Salónica (Grecia), 2005
—¡Sara, hay que deshacerse del cofre! ¡Han entrado en mi casa y casi me matan, he escapado de milagro…! No podemos seguir así, estamos en verdadero peligro… He llamado a Spyros para contarle lo que ha pasado y decirle que vaya para tu casa. Me ha dicho que solo hay una persona en el mundo que pueda ayudarnos y que él puede conseguir llegar hasta ella. Tenemos que hacerlo, tenemos que llegar hasta esa persona para impedir que el tesoro caiga en manos de los que han querido matarme, porque si lo consiguen, puede correr mucha sangre.
La voz que le llegaba a Sara Misdriel a través del teléfono era entrecortada, llena de tensión. ¿Qué estaba pasando?
—No te muevas de casa, cierra bien la puerta y espera a que lleguemos.
—¡Dime qué ocurre, Yorgos, por favor! —pidió Sara con voz angustiada.
—Han debido de pensar que el cofre se encontraba en mi casa. Si han venido por mí, también te buscarán a ti.
—Me estás asustando.
—¡Esos sujetos son unos fanáticos muy peligrosos! No podemos perder tiempo, debemos evitar por cualquier medio que consigan su propósito. Hay que tomar una decisión y buscar ayuda con urgencia. Si llamas a Spyros, utiliza el móvil porque es muy probable que tu teléfono esté pinchado. —Yorgos guardó silencio durante unos segundos, como si dudara de la conveniencia de lo que acababa de decirle a Sara porque eso la asustaría más—. Voy para allá. Mientras tanto haz lo que te digo, no te muevas de ahí bajo ninguna excusa y no le abras a nadie, ¿entendido?, ¡a nadie, sea quien sea! Cuando lleguemos al portal llamaré por el teléfono interior y nos alejaremos un poco de la puerta para que puedas vernos bien por la cámara del videoportero. Y si observas que hay alguien en las proximidades, no abras aunque yo te lo pida y llama a la policía… Cuando estemos delante de la puerta de tu casa daré tres golpes fuertes y un timbrazo prolongado, pero antes de abrir comprueba por la mirilla que somos nosotros y que estamos solos. Si hay alguien más, ¡no abras bajo ninguna excusa!
Yorgos cortó la comunicación. Sara se quedó unos instantes mirando con fijeza el teléfono móvil; después se sentó. En su rostro apareció un claro gesto de preocupación y de miedo. Se dejó caer en una silla con expresión atemorizada. Entrelazó las manos con nerviosismo, las puso sobre las rodillas y estuvo un rato contemplándolas con mirada inexpresiva. La llamada de Yorgos había disparado de nuevo las alarmas para avisar de que el peligro en que se encontraban era más grave de lo que habían supuesto.
Permaneció en esa actitud hasta que el timbre del teléfono interior la hizo volver a la realidad. No supo cuánto tiempo había pasado. Levantó la cabeza sobresaltada y corrió a descolgarlo. En la pantalla del videoportero aparecieron los rostros de Yorgos y Spyros, que se retiraron del visor para que Sara pudiese tener más campo de visión. Cuando comprobó que en las cercanías no había nadie, como le había indicado Yorgos, pulsó el interruptor para que el mecanismo electrónico abriese el portón de entrada. Después, impaciente, esperó a que los dos hombres apareciesen.
Cuando oyó que golpeaban tres veces la puerta y que el timbre sonaba largamente, corrió a observar por la mirilla. Yorgos y Spyros estaban en el pasillo. El temor de Sara creció de pronto y un sudor frío comenzó a correrle por la espalda y la frente cuando vio que la camisa de Yorgos estaba manchada de sangre y que Spyros llevaba una pistola en la mano.