—Este es Natán Zudit. —Spyros mostró una fotografía a sir Francis—. Aunque de cara a la galería es un rico anticuario de Salónica, eso no es más que una tapadera para sus sucios manejos. Incluso su actividad como anticuario está llena de sospechas porque, según parece, no hay expolio de excavación arqueológica que no tenga detrás la sombra de Natán Zudit. Por desgracia todavía no han logrado probarle nada, lo que no significa que tenga las manos limpias. Hay más de un asesinato que lleva su marca, pero sabe cubrirse las espaldas para largarle el muerto a otro. Está metido de lleno en el tráfico de diamantes de sangre y es muy probable que también tenga algo que ver con el de armas. Su padre fue un colaborador de los coroneles durante la dictadura militar en Grecia, y de su abuelo se dice que delató a muchos judíos para ganarse el favor de los nazis, aunque él también era judío. Además, trabaja para los Siervos del Tabernáculo, una peligrosa secta ultraortodoxa que pretende levantar el tercer Templo en la explanada de las mezquitas de Jerusalén.
—¿Y por qué anda tras vosotros?
—Por una razón: está obsesionado con Sara y…
—Esa no es una razón y tú lo sabes, Spyros. Nadie se arriesga tanto solo por una mujer, a menos que esté loco, y por lo que me has contado este individuo no parece que sea de los que dan un paso sin pensarlo dos veces.
—No dirías lo mismo si lo conocieras. Es un depravado, un verdadero hijo de puta sin escrúpulos, pero es cierto, no es una razón, al menos no es la única, hay otra: anda detrás de algo que nosotros buscamos.
—Y ese algo es…
—Perdona, Francis, pero es mejor que no lo sepas. Confórmate con saber que, si lo consigue, se armaría una muy gorda en Jerusalén. Sería la mecha que encendería los ánimos de esos locos del Tabernáculo para empezar a cavar en la explanada.
—¿Tan importante es eso que buscáis?
—La importancia depende del uso que se le quiera dar. Algo que en poder de gente sensata resultaría inofensivo puede convertirse en una maldición si cae en manos inadecuadas.
—Estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que esté en mi mano, pero necesito saber en qué terreno me muevo. No quiero dar palos de ciego.
Spyros guardó silencio. Se levantó y salió a la terraza del apartamento. Sir Francis lo siguió con la vista. Al cabo de un rato, volvió a entrar en el salón. Se sentó frente a su amigo escocés y lo miró fijamente.
—Tienes razón… Todo empezó con un pergamino que apareció en una casa que Sara tiene en el viejo barrio turco de Salónica. Está escrito en judeoespañol. Como ya sabes, Sara es de origen sefardí y conoce esa lengua, pero el texto del pergamino era demasiado antiguo y críptico y solo pudo traducir una parte. Aquello era un galimatías sin pies ni cabeza. Yorgos lo mandó analizar y resultó ser de finales del siglo XV o principios del XVI, es decir, de la época en que los judíos fueron expulsados de España por los Reyes Católicos. Durante un tiempo yo no supe nada de la existencia del pergamino…, hasta que lo robaron.
—¿Lo robaron? ¿De dónde?
—De la casa de Sara. Natán Zudit contrató a un esbirro. Consiguió entrar con engaño en la casa, la atacó y se llevó lo que buscaba. Fue un tipejo indeseable de los bajos fondos de Salónica al que llamaban el Camaleón, que además la… la… —La cara de Spyros se encendió de ira.
—¿La violó? —preguntó sir Francis con gesto preocupado.
—No, no llegó a violarla, pero… la tocó, esa sucia rata tocó a mi hermana, la hirió y pudo haberla matado… Conseguimos dar con él y ponerlo en manos de la policía. En la cárcel dieron buena cuenta de su asqueroso pellejo.
—Continúa.
—Yorgos tenía una fotografía del pergamino y gracias a eso pudo descifrarlo. Ese profesor es alguien muy especial, Francis, alguien digno de mi hermana… No sé qué diablos tiene en el cerebro que funciona de un modo increíble. Poco a poco fue desgranando cada uno de los enigmas, las puertas, como él las llama, hasta que dio con la última, con la puerta secreta que nos mostró lo que se escondía detrás del misterioso texto.
—Y ese algo es…
Spyros esbozó una leve sonrisa.
—No te lo vas a creer, pero lo que andamos buscando está aquí, en España.
—No me digas que andáis detrás del Santo Grial —dijo sir Francis en tono escéptico.
—No, no somos tan imbéciles como para creernos esas patrañas. Se trata de algo mucho más real.
Spyros le desveló el secreto. Sir Francis permaneció durante un rato en silencio sin saber si dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—¿Estás seguro? —le preguntó.
—Completamente. Las pruebas que ha reunido Yorgos no admiten ninguna duda.
—Pues si eso es cierto, debéis andar con mucho cuidado. Si Natán Zudit hizo robar el pergamino, seguro que no era para venderlo en su tienda de antigüedades, sino…
—… para entregárselo a los Siervos del Tabernáculo.
—Que también deben de andar detrás de todo esto. Y si cae en manos de esa gente, se montará un buen lío porque será la excusa para comenzar a edificar el tercer Templo. Querido Spyros, si todo esto es cierto, y creo que lo es porque tú me lo aseguras, es hora de empezar a moverse. Muéstrame las fotos que hiciste anoche a esos dos tipos del restaurante —pidió sir Francis.
Spyros sonrió.
—No se te escapa nada, ¿verdad?
—No había que ser muy listo para darse cuenta de que tu fotografía del grupo no era más que una excusa para retratar a esos dos sujetos. Déjame tu móvil.
Sir Francis descargó en el ordenador las fotografías, recuadró las caras de los dos individuos y las sometió a un programa para mejorar la calidad. Después llamó por teléfono a Juan Villena y le pidió que fuese al hotel a ver si conseguía averiguar algo acerca de ellos.
—Juan tiene amistad con la gente del hotel y no le costará mucho enterarse de los nombres con que se han inscrito. Seguro que son falsos. Tengo un buen amigo en la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga que podrá darnos más información.
Sir Francis marcó un número de teléfono y esperó unos segundos hasta que alguien respondió.
—¿Luis? Soy Francis. ¿Cómo estás?
—Hombre, Francis, ahora mismo me estaba acordando de ti.
—¿De mí? ¿Acaso te emborrachaste anoche?
—Eso lo dejo para cuando nos veamos. Es que un amigo mío vende un barquito y me gustaría que lo vieras porque ando dándole vueltas a la posibilidad de comprarlo. Está muy bien de precio y en buen estado. ¿Podrías acercarte por aquí mañana o pasado?
—Déjame unos días. Han venido a verme unos amigos y no me gustaría pecar de mal anfitrión. Ya me conoces.
—De acuerdo, pero te espero. Y ahora dime: ¿a qué debo el placer de tu llamada?
—Necesito pedirte un favor. Voy a enviarte por correo electrónico las fotografías de dos personajes. Dime si puedes averiguar algo de esos dos angelitos.
—¿Tienes algún problema con ellos?
—No, a mí no me ocurre nada, pero tengo la impresión de que andan siguiendo a estos amigos y me dan muy mala espina.
—Cuenta con ello. Mándame las fotos. Te llamaré cuando tenga algo.
—Gracias, Luis. Y a ver si salimos a pescar de nuevo. La última vez cogiste el pez más grande por pura suerte, pero eso no va a ocurrir siempre. No te rías, que he estado practicando durante este tiempo.
Sir Francis colgó el teléfono.
—Tal vez convendría que Juan inspeccionara vuestras habitaciones. Ayer estuvisteis toda la tarde aquí y después nos fuimos al restaurante. Esos tipos tuvieron tiempo de entrar.
—¿Crees que habrán colocado algún micrófono? —preguntó Spyros.
—¿Tú qué habrías hecho?
—Poner micrófonos hasta en el inodoro.
—Pues eso es, seguramente, lo que han hecho ellos.
Sir Francis abrió el móvil y llamó a Villena.
—Juan, cuando averigües el nombre de esos sujetos recoge a la señorita Sara y al señor Poulianos y os venís para acá. Vamos a dar un paseo en el barco. —Cerró el móvil y se dirigió a Spyros—. Mándale un mensaje a Sara para que te llame desde fuera de la habitación. Cuando lo haga dile que no hablen nada, absolutamente nada, relacionado con vuestra búsqueda. Diles también que Juan irá a recogerlos para dar una vuelta por la bahía. Será un bonito paseo. Cuando volvamos inspeccionaremos vuestras habitaciones.
Spyros hizo lo que sir Francis le aconsejó. Al poco sonó su móvil.
—¿Sara?
—¿Qué ocurre, Spyros?
—¿Estás fuera de la habitación?
—Sí.
—Escúchame y no digas una palabra. Cuando yo termine de hablar vuelve a entrar en la habitación, sal con Yorgos sin decir una sola palabra. Es muy probable que hayan colocado micrófonos. Pon a Yorgos al corriente y volved a entrar como si no supieseis nada. Hablad de música, de caballos, de vuestro amor, de lo que os dé la gana, salvo de nuestro viaje ni del motivo por el que hemos venido a España. ¿Queda claro? Dentro de un rato Juan Villena pasará a recogeros. Vamos a salir a dar una vuelta con el barco de Francis, así que preparaos.
Spyros cerró el móvil y se lo guardó.
—Volvamos a Natán Zudit —le dijo a sir Francis—: mientras esté en activo seguirá siendo un problema para nosotros. ¿Entiendes por qué estoy preocupado?
—Claro que lo entiendo, Spyros, y estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que pueda.
Spyros era consciente de que no podía poner en peligro a sus compañeros del servicio secreto griego. Ya se habían arriesgado demasiado por él y pedirles más podía colocarlos en una situación comprometida. Solo quedaba un camino por el que poder enfrentarse a los Siervos del Tabernáculo y al propio Natán: el MI6 británico. Conocía la eficacia de los servicios ingleses de inteligencia y su capacidad para llegar a cualquier parte. Por eso se lo planteó abiertamente a su amigo.
—¿Algunos de tus muchachos podrían encargarse de Natán y de los Siervos?
—Sabes que estoy retirado.
—Y también sé que sigues manteniendo muy buenos contactos.
Sir Francis sonrió.
—Todo sea por los lazos marineros que nos unen. Ya se me ocurrirá algo. Déjalo de mi cuenta.