Ir en busca de Natán había sido una insensatez, pensó Sara, y la postura de Yorgos, que la había silenciado, tampoco tenía justificación.
Se levantó a buscar agua. Sacó una botella del frigorífico y bebió apoyada en uno de los muebles de la cocina, donde permaneció un rato. No entendía la actitud de ninguno de los dos. Si ella lo hubiese sabido, lo habría evitado por cualquier medio. Natán Zudit era un asesino que no se detenía ante nada ni ante nadie. Spyros había actuado de un modo irreflexivo; Yorgos, con su silencio, se había convertido en cómplice de una temeridad. Se sentía molesta y enfadada. Con ambos.
Volvió al salón.
—Os habéis comportado como dos niños —les soltó con gesto de enojo—. Si creéis que de esta manera voy a sentirme más segura, os equivocáis. ¡No, no digas nada! —atajó a Spyros, que trató de hablar—. Quédate callado… Nadie mejor que yo sabe que Natán es un ser despreciable. He sufrido su acoso durante mucho tiempo y ambos sabéis lo que me hizo el Camaleón por orden suya. Incluso se permite, como acabas de contarme, llamar con mi nombre a las prostitutas que contrata para hacerse la falsa ilusión de que se está acostando conmigo. ¡Es sucio hasta para eso! Es un depravado repugnante y un asesino, algo que le viene de familia —dijo con desprecio—. Pero por nada de eso merece la pena que te expongas como lo has hecho. Y tú, Yorgos, que lo sabías, decidiste callarte y no decirme nada, probablemente porque también tú hubieses querido ir a partirle la cara a esa inmundicia de Natán. ¿Me equivoco? ¿Crees que puedes engañarme? —Yorgos cruzó una mirada con Spyros—. ¿Y si te hubiese matado? —le preguntó a Spyros—. ¿Qué habría ocurrido? ¿Lo has pensado fríamente? ¿No? Pues te lo voy a decir yo: que este inteligente profesor universitario —dijo, señalando con el dedo índice a Yorgos—, este inteligente y necio profesor universitario habría ido después a buscar a Natán y puede que tampoco hubiese vuelto… Si eso hubiera ocurrido, ¿en qué situación habría quedado yo? Vosotros dos, las personas que más quiero, muertos por hacerse los valientes… Pensadlo, si es que sois capaces de tener un pensamiento sensato… Que yo sepa todavía existe la policía y hay jueces, pero por lo visto eso a vosotros os trae sin cuidado… Quiero que os vayáis los dos —añadió con determinación.
—Pero Sara, nosotros… —fue a decir Yorgos.
—¡No, no trates de buscar una justificación! Lo que habéis hecho no la tiene. Marchaos. Y no os preocupéis por mí, sabré cuidarme.
Yorgos y Spyros se levantaron y se dirigieron callados hacia la salida. Sara cerró tras ellos.
Cuando se quedó sola apoyó la espalda en la puerta con gesto abatido. Se sentía mal por la decisión que acababa de tomar, pero sabía que era la más acertada porque ambos habían actuado de manera irreflexiva e imprudente. Debía mostrarse firme.
* * *
El ascensor se detuvo. Yorgos abrió la puerta y cedió el paso a Spyros. Una vez fuera se quedaron parados el uno frente al otro, callados, observándose y sin saber qué decirse, hasta que Yorgos contuvo un amago de risa. Spyros lo miró con expresión cómica y soltó una sonora carcajada que Yorgos secundó.
Sin mediar palabra y entre carcajadas, entraron de nuevo en el ascensor. Llamaron a la puerta del piso de Sara tratando de aparentar seriedad, pero cada vez que se miraban volvían a reírse. Así los encontró Sara cuando les abrió. Entraron en la casa, Spyros la abrazó y dio un par de vueltas enlazado a ella y cuando la dejó fue Yorgos el que la rodeó con los brazos.
Sara, perpleja, no entendía lo que estaba ocurriendo, pero se alegró de volver a verlos.
—¡Bueno, basta! ¿Qué es lo que os pasa?
—Que te queremos muchísimo —le dijo Yorgos.
—Sí, muchísimo —lo secundó Spyros.
—Y que tienes razón.
—Sí, tienes toda la razón, nos hemos portado como unos imbéciles, en particular yo —subrayó Spyros—. Pero teníais que haber visto la cara de Natán cuando me vio.
—Spyros… —dijo Sara a modo de advertencia.
—De acuerdo, vale, no volveré a hablar más de este asunto, es agua pasada, lo prometo.
—¿Y tú no tienes nada que prometer? —preguntó a Yorgos.
—Sí —fue la lacónica respuesta.
—Y bien, ¿qué es?
—Prometo portarme bien, dedicarme a mis papeles viejos y… quererte cada día más.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Spyros. Escuchó sin decir nada durante un rato y a medida que lo hacía le iba cambiando la expresión.
—¿Estás seguro? —preguntó con gesto preocupado.