Prueba n.º 1:
Un zapatero tiene 40 zapatos apilados y desordenados. Si cada día consigue ordenar un par, ¿cuántos días tardará en emparejar todos los zapatos?
Tiempo de resolución: 10 días
«La primera prueba está destinada, sin duda, a eliminar a la multitud de zoquetes, tarugos, cenutrios y demás especímenes de similar entendimiento. Habrá quien no sepa ni dividir, o siquiera percatarse del tipo de operación aritmética a aplicar… ¡Qué prueba más inocente! ¿Puede existir alguien tan simple como para no resolverla?» —reflexionaba Samuel esbozando una sonrisa.
Entendía que podría haber muchas personas inscritas y que lo que pretendían era descartar aquéllos que se apuntaron en su día sin convicción de pugnar por el triunfo. Pero no quedaba claro entonces por qué concedían tanto plazo para enviar la solución. ¿Y si toda la parafernalia que había rodeado el lanzamiento de ese concurso fuese en realidad otra de las ocultas artimañas que circulan por Internet para recolectar cuentas de correo y utilizarlas luego con fines publicitarios? ¿Acaso había leído las condiciones generales de uso? ¿Acaso las lee alguien? Se había limitado a declarar —como hacemos todos— haberlas leído, aceptándolas en su integridad con la famosa «x» que el cursor de marras puntea en todos los registros habidos y por haber en la Red. Y luego a recibir spam de vete tú a saber quién. «En fin —suspiró Samuel con cierta decepción—, mandaré mi respuesta y ya veremos… Cuarenta entre dos, veinte».
Las reglas eran claras: en la página web de Kamduki se iría anunciando, una a una, el día y la hora exacta del inicio de cada prueba. A partir de ese preciso momento se iniciaba la cuenta atrás, independientemente de cuándo cada cual entrase en la aplicación. Con carácter previo se habrían enviado las claves personales directamente a las cuentas de correo de cada uno de los participantes. Bastaba con pulsar la opción Resolver las pruebas en la página inicial de Kamduki, introducir las claves y entonces aparecía otra página con el número de la prueba, su enunciado, el plazo para la resolución, un temporizador indicando el tiempo que restaba para su vencimiento, un apartado para escribir la respuesta y el típico recuadro para validar y enviar la información. Poco más… Se precisaba ser mayor de edad —aunque luego, como en todas las aplicaciones, se registrasen menores falseando la fecha de nacimiento—, no estaba permitida la participación en grupo y se seguiría un sistema eliminatorio de clasificación para las siguientes pruebas, es decir, quien no lograba solucionar un ejercicio en el plazo estipulado, ya no podría continuar jugando. El vencedor debía resolver nueve pruebas y el premio, aunque desconocido, se suponía imponente.
Samuel tecleó el número 20 en la casilla para las respuestas, pero justo en el preciso instante en que el dedo índice de su mano derecha se apoyaba en la tecla de validación sintió un pálpito, como una extraña sensación de que todo transcurría demasiado deprisa, demasiado fácil…; ¡y es que en verdad la pregunta era demasiado sencilla! Pero titubeó al recordar la advertencia que aparecía en las instrucciones generales: «Tenga especial cuidado a la hora de pulsar las teclas, pues si envía una respuesta errónea no habrá una segunda oportunidad; quedará eliminado del juego». De modo que verificó que realmente había escrito el número correcto y volvió a repasar el enunciado… Y entonces se dio cuenta de lo estúpido que había sido.
La prueba no estaba destinada a eliminar a los más simples, como pensaba Samuel, sino al grupo de participantes impulsivos, impacientes e irreflexivos, aquéllos que se dejan llevar por la primera impresión y actúan con precipitación, respondiendo de forma refleja cuando creen ver una situación lo suficientemente clara como para afrontarla sin vacilaciones, dando por sentado que su visión de la verdad es única e incuestionable.
Si el primer día nuestro zapatero ha emparejado dos zapatos, el segundo día tendrá cuatro. De esta forma, el decimoctavo día dispondrá de 36 zapatos ordenados por pares. Pero cuando el decimonoveno día empareje dos más, lógicamente los otros dos zapatos restantes también quedarán diferenciados. No es necesario esperar otro día. La respuesta correcta era 19.
En realidad Samuel no sabía ni cómo se había percatado de la trampa en el último segundo. Siempre había sido así: cuando llevaba la razón, la llevaba. Si algo estaba claro para él, escuchaba otras versiones por respeto, pero ni siquiera las consideraba. La confianza en sí mismo, tan positiva a veces, en otras le había llegado a causar más de un problema. Le sobraba subjetividad, y así no se podía ser ecuánime. Cuando le presentaban a alguien formaba una inmediata opinión de esa persona y ya le resultaba complicado cambiarla, sobre todo cuando era negativa. No comprendía a quienes deliberadamente desaprovechan la única oportunidad de que se dispone para causar una buena primera impresión. Si de principio no le gustaba alguien, ya no había solución: le hacía la cruz para toda la vida. Y no sólo actuaba así con desconocidos: le ocurría lo mismo con presentadores, famosos, artistas… El prejuicio, sin duda, era su principal defecto… ¡aunque la mayoría de las veces acertaba! Al menos eso pensaba él, claro.
Una extraña intuición, inusual en él, le había hecho salvar la prueba. Un golpe de suerte, que a buen seguro no le iba a acompañar siempre. Así que tendría que estar más atento a partir de ahora, si tenía verdadera intención de llegar lejos.
Una vez transcurridos los diez días apareció la solución en la página principal de Kamduki. Se habían registrado más de tres millones de internautas; según se podía leer, «sólo» habían resuelto la primera prueba 1.325.457 personas. ¿Qué había ocurrido con los otros dos millones? Pues una gran mayoría seguramente se habría olvidado por completo del juego, en la línea habitual de quiénes aprovechando la gratuidad se apuntan por puro vicio a todo cuanto ven por Internet. Otro tanto por ciento se habría visto afectado por un desinterés sobrevenido, tras considerar que había cosas más importantes que hacer que perder el tiempo de esa manera. Quedaba la duda de saber cuántos concursantes habían sido eliminados por precipitarse con la respuesta.
La verdad fue que la solución se pudo ver en numerosos foros de Internet pocas horas después de que apareciera la pregunta, de ahí que resultara difícil comprender las causas que originaron aquella criba de participantes. Pero a Samuel eso apenas le importaba. Quedaban compitiendo más de un millón de personas y todos ellos se habían molestado en responder, previo razonamiento; por tanto, habían demostrado que querían ganar y que continuarían intentándolo. Estaba por ver si seguiría apareciendo información en Internet sobre las respuestas cuando fueran quedando menos participantes o cuando las pruebas incrementaran su grado de complejidad…
De momento había que esperar a que saliera el siguiente ejercicio, que, según anunciaban, ocurriría el próximo 11 de marzo a las 21 horas. No es que Samuel anhelara que llegara ese día, pero sí que sentía cierta expectación. Entretanto la página ofrecía distintas curiosidades: datos de participación y aciertos por países, entrevistas a personajes más o menos famosos que habían errado la respuesta (algunos con un cociente intelectual superior a 130 puntos), opiniones de psicólogos sobre los motivos que impulsan a tomar decisiones precipitadas…
El tiempo avanzó con diligencia, como suele ocurrir en el período que separa el Carnaval de la Semana Santa. «La Santísima Semana» —como la solía llamar Samuel—, que le brindaba, año tras año, cuatro fenomenales días de descanso. En esta ocasión abarcaba los últimos días de marzo y los primeros de abril. Samuel, como la inmensa mayoría de los trabajadores, por un lado se alegraba de que estuviera tan próxima; por otro no le hacía ni chispa de gracia pensar en lo largo que le iba a resultar luego el período laboral ininterrumpido hasta que llegasen las vacaciones de verano, porque encima la festividad del 1 de mayo caía en sábado y, por tanto, como si no existiera para todos los que, como él, tenían la fortuna de librar los fines de semana.
Una vez más, las noticias se centraban en la conmemoración del terrible atentado perpetrado en Madrid el 11 de marzo de 2004. Habían transcurrido seis años, pero el recuerdo se mantenía vivo en todos como si hubiese sucedido ayer. No hay español que no pueda recordar qué estaba haciendo aquella mañana en la que unos salvajes acabaron caprichosamente con la vida de 194 personas e hirieron a más de 1500. «¿Por qué? ¿Para qué? ¿Hay algún fin que pueda justificar la muerte indiscriminada? ¿Cómo puede caer tan bajo el ser humano?». Samuel suspiró y apagó la tele con profunda tristeza, consciente de que sus preguntas no podrían jamás obtener una respuesta con sentido.
Eran las diez y cuarto de la noche y encendió su ordenador para conocer el enunciado de la segunda prueba de Kamduki. Sólo por curiosidad, pues se sentía cansado y prefería enfrentarse a la resolución el día siguiente, o tal vez el sábado, disfrutando del fin de semana. Pero no contaba con lo que estaba a punto de ver…
Prueba n.º 2:
Todos los árboles de un jardín son olivos, menos dos de ellos. Asimismo, todos son naranjos, menos dos de ellos. Además, todos son cerezos, menos dos de ellos. ¿Cuántos árboles tiene el jardín?
Tiempo de resolución: 2 horas
Samuel dio un respingo y miró de inmediato, nervioso, el reloj de su muñeca. Al principio era incapaz de articular algún tipo de razonamiento sensato. Luego se dio cuenta de que el problema no podía ser tan difícil y que disponía aún de más de media hora de tiempo. Una vez se serenó, pudo averiguar la sencilla solución.
Poco más de doscientas mil personas lograron seguir adelante. La mayoría, obviamente, no se habría conectado a tiempo. No creía desde luego Samuel que la prueba fuese tan complicada como para no dar con la solución. Sólo tres árboles podía tener el jardín. A esta conclusión no debería tardarse más de diez minutos en llegar, por muy poco inspirado que uno estuviera.
Sin duda, la aplicación Kamduki estaba jugando con los participantes, eliminando el tipo de competidores que no deseaba. Era inconcebible facilitar diez días de plazo para resolver una primera prueba tan sencilla, salvo que se pretendiera, aparte de excluir a los concursantes impulsivos, crear un clima de confianza para, acto seguido, descartar en la segunda prueba a los aspirantes despreocupados, informales, impuntuales, descuidados, distraídos… aquéllos que no le habían otorgado al juego la suficiente seriedad. La prueba comenzaba a las nueve y había que estar ahí preparado. Punto. El juego tenía su mala leche —pensaba Samuel— y había que estar muy atento porque intuía que las verdaderas pruebas aún no habían comenzado. Era consciente de que se había librado en dos ocasiones de la exclusión por pura casualidad, y no estaba dispuesto a fallar una tercera. Si era eliminado de aquella sorprendente competición que fuese porque no consiguiera resolver una prueba, no por errores absurdos. Así discurría Samuel, sin dejar de alabar el maquiavélico inicio que había desplegado el juego. ¡Qué lejos estaba entonces de imaginar que lo que hasta ahora había visto era sólo la punta de un siniestro y endemoniado iceberg!