Capítulo 12

El plazo de seis días parecía más que suficiente para poder encarar con garantías la resolución de la cuarta prueba. Aun así, Samuel se levantó el sábado con la intención de zanjar el asunto ese mismo fin de semana, para evitar agobios durante los subsiguientes días, pues estaba visto y comprobado que la oficina no era el lugar idóneo para reflexionar. Temía encajarse en el miércoles sin haber encontrado la solución, porque entonces no tendría más remedio que birlar horas de trabajo a hurtadillas de don Francisco y del resto de sus compañeros, y no estaba dispuesto a someter a su corazón a otra sesión de estrés. Sin embargo, la cuarta prueba de Kamduki pronto dejó patente que no iba a resultar una perita en dulce.

Convencido Samuel de su primera impresión, transformó la relación de letras en una secuencia numérica, de acuerdo con el orden que ocupaba cada una de ellas en el abecedario. De esta forma, la letra C se correspondía con el número 3, la E con el 6, la O con el 18, la S con el 22 y la U con el 24. Con esta correspondencia, la serie gramatical C-E-O-S-U se había transformado en la serie numérica 3-6-18-22-24. Pero este cambio no aportó el más mínimo fotón de luz al esclarecimiento de la prueba, pese a la multitud de operaciones de cálculo a las que Samuel recurría una y otra vez. A priori la tarea no parecía tan complicada, pues en apariencia sólo había que buscar una relación aritmética entre alguno de las cinco grupos de cuatro números que surgían de la primera lista, una vez que se iba eliminando el presunto infiltrado, y que eran las siguientes: 3-6-18-22, 3-6-18-24, 3-6-22-24, 3-18-22-24 y 6-18-22-24. Sin embargo, se evaporó toda la tarde del sábado y Samuel fue incapaz de encontrar el algoritmo que le llevara al éxito en cualquiera de las secuencias de números; siempre había algo que fallaba. Agotado, dejó el acertijo y se puso a ver el fútbol mientras cenaba. A las doce de la noche volvió a la carga. De pronto, en un instante de lucidez espontánea, se percató de que todos los números eran pares excepto el primero de la lista, el 3. De la relación matriz de cinco números resultaba que cuatro de ellos eran múltiplos de dos. Pero esta evidente revelación dio lugar a otra de la misma naturaleza, y es que sucedía que cuatro de los cinco números también eran múltiplos de tres, todos menos el 22. Así que en cuestión de segundos había pasado de no tener ninguna solución a encontrarse con dos distintas, y esto lejos de alegrarle lo sumió en el abatimiento. A las dos de la madrugada decidió acostarse, languidecido por el convencimiento de que había errado el camino: no se podían obtener dos soluciones distintas aplicando la misma técnica deductiva. Sabía de sobra que las series numéricas siempre se resolvían por la relación aritmética directa entre los guarismos adyacentes, de modo que no le quedaba otra opción que continuar trabajando en ese terreno.

El domingo se despertó con una idea martilleándole el cerebro: ¿quién le había dicho que el patrón para establecer la correspondencia era el abecedario español? Kamduki había nacido —eso creía— en los Estados Unidos. ¿Y si había que utilizar el alfabeto inglés? Sin duda se trataba de un argumento razonable: si la prueba era la misma en todo el planeta, no era factible que cada cual utilizara el sistema alfabético de su país. Lo más lógico era que se empleara un modelo estándar, y el idioma inglés resultaba ser el idóneo para ello. Así que las veintinueve letras que según la Real Academia Española de la Lengua conforman el abecedario español debían dejar paso a las veintiséis que integran el inglés, tras eliminar las controvertidas «ch» y «ll» y la españolísima «ñ». Ahora la relación de números que se obtenía por correspondencia era otra bien distinta: 3-5-15-19-21. Samuel sonrió al comprobar que todos eran impares y que tanto el 5 como el 19 no eran múltiplos de tres. Estaba convencido de que había dado un importante paso en la resolución de la prueba. Sin embargo, este progreso se vio de nuevo frenado cuando estableció los cinco grupos de cuatro números y comenzó a trabajar con ellos. Al igual que había ocurrido el día anterior, las operaciones aritméticas no lograron encontrar ningún tipo de rutina lógica en las listas de números. Caía la noche, se iba el fin de semana y no conseguía resolver la prueba. Y lo peor no era el escaso tiempo que le iba a procurar su actividad laboral; lo que realmente le preocupaba era no saber dónde buscar, porque estaba realmente agotado de intentar operaciones aritméticas; había demasiada distancia entre los dos números de un dígito y el resto, y no encontraba forma humana de hacerlos coordinar.

Fatigado de hacer tantas cálculos decidió cambiar de estrategia. Encendió su ordenador y, tras echar un vistazo en vano por los foros, por si algún filántropo majadero ofrecía la solución desinteresadamente, se dedicó a buscar acertijos y problemas similares, para comprobar cuáles eran las herramientas más utilizadas como técnicas resolutorias. Encontró alguna que otra idea interesante, pero, en síntesis, Samuel había estado trabajando en la línea habitual para este tipo de problemas. No sabía ya ni donde mirar cuando recibió un mensaje de Marta, que acababa de conectarse:

Martitanocturna> Hola, Samuel, ¿cómo te va?

Samuel> Marta, ¡qué sorpresa! Pues no salí de casa desde que te dejé el viernes.

Martitanocturna> ¿Y eso? ¿Trabajando?

Samuel> Más o menos… Y tú, ¿qué cuentas?

Martitanocturna> Un poco liada; mañana tomo un vuelo para Barcelona y, antes de volver, debo detenerme un par de días en Madrid.

El viernes no hablaron de trabajo en ningún momento, así que Samuel desconocía los motivos de esos viajes. Estuvo a punto de preguntarle, pero pensó que entonces conduciría la conversación por caminos demasiado formales y, en un acto de sinceridad consigo mismo, reconoció que tampoco le interesaba ese particular.

Samuel> Espero que nos veamos a tu regreso; tengo una deuda que saldar.

Martitanocturna> Eso ya se verá… No te equivoques, Samuel; rendimientos pasados no garantizan beneficios futuros.

Samuel> No comprendo…

Martitanocturna> Que en la vida no siempre se tiene una segunda oportunidad. Igual la próxima noche estoy ocupada… No quiero que te hagas ilusiones.

Samuel> Pero…

Martitanocturna> Bueno, te dejo. No puedo entretenerme más. Ya hablamos… Chao.

«Esto no hay quien lo entienda —se dijo Samuel—; primero se me insinúa sutilmente con el dichoso beso, luego alaba mi conducta modosita y todo parece indicar que le gusto y que nos vamos a enrollar de todas, todas. Antes de comerme una rosca incluso siento remordimiento por hacerle entrever unos nobles sentimientos, cuando en realidad se escudan en la hipocresía propia de un depredador de gacelas, como diría Esteban, y de pronto, y sin que venga a cuento, me planta un corte descomunal… ¡Y encima no doy pie con bola con este maldito problema!».

Samuel no consiguió desbloquear su mente en ninguna de las cuatro jornadas laborales que le separaban del fatídico pitido final. El plazo expiraría a las cuatro horas y doce minutos de la madrugada del jueves al viernes y, conforme pasaban los días, se veía irremediablemente abocado al desagradable trance de tener que soportar una noche de vigilia para culminar eligiendo una de las letras al azar.

El jueves 22 de abril Samuel optó por no regresar a casa después del tapeo. En lugar de ello se encaminó a una confortable cafetería situada a unos cientos de metros en dirección opuesta a la de su domicilio. Sacrificar su diván, las noticias y la siesta era una generoso ofrenda al dios de los problemas de ingenio. Y esperaba verse recompensado por ello. Pidió un café con leche y se acomodó en el lugar más apartado de la pantalla de televisión. Llevaba en una carpeta un bloc de cuadros de tamaño folio, una calculadora y un par de bolígrafos. Arrancó una de las pocas hojas en blanco que quedaban y escribió, al máximo tamaño, la palabra mágica CEOSU. Luego hizo lo propio con otra hoja y anotó la aviesa secuencia 3-5-15-19-21. Mientras saboreaba su café no hizo otra cosa que alternar su atención de un papel a otro, aguardando la divina dádiva de la inspiración… Pero su ofrenda no parecía contentar a ningún dios. Media hora después admitió que no iba a obtener ningún provecho mirando las hojas y tomó de nuevo la maltratada libreta para garabatear números a lo largo y ancho de la misma. A las cuatro y cuarto se levantó para pedir otro café, perdida la esperanza de resolver la prueba en aquel lugar. No había hecho más que sentarse de nuevo cuando de refilón vislumbró la entrada en la cafetería de alguien cuya silueta le resultaba familiar. Juraría no haberla visto en veintiséis años y de pronto, en una clara demostración de las caprichosas casualidades del destino, en menos de una semana coincidía con ella dos veces. Sus ojos se encontraron justo cuando ella iba a tomar asiento; la sonrisa de Samuel supuso una clara invitación a su mesa.

—¿Qué tal, Samuel? ¡Qué sorpresa verte por aquí!

—Hola, Lucía, ¿todo bien?

—Siempre hay cosas que mejorar, pero no me puedo quejar.

De nuevo una extraña corriente eléctrica atravesó la red neuronal de todo su cuerpo, provocándole una inusitada sensación de aturdimiento. Pero no se hallaba incómodo; al contrario, por primera vez en muchos días volvía a sentirse dichoso. Había algo en esa chica, esos ojos…

—Tienes una conversación muy interesante —balbució nervioso Samuel.

Al instante se percató del disparatado comentario que acababa de hacer. Habría estrangulado allí mismo a Esteban si lo tuviera delante.

—Pero si apenas hemos hablado —alcanzó a decir Lucía intentando contener la risotada que espontáneamente le fluía.

—También es verdad —asintió ruborizado Samuel—. En realidad… quería decir que tienes unos ojos preciosos.

—Bueno, este halago es menos original, pero al menos parece sincero. ¿Qué te trae por mis dominios?

—Buscaba un sitio tranquilo para concentrarme en un asunto que quería resolver antes de volver al trabajo.

—¿Y lo conseguiste? —se interesó Lucía.

—Me temo que no.

—Vaya…, entonces te estoy distrayendo.

—No, no, por favor… —se apresuró a decir Samuel—. Se trata sólo de un pasatiempo, un problema de ingenio.

—¿Te gustan? Yo los detesto.

—En realidad se trata de una especie de concurso, pero estoy a punto de darme por vencido —confesó Samuel, reconociendo su incapacidad para encontrar alguna nueva vía que le abriera las puertas del éxito con esa dichosa prueba.

—No te rindas aún; plantéaselo antes a Marta. Ahí donde la ves es un cerebrito. Seguro que lo soluciona —sugirió Lucía.

—Lo haré… si consigo conectar con ella.

—Te dio su cuenta para que os pudierais poner en contacto por Messenger, ¿no? —preguntó Lucía, extrañada.

—Sí, pero… Debo irme; entro a las cinco. Por cierto, no me diste la tuya, igual podemos charlar por Internet en otro momento.

—No me la habías pedido. ¿Te la apunto aquí? —Lucía tomó la hoja donde figuraba escrita la secuencia del problema.

—¿Sería mucho pedirte que anotaras también tu teléfono?

—No, no es mucho pedir… Por cierto, ¿qué significa CEOSU?

—Es el problema que intentaba resolver. Hay una letra que sobra en ese grupo; ¿te atreverías con él? —sugirió Samuel.

—Ya te dije que no me gustan los problemas de ingenio; los considero una pérdida de tiempo —respondió Lucía entregándole la hoja.

—Inténtalo al menos por humanidad; es la última voluntad de un miserable condenado —suplicó Samuel bromeando.

Lucía sonrió y volvió a tomar la hoja. La contempló durante cinco segundos y luego se la devolvió.

—Creo que sobra la letra E —dijo con tanta naturalidad que parecía que la respuesta era evidente.

—¿Así tan rápido lo averiguaste? ¿Sobra la E de Esteban? —preguntó Samuel con cierta malicia.

—Yo diría que sí. Hasta la vista, Samuel.

—Nos vemos… ¿Vives por aquí cerca?

—Trabajo aquí al ladito, en la biblioteca.

Samuel tuvo que incrementar el ritmo para no llegar tarde al trabajo; por nada del mundo quería tener que vérselas de nuevo con don Francisco. Apenas tuvo en consideración la respuesta elegida por Lucía, porque seguro que había nacido de un impulso intuitivo. Lo que sí notó fue una renovada energía en su estado de ánimo; se incorporaba al trabajo con más alegría. Y la culpable no podía ser otra que Lucía.

Llegó la noche. Las horas pasaban y el panorama no dejaba de ser desesperanzador. Había añadido a Lucía en su lista de contactos y mantuvo una conversación con ella durante algunos minutos, pero hacía ya rato que se había desconectado, y ahora se arrepentía de no haberle preguntado el motivo por el que había excluido de la lista la letra E. Estaba convencido de que esa decisión no podía sustentarse en un razonamiento lógico, por el brevísimo espacio de tiempo que había invertido en la elección, pero a estas alturas estaba dispuesto a sujetarse a un clavo ardiendo, porque a poco más de dos horas de la conclusión del plazo, no tenía absolutamente nada. Según le dijo Lucía, Marta podría ayudarle. Aunque era tarde, seguía conectada a Internet, pero por alguna misteriosa razón continuaba ignorando sus mensajes.

La última hora se le antojó interminable. Ni siquiera hacía esfuerzos por resolver el problema; bastante tenía con mantenerse despierto. Se levantaba una y otra vez, se echaba agua en la cara, apagaba y encendía la tele… Se sentía como el reo que espera ansioso su hora para acabar de una vez por todas con tan abrumadora espera. Por su cabeza volvían a desfilar las primeras pruebas que había superado, y ello no hacía más que acrecentar su desazón. La precipitación estuvo a punto de hacerle errar el primer ejercicio, la confianza por poco acaba con sus aspiraciones en el segundo y la imprudencia le pudo costar caro en el tercero. Y ahora se veía abocado a intentar salvar el escollo recurriendo a la ruleta. ¿Cuál desechar: la E de Esteban o la S de Samuel? ¿Quizás alguna de las otras letras? La teoría de las probabilidades le ofrecía sólo un veinte por ciento de posibilidades de acertar. Jugando con fuego iba a terminar quemándose. Samuel lo sabía y, en sus adentros, sabía también que Kamduki le quedaba grande, que no poseía las aptitudes necesarias para erigirse en ganador y que su ilusión, como el que juega a la lotería, se esfumaría de un momento a otro. Puede que fuese hora de poner los pies en el suelo y pensar que, como la mayoría de los mortales, acabaría sus días trabajando para cualquier avaro, cínico e insoportable empresario.

Pasaban dos minutos de las cuatro de la madrugada cuando optó por dar por terminada la espera; aguantar hasta el último instante sólo conseguiría incrementar el riesgo de que un problema de conexión le impidiera mandar su respuesta. Había decidido apostar por la chica de ojos azules y cabello dorado, aquélla que inexplicablemente le hacía estremecer. Tecleó la letra E en el lugar reservado para la respuesta, pulsó la tecla de validación y cerró los ojos. Suspiró profundamente y los volvió a abrir: ante su incredulidad pudo comprobar que había acertado.

Una incontrolable exclamación de júbilo retumbó en el silencio de la noche, pero la euforia sólo duró unos instantes. Junto al mensaje de felicitación aparecía la fecha en que se colgaría el enunciado de la quinta prueba, y ésta era justo un minuto después de que expirara el plazo para solucionar la prueba número cuatro, es decir, dentro de casi nada, a las cuatro horas y trece minutos de la madrugada.

Estaba agotado, hacía denodados esfuerzos por no dormirse, necesitaba descansar unas horas antes de acudir al trabajo y… se le venía encima una nueva prueba. Un día, eso es lo único que pedía, un día de plazo para su resolución, tenía que dormir siquiera unas horas; ya se las apañaría mañana con el problema.

Y sus deseos se vieron en parte cumplidos: pronto podría irse a dormir. La prueba número cinco presentaba un plazo máximo de siete minutos para su resolución.

Prueba n.º 5:

Completa la siguiente relación, teniendo en cuenta que la respuesta correcta no es 3.

Dieciocho 9

Catorce 7

Seis

Tiempo de resolución: 7 minutos

¡Siete minutos! El problema debía ser sencillísimo, una simple relación aritmética para encontrar a simple vista… mas no lo veía. Cada número en letras se correspondía con su mitad en cifras, pero la solución no era 3. Y no conseguía encontrar ninguna operación que hiciera relacionar esos números… ni creía que lo iba a lograr en tan poco margen de tiempo. Entonces cayó en la cuenta. El algoritmo a emplear debía ser igual o, al menos, parecido al del anterior ejercicio. ¡Por eso daban tan poco plazo! Querían eliminar a todos los concursantes que hubiesen acertado de casualidad… ¡y él era uno de ellos! En un grado de excitación cercano al ataque de histeria, pensó en Lucía. Ella había adivinado el problema anterior. El teléfono le temblaba en las manos. Quedaban escasos cinco minutos…

—¿Diga?

—Lucía, soy Samuel.

—¿Samuel? ¿Qué ocurre?

—Mira…, perdona que te moleste a estas horas, pero… necesito tu ayuda.

—¿Mi ayuda? Si apenas nos conocemos… ¿Has llamado a un médico? —preguntó extrañada e inquieta Lucía.

—No, no me sucede nada… ¿Recuerdas el problema de esta tarde? Pues lo resolviste y ocurre que tengo otro similar que debo solventar ahora mismo. Se me está acabando el plazo y…

—¿Me despiertas a estas horas para que te ayude con un juego de ingenio? Samuel: ¡son las cuatro de la mañana! —le reconvino Lucía sensiblemente molesta.

—Lo siento… Llevas razón, Lucía… ¡Qué estúpido soy! Esto es importante para mí y pensé que quizá tú me podrías ayudar… Lo siento, lo siento mucho.

Samuel desconectó la llamada y arrojó el teléfono contra la pared. El impacto originó un brutal estruendo. Hundido en la desesperación, se llevó las manos a la cara para cubrirse los ojos, como si quisiera ocultar al mobiliario su infantil llanto. Se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos. Kamduki le había conducido a una situación extrema de delirio: no había tenido bastante con jugarse su puesto de trabajo sino que ahora acababa de hacer el ridículo más espantoso de su vida, en un insensato y utópico propósito de triunfar y abandonar para siempre la mediocridad de su día a día. Una vez que acabó de desahogarse, se enjugó las lágrimas y se dirigió a su ordenador con idea de apagarlo y olvidarse de una vez por todas de esa locura. Y entonces vio que Lucía estaba conectada…

Lucía… upendo na amani> A ver ese problema, aunque no te garantizo nada…

Samuel no sabía si alegrarse o compungirse aún más por haber sacado a Lucía de la cama. La vergüenza le impedía responder, pero no podía ignorarla después de tan lamentable episodio, de modo que regresó a la página de Kamduki, y con un rápido copiar y pegar le pasó el enunciado. Restaba un minuto y medio para expirar el plazo, pero a Lucía le sobró la mitad…

Lucía… upendo na amani> Creo que la solución puede ser 4.

Samuel no preguntó nada; simplemente validó la respuesta que ella le ofrecía. El mismo mobiliario que no pudo verlo llorar hacía unos minutos, ahora fue testigo del desfigurado rostro de Samuel, desencajado por el pasmo y el desconcierto, en una insólita declaración de incrédula felicidad y desatado bochorno. La prueba número cinco había sido superada.

Samuel> Has vuelto a acertar, Lucía…

Lucía… upendo na amani> ¡Vaya! Me alegro…; parece que esto significa mucho para ti.

Samuel> Así es, pero me he excedido. He abusado de tu confianza. No sé cómo justificar mi actitud…; lo siento.

Lucía… upendo na amani> No, por favor, no tienes por qué disculparte. Tendrás tus motivos… Y tampoco pasa nada porque me hayas llamado de madrugada; no has cometido ningún delito. Es más, incluso me siento feliz de haberte podido ayudar.

Samuel> Gracias por tu comprensión, Lucía. Estoy enfrascado en una extraña competición: ¿has oído hablar de Kamduki?

Lucía… upendo na amani> No, pero ahora es un pelín tarde para que me lo cuentes, ¿no crees?

Samuel> ¿Qué tal si quedamos mañana? ¿Te parece bien en la misma cafetería a las cuatro?

Lucía… upendo na amani> Me parece perfecto.

Samuel> Una última cosa, Lucía…, ¿cómo averiguaste las respuestas?

Lucía… upendo na amani> Mañana te lo digo.

Samuel no quería ni mirar la página de Kamduki. El día había sido muy largo y cabía la posibilidad de que aún se prolongara. Afortunadamente, la prueba número seis no vería la luz hasta dentro de un mes. Los lunáticos creadores de tan absorbente juego se habían dignado oír los mudas súplicas de clemencia de sus adictos vasallos y les obsequiaban con unas merecidas y largas vacaciones.