A---Discutiremos, pues, del amor.
B---Y oportunamente, puesto que discurriendo de la virtud, de la muerte, de la fuga, de la abolición del ser, nos hemos limitado siempre y únicamente a discurrir de soledades, abstracciones, y, en definitiva, no hemos salido nunca, pese a dialogar, del monólogo.
A---Mientras que amor es movimiento del alma, que exige un destinatario.
B---Así me lo parece.
A---En definitiva, en el amor tenemos a un amante y a un amado.
B---Quien ama, algo ha de amar.
A---¿Algo que existe? ¿O por ventura podría amarse a un algo inexistente?
B---Algo existente, supongo.
A---Algo amado y existente; y, supongo yo, distinto, no confuso jamás con quien ama.
B---Naturalmente, constantemente distintos.
A---¿En cualquier caso?
B---Desde luego, en cualquier caso.
A---Y, a tu parecer, ¿la dignidad del amor está más en manos de quien ama o de quien es amado?
B---De quien ama, creo yo; éste sufre, medita, se aflige, se revuelve, se desasosiega, es noctámbulo e insomne, trasvé, no ve; en definitiva, si no fuera éste quien amara, ¿quién podría ser el objeto del amor? De no ser tocado por el amor, sería cosa mísera, en todo semejante al resto de los posibles objetos de amor, que en ningún caso salen de su soledad.
A---Así pues, tú dices que la dignidad del amor, e incluso el propio amor, son privilegio del amante.
B---Eso es, precisamente.
A---¿Pero crees que el amante puede destinar su amor a cualesquiera objetos? Entiendo con ello: ¿éste es indiferente a la belleza, el decoro, la sabiduría, la gracia? ¿Puede amar a cualquier cosa que exista, incluso inanimada e ínfima?
B---No, desde luego, el amante amará algo que no dejará de tener una cierta gracia, y un no sé qué, una determinada dulzura, un decoro.
A---Por lo tanto, el objeto amado no es ajeno, indiferente a semejante movimiento del alma al que llamamos «amor».
B---No ciertamente.
A Y si el amante amara algo sumamente inconveniente, digamos un hombre de letras, un matemático que ame a un simio, a un puercoespín, un filo herrumbroso, ¿seguiría siendo, ese amante, depositario de la dignidad de amor?
B---Podría serlo, pero su dignidad quedaría por entero frustrada dada la infeliz elección de su amor.
A---Por lo tanto, si no entiendo mal, quien ama debe amar objeto conveniente, y si ama en cambio algo inconveniente, perderá precisamente la dignidad de amor.
B---Así lo supongo.
A---Pero en tal caso, me parece a mí, la dignidad de amor no estará administrada únicamente por el amante, en virtud del amor.
B---Yo diría más bien que habrá casos en que semejante dignidad quedará intoxicada por una cierta inconveniencia.
A---Inconveniencia que hunde sus raíces en lo que es amado.
B---Sí, como dices tú.
A---Deduzco de ello que el amor es susceptible de un decoro indecoroso, y que semejante condición depende de aquello que es amado. ¿No crees, pues, que aquello que es amado tendrá algo que ver en este decoro de amor?
B---Digámoslo así; con todo, no me siento por entero persuadido.
A---Pongamos que haya alguien que ame a un puercoespín, a una sierpe, a un escorpión; ¿no crees tú que, para amar a éstos, el amante habrá tenido que exhumar en sí una capacidad de amor específica, como conviene a un puercoespín, y lo que sea?
B---No puedo negarlo, por más que todo esto me parezca una locura.
A---¿De modo que el amor, a tu parecer, puede abrirse paso sólo entre seres con raciocinio, capaces de palabras, amantes de los vestidos? ¿Es, digámoslo, cosa del hombre y de la mujer?
B---Es lo que creo; ¿quién hay que se prende de los escorpiones?
A---Pero eso es lo que me resulta extraño; que conozcan amor sólo quienes tienen función razonante. Pero el amor no forma parte de la función razonante.
B---No en verdad.
A---Pero ¿es que no aman acaso escorpiones, palomas y tórtolas? ¿No se acechan y se enredan amorosamente las sierpes? Y no desde luego tienen el privilegio de la razón.
B---Oh, no, no lo tienen.
A---Por lo tanto, supongo yo que amor no quiere ir en ningún caso acompañado por razón; sino que, al contrario, hay amor por doquier haya cosa viva.
B---Pero distinta será la dignidad.
A---¿Juzgas indecoroso un amor de sierpes?
B---Indecoroso no diría yo, ni inconveniente; pero lo encuentro asunto turbio.
A---Pero la sierpe no tiene en sí razón.
B---No la tiene.
A---Y hemos dicho que amor no es razón.
B---Te repites.
A---Discúlpame. Pero si amor no es razón, ¿no serán esas sierpes totalmente amor, por el hecho mismo de que no tienen obstáculos de razón? ¿No podría concluirse de ello que su manera de amar es más completa y noble de lo que nosotros podemos alcanzar, enturbiados como nos hallamos por esa extraña y frígida materia, ese saetín razonante?
B---Pero el humano amar es alto, noble, generoso, devoto.
A---¿Consideras que lo es en cualquier caso, o cuando el objeto sea congruente?
B---Sólo si el objeto es congruente.
A---Por lo tanto, el objeto amado participa de la dignidad del amor.
B---No podría negarlo.
A---Pero el amor se alberga también en la sierpe.
B---Ya lo hemos dicho.
A---Y por lo tanto, en cuanto amantes, tenemos cierto parentesco con la sierpe.
B---De una manera sofística y extravagante, puedo dar mi asentimiento.
A---Aunque, desde luego, quien no ama no se emparienta con la sierpe.
B---No, desde luego.
A---Pero si hay dignidad en el amar, ¿qué será mejor en absoluto, amar o desamar?
B---Mejor amar, indudablemente.
A---Y por lo tanto, si amando se consigue semejante parentela, será mejor ser parientes con la sierpe que absolutamente ajenos. ¿O te reputas abatido por semejante parentela?
B---Abatido, en efecto; porque la sierpe ama a la sierpe, y el objeto congruente de un amor de sierpe será la venenosa nequicia de otra sierpe.
A---Concedamos, y desconozco si es verdad, que la sierpe sea también en amor venenosa e inicua: ¿no sería, cada una de estas sierpes, objeto conveniente para el amor de otra sierpe? ¿O te parecería más noble, más conveniente que una sierpe se prendara de figura humana?
B---Innoble, absolutamente inconveniente.
A---Por lo tanto la sierpe, al amar a la sierpe, ama en guisa sabia y decorosa.
B---Naturalmente, naturalmente, se explica por sí mismo.
A---Pero entonces, ¿no será este de la sierpe, un buen y honesto e incluso honorable amor?
B---A su serpenteante manera, lo será.
A---Y lo mismo diremos, creo, del escorpión. ¿O acaso el escorpión no ama? ¿O el gusano? ¿O la rata de albañal?
B---Naturalmente, a su manera, todos aman.
A---¿Y mariposas, topos, gusanos? Y, suponiendo que se den animales en otros mundos también, ¿amarán?
B---Amarán.
A---El amor acaece por doquier, podríamos decir.
B---Por doquier, desde luego.
A---Pero no puede decirse lo mismo de la razón.
B---No en verdad.
A---Por lo tanto, no es la razón seña de identidad del mundo, por entero y en todas partes.
B---No lo es.
A---Pero sí lo es el amor. Y por lo tanto amor y no razón nos hace formar parte del mundo.
B---¿Es que quieres hacerme pariente de sierpes, y sólo en cuanto tal parte del mundo?
A---No digamos parientes, sino consanguíneos de una idéntica sangre afectiva. Aman las plantas, y tal vez amen las piedras. ¿Acaso no se ha dicho que es amor el alma del mundo?
B---Los poetas dicen demasiadas cosas.
A---¿No crees que digan la verdad?
B---Me es difícil confutarlos; pero estas demencias serpenteantes me provocan ansia.
A---Pero no negarás que las sierpes están en el mundo, exactamente como tú.
B---Naturalmente, pero de manera muy distinta.
A---Pero no en lo que atañe al amor; ¿es que no tienen ellas también problemas de decoro, dignidad, conveniencia?
B---Los tienen, pero no lo saben.
A---Es cierto, no tienen racionalidad, son completamente amor.
B---Digámoslo así.
A---Así pues, todos nosotros, los seres vivientes, participamos de esta alma del mundo, y nos ganamos ese decoro suyo, del que ya hemos tratado.
B---Sea así.
A---Pero volvamos a lo nuestro, amante y objeto amado.
B---Te escucho.
A---Quien ama tiene decoro, se ha dicho; con esta condición, que su amor no sea a despropósito e inconveniente. Y, por lo tanto, de ello se deriva que la dignidad del amante está condicionada por la cualidad del amado.
B---Pero en tanto es mayor la dignidad del amante que su amor puede, de forma absoluta, transformar algo pobre en admirable, y hacer conveniente lo inconveniente.
A---Y eso, supongo, lo obtendrá con la razón.
B---Pero ¿qué dices? Con el amor, naturalmente.
A---Pues entonces milagroso será el amor, allá donde nada podrá la razón.
B---Nada en absoluto.
A---Se diluye de esta forma la única diferencia del amante respecto a sierpes, ratas de albañal, gusanos. Yo me complazco con ello.
B---No veo la razón de semejante leticia tuya.
A---Podría decirlo de esta forma: sólo quien ama participa del amor alma del mundo.
B---Concuerdo, y deduciré de ello que la dignidad de quien ama es celeste.
A---No seré yo quien niegue lo celeste de la cerasta. Vamos, no te ensombrezcas, volvamos a nuestra pareja; quien ama y quien es amado.
B---¿Hablas de sierpes?
A---También, pero no hablemos con metáforas.
B---Continúa.
A---Habíamos llegado a la conclusión de que posee mayor dignidad aquel que ama. Y quien posee mayor dignidad, ¿posee mayor o menor potencia que quien carece de ella?
B---Mayor potencia.
A---Resulta obvio. Por lo tanto, en virtud de su ser honorable, el amante será más poderoso que el objeto de su amor. ¿O me equivoco?
B---No te sigo.
A---Esto entiendo: que el amante, por su decoro de amante, tendrá en su poder al objeto amado, ya que éste tiene nula o poca y casual dignidad. ¿Crees tú que lo mantiene en esclavitud?
B---No, desde luego que no. El objeto amado tiene gran poder sobre quien ama. Por hablar en plata, quien ama es esclavo.
A---¿Y el esclavo posee dignidad?
B---Oh, no, las congojas, nada más, lo ennoblecen.
A---Y la potencia del objeto amado, ¿tiene confines?
B---En cuanto amado, no puede tenerlos.
A---Es omnipotente, por lo tanto.
B---Su poder no disminuirá en tanto en cuanto no cese de amar el amante.
A---Por lo tanto, el objeto amado, omnipotente esclavista de amantes, posee una terrible dignidad propia, a la que el amante no puede oponerse. ¿O es que puede?
B---¿Puede qué?
A---Oponerse al objeto amado.
B---¿Y cómo sería posible? Amar es servir.
A---Justamente, por lo tanto no será completa y únicamente honorable.
B---Es cierto, será indecoroso en modo sumo.
A---No lo olvides, quien ama toma parte en el mundo entero. Podrá ser feliz o infeliz, pero a su manera es divino.
B---¡Mas a cambio de qué congojas!
A---¿Congojas de quien ama?
B---Frente al terror que inflige la belleza, al saberse indigno y del afecto y del objeto del afecto, y no poder desamar; las palideces, los sueños, los insomnios, los espantos, el desasosiego ante que lo que consiente el amor mude de ánimo, o hacia otra parte se vuelva, o devuelva dolo a cambio de devoción… Los presentimientos, las aflicciones, los desalientos, «tu amor no es ya de esta tierra», los días transcurridos en soledad, el hablar en voz baja y seca, la desventurada y tierna servidumbre, obedecer, en noches gélidas velar…
A---¿Es aquél correspondido?
B---En ocasiones. Se le diría feliz, ¿te das cuenta? Casi como si desconociera la fragilidad y la terribilidad de los afectos humanos. El desamor mata, el amor tortura.
A---¿Y la dignidad? ¿No será entonces quien ama de una suma e ínfima dignidad?
B---Dejémoslo correr, no te lo tomes a chanza. Aquel que ama es hoguera que camina, tizón que mortecino se consume en las tinieblas de una constante noche, encadenado en carrera, herido por estilete que sangrando sonríe, blanco de sierpes o flechas: todo son celos, miedos, ansias, esperas, temblores.
A---Y del objeto de amor, ¿qué quieres decir?
B---El objeto de amor, si, como suele acaecer, ama con cautela y con una brizna de menosprecio, es inalcanzable, inaccesible, invisible. Tortura, pero son las suyas torturas inocentes, infantiles; inconfesables, incluso. No falta quien se consume: habrá otro a quien le plazca asistir a semejante consunción.
A---El amante se consume y se afana; pero ¿no será precisamente la ferocidad de semejante condición lo que le haga digno de conocer su propia pertenencia al alma del mundo?
B---Podría ser, pero desconfío.
A---¿Querrías, pues, desamar?
B---Nunca más. Sería yo otro.
A---Pero quien ama, ¿ama siempre, ama sólo cosa tangible, corpórea?
B---Prosigue. Te escucho.
A---¿Has amado alguna vez a objeto muerto?
B---Por desgracia sí.
A---¿Lo dirías amor inconveniente?
B---No en verdad, sino angustiosamente pertinente.
A---Pero aquello que, amado, se ha perdido, no es algo que se frecuente; no es cruel, ni lisonjero.
B---Frecuenta nuestros sueños, nos charlotea al lado en lugares solitarios, en señal de enigma nos parece ver un mensaje.
A---Pero verlo, no lo ves.
B---No, no lo veo.
A---Y sin embargo, amas. ¿Y supones que eres amado?
B---Lo ignoro. Pero por la intensidad de mi amar, reputo que algo de este amor mío pueda ir a parar a su objeto. Creo que los grandes taciturnos no están exentos de ese amor que es, según decías, alma del mundo.
A---Por lo tanto, puede amarse algo que no se ve.
B---Que no veo pero que rememoro.
A---Y a causa de la fama, de una imagen vista ¿puede amarse?
B---Puede amarse, en efecto.
A---Pero no será, desde luego, amor que transite por los ojos.
B---Tenemos ojos interiores, y además fantaseamos, y por último, aquello que amamos, si nos es negado verlo, podemos formarlo en nuestra imaginativa.
A---Por lo tanto, puede amarse algo ignoto.
B---O más bien fabulosamente noto.
A---Supongamos que este objeto de amor noto a través de fábula todo lo ignore de tu amarlo, o que viva en otra parte, o que, sin saberlo tú, haya muerto; o sea objeto indigno. Sórdido.
B---El amor, en cuanto fantástico, no se resentirá.
A---Puede amarse, pues, algo inexistente.
B---Desde luego, todos los amantes lo hacen.
A---Precisamente: nadie posee aquello que ama. Nadie consigue aquello que ama.
B---Nadie. Jamás.
A---¿Y eso vale para ambos?
B---¿Qué quieres decir?
A---Si el objeto de tu amor no te ama, desde el punto de vista del amor no existe. Y si te ama, no existe porque el amor ama siempre algo distinto de lo que cree y afirma amar.
B---Dices pues que el objeto de amor es algo que no existe, ni puede existir. Y sin embargo, el amante ama.
A---Desde luego, ama algo inexistente, ausente, perdido desde siempre.
B---Desde siempre.
A---Pero el amante existe.
B---El sufrimiento lo persuade: existe.
A---Amante es aquel que ama; y aquel que ama aspira a conseguir la conjunción con el objeto que se ama; pero por definición el objeto no puede existir.
B---No puede.
A---No puede en cuanto objeto de amor, precisamente. Pero ¿qué es ese amante que ama algo inexistente?
B---Una locura, una burla.
A---¡Vamos, vamos! Él ama, pero sólo puede amar aquello que está radicalmente ausente; ¿no será el amante nada más que el lugar por el que pasa el amor del mundo?
B---No te sigo, pero sospecho hacia lo que tiendes.
A---Esto digo: que si el amante ama con tanto furor y dolor aquello que no existe, deba a eso el estar sustentado por algo ajeno. El ama: pero dado que no conocemos como inteligible y practicable la mitad de su amar, no diría yo que el amante ama, sino más bien que el amor, alma del mundo, en él conoce y se ama a sí mismo.
B---Valiente enredo.
A---Hagámoslo más sencillo. El amor ama, y para amar se coagula en larva, en sombra, en máscara, menos incluso; mortecinas palabras pronunciadas en la silenciosa imaginativa, gestos imposibles.
B---¿Y en ese caso? ¿Recuperará, ese amor, algo de su dignidad?
A---Toda la recuperará, querido mío, porque este amante, como el objeto amado, es la nada.
B---¿De modo que el amante es la nada?
A---La nada; él, en efecto es, en su cúspide, completa y únicamente amor por cosa inexistente, y ese amor que ama a la nada no puede ser de naturaleza diversa a la nada.
B---¿De manera que la nada ama a la nada?
A---Podemos decirlo de la siguiente manera: presupuesto del amor, agente y sufriente, es la nada.
B---¿La nada? ¿Y el amor?
A---¿Es que no lo hemos dicho ya? Se halle donde se halle la nada, es el amor, y la nada está por doquier.
B---Pero el amor está por doquier.
A---Eso, en definitiva, lo has dicho tú, no yo.