EL SUFRIMIENTO DEL ODIO, el éxtasis del dolor. Ideas trilladas, fácilmente separables en componentes bien diferenciados, casi opuestos, cantadas por los poetas y lloradas por los amantes desde tiempos inmemoriales y seguramente durante centenares de generaciones más. El éxtasis del odio, el sufrimiento del amor. Una situación no menos común, aunque comprendida por pocos individuos, acaso solo por los Clearcos que hay entre nosotros: el impulso que anima a quienes mueven el mundo, los creadores, asesinos y agitadores de la humanidad. Son, repito, sentimientos fácilmente divisibles en elementos identificables y claramente disímiles, como el oro tan purificado por el fuego que cuaja en brillantes gotas puras y se distingue de la escoria que lo rodea.

Dolor, negación, triunfo, lágrimas, pasión, venganza, traición, arrobamiento. ¿A qué condición atribuimos estas emociones y motivaciones? ¿Al amor o al odio? La mezcla se vuelve más densa, más difícil de definir, y los dos sentimientos parecen fundirse por completo. Aunque es fácil distinguir los extremos puros e incorruptos, y los poetas y filósofos mediocres suelen sacar gran provecho de su ramplona habilidad para conseguirlo, la nebulosa región que los separa, esa zona turbia que contiene elementos irreductibles de ambos, o incluso quizá un tercer componente nacido de la combinación de los otros, resulta mucho más difícil de describir. La guerra y el odio son abyectos; el amor, sublime. No obstante, hay buenos hombres que podrían vivir en paz, si quisieran, pero eligen combatir; que podrían llevar una vida cómoda, pero pasan necesidades; que podrían, experimentar la dicha de prodigar riquezas a sus seres amados, y sin embargo dilapidan su fortuna en la guerra y se desloman para obedecer a Ares en lugar de a Afrodita, o incluso ponen a ésta al servicio de aquél.

Tan grande es la complejidad humana que a veces desconcierta incluso a los dioses, y en última instancia les impide ser meros titiriteros celestiales, confundir la tierra con un escenario maleable. El mundo en el que viven y actúan los hombres no es del todo inexplicable, pero tampoco totalmente racional. La razón y la insensatez, lo previsible y lo inesperado, la locura y la serenidad existen lado a lado, no solo entre dos individuos sino también en la misma persona, cada uno en diferentes grados. Las contradicciones de la vida, la pena y el alivio simultáneos en el momento de una despedida, la destrucción inherente a la creación… todas estas cosas confunden la mente al tiempo que la iluminan. En estas memorias he hablado hasta ahora de la guerra y el amor como dos entidades distintas, desvinculadas entre sí, quizá incluso totalmente antagónicas; una la enfermedad, la otra la curación, ambas forcejeando y luchando como dos pancraciastas en la polvorienta palestra, donde solo hay sitio para un ganador. Es hora de dejar la poesía banal, porque ésta no es la vida, y tampoco mi historia.