—¿Cómo que están en Inglaterra? ¿Cuándo se han ido? ¿Por qué no lo habéis impedido? ¡Sois dos inútiles! —bramó Natán Zudit.
Sentados frente a él, dos individuos con inconfundible aspecto de matones lo miraban con el rostro serio y las mandíbulas apretadas. Daban la sensación de estar haciendo grandes esfuerzos para no rebelarse por las palabras y el tono empleados por Natán. Uno de ellos, de rostro cuadrado y cabello muy corto, bajó la cabeza y compuso un gesto de malestar que Natán advirtió.
—¿Qué pasa? —le dijo Natán—. ¿No te gusta lo que os estoy diciendo? ¿Prefieres que te dedique palabras de arrullo como si fueras una nenaza?
El individuo se levantó con brusquedad de la silla con expresión hosca e hizo intención de ir hacia Natán, pero su compañero lo detuvo.
—Tranquilo, Zoran —lo calmó—. Siéntate.
—¿Ibas a pegarme? ¿Crees que te tengo miedo? —bravuconeó Natán, aunque su cara no pudo disimular la impresión producida por la repentina reacción del hombre. Instintivamente había metido la mano en un bolsillo de la chaqueta para empuñar la pistola que ocultaba allí.
—No, Zoran no pretendía pegarle…
—Vaya, me alegro, es un alivio —replicó Natán con sorna.
—… Iba a matarlo, y eso será lo que haré yo si continúa insultándonos. Usted nos ha contratado para seguir a unas personas, no para secuestrarlas, y no le vamos a permitir que continúe por ese camino. Si no le interesan nuestros servicios, lo dice y se acaba todo, pero si vuelve a insultarnos, vamos a terminar muy mal. Le hemos dicho que las personas que nos mandó vigilar se han ido a Inglaterra, a Londres, dos hombres y una mujer, joven y muy guapa, y eso es todo lo que hay. En ningún momento nos dijo que debíamos ir tras ellos allá donde fuesen, pero aun así hemos entrado en contacto con unos colegas de Londres que se encargarán de seguir sus pasos hasta cuando vayan a mear. Y ahora, señor Zudit, queremos nuestro dinero, el nuestro y el de los colegas de Londres. Así evitaremos… males mayores. Por cierto, esa pistola de juguete que esconde en el bolsillo no le habría servido de nada. No habría tenido tiempo de usarla antes de que yo le metiese una bala entre ceja y ceja.
El hombre se expresaba con un fuerte acento. Natán, que había permanecido en silencio mientras el individuo hablaba, trató de restar tensión. Sabía que se trataba de sujetos peligrosos; precisamente por eso, porque eran individuos sin escrúpulos, los había contratado para seguir el rastro de Sara, Yorgos y Spyros.
—Está bien, está bien —dijo—, tomemos las cosas con calma. Siento lo que he dicho, no volverá a suceder. Estoy un poco nervioso porque hay mucho en juego y no quiero que esos pájaros vuelen adonde yo no pueda seguirlos. Han hecho muy bien al hablar con sus colegas ingleses.
—No son ingleses —cortó Zoran con tono seco—. Son albanokosovares, como Namik y yo.
—Mejor aún —dijo Natán para relajar la conversación—. Nunca me han gustado los ingleses, allá por donde pasan se quedan con todo lo de los demás. —Esbozó una sonrisa forzada que ninguno de los dos individuos secundó—. Está bien, os pagaré lo que os debo y lo de vuestros colegas, pero me gustaría que todos continuaseis trabajando para mí. Puede que en un futuro os encargue un trabajo… especial. ¿Estaríais dispuestos a ir… un poco más lejos si fuera necesario? ¿Vuestros colegas querrían?
—¿Cuánto más lejos? —preguntó Namik.
—Hasta el final.
—¿Hasta el final… sin posibilidad de retorno?
Natán asintió con la cabeza.
—¿A cuántos?
—A los tres.
—¿A los tres?
—Sí, a los tres —confirmó Natán—. Y deberéis traerme algo que van a buscar y que me pertenece.
Namik miró a Zoran, que hizo una leve inclinación de cabeza para manifestar su acuerdo.
—Muy bien —dijo Namik—. Nos encargaremos de hablar con nuestros colegas, pero esos trabajos tienen una tarifa especial.
—Eso no será ningún problema. ¿Cuánto?
—Cien mil euros más los gastos. Cincuenta por ciento por adelantado y el resto al concluir el trabajo.
Natán se quedó pensativo unos instantes. Cien mil euros era mucho dinero, sopesó, pero si lograba hacerse con lo que los expertos de los Siervos del Tabernáculo habían descubierto, conseguiría sacarles tres veces más. No obstante, podría ocurrir que los criptógrafos se hubiesen equivocado y lo que el pergamino ocultaba no tuviese tanto valor como él había supuesto, o que le hubiesen dado pistas falsas. En ese caso habría hecho un mal negocio, algo a lo que no estaba acostumbrado. Pero tenía que arriesgarse. Si lo lograba, podría vengarse de Yisroel ben Munzel y eso justificaría sobradamente la inversión. Había sido humillado y no estaba dispuesto a perdonar.
—De acuerdo —aceptó al fin—. Si llega el momento y os necesito, ese será el precio.
—Todo en una cuenta de las islas Caimán. ¿Puede hacerlo?
—Claro que puedo hacerlo, en las Caimán o donde queráis. Pero si cerramos la operación, no podéis fallarme. Esos tres pájaros tendrán que ser cazados.
—Nosotros nunca fallamos en ese tipo de encargos —afirmó Zoran.
—Me alegra oír eso. Seguid como enlace con vuestros colegas de Londres. Os pagaré por ello.
—Conforme, ya conoce nuestra tarifa, pero que una cosa quede clara: no se le ocurra volver a insultarnos porque tenemos muy poco sentido del humor y sería una lástima que alguien saliese perjudicado —dijo Zoran.
—Muy perjudicado —añadió Namik.
Natán guardó un prudente silencio ante la velada advertencia de los dos sicarios.