversaria, estrechando cada vez más el cerco para lograr arrinconarla.

Ella sabía que intentar atacarle no serviría de nada, que su única opción sería esquivarlo, pero se estaba quedando sin espacio. Notaba la pared próxima a su espalda, sentía que estaba atrapada…

Y entonces se oyó el inconfundible chasquido de una pistola al montarse.

—Un solo movimiento más y le vuelo los sesos. Estoy deseando hacerlo, así que no me dé el más mínimo motivo. ¡Las manos en alto!

Flenden se dio la vuelta y atisbó tanto odio en los encolerizados ojos de Samuel que comprendió al instante que podría apretar el gatillo en cualquier momento.

—¡Andando, despacito para la celda! —ordenó Samuel con furiosa autoridad—. Ahora me toca a mí: mira por dónde va a acabar ganando el más tonto de la clase.

Flenden sopesó sus posibilidades y optó por obedecer y no poner en riesgo su vida. Era cuestión de tener un poco de paciencia: sabía que sería prácticamente imposible que lograran huir.

—¡La pulserita, fantoche! —le exigió Samuel cuando se encontraba dentro de la celda, sin dejar de apuntarle—. Quítatela y se la lanzas a ella con suavidad.

Noelia recogió el brazalete y se lo colocó de inmediato.

—Salgamos cuanto antes de aquí —dijo.

—Espera un momento: por favor, date la vuelta —le respondió Samuel. Estaba decidido a matar a Flenden.

—¿Qué piensas hacer? —le reprendió ella.

—Lo que debo hacer.

—No, Samuel, no lo hagas —le suplicó Noelia—. La violencia sólo engendra violencia. ¡No dejes que la ira ensucie tu alma!

—Este monstruo aviva la miseria y el sufrimiento humano. Pisotea a los pobres y propicia su muerte inmisericorde en una despiadada selección de la raza humana. ¿Qué habrías hecho si te hubieran dado la oportunidad de matar a Hitler antes de que llegara al poder y salvar con ello a millones de personas?

—Lo que tenga que ocurrir ocurrirá. No intentes cambiar el destino asesinando. No lo hagas, por favor, Samuel…, tú no, no lo hagas…

—Lo siento: debo hacerlo.

—No, por favor, Samuel, tú no, hazlo por mí, tú no, por favor, tú no…

Samuel bajó el arma.

—Te vas a arrepentir de tu pusilánime anuencia —dijo inmediatamente Flenden, dejando escapar la provocadora insolencia de su complejo de superioridad.

Pero Samuel y Noelia ya se marchaban. Flenden intentó a toda costa hacer cambiar de opinión a Noelia.

—¿Estás segura de tus actos? Tu verdadero deseo es quedarte a mi lado; tienes que reconocer que compartes mis ideas: adoras a Nietzsche tanto como yo.

—Siento decepcionarle: me repugnan sus ideas, mejor dicho, la interpretación que el nazismo hizo de ellas, que son las mismas que usted defiende.

—¡Eso no es cierto! Hitler se equivocó al defender la supremacía racial en lugar de la intelectual. Nietzsche preconizaba otras ideas.

—Nietzsche acabó sus días recluido en un manicomio.

—Piénsalo bien, Lucía, piensa en lo que vas a dejar aquí… ¿Sabías que, frente a lo que se cree, Sócrates escribió diecisiete obras y que éstas se encontraban celosamente guardadas entre los doscientos mil volúmenes que Marco Antonio rescató de la Biblioteca de Pérgamo para regalárselos a Cleopatra? Están aquí y yo te las regalo, para que puedas disfrutar de todo lo que escribió el más grande pensador de todos los tiempos —insistió Flenden lanzando su último anzuelo, el caramelo más goloso, el reclamo más poderoso para engatusarla.

El efecto fue inmediato. Noelia no pudo reprimir una temblorosa sacudida en todo su cuerpo. Aquello era demasiado: ¡obras de Sócrates! Pero el aturdimiento le duró un segundo; de nuevo se avergonzó por titubear, porque sus deseos eran claros. Se volvió hacia Flenden decidida.

—Lamentablemente, en sus manos la Biblioteca de Alejandría, la de Pérgamo y todas las obras clásicas juntas son como si no existieran.

Luego abandonó a toda prisa la sala.

—¡Desagradecida! —bramó Flenden con fuerza suficiente como para que los fugitivos pudieran oírlo—. No descansaré hasta tenerte en mis brazos y entonces, en lugar de hacerte mía como una señora, fornicaré contigo como si fueras una vulgar ramera y luego te entregaré a mis hombres hasta que se sacien.

Estas palabras nacieron de la rabia, pues la raíz narcisista del carácter de Flenden le hacía creer con ciega convicción que ella le acababa de salvar la vida porque en el fondo amaba su manifiesta superioridad, su hegemonía intelectual, su posición de poder y su estatus de superhombre… Y ahora se encontraba humillado y preso en su propia casa, atrapado como un vulgar roedor. Había dejado escapar a su diosa soñada y empezaba a dudar si volvería a recuperarla, porque si aquella chica lograba salir de aquellas instalaciones, era lo suficientemente lista como para permanecer escondida durante mucho tiempo. ¡Y estaba ansioso por poseerla!

A medida que transcurrían los minutos aumentaba su furor. Necesitaba que alguien pasara por allí, aunque fuera en forma incorpórea, pero lo único que tenía a la vista era el cadáver del hombre al que había matado. El otro lacayo comenzaba a despertarse. Cegado por la ira, la emprendió a patadas con él hasta acabar también con su vida.

Noelia había memorizado el lugar donde se encontraba la salida en un panel informativo con el que se había cruzado en su paseo con Flenden. El trayecto a través de la plataforma de transporte hasta la parada 99 —el número de la agonía en los juegos de azar, recordó Samuel— se les hizo eterno. Se esforzaban por aparentar naturalidad, para no levantar la sospecha de cuantos vagaban por allí, pero la inquietud les oprimía el estómago. Si se encontraran con Kristoffer o con cualquiera que los reconociera estarían perdidos.

La salida daba lugar a un nuevo andén. En apariencia, el camino estaba despejado, no había ningún obstáculo que les impidiera el paso, aunque Samuel imaginaba que sin los brazaletes habría sido imposible atravesar el umbral de la libertad.

Unos singulares vehículos monoplazas aguardaban en hilera. Parecían estar suspendidos en el aire, como las plataformas de transporte. Noelia se montó en el primero de ellos. Nada más sentarse, la cabina se cerró automáticamente y salió disparada. Samuel siguió sus pasos sin perder un solo segundo.

Aquellas naves tomaron una velocidad endiablada, próxima a los 400 Km/hora. Aunque sabían que cuanto más durara el trayecto más lejos se encontrarían del núcleo de RH, era evidente que lo prioritario era salir a la superficie, porque en cualquier momento Flenden podría ser liberado y entonces ordenaría bloquear todas las salidas, y ellos aún no estaban fuera. Tres minutos después, los vehículos por fin se detuvieron.

El lugar donde llegaron era similar al que habían dejado atrás. Nadie transitaba por allí. Los desiertos pasillos recordaban las estaciones periféricas ferroviarias a altas horas de la madrugada. Unas sencillas escaleras, como las que abundan en las bocas de metro, indicaban el camino a la superficie. Luego un pequeño corredor y al final una puerta, y tras ella… una persona les esperaba en un pequeño puesto de control en forma de recepción, como si fuera el encargado de un modesto parador. Samuel supo al momento dónde se encontraban: estaban en Laerdal, en el lugar donde paró a almorzar con Kristoffer y el tipo que tenía enfrente era el mismo que les saludó ese día y que regentaba aquel establecimiento.

—Sigue andando como si nada —le susurró a Noelia.

Samuel se detuvo junto al disimulado puesto de control, mientras Noelia pasaba de largo ante la suspicaz mirada del vigilante. Extraordinariamente alto, su pequeña cabeza ancha y aplastada desentonaba con el resto del cuerpo; la abundancia de vello en el rostro y las pequeñas orejas redondeadas, alertas como las de un pequeño depredador del bosque, reforzaban la surrealista imagen de un hombre con cabeza de animal. Se dirigió a Samuel con curiosidad, evidenciando al encoger su diminuta y redonda nariz la idoneidad de su naturaleza fisgona para aquel puesto de trabajo.

—¡Vaya!, ¿tan pronto fuera? Si sólo hace que entró…

—Nueve días exactamente; ya tengo ganas de ver el sol.

—¿Y la chica? Juraría que no ha pasado por aquí antes de entrar al túnel.

Samuel se percató de la recelosa actitud del indiscreto celador e improvisó una excusa medianamente convincente.

—No tengo mucho tiempo; Flenden me encargó que la acompañara hasta el aeropuerto sin demora.

Nombrar al tirano y aparecer las llaves de un automóvil sobre la mesa de recepción fue todo uno. Sin embargo, el turón seguía olfateando.

—Pero… ¿cómo entró? No lo entiendo: el protocolo establece claramente que cualquier persona que acceda por vez primera a las instalaciones debe pasar antes por aquí… ¿Hizo la prueba del túnel sin el registro fisonómico previo obligatorio?

—¡A mi qué me cuenta! Yo sólo cumplo órdenes; pregúntele a Flenden.

Tomó las llaves para marcharse, pero antes le susurró al oído: «Dicen ahí dentro que es su nueva putilla…». El controlador dejó escapar una sonora carcajada.

Fuera aguardaba Noelia. Samuel se detuvo un instante justo al salir. Era el solsticio de verano y la poderosa luz solar dominaba el ártico y todas las regiones adyacentes. Había llegado a dar por hecho que jamás volvería a contemplar el exterior, así que todo cuanto se le presentaba ahora a la vista le parecía maravilloso: el color verde de las plantas, la sensación de pisar tierra, el viento fresco sobre su cara…, pero no podía entretenerse demasiado: no estaba seguro de haber convencido plenamente al vigilante y desconocía cuánto tiempo tardarían en localizar a Flenden.

—Déjame conducir a mí —le pidió Noelia.

Samuel asintió, estimando que así tendría las manos libres si llegaba a verse en la necesidad de utilizar la pistola.

Aún no había Noelia arrancado el motor cuando notó cierta vibración en su muñeca: sin duda, debía ser el desconfiado celador, que llamaba a Flenden para cerciorarse de que ambos estaban autorizados a abandonar las instalaciones.

—Deshagámonos de los brazaletes —propuso Samuel—; ya no los necesitamos y podrían localizarnos.

Noelia inició decidida la marcha. En un gesto mecánico, nacido para sugerirse a sí mismo que debía poner en orden sus ideas, Samuel cerró un momento los ojos y se frotó suavemente el pelo con su mano derecha, dejándose caer sobre el asiento. Cuando se preparaba para debatir sobre la estrategia que deberían seguir vio algo que le dejó horrorizado: Noelia conducía de nuevo directamente hacia el túnel.

—¡Noelia, da la vuelta! ¡Por Dios: vamos a entrar en el túnel!

—Ya lo sé —respondió ella con inmutable frialdad.

—¡No! ¿Qué estás haciendo? ¡Dentro otra vez no, por favor, otra vez no…! —imploró angustiado—. ¡Vamos directo al ojo del huracán!

Pero Noelia había tomado ya una decisión: una vez más, entraban al túnel de Laerdal.