Yorgos cerró la puerta del despacho tras de sí y al pasar junto a Spyros le palmeó el hombro con gesto amistoso. Besó a Sara y se sentó junto a ella. Llevaba una cartera de piel negra que colocó a su lado.
—Me encantan las reuniones familiares —bromeó—; aunque no he sido invitado a esta sé que estaréis encantados con mi intrusión cuando escuchéis lo que tengo que deciros: creo que he conseguido entrar en las intimidades del pergamino —reveló sin más preámbulos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sara.
—Que he logrado abrir una de las puertas, la primera, pero todavía quedan otras y me temo que no va a ser fácil encontrar las llaves que nos permitan abrirlas. Si estáis dispuestos a soportar un buen rollo, os diré lo que he descubierto… Es un poco largo, pero merece la pena.
Sin esperar respuesta, Yorgos abrió la cartera y sacó un cuaderno con tapas de cuero azul y cantoneras metálicas, una pluma y una fotocopia con la traducción del pergamino. Lo dejó todo sobre la mesa. Sara y Spyros lo miraban con curiosidad.
—En el texto del pergamino había algo que se me escapaba —comenzó—. No sabía exactamente qué era, pero estaba convencido de que la solución del enigma, o de una parte al menos, estaba a la vista. Solo había que mirar bien, analizándolo palabra a palabra, y eso es lo que he hecho. He estado varios días dándole vueltas sin lograr sacar nada en limpio, pero anoche lo vi claro y ahora ya sé qué es. Escuchad.
Yorgos tomó la fotocopia y leyó en voz alta mientras recorría con el dedo índice las palabras de cada una de las líneas del texto:
Y ellos son el sardio que es como el agua de nisanu abib.
Y el topacio son las espadas en ayaru ziv.
Y la esmeralda es el león de simanu.
Y el rubí es la serpiente de du’uzu.
Y es el zafiro como el ciervo de abu.
Y el diamante son las tiendas de ululu.
Y el ópalo está en el olivo de tashritu.
Y es el ágata como el asno de arajamna.
Y la amatista es el barco de kislimu.
Y el crisolito es como un toro en tebetu.
Y está el ónice en la palmera de shabatu.
Y el jaspe es lobo en adaru.
Cuando terminó de leer, dejó de nuevo la fotocopia sobre la mesa y miró alternativamente a Sara y Spyros.
—No he podido quitármelo de la cabeza desde que lo leí por primera vez, era como una obsesión —prosiguió—. Lo he vuelto del derecho y del revés, he hecho todo tipo de comparaciones con textos de la misma época para tratar de encontrar alguna similitud, pero todos mis intentos fueron vanos; el dichoso pergamino se resistía a decirme nada, a revelarme cualquier cosa por pequeña que fuera. Estaba completamente desorientado, sin saber qué camino tomar…, hasta anoche. —Hizo una pausa—. Estaba en casa trabajando con un viejo texto hebreo y casualmente me topé con las palabras abib, ziv, ethanim y bul. Os preguntaréis qué diablos tiene que ver una cosa con la otra. Pues sí, tiene mucho que ver, y empecé a atar cabos. Era tan evidente que no me había dado cuenta, a pesar de que lo tenía delante de los ojos. Es muy simple. Atended.
Abrió la pluma y numeró doce líneas de una página en blanco del cuaderno. A continuación, en silencio y ante la mirada expectante de Sara y Spyros, comenzó a anotar a la derecha de cada número las palabras finales de los versos del pergamino:
1 |
→ |
nisanu abib |
2 |
→ |
ayaru ziv |
3 |
→ |
simanu |
4 |
→ |
du’uzu |
5 |
→ |
abu |
6 |
→ |
ululu |
7 |
→ |
tashritu |
8 |
→ |
arajsamna |
9 |
→ |
kislimu |
10 |
→ |
tebetu |
11 |
→ |
shabatu |
12 |
→ |
adaru |
—Observad ahora las líneas 1 y 2: nisanu abib, ayaru ziv. ¿No advertís nada extraño? —preguntó Yorgos.
—¿Extraño? En absoluto, todo está clarísimo —bromeó Spyros.
—¿Y tú, Sara, tampoco ves nada raro?
—Me pasa lo mismo que a Spyros: no entiendo nada de nada —respondió sonriente.
—Creo que lo mejor será que te dejes de adivinanzas y te expliques de una vez —dijo Spyros—. El experto en cosas raras eres tú, así que dinos qué es lo que tiene que parecernos extraño.
—En la Biblia se citan cuatro meses con sus nombres en hebreo preexiliar, es decir, en la lengua que los judíos hablaban antes del exilio de Babilonia: abib, ziv, ethanim y bul. Abib aparece en… Un momento. —Yorgos abrió el cuaderno y pasó unas páginas hasta encontrar lo que buscaba—. Aquí está. Aparece en Éxodo 13.4. Os leo lo que dice: «Vosotros salís hoy en el mes de abib». También se menciona en Éxodo 23.15, Éxodo 34.18 y en el Deuteronomio, en el primer versículo del capítulo 16: «Guardarás el mes de abib y harás pascua a Jehová tu Dios: porque en el mes de abib te sacó Jehová tu Dios de Egipto de noche». Abib es el primero de los meses del calendario judío y corresponde al actual mes de nisán —aclaró—. Significa «espigas verdes» y es muy probable que se refiera a las espigas de cebada empleadas para hacer el pan ácimo con el que se celebró la Pascua previa a la salida de Egipto. Los judíos conmemoran su liberación de Egipto el 14 del primer mes, es decir, de abib, y a esta celebración la llaman Pésaj, la Pascua. Es el primer mes del año, como os he dicho. El siguiente, ziv, corresponde al mes de iar, el segundo del calendario judío. En este mes el rey Salomón comenzó a construir el Templo, como se dice en el primer Libro de los Reyes, capítulo 6, versículo 1: «Y fue en el año cuatrocientos ochenta después de que los hijos de Israel salieron de Egipto —leyó Yorgos—, en el cuarto año del principio del reino de Salomón, en el mes de ziv, que es el segundo, que él comenzó a edificar la casa de Jehová». Ethanim, mencionado en 1 Reyes 8.2, es el mes séptimo, es decir, el que ahora se llama tishrei. En este mes se celebraba la fiesta de las Cosechas. Por último, bul, como se dice en 1 Reyes 6.38, es el mes octavo, esto es, jeshván. En resumen, que la Biblia nos da los nombres antiguos de cuatro meses y, no obstante, el autor del pergamino solo menciona los dos primeros, abib y ziv, y se olvida de ethanim y bul, los otros dos. Está claro que lo hace con una intención: para indicar que se trata del primero y segundo mes del calendario judío: nisán e iar. Sin embargo, los nombres que aparecen en el texto no son nisán e iar, como sería lo lógico, sino nisanu y ayaru, que no pertenecen al calendario hebreo.
—¿Cómo que no pertenecen al calendario hebreo? —interrumpió Spyros—. ¿A cuál pertenecen, entonces?
—Al babilonio —afirmó Yorgos—, igual que todos los demás. Nisanu, ayaru, simanu, du’uzu, abu, ululu, tashritu, arajsamna, kislimu, tebetu, shabatu y adaru son los nombres de los meses del calendario babilonio. Abib y ziv son palabras del hebreo antiguo que designan a los meses judíos de nisán e iar, como he dicho. Y nisán es el equivalente hebreo de nisanu, el primer mes del calendario babilonio; ayaru, segundo mes babilonio, se corresponde con iar, segundo mes judío, y así sucesivamente. Quien escribió esto era una persona muy culta. No sé si sabéis que los nombres del calendario judío no son palabras hebreas, sino que proceden de la tierra en que nació el patriarca Abraham, es decir, son caldeas, babilonias, en concreto. Por eso sus sonidos son tan parecidos.
—¿Los meses judíos son de origen babilonio, no son hebreos?
—Así es, Sara, y no solo los meses, también las letras del alfabeto hebreo se remontan a esa época. Los judíos que vivieron en Babilonia durante el exilio las tomaron… digamos que prestadas. Y les gustaron tanto que acabaron apropiándose de ellas. En los tiempos de Salomón el alfabeto hebreo era muy distinto al actual. Dicho esto, si hacemos que los nombres de uno y otro calendario se correspondan, nos quedará lo siguiente.
Yorgos hizo un nuevo cuadro en el cuaderno y escribió:
BABILONIO | HEBREO | |||
1 |
→ |
nisanu |
→ |
nisán (abib) |
2 |
→ |
ayaru |
→ |
iar (ziv) |
3 |
→ |
simanu |
→ |
siván |
4 |
→ |
du’uzu |
→ |
tamuz |
5 |
→ |
abu |
→ |
av |
6 |
→ |
ululu |
→ |
elul |
7 |
→ |
tashritu |
→ |
tishrei |
8 |
→ |
arajsamna |
→ |
jeshván |
9 |
→ |
kislimu |
→ |
kislev |
10 |
→ |
tebetu |
→ |
tevet |
11 |
→ |
shabatu |
→ |
shvat |
12 |
→ |
adaru |
→ |
adar |
—Como podéis comprobar, la semejanza de los nombres es muy grande, lo que no es extraño puesto que unos proceden de los otros.
—Es cierto —reconoció Spyros—, se parecen mucho, pero hay que ser muy sabio y tener muy buen oído para darse cuenta de esas cosas.
Yorgos esbozó una sonrisa de agradecimiento. Sara los miró a ambos.
—Bien, prosigamos. Salvado el escollo de los meses quedaba todo lo demás: gemas, agua, espadas, leones, serpientes, tiendas… Una maraña que la primera vez me pareció indescifrable; pero ahora jugaba con ventaja. Sabía que fuera lo que fuese tenía que estar relacionado con los números del 1 al 12, o mejor dicho, con un orden que iba desde el primero al duodécimo. La primera línea dice —Yorgos cogió de nuevo la fotocopia y leyó—: «Y ellos son el sardio que es como el agua de nisanu», o de nisán, para entendernos mejor —precisó—. El sardio debe de referirse a la sardónice, una mezcla de calcedonia y ópalo. Es una piedra preciosa, como también lo son todas las que se citan en los versos restantes: topacio, esmeralda, rubí, zafiro… Así hasta doce. Y resulta que el agua es el símbolo que se le atribuye a la tribu de Rubén, según se desprende del Génesis, que dice —Yorgos consultó de nuevo el cuaderno—: «Corriente como las aguas, no seas el principal[26]». Y de nuevo comencé a atar cabos, esta vez más seguro, y descubrí que las gemas que se citan son precisamente las que formaban parte del joshen mishpat, la joya pectoral del sumo sacerdote del Templo mencionado en la Biblia[27], que constaba de doce piedras preciosas de diferentes colores, incrustadas, que representaban a las doce tribus de Israel, una por cada uno de los hijos de Jacob; bueno, no exactamente, porque Leví no tenía territorio propio y la tribu de José se dividió en dos, la de Efraín y la de Manasés, sus hijos. Además, cada tribu tenía asignado un símbolo, extraído de lo que la Biblia dice de cada una de ellas, y un color, que corresponde al de las piedras del pectoral. Nuestro autor ha omitido este detalle, aunque tampoco es demasiado significativo. De este modo llegamos al final y la cosa queda así —Yorgos mostró un nuevo cuadro:
TRIBU | GEMA | SÍMBOLO | MES | |||||
1 |
→ |
Rubén |
→ |
sardio |
→ |
agua |
→ |
nisán |
2 |
→ |
Simeón |
→ |
topacio |
→ |
espadas |
→ |
iar |
3 |
→ |
Judá |
→ |
esmeralda |
→ |
león |
→ |
siván |
4 |
→ |
Dan |
→ |
rubí |
→ |
serpiente |
→ |
tamuz |
5 |
→ |
Neftalí |
→ |
zafiro |
→ |
ciervo |
→ |
av |
6 |
→ |
Gad |
→ |
diamante |
→ |
tiendas |
→ |
elul |
7 |
→ |
Asher |
→ |
ópalo |
→ |
olivo |
→ |
tishrei |
8 |
→ |
Isacar |
→ |
ágata |
→ |
asno |
→ |
jeshván |
9 |
→ |
Zabulón |
→ |
amatista |
→ |
barco |
→ |
kislev |
10 |
→ |
Efraín |
→ |
crisólito |
→ |
toro |
→ |
tevet |
11 |
→ |
Manasés |
→ |
ónice |
→ |
palmera |
→ |
shvat |
12 |
→ |
Benjamín |
→ |
jaspe |
→ |
lobo |
→ |
adar |
—Doce tribus, doce gemas, doce símbolos, doce meses… Doce, doce, doce… Está claro que el autor del pergamino no escribió al azar, sino que sabía perfectamente lo que quería decir —comentó Sara.
—Exacto, Sara, exacto, y nos lo ha dicho a nosotros —afirmó Yorgos con entusiasmo.
—¿Que nos lo ha dicho a nosotros? ¿Qué es lo que nos ha dicho? —preguntó Spyros—. Te lo habrá dicho a ti, porque a mí no se ha dignado dirigirse. Yo estoy como al principio, o sea, que todo esto me sigue sonando a chino.
—Enseguida lo vais a entender. Parece muy complicado, pero es bastante sencillo —respondió Yorgos, sonriente.