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—Ignoro qué criterio habrá seguido el autor para asignar las gemas, ya que es frecuente que una misma joya se adjudique a dos o más tribus —puntualizó Yorgos—, pero lo que sí parece claro es que sigue el orden de colocación que tienen en el pectoral del sumo sacerdote según se desprende de la versión griega de la Biblia, es decir, de izquierda a derecha y de arriba abajo; según esa secuencia, a cada tribu le ha correspondido una piedra preciosa. Los atributos que se conceden a cada tribu están extraídos de las bendiciones que Jacob impartió a sus hijos.

Todo parecía indicar que Yorgos había descubierto una de las claves del manuscrito.

—En resumen —prosiguió—, que el autor ha tomado los meses del calendario babilonio y los ha identificado con los del judío. En este calendario el año empieza en otoño, con el mes tishrei, es decir, septiembre-octubre, pero el primer mes es nisán, por lo que el autor empieza a contar los meses en orden a partir del primero. Otro tanto hace con las tribus. Se ciñe al orden de nacimiento de los hijos de Jacob, pero no tiene en cuenta a Leví, porque los levitas se dedicaron al sacerdocio y nunca tuvieron un territorio propio, sino que anduvieron dispersos por las otras tribus. Tampoco considera a José sino a sus hijos, Efraín y Manasés, como os he dicho, con lo cual las tribus continúan siendo doce. Distribuye las gemas en el orden bíblico y para los emblemas de las tribus tiene en cuenta aquellos que los estudiosos de la Biblia han deducido a partir de las bendiciones de Jacob y las incluidas en el Deuteronomio para Efraín; a Manasés le atribuye el emblema de José.

—Lo que no acabo de entender es el papel que representan los doce meses. Todo lo demás, por lo que cuentas, parece responder a una cierta lógica, bastante complicada, pero lógica al fin y al cabo —comentó Sara—. Sin embargo, lo de los meses…

—Supongo que el autor los incluyó con una doble intención: desorientar a los profanos y a la vez dejar claro que hay un orden que va del uno al doce —aclaró Yorgos—. Por eso empieza con el mes de abib, es decir, nisán, que es el primero del calendario judío, como bien sabes. Es una pista más que conduce a las doce tribus, comenzando por Rubén y terminando por Manasés.

—Es decir, que lo que el pergamino oculta, si es que oculta algo, que eso todavía está por ver, tiene que ver con las tribus de Israel —observó Spyros.

—Podría ser, pero no me atrevo a asegurarlo —respondió Yorgos—, aunque, como os he dicho antes, esta no es más que la primera puerta, la que nos ha permitido vislumbrar una parte del enigma. Todavía nos quedan, por lo menos, dos más por abrir.

—¿Y cuáles crees tú que son esas dos? —preguntó Sara.

—Si no me equivoco, la segunda es muy probable que nos lleve al lugar en el que se encuentra lo que sea que está escondido; la tercera, si hemos seguido correctamente las indicaciones y no nos hemos equivocado en la interpretación de las pistas, nos dirá de qué se trata. Estas cosas suelen funcionar así.

—¿Podría tratarse de un tesoro?

—No lo sé, Spyros, pero el hecho de que el autor del texto, o los autores, que puede que sean más de uno, se haya tomado tantas molestias para despistar al personal me hace suponer que se trata de algo importante, aunque el concepto de importancia no tiene que estar relacionado necesariamente con el valor material. Aún es pronto para sacar conclusiones. Podría ser cualquier cosa…, aunque yo creo saber qué es —reveló Yorgos con tono misterioso.

En ese momento comenzó a sonar el teléfono móvil de Spyros. En el cristal de la pantalla apareció la imagen de uno de los iconos que adornan los monasterios del monte Athos y Spyros supo enseguida de quién se trataba. Escuchó con suma atención durante unos segundos. Después cortó la comunicación y se guardó el teléfono.

—Natán ha abandonado Amberes y se ha marchado a Tel Aviv —dijo—. Parece ser que está metido hasta el cuello en un asunto relacionado con diamantes de sangre, como suponíamos. Con los tiempos que corren es muy peligroso dedicarse a ese tráfico, por lo que detrás de esa operación tiene que haber algo muy gordo para que Natán se exponga de ese modo… Sí, debe de ser algo grande para arriesgar el tipo de esa manera. Y el hecho de que se haya ido a Tel Aviv es muy significativo y no presagia nada bueno.

—Explícate —le pidió Sara.

—Allí tiene contactos importantes por el asunto de los diamantes, eso es seguro, pero lo que me preocupa es que ande de por medio la secta de los Siervos del Tabernáculo.

—¿Qué secta es esa? —preguntó Yorgos.

—Unos peligrosos locos ultraortodoxos que quieren levantar el tercer Templo. La cosa no tendría más importancia de no ser porque pretenden hacerlo en la explanada de las mezquitas de Jerusalén, donde estuvo el segundo Templo, el que mandó edificar Herodes el Grande. En esa explanada se alzan las mezquitas del Domo de la Roca y la de Al Aksa, lo que significa que cualquier intento de edificar allí un nuevo templo desembocará en un gravísimo conflicto entre musulmanes y judíos que convertiría la región en un polvorín con una mecha encendida. La explanada de las mezquitas es el tercer lugar más sagrado del islam después de La Meca y Medina.

—Esa explanada —añadió Yorgos— se extiende entre el monte Moria y el monte Sión. En el monte Moria, conocido también como el monte del Templo, fue donde Abraham llevó a su hijo Isaac para sacrificarlo y así se refiere tanto en el Génesis como en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. También desde el monte Moria el ángel Gabriel acompañó al profeta Mahoma en su tránsito hacia el cielo. Y en una de sus laderas se encuentra el Gólgota, donde Jesús fue crucificado. Un lugar muy sagrado, sin duda.

—¡Pero eso es una locura! —exclamó Sara—. ¡Esos tarados van a provocar un baño de sangre porque los musulmanes, con toda la razón, no se van a quedar cruzados de brazos!

—Así es —coincidió Spyros—, pero por lo que sé están dispuestos a llevar adelante el proyecto. Esos insensatos dicen que el monte del Templo les pertenece a ellos. Es la más podrida y peligrosa de las sectas ultraderechistas. Además, están convencidos de que Dios mandará al verdadero Mesías cuando el Templo esté levantado. Por eso buscan dinero desesperadamente por cualquier medio sin importarles de dónde proceda ni cómo se ha conseguido.

—¿Y el Gobierno israelí no hace nada para impedirlo? ¿O es que están interesados en que lo hagan para justificar su injustificable política de exterminio de los palestinos? —inquirió Sara.

—¿El Gobierno? Hermanita, no me extrañaría nada que más de un miembro de ese gobierno vea con buenos ojos esa aberración y mire para otro lado. Y si Natán anda moviendo el culo por allí, no será solo por los diamantes. Se habrá llevado el pergamino para que algún experto de esa secta de locos lo descifre. Si Yorgos ha llegado hasta aquí, seguro que esos fanáticos también lo consiguen, así que tenemos que adelantarnos y ganarles la partida.

—¿Qué podemos hacer?

—Vosotros dos, nada, salvo intentar aclarar cuanto podáis sobre el pergamino; en particular tú, Yorgos. Del resto me encargo yo —dijo Spyros, tajante—. Y hay algo más: han matado al Camaleón.

—¿Que han matado a ese tipejo? La verdad, no puedo decir que lo sienta —dijo Yorgos.

—¿Quién lo ha matado? ¿Cómo ha sido? —preguntó Sara.

—Como ocurren estas cosas en las cárceles. Una pelea de presos, se monta un follón enorme, una mano que sale de pronto con un estilete de fabricación casera y el Camaleón, que pasaba por allí, se va a hacerle una visita al pobre diablo de Vasilios Stefanis. Después nadie sabe nada.

—Seguro que ha sido obra de Natán.

—Puedes apostar lo que quieras a que sí y seguro que ganas —coincidió Spyros—. Ese tipo tiene el brazo muy largo, más de lo que yo imaginaba.

—Tengo miedo, Spyros —confesó Sara.

—Pues no lo tengas, porque si se le ocurre asomar su sebosa mano por aquí, ten la seguridad de que se queda sin dedos porque yo mismo me encargaré de cortárselos. Y detrás de los dedos es muy probable que vaya el brazo y detrás del brazo, el cuello, así que tranquila, hermanita. No obstante, me voy a encargar de que alguien cuide de ti.

—Eso puedo hacerlo yo —terció Yorgos.

—Lo sé, pero prefiero que sea un profesional. No quiero que corráis riesgos innecesarios. Y ahora dinos de una vez qué es lo que sabes, que ya está bien de malas noticias. ¿Se trata de algo bueno? ¿Nos vamos a hacer ricos? —bromeó Spyros para quitarle tensión al ambiente que se había creado tras la noticia del asesinato del Camaleón.

—Se trata de algo importante. No sé si nos hará ricos o no, pero podéis estar seguros de que se va a hablar mucho de ello, por lo menos en los círculos académicos y en otros más… interesados. Y como esos siervos locos lo averigüen, va a haber graves problemas. El asunto puede volverse muy feo si el tesoro cae en sus manos.

—Luego sabes lo que es —dijo Sara.

—Creo saberlo, ya os lo he dicho.

—¿Y piensas compartir el secreto con nosotros o no?

Yorgos abrió el cuaderno.

—Doce meses, doce tribus, doce piedras preciosas, doce símbolos. Una piedra y un símbolo para cada tribu. Y atended a lo que dice el texto del principio: «Será la tercera la última puerta, pues el Señor correrá los cerrojos de su casa y nadie traspasará el umbral. Y los ángeles del Señor vendrán para conducir las almas al juicio divino porque será el final. Mas antes deberá cruzar la tercera puerta lo que fue sacado cuando se cerró la segunda. Solo así se cumplirá la voluntad del Señor. Y cuando sea hendida la piedra bajo la bóveda de roca que veló el sueño del abad, se manifestará la clave que hará brillar a los que bebieron la sangre del sacrificio». Está clarísimo —dijo Yorgos con una sonrisa que no ocultaba la satisfacción de un cierto triunfo. Sara y Spyros lo miraron—. Se trata de…