—¡No puede ser, si no hace ni… tres cuartos de hora que entró!
—Cuarenta minutos y cincuenta y seis segundos exactamente, señor —precisó el encargado de la zona de videovigilancia.
—¡Increíble! Diríjanla a la entrada pero no habiliten el acceso hasta que yo me encuentre allí; quiero recibirla personalmente.
Nicholas Flenden tenía concertada una importante reunión de negocios con empresarios del sector turístico en un hotel próximo a Borgund, pequeña villa conocida por su iglesia de madera del siglo XII. Acababa de tomar asiento en un automóvil del exterior de las instalaciones de RH. La asombrosa noticia le hizo cambiar de planes de inmediato.
Nunca antes pudo nadie conseguir resolver aquella prueba tan rápidamente, y esto se debía no tanto a su dificultad como al tiempo que transcurría hasta que se daban cuenta de que no estaban atrapados por un capricho del destino; cuando asumían que se hallaban inmersos en una prueba, generalmente llevaban horas bajo el sofocante bochorno provocado por el calor y la humedad, y las energías ya no eran las mismas. El récord lo ostentaba un brillante estudiante francés de biología molecular. Había creído participar en el proceso selectivo para acceder a una beca especial, convocada por una prestigiosa universidad, para el desarrollo de un ambicioso programa de investigación sobre la regeneración de las células nerviosas, con una atrayente dotación de un millón de euros. Superó fácilmente el concurso de méritos, las pruebas de inteligencia —sin que comprendiera entonces por qué se incluían en el proceso— y diversos exámenes de conocimiento específico, pero faltaba por realizar una última prueba, supuestamente en Oslo. Siete horas y media después de entrar en el túnel tecleó la palabra NEURONE, nombre en francés de la célula nerviosa por excelencia, y pasó de buen grado a engrosar la lista de personas adscritas al programa GHEMPE.
Lo normal era resolver la prueba en un tiempo comprendido entre las doce y las cuarenta y ocho horas, así que su sorpresa fue mayúscula cuando recibió la noticia del precoz éxito de la joven. Sin dudarlo dos veces, realizó una llamada anulando la cita y regresó sobre sus pasos al subsuelo, sin mediar palabra con el responsable de vigilar la puerta de acceso al mismo, que se limitó a saludarlo de nuevo con la solemnidad habitual, absteniéndose de formular pregunta alguna ni cualquier otro comentario que pudiera contrariarlo, pese a que estuvo tentado de hacerlo, en vista del buen humor que creyó observar en el rostro de su jefe.
Efectivamente Flenden sonreía entusiasmado, como niño que sabe que va a recibir su regalo soñado, aquél por el que había estado suspirando tanto tiempo. Avanzaba con presteza, abstraído con la soñadora idea de descubrir a la diosa suprema del intelecto encarnada en la incomparable belleza de aquella mujer… ¡Estaba ansioso por llegar!
Noelia se dirigió con celeridad al punto del túnel que le habían indicado por pantalla, exactamente junto al segundo panel electrónico que se encontraría avanzando en sentido contrario al que traía. Allí esperó unos diez minutos, hasta que sintió un estridente sonido, similar a un trueno: a unos veinte metros de donde se encontraba, las paredes de hormigón del túnel se abrían para darle paso.
A medida que se aproximaba se fue percatando de que no se había detenido a pensar qué estrategia seguir; sus deseos de ver a Samuel le habían hecho obviar la peligrosa situación con la que podría llegar a encontrarse, y ya no disponía de tiempo para imaginar los posibles supuestos que aguardaban tras la puerta y diseñar un plan de actuación adecuado a cada uno de ellos; tendría que improvisar sobre la marcha.
La luz solar penetró a través de la abertura de los muros, con la misma fuerza con que irrumpe en la deshabitada alcoba de una mansión cuando, tras meses de abandono, se abren de par en par las ventanas. Muy pronto el impacto producido por el sensacional efecto luminoso fue diluyéndose ante la llegada de un viejo presentimiento: la misma extraordinaria habilidad que poseía Julián Palacios para advertir con certeza la camuflada maldad ajena. Ella había heredado ese don con más potencia, pues podía captar cualquier presencia maliciosa incluso antes de verla, y en esta ocasión la sensación era más fuerte que nunca, como si fuera a aparecer ante sus ojos el mismísimo Lucifer.
Sus pasos se volvieron trémulos; el pavor se apoderó de ella en el mismo instante en que lo vio. Su memoria no le fallaba; nunca lo había hecho: aquel rostro era el mismo que personificaba el engendro virtual que controlaba el tiempo atrás en la octava prueba, el mismo que consiguió amedrentarla en la soledad de su habitación cuando incomprensiblemente creyó sentir que la observaba, desnudándola como un impúdico voyeur espoleado por el fuego de su lujuria. Y ahora estaba ahí en persona, en un vano intento de mostrar su inexistente faz de buena persona, sonriendo bondadoso y derrochando educación. Pero por más que se disfrazara de ángel, si no había conseguido engañar a Samuel mucho menos lo iba a lograr con Noelia. Notaba su perniciosa aura, una sombra siniestra envolviendo su alma; aquel individuo olía a… muerte, y Noelia percibió su fétido hedor nada más traspasar los muros. En cualquier caso, por alguna razón oculta en sus pérfidas intenciones, aquel ser maligno se mostraba exquisitamente amable con ella, y esta circunstancia le brindaba algo de tiempo para pensar la forma de encontrar a Samuel y escapar de aquel antro de maldad.
—Bienvenida a Raza Humana, querida Lucía; ¡cuánto placer tenerte aquí! Soy Nicholas Flenden, máximo responsable de las maravillosas instalaciones que pronto vas a descubrir.
—El placer es mutuo, Sr. Flenden —respondió estrechando su mano y correspondiendo a su atención con una cálida sonrisa.
Flenden sujetó con firmeza sus frágiles dedos, manteniéndolos cautivos por algunos segundos más de los que habitualmente se ajustan al convencional saludo. Su mordaz mirada escudriñó aquel delicado rostro, infinitamente más bello al natural. Su nívea tez, moteada por unos ligeros tintes rosados en los pómulos, denotaban la inocencia en su estado puro. Se detuvo en aquellos impresionantes ojos de buey, a través de los cuales se divisaba un inmenso mar azul en calma, y pensó que aquél debía ser un océano de sabiduría e inteligencia, un sugerente lugar para navegar.
Noelia tuvo que desplegar un monumental acopio de voluntad para disimular las náuseas que le provocaba su presencia y dominar el miedo que agarrotaba sus músculos; un encomiable esfuerzo para conseguir mantener la compostura.
—Has demostrado una exquisita habilidad para afrontar con éxito las pruebas, especialmente esta última.
—¿Cómo está Samuel?
—Perfectamente. ¿Es tu novio?
—¡Nada de eso! —respondió Noelia sin vacilación—. Es un amigo; bueno…, también un pretendiente.
—De los que no te faltarán, supongo.
Su instinto femenino le indicaba que había caído en gracia y que, sin duda alguna, aquel sujeto sentía atracción física por ella. La premura de la situación le hizo diseñar un precipitado plan, que consistía básicamente en dejarse agasajar y restar importancia a sus sentimientos para con Samuel. Aunque no estaba segura de haber elegido el camino correcto, era preferible tener un mal plan que ninguno, sabio consejo del insigne ajedrecista norteamericano Frank Marshall, que su abuelo le enseñó siendo niña. Al seguir una estrategia, por muy primitiva que fuera, dispondría de una senda por donde encauzar sus pasos; en caso contrario deambularía desorientada a merced de los embates que a buen seguro sutilmente se iban a suceder.
—Le conozco de sólo unos meses. Me sentí fascinada por Kamduki y le ayudé en algunas pruebas —Noelia sabía que era inútil disimular su participación—. Estaba expectante por conocer el premio… No sabría explicarle cómo pero presentía que el juego escondía algo más; por eso estoy aquí, por eso y porque mi intuición me decía que Samuel no había muerto. Me gustaría verlo.
Flenden recelaba hasta de su propia sombra, aunque de momento no veía motivos para pensar que la chica pudiera estar engañándolo.
—Si es sólo un amigo, y considerando que está en buen estado y que tienes mi palabra de que lo vas a poder ver dentro de poco, vale la pena esperar un rato, porque lo que te voy a mostrar ahora va a colmar tus ilusiones.
—¿Cuál es el significado de estas… holografías en movimiento? —preguntó Noelia más por aparentar curiosidad que por realmente tenerla, pues desde que pisó aquel lugar sólo le interesaba escapar de allí a toda prisa con Samuel.
—Son una mera expresión del futuro, querida Lucía.
Flenden comenzó a pronunciar, de forma mecánica, su presuntuosa perorata: la tecnología, la superpoblación, la selección de la especie, el programa GHEMPE, el control del mundo… y Noelia hacía de tripas corazón por aparentar complacencia con sus argumentos, mostrándose entusiasta y cómplice de las ideas que sustentaba el despiadado proyecto de RH.
—Ya estamos llegando —anunció Flenden—. ¿Qué superficie crees que puede tener cada una de estas secciones?
—Unos 26.000 metros cuadrados —respondió Noelia tras reflexionar durante dos o tres segundos.
Flenden no lanzó la pregunta como un desafío intelectual; de hecho, pensaba dar la respuesta de inmediato. Lo que pretendía era incidir sobre el tamaño de aquellas inmensas naves, con idea de hacer que pareciera aún más impresionante lo que estaba a punto de mostrarle. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos Noelia había calculado la solución: si aquellas enormes celdas formaban hexágonos regulares de unos cien metros de lado, el área sería la mitad del producto del perímetro por la apotema. Sabiendo que el perímetro de un polígono es la suma de la longitud de sus lados y que la apotema de un hexágono regular es la raíz cuadrada de la diferencia entre el cuadrado del lado y el cuadrado de su mitad, pronto calculó que el área saldría de la siguiente operación simple: (600 x 86,6) / 2.
Flenden se maravilló de la rápida y precisa respuesta de Noelia, que no sospechaba que su espontánea demostración intensificaba la excitación de su acompañante.
—Ya veo que dominas las matemáticas…; sabrás entonces cuántas de estas celdas caben en esta enorme plaza.
Conociendo el radio, Noelia calculó en un instante el área del círculo e hizo la proporción entre las superficies.
—En términos absolutos el área de esta plaza equivaldría a unas 271 naves hexagonales, pero físicamente sería imposible acoplarlas todas en la figura circular: habrá algunas menos…
—En efecto, Lucía, tus cálculos son correctos —confirmó Flenden, sin salir aún de su asombro—. Cada una de estas dependencias tiene un cometido específico. Hay grupos de naves dedicados a la investigación, al control de la información, a la formación de nuestros agentes… En la zona donde ahora nos encontramos se ubican los dependencias destinadas a almacenar todo el conocimiento humano. Por muy bien que se te den los números, sé perfectamente que tu pasión son las letras; éste es mi regalo de bienvenida: vas a visitar la biblioteca más grande del mundo.
Noelia no tuvo que fingir admiración. Por un momento se olvidó de todo: de quién la acompañaba, de sus siniestras intenciones…, ¡de Samuel! Ante sus ojos se abría más de medio millón de metros cuadrados de estanterías repletas de libros.
—Esto…, esto es… impresionante —balbuceó—. ¿Cuántos volúmenes hay aquí?
—Todos, están todas las obras conocidas del conjunto íntegro de escritores habidos a lo largo de la historia. No hay título que no puedas encontrar, tanto en soporte impreso como digitalizado. Y no sólo libros se guardan en estas instalaciones: periódicos, revistas, mapas, manuscritos, grabados, fotografías, archivos sonoros, películas, documentos legales… ¡Todo el saber, querida Lucía, todo el saber!
Flenden advirtió la turbadora impresión que aquella revelación suscitó en Noelia y no quiso dejar pasar la ocasión para avivar su embelesamiento.
—Veintidós naves como ésta albergan la mayor y más importante herencia de nuestra cultura, pero he elegido concretamente ésta porque quiero que veas algo. Si eres tan amable de seguirme…
Noelia avanzaba anonadada, sin reparar en donde pisaba, con la mirada perdida entre aquella infinidad de libros, encantada por el mágico hechizo de la literatura, deseando detenerse a cada paso para hurgar entre millones de páginas. ¡Toda una vida no bastaría para dedicar siquiera un mísero minuto a cada ejemplar! Después de atravesar un laberinto de galerías y pasillos Flenden se detuvo y se hizo a un lado para que Noelia pudiera admirar lo que tenía enfrente:
—¡Es una réplica de la biblioteca del Trinity College de Dublín! —exclamó Noelia en una nueva explosión de entusiasmo.
—Ciertamente, querida Lucía, una réplica en el diseño, no en el contenido. En este espacio sólo albergamos unos 200.000 volúmenes, aunque… el material es infinitamente más valioso. ¿Has leído a Sófocles?
—¡Naturalmente! Antígona, Edipo Rey, Electra…; sólo son siete obras. Es fundamental leerlas para comprender la tragedia griega.
—Aquí podrás leer hasta cuarenta y cinco obras más; incluso ya están traducidas por nuestros expertos.
—No puede ser: esos textos desaparecieron junto a la Biblioteca de Alejandría.
—Querida Lucía: ésta es la Biblioteca de Alejandría.
Las palabras de Flenden hicieron eclosionar en Noelia una insólita mueca de estupor. Aquello era mucho más de lo que podría esperar, un idílico sueño por el que sería capaz de entregar su alma… ¡Temblaba de verdadero éxtasis!
—Medio millón de volúmenes se perdieron para siempre —continuó Flenden, regocijándose por el impacto que había causado en la chica la exitosa idea de llevarla hasta allí—, debido sobre todo al incendio de Julio César y a los bárbaros saqueos de Aureliano y Diocleciano en el siglo III, pero el emperador Constantino I el Grande mandó trasladar a la nueva capital imperial todos los volúmenes que habían sobrevivido. En Constantinopla se han conservado en secreto hasta nuestros días, y ahora los tienes ante tus ojos para que puedas admirar el legado de la biblioteca que fue depositaria de las copias de todos los manuscritos del mundo antiguo.
Noelia no pudo impedir que la emoción liberara un par de lágrimas y que éstas resbalaran pausadamente por sus mejillas mientras centraba su atención en un estante y comprobaba perpleja que lo que le había contado Flenden era cierto: sus manos temblorosas tomaron un ejemplar encuadernado en piel con estampaciones en oro y traducido al inglés de Los Elementos, de Hipócrates de Quios, una obra que se creía perdida para siempre.
Veinte minutos anduvo deambulando por los corredores como hipnotizada, faltándole manos para abarcar cuantos tomos quería palpar, conocer de su existencia… hasta que la voz de Flenden la arrancó del mundo encantado donde había caído.
—Celebro que te guste tanto este lugar.
—¡Es realmente… increíble!
—Tendrás tiempo de sobra para disfrutar de todo cuanto ves. Vayamos ahora a un lugar más tranquilo para charlar un rato; aún no me has contado nada de ti.
Noelia tardó en volver en sí. Sólo cuando se acomodaron en el apartado rincón de la zona vip de un comedor se dio cuenta de la atmósfera íntima que envolvía el lugar. Se había dejado arrastrar como una chiquilla hasta las redes tejidas por las aviesas intenciones de Flenden, que la había engatusado llevándola directamente al paraíso de su pasión. Avergonzada por haberse olvidado de todo, anteponiendo la intelectualidad a la espiritualidad, el libro a lo que enseña el libro, el egoísmo al altruismo, la literatura a Samuel, sintió deseos de abofetearse para escapar de su bochornosa ñoñez, pero no fue necesario: la pedantería de Flenden la despertó de su letargo; en poco tiempo volvió a percibir sus negativas vibraciones, a oír el eco tenebroso de su transfigurada voz y a avistar la maldad oculta en sus ojos.
—No puedo negar que me guste la erudición —comenzó Flenden derrochando petulancia sin reparo alguno—; me afano en aprender de todas las ciencias, en comprender las artes, en profundizar en el conocimiento humano…, así que no podía hacer menos que leer los relatos de Lucía Tinieblas.
—Para mí es todo un honor —correspondió Noelia retomando la senda de la complacencia fingida, sin querer mostrar la sorpresa que le causaba que aquel hombre conociera su faceta literaria.
—Lo que no tengo claro es cuál es el seudónimo: Lucía Molina o Lucía Tinieblas…; ¿o quizá son ambos?
Noelia no supo advertir si Flenden ironizaba con respecto a su verdadera identidad, pero considerando que su último relato no saldría publicado hasta el domingo y que tan sólo Samuel, Bermúdez y Margarita lo sabían, pensó que podría resultarle de utilidad mantener el secreto.
—¿A qué se refiere, señor Flenden? —respondió con la picarona sonrisa de haber sido descubierta.
—No te llamas Lucía Molina, ¿verdad? Y… por favor, tutéame sin pudor.
Noelia desconocía que nadie tuteaba a Flenden, ni siquiera quienes compartían su lecho.
—De acuerdo, así haré. No se te escapa un detalle. Ciertamente, no me llamo Lucía, pero… con todos tus secretos déjame a mí conservar al menos uno…, por ahora.
—Un terreno abrupto para moverse alguien como yo, que se nutre del saber —objetó Flenden.
—Como dijo Jacinto Benavente: «Lo que no se sabe, es como si no existiera». No deberías preocuparte.
—Me preocupa conformarme; cuando quiero algo, no descanso hasta conseguirlo. El conformismo y la resignación son valores propios de los débiles; el hombre ideal debe ser independiente, seguro de sus propios principios. Permitirte el secreto es ceder a tu voluntad. En contra de la mayoría de personas que viven en la esclavizada moral de rebaño, yo busco constantemente la perfección, y para lograrlo me aferro a mis convicciones…
—Así habló Zaratustra —interrumpió de repente Noelia—. No creo que el ideal de superhombre de Nietzsche dejara de serlo por una insignificancia así.
—¿Conoces la obra de Nietzsche? —preguntó Flenden entusiasmado—. ¡Es el más grande de cuantos pensadores hayan existido jamás!
—Conozco su obra y la admiro —mintió ella—. Las bases ideológicas de RH no pueden ser más certeras. Nietzsche tenía razón al afirmar que si todos los hombres gozaran de la igualdad de derechos, entonces los personas superiores se convertirían en víctimas, se desperdiciaría su talento. La selección es necesaria.
Noelia tuvo que reprimir el asco que sentía de sí misma al hablar de esa forma. Estuvo tentada de sacar a la palestra La lucha contra el demonio, la obra donde Zweig radiografió la mente de Nietzsche, pero eso con toda seguridad habría dado al traste con su estrategia.
—En efecto —prosiguió Flenden con la seguridad y el gozo de hallarse como pez en el agua—: la gente vulgar y corriente no entiende que si amamos a la humanidad debemos propiciar que los débiles y malogrados perezcan.
—Así nos lo hizo ver Nietzsche en El Anticristo —matizó Noelia, alineándose muy a su pesar con la malintencionada interpretación del discurso del controvertido filósofo.
Cada palabra que pronunciaba Noelia hacía crecer la excitación de Flenden. Su fantasía estaba tomando cuerpo: en persona aquella chica valía mucho más que a través de la pantalla y su plática cautivaba con más pasión que todas las palabras que su imaginación había puesto en su boca. Impaciente por intimar con ella, se acercó a su lado.
—Querida Lucía: tenemos mucho en común —le susurró acariciando su pelo y su cara.
Noelia se estremeció ante aquel inesperado contacto. Súbitamente se dio cuenta de que el asunto se le había escapado por completo de las manos.
—El día ha sido muy largo —acertó a decir mientras apartaba con delicadeza la mano de su rostro, sin parecer que lo estuviera despreciando—: me apetecería darme un baño, arreglarme y… que nuestra conversación continuara con una buena cena. Como dijo Horacio, «La paciencia hace más valedero aquello que no tiene enmienda».
Flenden se sintió desarmado ante tan convincentes argumentos.
—Tienes razón, te acompañaré a tu aposento: la mejor suite que hayas visto jamás.
—Un momento: querría ver antes a Samuel; me lo prometiste.
Aquella petición importunó a Flenden, que se había olvidado por completo del prisionero. En esos momentos ya no le servía para nada: constituía sólo un estorbo en sus planes. Pero decidió complacerla y dar cumplimiento a su palabra; de cualquier forma, no veía posibilidad alguna de que aquella sublime chica pudiera estar realmente enamorada de una persona tan corriente como Samuel.