Libro VII

EL ARGUMENTO

A petición de Adán, Rafael relata cómo y para qué fue creado este mundo; cuenta que Dios, tras expulsar a Satán y sus Ángeles del Cielo, declaró su placer en crear otro mundo y otras criaturas que morasen en él. Envía a su Hijo con gloria y cortejo de Ángeles a realizar el trabajo de Creación en seis días. Los Ángeles celebran con himnos la culminación de la obra y la reascensión del Hijo al Cielo.

Desciende Urania[246] de los Cielos, si este nombre

Se te aplica justamente, cuya voz divina,

Si la sigo, por encima del Olimpo me transporta,

Más allá del vuelo de las alas del Pegaso.

Tu esencia, no tu nombre llamo; pues tú,

No de las nueve Musas, no en la cumbre moras

Del antiguo Olimpo, sino que, celígena,

Antes que montaña apareciese o fluyese fuente,

Departías con la eternal Sabiduría,

La Sabiduría hermana tuya, y con ella retozabas

En presencia del Altísimo, al que placía

Tu celeste canto. Por ti conducido

Al Cielo de los Cielos me he aventurado,

Huésped terrenal, y respirado aire empíreo

Que templaste para mí; con igual cuidado, pues,

Tórname a mi elemento natural, no sea

Que este potro volador sin rienda (como a Belerofonte

Un día, aunque desde atmósfera más baja)

Me desmonte y caiga a los campos de Alea[247],

A vagar allí errabundo, desolado.

La mitad aún queda por cantar, si más modesta

Y en el marco ya visible de diurna esfera.

De pie en la tierra, no arrobado sobre el polo,

Canto más a salvo con mi voz mortal, no ronca

O muda, aunque caído en malos tiempos[248],

En malos tiempos caído y malas lenguas,

En tinieblas, y cercado por entero de peligros,

Soledad. No solo, sin embargo, mientras tú

Visites cada noche mi reposo o al purpurar

El alba el este. Mi cantar gobierna todavía,

Urania, y apta audiencia halla, aunque escasa.

Pero aleja el desentono bárbaro

De Baco y sus bacantes, raza

De esa horda fiera que al bardo tracio desmembró

En Rhodope, donde peñas y forestas escucharon

El arrobo hasta que el clamor salvaje sofocole

Voz y arpa, y no pudo defender la Musa

A su hijo[249]. Así no falles tú a quien te implora,

Pues tú eres celestial: ella sólo un sueño.

Di, Diosa, qué siguió después que Rafael,

Afable Arcángel, exhortase a Adán

Por medio de terrible ejemplo a evitar

La apostasía, relatándole lo que ocurrió en el Cielo

A los apóstatas, que nada parecido le ocurriese

En el Paraíso a Adán o a su linaje,

—Con deber de no tocar el prohibido árbol—,

Si transgredían, desdeñando ese solo mandamiento

De tan fácil obediencia entre tanta suerte

De sabores para complacer el apetito,

Aun voluble. Él con Eva su consorte

Escuchó la historia atento y se colmó

De admiración y de hondo sentimiento al oír

De cosas tan extrañas y tan altas, cosas

Inimaginables, como el odio en las Alturas

Y la guerra tan cercana a la paz de Dios, en beatitud

Con tanta conmoción: mas pronto rechazado el mal,

Como avalancha recayó en aquéllos

De los que brotara, incapaz de mixturarse

Con la dicha. Pronto, pues, Adán las dudas

Repelió que en su pecho germinaran; y ahora

Conducido, aún sin pecado, por deseo de saber

De cosas más vecinas —cómo comenzó

Este mundo perceptible de la tierra y cielo,

Cuándo y para qué creado, por qué causa;

Qué, ya dentro o fuera del Edén, fue hecho

Anterior a su memoria—, como alguien que su sed

Apenas aplacara aún observa la corriente

Cuyo líquido murmurio nueva sed le excita,

Procedió a interrogar así a su celeste huésped:

«Grandes cosas, llenas de milagro al escucharlas,

Tan diversas de este mundo, hoy nos has mostrado,

Oh divino intérprete, enviado por merced

Desde el Empíreo para precavernos

Oportunamente de eso que podría devastarnos

Ignorado, y que no alcanza el conocer humano;

Por ello al infinito Bien le debemos

Gratitud imperecible y su advertencia

Recibimos con solemne intento de observar,

Inmutablemente, su suprema voluntad, cuyo fin

Nosotros somos. Pero, ya que has accedido

Complaciente, para darnos instrucción, a hablar

De eso que trasciende mente terrenal y sin embargo

Nos incumbe (como cree la Altísima Sabiduría),

Dígnate ahora descender un tanto y relatar

Lo que acaso no debamos menos conocer:

Cómo comenzó este cielo que observamos

Tan lejanamente alto, ornado de movientes fuegos[250]

Incontables, y esto que produce o colma

Todo espacio, el aire circundante, universal,

Que abraza esta tierra floreciente; qué motivo

Impulsó al Creador, en su quietud sagrada

De la Eternidad, recientemente, a construir

Allá en el Caos; y empezada la obra, di

Cuándo absuelta[251], si es que puedes revelar

Lo que no por tantear secretos preguntamos

De su eterno Imperio, sino por mejor

Magnificar sus obras, cuanto más las conozcamos.

Y a la gran Luz del Día aún le queda mucho

Por cubrir de su declive, suspendida en las alturas

Por tu voz, pues tu potente voz escucha

Y más se atardará por escucharte relatar

Su gestación, y el emergente nacimiento

De Natura de la hondura inaparente.

O si el Astro Vespertino con la Luna

A oírte se apresuran, traerá consigo nuestra noche

El silencio, y por oírte el sueño velará;

O podemos ahuyentarlo hasta que tu Canto

Se termine y despedirte antes del alba».

Así a su ilustre huésped le rogó Adán,

Y así el divino Ángel respondió gentil:

«Esta petición que con cautela me requieres

Tenia pues: aunque obras todopoderosas

¿Qué palabra o lengua serafínica podrá narrarlas,

O qué humano corazón ha de entenderlas?

Lo que alcances, sin embargo, y mejor te sirva

En gloriar al Hacedor y darte

Dicha grande no ha de silenciarse:

Esta comisión he recibido de los Cielos,

Responder a tu deseo de conocimiento

Dentro de unos límites; más allá abstente

De inquirir y no imagines penetrar

Las cosas no manifestadas, pues el invisible Rey,

El único omnisciente, las veló en la noche,

Ignoradas para todos en la Tierra o Cielo:

Suficiente queda aparte que indagar y conocer.

Pero el saber es cual comida y no menos necesita

La templanza en el deseo, conocer

En qué medida lo podrá la mente contener:

Pues el exceso oprime en otro caso, y pronto torna

En locura la sapiencia, como en viento el alimento.

»Sabe, pues, que tras caer del Cielo Lucifer[252]

(Este nombre dale, más brillante un día

Entre los Ángeles que esa estrella entre los astros)

Con sus fúlgidas legiones a través de los abismos

Hasta su lugar y retornar el magno Hijo

Victorioso con sus Santos, el Omnipotente

Eterno Padre desde el Trono contempló

Su multitud y al Hijo le habló así:

»“Por fin ha caído el envidioso, que creyó

Rebeldes como él a todos y, con su asistencia,

Esta excelsa fortaleza inaccesible, el sitial

De la Deidad Suprema, desposeyéndonos,

Confió en arrebatarnos y al engaño

A muchos arrastró, que ya no están aquí.

La inmensa mayoría se mantiene, veo,

En sus puestos: populoso aún retiene el Cielo

Número bastante para henchir sus reinos,

Aunque vastos, y acudir a este alto Templo

Con servicio conveniente y solemnes ritos.

Mas por que no se goce del perjuicio

Ya causado, habiendo despoblado el Cielo

(Con lo que creyó dañarme), puedo reparar

El detrimento —si es tal perder a esos

Que a sí mismos se perdieron— y crearé en un instante

Otro mundo y, de un hombre, raza innúmera

De hombres que no aquí, sino allí residan,

Hasta que por grados meritorios elevados

Se abran ellos mismos al final camino

A las Alturas, bajo larga sumisión probados,

Y la Tierra se haga Cielo, y Tierra el Cielo,

Un solo Reino: dicha y unidad sin término.

Mientras, amplios habitad, Poderes de los Cielos;

Y tú mi Verbo, Hijo concebido, a través de ti

Y por ti obraré: habla y que tu palabra sea.

Mi Espíritu envolvente y mi Poder contigo

Mando. Parte al vuelo y al Abismo ordena,

Dentro de los límites fijados, ser un cielo y tierra,

El Abismo ilimitado, pues yo soy quien llena

Lo infinito, y no vacíos los espacios.

Aunque yo incircunscrito me retire

Y no manifieste mi bondad, que es libre

De actuar o no, necesidad y azar

No me alcanzan: lo que quiero es Hado”.

»Así habló el Altísimo, y a lo que dijo,

Su Palabra, la Filial Deidad, efecto dio.

Inmediatos son los actos del Señor, más rápidos

Que el tiempo o la moción, mas al oído humano

No se puede sin proceso oral contárselos,

Contárselos según noción terrena.

Triunfo grande hubo y júbilo en los Cielos

Cuando esto declaró la Omnipotente Voluntad;

Cantaron glorias al Más Alto, buena voluntad

A los futuros hombres, paz en sus moradas;

Gloria a ese cuya justa ira vengadora

Arrojara a los infieles de su vista

Y de las mansiones de los justos; a él

Gloria y alabanza, cuya ciencia ha ordenado

Bien crear del mal, y en vez

De Espíritus malignos raza superior llevar

A su vacante espacio, difundiendo desde allí

Su bien a mundos y eras infinitas.

Así cantaron los angélicos Jerarcas; entre tanto el Hijo,

En su gran expedición, ahora apareció

Ceñido por la omnipotencia, coronándole fulgor

De majestad divina, de sapiencia y de amor

Inmensos, y con todo el Padre en él fulgiendo.

Alrededor del Carro innúmeros fluían

Serafines y Querubes, Potestades, Tronos

Y Virtudes, los Espíritus alados, los alados carros,

De los arsenales del Señor, en donde hay de antiguo,

Entre dos broncíneos montes[253], miles preparados

Para augusto día, ya con sus arneses,

Equipaje celestial, y ahora aparecieron

Espontáneos —el espíritu vivía en ellos—

Por seguir a su Señor. El Cielo abrió de par en par

Sus Puertas perdurables —armonioso son

De áureos goznes que se mueven— por dar paso

Al Rey de Gloria, que en su Verbo poderoso

Y su Espíritu, a crear venía nuevos mundos.

En celeste firme se tuvieron y desde el margen

Contemplaron el Abismo vasto inmensurable,

Tan violento como el mar, oscuro, yermo, fiero,

Trastornado desde el fondo por furiosos vientos

Y olas bravas cual montañas que asaltasen

El altor del Cielo, confundido el centro con el polo.

»“Silencio, arrebatadas olas; y tú, Abismo, paz

—La Omnífica[254] Palabra dijo— cese la discordia”.

»No pausó, sino en alas de Querubes

Elevado, en paterna gloria cabalgó

Entrando lejos en el Caos y el mundo no nacido,

Pues el Caos oyó su voz. Su cortejo entero

Lo siguió en brillante procesión por ver

La Creación y los prodigios que obraría.

Detuvo entonces férvidas las ruedas y su mano

Asió el compás de oro, preparado

En el taller eterno del Señor, con que circunscribir

El Universo y todo lo creado:

Un pie centró girando el otro alrededor

Por la profundidad oscura y vasta,

Y dijo: “Llega tú hasta aquí, aquí tus límites;

Sea ésta tu circunferencia justa, oh Mundo”.

Dios así creó el cielo, así la tierra,

La materia informe y lo vacío: honda oscuridad

Cubría los Abismos: mas, en la acuosa calma,

Sus alas en suspenso incubadoras extendió el Espíritu

E infundió vital virtud y calidez vital

Por toda la fluida masa, mas precipitando al fondo

La infernal escoria fría, negra y tartárea,

Opuesta a toda vida. Unió entonces, conglobó

Las cosas semejantes, separando el resto

Y dispersándolo; entre medio urdió el aire,

Y la Tierra en equilibrio céntrica colgó.

»“Haya Luz”, dijo Dios, y de inmediato Luz

Etérea, la primera de las cosas, quintaesencia pura,

Brota del Abismo y desde su nativo oriente

Su andadura comenzó a través del aire penumbroso,

Esferada cual radiante nube, pues aún el Sol

No era, y ella en nubloso tabernáculo

Viajó entre tanto. Vio Dios la Luz cual cosa buena,

Y la Luz de la Tiniebla por el hemisferio

Separó: llamó al día Luz, a la noche Oscuridad.

Y tuvo así mañana y tarde el Día Primero.

Y no pasó incelebrado, sin canciones

De los Coros celestiales, cuando vieron la tiniebla

Exhalar por vez primera Luz Oriente:

Día del nacer de cielo y tierra. Júbilo y clamor

El hueco orbe universal colmaron,

Y tocaron sus doradas arpas elevando himnos

Al Señor y a sus creaciones, Creador lo proclamaban,

La primera tarde, la primera mañana.

»De nuevo dijo Dios: “Haya un firmamento

Entre las aguas, que separe

Aguas de las aguas”. E hizo Dios

El firmamento, expansión de líquido aire puro,

Transparente, elemental, en círculo

Difuso hasta la última convexidad

De este ruedo grande: partición segura y firme

Que las aguas de debajo de las aguas superiores

Parte: pues, así como la tierra, Dios el Mundo

Sobre calmas aguas circunfusas erigió, en un ancho

Cristalino océano, y el ruidoso desgobierno

Del Caos puso lejos, pues los rábidos extremos,

Si contiguos, bien podían perturbar entera la estructura:

Y cielo así llamó al firmamento; y de la tarde,

La mañana, el Coro celebró el Segundo Día.

»La tierra estaba ya formada, mas del seno todavía

De las aguas, inmaduro embrión latente,

No surgía; sobre el rostro todo de la tierra

Vasto océano fluía, aunque no ocioso: con su cálido

Humor prolífico su globo entero temperaba

Fermentando a la Gran Madre, por que concibiese,

Y saciándola de genésico rocío. Y Dios dijo:

“Únanse las aguas bajo el cielo ahora

En sólo un sitio y que surja suelo seco”.

Y al instante las montañas formidables

Emergieron y desnudos, anchos lomos elevaron

A las nubes, y sus cimas a los cielos ascendieron.

Y tanto cual los montes túmidos se alzaron

Se abajó una hueca hondura, anchosa y deprimida,

Lecho muy capaz de aguas: éstas pronto allí

Corrieron con precipitosa dicha, conglobándose

Cual gotas sobre el polvo en tierra seca;

Parte en muro de cristal se yergue, o ímpetu

De olas: tal moción imprime el gran decreto

A la rápida avalancha, cual ejércitos al toque

De trompeta (pues de ejércitos ya oíste),

Tropa a su estandarte, tal la acuosa turba,

Ola atropellando a ola, donde vía hallaban:

Si empinada, con arrobo torrencial; si plana,

Con suave remolino. Y ni roca o monte las frenaban:

Ellas bajo el suelo o con rodeo amplio

Avanzando serpentinas, encontraban el camino

Y en el limo aguado íntimos canales esculpían:

Fácil, antes de que Dios secase el suelo todo,

Menos dentro de esos cauces donde ríos ahora

Corren, y perpetuos portan húmedo cortejo.

Al seco continente, tierra, y al gran recipiente

De las aguas congregadas mar los llama.

Y vio que era bueno y dijo: “Dé la tierra

Hierba verdeciente, hierba gestadora de semilla,

Y árboles frutales que den fruto por familias:

Su semilla germinante yace en tierra”.

Apenas lo hubo dicho cuando la desnuda tierra

Hasta entonces nuda y yerma, fea e inadornada,

Generó la tierna hierba, cuya fronda engalanó

Su faz universal de plácido verdor; y luego

Plantas de diversa hoja, que de pronto florecieron

Desplegando sus colores y alegrándole

El seno con aromas gratos. Y brotadas éstas,

Enseguida florearon densas vides racimosas, y reptó

La henchida calabaza, se irguió la espiga

Por legiones en los campos; aún la mata humilde añade

Y el arbusto crespo enmarañado. Últimos

Se alzaron, como en danza, los solemnes árboles

Y sus ramas extendieron con copioso fruto, o yemas

Como gemas[255]. Altos bosques las montañas coronaron,

Céspedes los valles y los lados de las fuentes,

Las ribas las corrientes. Esa tierra ahora

Cielo parecía, un lugar que Dioses habitaran

O con gusto recorrieran, complacidos de rondar

Sus santas frondas: aunque Dios aún la tierra

No regara y hombre que el terruño arase

No existía, de la tierra ya rorante niebla

Se levanta y baña todo el suelo y cada

Planta de los campos, que antes de salir de tierra

Dios hiciera, y cada hierba antes de crecer

En verde tallo. Dios vio que era bueno,

Y la tarde y alba el Tercero de los Días cantan.

»De nuevo el Todopoderoso habló: “Haya luces

Altas en la vastedad del cielo que dividan

De la noche el día; y que sean las señales

De estaciones y de días y de años recurrentes;

Y que sean luminarias como yo lo ordeno,

Con misión allá en el firmamento de los cielos

De a la Tierra darle luz”; y fue así.

E hizo Dios dos grandes luces, grandes por su uso

Para el hombre, que el día gobernase la mayor

Y alterna la menor la noche; y estrellas hizo,

Y las prendió en el firmamento de los cielos,

Que la Tierra iluminasen, el día gobernasen

En su vicisitud, y la noche gobernasen,

De tinieblas separando luz. Vio Dios,

Al revisar su magna Obra, que era buena:

Pues de los celestes cuerpos él primero el Sol

Como esfera poderosa lo formó, sin luz primero,

Aunque de molde etéreo; después formó la Luna

Orbicular, y toda magnitud de estrellas,

Y sembró de densos astros el cielo como un campo:

De Luz tomó la parte más inmensa,

Trasplantada de su templo nebuloso, y la emplazó

En la solar esfera, hecha permeable para recibir

Y embeber luz líquida, y firme para retener

Los haces de sus rayos: gran palacio ahora de Luz.

Acudiendo ahí como a su fuente,

Otros astros toman luz en urnas áureas

Y ahí sus cuernos el Planeta Matutino[256] dora;

Por tintura o reflexión aumentan ellos

Su pequeña propiedad, si bien la humana vista

Los percibe muy remotos y con mengua.

Primero en su este la gloriosa Luminaria apareció,

Regente diurnal, y todo el horizonte alrededor

Vistió de rayos fulgurantes, jubilosa al recorrer

Su longitud por la gran vía celestial: la gris

Aurora, y así las Pléyades, danzaron ante él

Vertiendo dulce influjo. Menos fúlgida la Luna,

Pero opuesta en el oeste paralelo, fue prendida

Por espejo, que del Sol tomara luz su rostro lleno,

Pues de luz distinta nada requería

En aquel aspecto[257]; y aún guarda esa distancia

Hasta la noche: en el este luego su hora es de brillar,

Girando en el gran eje de los cielos, y su reino

Con mil astros más pequeños tiene independiente,

Con millares de millares que surgieron por entonces

Tachonando el hemisferio. Por primera vez ornadas

De radiantes luminarias que salían y cesaban,

Grata tarde y alba grata coronaron el Día Cuarto.

»Y Dios dijo: “Que las aguas gesten

Reptiles con prole en abundancia, ánima viviente;

Y las aves vuelen por lo alto, con sus alas

Desplegadas en el franco firmamento”.

Y Dios creó titánicas ballenas, y cada

Ánima viviente: las reptantes, que prolíficas

Las aguas generaron por familias,

Y las aves voladoras por especies;

Y vio Dios que era bueno, y bendíjolas diciendo:

“Sed fructíferas, multiplicaos, y en los mares

Y los lagos y las rápidas corrientes inundad las aguas;

Y multiplíquense las aves en la tierra”.

Al instante los canales y los mares, calas y bahías,

Bullen de cardumen incontable, peces

Que con sus aletas, sus escamas esplendentes,

Fluyen bajo la ola verde, en majales que a menudo

Amontañan lo profundo: huraños unos, en pareja

Los demás, las algas pacen y por bosques vagan

De coral, o bien jugueteando —rápido destello—

Al Sol undíferas camisas muestran (oro las salpica),

O en perladas conchas cómodos aguardan

Su húmedo alimento, o debajo de las rocas su comida

Acechan, prieta la armadura. La foca en aguas calmas

Juega y el delfín cimbrado. Peces colosales

Con pesado bamboleo y moción enorme

Atempestan el océano: ahí el Leviatán,

La más inmensa criatura viva, en el piélago

Estirado cual peñón, ya duerme o nada

Y parece tierra en movimiento; y sorbe

Por sus branquias, o su boca escupe, todo un mar.

Mientras, las templadas cuevas, costas y marismas

Prole numerosa incuban, que del huevo pronto,

Reventándolo con natural fractura, surge

Incurtida la nidada; mas pelechan pronto

Y ya bien emplumadas, remontando el aire espléndido,

Desprecian con un grito el suelo en nube

Acumuladas. La cigüeña ahí y el águila,

Por riscos y en las copas de los cedros, nidos forman.

Aves hay que vuelan separadas la región; más sabias,

Otras colectivas en figuras el camino acuñan,

Sabedoras de estaciones, y planean

Sus aéreas caravanas sobre el mar, volando

Altas, y con ala mutua sobre tierras avivando

El vuelo. Así dispone la prudente grulla

Su éxodo anual, portada por los vientos; flota el aire

Cuando pasan, aventado por innúmero plumaje.

De rama en rama pájaros menores con sus cantos

Alborozan las forestas y despliegan alas pinceladas

Hasta el ocaso, y ni entonces el roncal solemne

Calla el trino, pues la noche entera entona suave trova.

Otros en argénteos lagos y en los ríos bañan

Su afelpado pecho. Con cimbrado cuello el cisne,

Bajo el manto de sus alas fabuloso, boga

En majestad con pies remosos; pero éstos a menudo

Dejan la laguna y elevándose con tiesas plumas

Ganan la mitad del cielo; otros por el suelo

Marchan firmes: el crestado gallo cuyo pífano da voz

A las horas silenciosas, y ese otro cuyo porte bello

Es ornamento y que pintan tonos floreados

De arco iris y estelíferos ocelos[258]. Las aguas pues

De peces llenas y de pájaros los aires,

La tarde y la mañana el Quinto Día consagraron.

»El Sexto y el postrer de la Creación surgió

Con arpas vespertinas, matinales, cuando dijo Dios:

“Dé la tierra ánima viviente por especies,

Reses y reptantes cosas, bestias de la tierra

Cada cual según su especie”. Y la tierra obedeció

Y, abriendo súbita su fértil seno, dio de sí

Incontables criaturas, formas ya perfectas,

Con sus miembros y maduras: y salieron del terruño

Como del cubil la fiera que lo habita

En su bosque fiero, matorrales, zarzas, cueva.

Entre árboles se alzaron por parejas, caminaron:

El ganado por los campos y los prados verdes:

Unos raros, solitarios; otros hay que en recuas

Pacen juntos y surgieron en profusos hatos.

Los campizales ya parían res, ya medio aparecía

El león rojizo, braceando por librar

Sus ancas: salta luego como suelto de atadura

Y rampante agita la melena pinta; la onza,

El leopardo, el tigre, como el topo

Emergen y la tierra triturada lanzan por detrás

Amontonada; el venado rápido perfora el suelo

Con ramosa testa; de su molde el Behemoth[259]

Apenas extraído, el más grande de la tierra, yergue

Su potencia; ya lanosos y balando los borregos

Crecen como plantas; mas ambiguos entre el mar

Y continente, el fluvial caballo[260] y escamoso cocodrilo.

A la vez surgió lo que se arrastra por el suelo,

El insecto y el gusano: unos sus ágiles ventalles baten

Como alas, sus minúsculos precisos lineamientos

Ya en todas las libreas del orgullo del verano

Con sus motas de oro y púrpura, azur y verde;

Estos otros como línea extienden su largura

Y con trazo sinuoso el suelo rayan: no son todos

Pequeñeces de Natura; los hay de especie serpentina,

De largor inmensa y corpulencia, adujados

En anillos culebrosos y con alas añadidas. La primera

Fue frugal la hormiga, previsora del futuro:

En recinto parco ancho corazón posee,

Y modelo —acaso luego— de justicia equitativa,

En sus tribus populares agrupada

De plebeyas gentes. Enjambrada apareció después

La abeja, que alimenta a su marido zángano

Exquisita y construye sus celdillas céreas

Con depósito de miel. Innúmero es el resto;

Tú te aprenderás sus caracteres; nombres les darás

Que no merecen repetirse. Y no desconocida

La serpiente, la alimaña más sutil del campo,

Colosal a veces, de ojos insolentes

Y terrífica melena hirsuta, aunque no nociva

Para ti y obediente a tu llamada.

Ahora el cielo fulguró en inmensa gloria, y giró

Con el impulso que la mano del Primer Moviente

Imprimió a su curso. Sonrió la Tierra engalanada

Y supremamente bella; en el aire, agua, tierra,

Vuelo, nado, marcha, de ave, pez y bestia,

Abundaban, mas el Sexto Día todavía no acabara.

Faltaba aún la obra culminante, el fin

De todo lo ya hecho: una criatura que, no prona,

Bruta, cual las otras criaturas, sino con santidad

Dotada de razón, pudiese levantar

Su envergadura y tiesa, con la faz serena,

Gobernar al resto, de sí consciente,

Y magnánima por ello para el trato con el Cielo,

Mas capaz de gratitud al descender su bien,

Y allí su corazón, su voz, sus ojos

Dirigir con actitud devota, para adorar

Y celebrar al Dios supremo, que la hizo preeminente

Entre todas sus creaciones. Y así el Omnipotente

Padre Eterno (porque ¿dónde falta su

Presencia?) de este modo a su Hijo, audible, dijo:

»“Hagamos ahora al hombre a nuestra imagen,

Semejanza nuestra, y que impere

Sobre el pez y el ave de los mares y los aires,

Y las bestias en los campos, y la tierra toda,

Y sobre cada cosa reptadora que en el suelo repta”.

Esto dicho, te hizo a ti, Adán, a ti, oh Hombre,

Polvo de la tierra; y sopló en tu rostro

El aliento de la vida. A su propia imagen

Te creó, a la imagen del Señor

Precisa, y fuiste tú un alma viva.

Te creó varón, mas hizo hembra a tu consorte,

Que fundaseis raza, y bendijo luego al hombre:

“Creced, multiplicaos y colmad la Tierra —dijo—

Sometedla, e imperad por todas partes,

Sobre el pez del mar y el ave de los aires

Y cada cosa viva que camina por la tierra”.

Dondequiera que te hiciera, pues ningún lugar aún

Se distingue por el nombre, luego, como sabes,

Al Jardín te trajo delicioso, este parque,

Ya poblado por los árboles de Dios,

Para el gusto y la mirada deliciosos por igual;

Y, liberal, te dio por alimento todo fruto grato

—Toda suerte hay aquí de todo el Mundo—,

Variedad sin fin. Mas del árbol que gustado

Da del bien y el mal la ciencia, de ése

Abstente; pues el día que lo pruebes, mueres.

Muerte es la pena impuesta, ¡cuida!,

Y gobierna tu apetito bien, no sea que el Pecado

Te sorprenda, y su oscuro servidor la Muerte.

Terminó aquí Dios, y todo lo que hiciera

Contempló, y vio todo enteramente bueno.

Así la tarde y alba el Sexto Día culminaron:

Mas no antes de dejar el Creador su Obra,

Aunque no cansado, y tornar a las alturas,

Al Cielo de los Cielos, su morada excelsa,

Para contemplar su nuevo mundo desde allí,

Este complemento de su Imperio, cómo se veía

Desde el Trono, cuán hermoso, cuán propicio,

Cuánto respondía a su Idea grande. Cabalgó a lo alto,

Escoltado por aclamaciones y el sonido

Melodioso de arpas a millares entonando

Angélicas cadencias; y la tierra, el aire

Resonaron (tú te acuerdas, pues lo oíste),

Y los cielos, todas las constelaciones repicaron;

Los planetas en sus puestos a la escucha se tuvieron,

Mientras la brillante pompa ascendía jubilosa.

“Abríos Puertas sempiternas —entonaban—

Abre, oh Cielo, tus vivientes Puertas; deja entrar

Al gran Creador, que ya de su Obra torna

Excelente, sus Seis Días de creación, un mundo;

Abríos y desde ahora, asiduas; porque Dios

Visitará frecuente las moradas de hombres justos,

Complacido, y con sólito intercambio

Sus alados mensajeros allí les enviará,

Con recados de superna gracia.” Tal cantaba

El glorioso séquito ascendiendo. Él por el Empíreo,

Que abrió de par en par sus Puertas fúlgidas,

Dirigió la marcha a la Casa Eterna del Señor

Por una vía anchosa, cuyo polvo es oro

Y por pavimento tiene estrellas, las estrellas

Cual las ves en la Galaxia, esa Vía Láctea

Que en la noche ves girar: espacio salpicado

Por el polvo de los astros. Y en la Tierra ahora

Fue la tarde séptima en Edén: el Sol

Se puso y un crepúsculo del este vino

Anunciando noche. A esa hora al Monte Santo,

Pináculo del Cielo, Trono del Imperio

Del Señor, fijado firme para siempre y recio,

La Filial Deidad llegó y se sentó

Con el gran Padre, pues también él fuera,

Invisible, sin moverse (este privilegio

La Omnipresencia tiene), y la obra decretó,

Autor y fin de toda cosa; y reposando

De la obra ahora, consagró y bendijo el Día Séptimo

Pues reposó ese día de su obra toda,

Aunque no en silencio santo: tuvo el arpa

Quehacer y no reposo, la solemne flauta

Y el dulcémele, y todo órgano de fina nota,

Y los sones todos de la cuerda o hilo de oro

Produjeron suaves tonos, mixturados con la voz,

Coral o unísona. Y en nubes el incienso

De áureos incensarios ocultaba el Monte.

La Creación cantaban y los seis días de trabajo:

“Grandes son tus obras, Jehovah, infinito

Tu poder; ¿qué idea ha de medirte, o qué lengua

Relatarte? Más grandioso ahora a tu retorno

Que al vencer a los rebeldes; a ti tus truenos

Te ensalzaron ese día: mas crear es cosa

Más grandiosa que lo creado destruir.

¿Quién podría rebajarte, Rey potente, o restringir

Tu Imperio? Fácilmente repeliste

La orgullosa tentativa y miras vanas

De los Ángeles apóstatas, que impíos planearon

Apocarte y apartar de ti la multitud

De tus devotos. Mas quien busca

Rebajarte sirve, contra sus propósitos,

Para hacerte revelar mayor poder: su mal

Empleas tú, creando un bien más grande.

Contemplad el nuevo mundo, otro cielo

A la Puerta de los Cielos, a la vista alzado,

En claridad hialina, el cristalino mar;

De tamaño casi inmenso, con estrellas

Numerosas y quizás un mundo cada estrella

A poblarse destinado: pero tú conoces

Sus periodos. Y entre éstos la morada de los hombres,

La Tierra sobre el circunfuso océano,

Su bellísima mansión. Feliz el hombre triplemente,

Y los hijos de los hombres, pues los prima Dios así,

Creados a su imagen, por que moren en la Tierra

Y que lo adoren, y regir a cambio

Todas sus creaciones, el mar, el aire, el continente

Y extender la raza de los fieles

Santa e íntegra: felices triplemente si comprenden

Su ventura y perseveran firmes”.

»Así cantaban, y el Empíreo repicaba

De aleluyas: de esta forma el Sabbath se guardó.

Y tu demanda considera satisfecha: inquiriste

El comienzo de este mundo y orden de las cosas,

Y qué se hiciera previo a tu memoria en el principio,

A fin que la posteridad, por ti informada,

Pueda conocerlo. Si algo más te incumbe,

Que no exceda la mesura humana, dilo ahora».