Libro V

EL ARGUMENTO[206]

La mañana se acercaba. Eva le cuenta a Adán su sueño perturbador; a él le disgusta, pero la conforta; parten a sus labores diarias: su himno matutino a la entrada del refugio. A fin de que el hombre no tenga excusa, Dios envía a Rafael para que le instruya acerca de su obediencia, su estado de libertad, el enemigo que tiene cerca: quién es y por qué es su enemigo y cualquier otra cosa que le sea de utilidad. Rafael desciende al Paraíso; se describe su apariencia; advierte su llegada Adán desde lejos, sentado a la puerta de su nidal; va a su encuentro, lo trae a su morada y lo agasaja con los mejores frutos del Paraíso, recogidos por Eva. Su conversación en la mesa. Rafael imparte su mensaje, le recuerda a Adán su estado y le habla de su enemigo. A petición de Adán relata quién es ese enemigo y por qué llegó a serlo, comenzando por su primera rebelión en el Cielo y la causa de la misma; cómo se llevó consigo sus legiones a las regiones del Norte y las incitó allí a rebelarse con él, seduciendo a todos menos a Abdiel, un Serafín que se le opuso, contradijo sus razones y después lo abandonó.

Avanzaba el Alba por el este con rosáceo paso,

Esparciendo por la tierra perla oriente,

Cuando Adán se despertó, siguiendo su costumbre,

Pues tenía el sueño tan ligero, por la pura digestión

Y los vapores blandos, temperados, que el sonido sólo

De las hojas y arroyos neblinosos, ventalle de la Aurora,

Enseguida lo ahuyentaban, y el chirrido matinal

De pájaros en cada rama. Tanto más su asombro,

Pues, al hallar a Eva aún dormida,

Con cabellos descompuestos y mejilla sonrojada

Como por descanso inquieto: apoyándose en el codo,

Alzado a medias, con miradas de profundo amor,

Se recostó sobre ella cautivado y vio

Belleza que irradiaba, ya despierta ya dormida,

Gracia peculiar; después, con voz tranquila,

Como cuando a Flora[207] Céfiro le sopla,

Tocándole la mano dulce susurró: «Despierta,

Bella mía, mi mujer, mi don reciente,

El postrero y el mejor del Cielo, mi deleite siempre nuevo.

Despierta, la mañana brilla, fresco el campo

Nos reclama, nos perdemos la alborada: el brotar

De nuestras plantas, florecer del limonar,

El goteo de la mirra, de los bálsamos

Y cómo la Natura pinta sus colores, cómo pausa

En la flor la abeja succionando líquida dulzura».

Tal susurro la despierta; mas con ojos asustados,

Abrazándose a Adán, así le habla:

«Oh único en quien mis pensamientos se reposan,

Perfección y gloria mías, qué alegría ver

Tu rostro y el tornado amanecer, pues esta noche

—Noche como ésta nunca tuve— he soñado

—Si soñé—, no como siempre, cosas tuyas,

La labor cumplida ayer, la que hacer mañana,

Sino ofensas y conflicto, que mi mente

Nunca viera hasta esta noche inoportuna; parecía

Que alguien al oído me invitaba a caminar

Con voz gentil (pensé la tuya) que decía:

“¿Por qué duermes, Eva? Ésta es la hora grata,

Fresca, silenciosa, salvo allí donde el silencio cede

Ante el ave de nocturno trino que, despierta ahora,

Extrema la dulzura de su canto pasional; ahora reina

Pletórica la Luna, y con luz más plácida

La faz asombra de las cosas; mas en vano,

Cuando nadie mira; vela el Cielo, todo ojos,

Contemplándote, ¿y a quién sino al capricho de Natura,

En cuya imagen toda cosa se complace,

Arrobada por seguir mirándote?”.

Me levanté cual si llamases, sin hallarte,

Y por hallarte dirigí mis pasos luego;

Y creí pasar a solas por senderos

Que de pronto me llevaron a ese Árbol

De prohibida Ciencia: muy hermoso parecía,

Más hermoso en sueños que de día;

Y mientras lo miraba con asombro, cerca había

Uno con figura y alas como ésos de los Cielos

Que a menudo vemos; sus rorantes aladares

Destilaban ambrosía; también el Árbol él miraba;

Y “Oh hermosa planta —dijo— abundante en fruto,

¿No hay nadie que tu peso alivie y pruebe tu dulzor?

¿Ni Dios, ni hombre? ¿Tanto se desdeña el conocer?

¿O envidia, o reserva alguna, vedan degustarte?

Védelo quien quiera, que ninguno ha de privarme más

De tus presentes: ¿qué harías tú aquí, si no?”.

Dicho esto no pausó, sino con brazo temerario

Arrancó, probó. Un frío horror me recorrió al oír

Palabras tan audaces rubricadas con audacia tal;

Mas él, arrebatado: “Oh divino fruto,

Dulce por ti mismo y aún más dulce así cogido,

Prohibido aquí, parece, cual si sólo apto para Dioses,

Mas capaz de convertir en Dioses a los Hombres:

¿Y por qué no en Dioses a los Hombres, pues el bien,

Cuanto más se extiende, crece más fecundo

Y el Autor recibe más, no menos, honra?

Ven, feliz criatura, bella Eva angélica,

Participa tú también, dichosa como eres

Más dichosa habrás de ser: más digna, no es posible.

Prueba de esto y, desde ahora entre los Dioses,

Diosa sé tú misma, no a la Tierra limitada:

A veces, cual nosotros, vive por los aires,

Otras sube al Cielo, por tus méritos, y ve

Qué vida ahí los Dioses tienen, y tú vívela también”.

Diciendo esto vino a mí y me ofreció,

A los labios me ofreció, parte de ese fruto

Que arrancara; el sabroso aroma placentero

Tanto me avivó el deseo que, pensé,

Tenía que probarlo. Al instante yo a las nubes

Ascendí con él, y abajo contemplé

La Tierra inmensa, un extenso panorama

Y muy diverso, sorprendida de mi vuelo y cambio

A tal exaltación. De pronto,

Ya mi guía me faltaba y, creyendo hundirme,

Caí dormida; pero qué contenta desperté

Y vi que fuera sólo un sueño». Eva así su noche

Relató y así apenado respondió su Adán:

«Excelsa imagen de mí mismo y parte mía más amada,

El pesar de tus ideas, esta noche en sueños,

Me conturba por igual; no puede deleitarme

Este raro ensueño que del mal proviene, temo;

Pero mal ¿de dónde? En ti, creada pura,

No hay ninguno. Sabe, sin embargo, que en el alma

Muchas facultades hay menores que a su líder

Sirven, la razón; la fantasía, entre éstas,

Viene luego, que de todo objeto externo

Que le ofrecen vigilantes los sentidos

Crea imaginaciones, aéreas formas,

Que juntándolas y separándolas el raciocinio plasma

Todo eso que negamos o afirmamos, y llamamos

El saber o la opinión; mas luego se retira

A su aposento, cuando duerme la natura.

A menudo, ausente aquél, mimética la fantasía

Por copiarle vela; pero maljuntando sus figuras

Gesta con frecuencia chifladuras, y más en sueños,

Trastocando hechos y palabras, viejos o recientes.

De éstas en tu sueño hay algunas, yo diría,

De la charla que tuvimos ayer noche,

Mas con rara añadidura. No te atristes, sin embargo.

Por la mente ya de Dios o el hombre, puede el mal

Andar, venir, inatendido, sin dejar tras él

Estigma o culpa: por lo que confío

En que lo que soñar aborreciste en sueños

Nunca aceptarás hacer despierta.

No te desanimes pues, no pierdas ese brillo

Que resulta casi siempre más alegre y más sereno

Que el reír del alba bella al mundo amaneciente,

Y alcémonos que nuevos cometidos nos aguardan

En los bosques, fuentes y entre flores

Que ya ofrecen sus recónditos perfumes

Retenidos por la noche y guardados para ti».

Así alegró a su bella esposa y ella se dejó

Mas, silenciosa, una lágrima gentil cayó

De cada ojo, que enjugó con el cabello;

Dos preciosas gotas más, dispuestas cada una

En su presa cristalina, antes de caer,

Besolas él cual nobles signos de apacible contrición

Y pío turbamiento, que temiera haber faltado.

Todo claro así al campo se apresuran.

Mas primero, justo tras salir al aire libre

De las sombras protectoras de su techo arbóreo

Y ver el nuevo día, el Sol, que apenas levantado

Con las ruedas aún rozando[208] el borde del océano,

A la Tierra paralelo disparaba su rorante rayo

Descubriendo, vasto panorama, todo el este

Del Jardín, y del Edén los llanos venturosos,

Se postraron adorantes y empezaron

Sus plegarias, que rendían dóciles al alba

Con estilo vario, pues ni vario estilo

Ni sagrado rapto les faltaban para loa

Del Creador, en aptos sones dichos o cantados,

Espontáneos: tan súbita elocuencia

Les fluía de los labios —prosa o verso numeroso[209]

Más melódica de lo que piden el laúd o el arpa

Para darse más dulzura. Empezaron pues así:

«Éstas son tus obras eminentes, Padre del Bien,

Omnipotente, tuyo este edificio universal

Tan milagrosamente bello; ¡tú qué milagroso pues!

Inefable, habitando por encima de estos cielos,

No te vemos, u oscuramente en estas obras tuyas

Inferiores, que declaran sin embargo

Tu bondad inconcebible y tu Poder Divino:

Hablad vosotros que diréis mejor, los Hijos de la Luz,

Vosotros Ángeles, pues a él le contempláis,

Y con cantos y corales sinfonías, días sin noche,

Rodeáis su Trono alegres, en los Cielos donde estáis;

En la Tierra uníos criaturas para loa

De quien es primero, último, es medio, y es sin fin.

Tú el más bello de los astros[210], último del séquito nocturno,

Si mejor no perteneces a la aurora, prenda cierta

De naciente día, que coronas la mañana sonriente

Con tu fúlgida diadema: glorifícalo en tu esfera

Mientras se levanta el día, esta dulce hora de alborada.

Tú, Sol, Ojo y Alma de este Mundo grande,

Reconócelo tu Superior, entona su alabanza

En tu eterno curso, tanto al elevarte

Y al ganar el zénit, como cuando ya declinas.

Luna, que ahora encuentras al oriente Sol, ahora huyes

Con los astros fijos, fijos en el orbe en fuga,

Y vosotros, cinco Fuegos errabundos[211] que os movéis

En danza mística no sin canción: dad eco

A su alabanza, quien llamó a la Luz de la Tiniebla.

Aire, y vosotros elementos, primogénitos

Del seno de Natura, que en cuaterno realizáis

Perpetuo ciclo, multiformes, y meráis

Y nutrís las cosas todas: que incesante vuestro cambio

Cree siempre nueva loa al Hacedor sublime.

Y vosotras, nieblas y efluxiones que subís ahora

De los lagos humeantes y los montes, grises o terrosas

Mientras no pincela el Sol con oro vuestras sedas:

En honor al gran Autor del mundo levantaos,

Ya cubráis de nubes nuestro cielo deslucido,

O reguéis con nubarradas la sedienta tierra;

Ya cayendo, ya subiendo, alabadlo siempre.

Su alabanza oh vientos, de los cuatro puntos cardinales,

Exhalad suave o fuerte; cimbread, oh pinos, vuestras copas

Junto a toda planta, en señal vibrad de culto.

Fuentes y vosotros, que al fluir cantaleáis

Con murmullo melodioso, entonad trinando Su alabanza.

Únanse las voces de las almas vivas todas: aves

Que subís cantando a la Puerta de los Cielos,

Lleven vuestras alas y canciones su alabanza;

Y vosotros discurriendo por las aguas, por la tierra,

Caminando regios o reptando humildes;

Sed testigos si yo callo, tarde o alba,

Ante monte, valle, fuente o fresca sombra,

Hechos voces por mi canto e instruidos en loarle.

¡Salve, oh Señor universal! Sé siempre generoso

En darnos sólo el bien; y si la noche

Ha amasado mal o engaño, tú dispérsalo

Cual la luz dispersa las tinieblas ya».

Así rezaron, inocentes, y pronto recobraron

Sus pensares firme paz y calma acostumbrada.

Luego a su rural trabajo matinales se apresuran

Entre dulces flores y rocíos, donde alguna fila

De frutales muy frondosos alargaba demasiado

Su ramaje consentido y exigía manos que cortasen

Infructíferos abrazos; o la vid guiaban

A casarse con el olmo; ella, desposada, enrosca

En torno a él sus brazos maritales y consigo porta

Dote —los racimos adoptados— que las hojas orna

Infértiles del árbol. Ocupados de esta forma,

Los miraba con piedad el alto Rey Empíreo,

Y a Rafael llamó, Espíritu amistoso que marchó

De viaje con Tobías y guardó sus nupcias

Con la moza de los siete esposos malogrados.

«Rafael —le dijo—, oyes tú en la Tierra qué revuelo

Satanás, fugado del Infierno por la Sima oscura,

Ha creado en el Edén y cómo ha perturbado

Esta noche al par humano, cómo busca en ellos

Arruinar de golpe a la entera humanidad.

Ve pues y, como amigo con amigo, charla con Adán

Parte de este día, allá en la fronda o sombra

En que lo encuentres, guarecido al mediodía,

Refrescándose de su trabajo con regalo

O con reposo; y habla cosas tales

Que su estado afortunado le sugieran:

La fortuna que es bien libre de querer,

Dejada a su libre voluntad; su voluntad que, libre[212],

Es mudable; y por ello adviértele que es fácil

Extraviarse confiado: háblale también

De su peligro, de quién viene, qué enemigo

Caído de los Cielos hace poco, trama ahora

La caída para otros del estado venturoso:

¿Por violencia?, no, pues ésta encontraría oposición:

Por engaño y con mentiras; dale todo a conocer,

Que pecando luego voluntario no simule

Desconcierto, alegando desaviso.»

Así habló el Eterno Padre y satisfizo

La justicia toda. No se demoró el alado Santo

Tras cobrar encargo: de entre medio de los miles

De Ardores Celestiales[213], donde estaba

Trasvelado por sus alas fúlgidas, saltó ligero

Y voló por el Empíreo; los coros de los Ángeles,

Partiéndose a su paso, dieron vía a su premura

A través de las celestes rutas, hasta alcanzar

Las Puertas de los Cielos, que se abrieron solas

Y rotaron en sus goznes áureos: tal los hizo,

Y divinamente, el Arquitecto soberano.

Desde allí, sin nube que moleste su visión

O estrella intercalada, aunque mínima, avista,

No distinta de otros globos refulgentes,

Nuestra Tierra y el Jardín de Dios, de cedros coronado

Allá en los montes. Así de noche el cristal

De Galileo observa, menos inconcuso,

Países figurados y regiones en la Luna;

Así un piloto al ver surgir, en medio de las Cicladas[214],

A Delos, Samos, cree vislumbrar

Un punto nebuloso. Hacia allí con vuelo prono

Se apresura y el vasto etéreo cielo surca

Entre mundo y mundo, el ala firme

Ahora en los polares vientos, ya con rápido viraje

Aventa el aire dúctil; hasta que en alturas

De las águilas cimeras, todo pájaro lo cree

Un Fénix: a todos les parece el ave única

Que porta sus reliquias al fulgente Templo

Del Dios Sol, volando a Tebas en Egipto[215].

Pronto ya en el risco oriental del Paraíso

Pone pie, y a su propia imagen él retorna,

La de alado Serafín: seis alas tiene, que protegen

Sus divinos lineamientos; las dos que visten

Cada hombro ancho le caían sobre el pecho

Como manto con adorno regio; dos al medio

Como franja astral el talle ciñen, abrigándole

Los muslos y caderas con dorado terciopelo

Y colores de tintura célica; los pies el tercero adumbra,

Desde cada tarso, con mallada pluma del matiz

Del firmamento. Como el vástago de Maya[216]

Sacudió sus péndolas, que en torno difundieron

Celestial fragancia. Al instante lo conocen

Las patrullas de los Ángeles guardianes,

Que honran su mensaje y rango alzándose,

Pues portador lo creen de algún mensaje alto.

Sus radiantes pabellones Rafael pasó y llega al fin

Al campo venturoso por mirrados bosques

Y perfumes florecientes, casia, nardo, bálsamo

Y una jungla de fragancias, pues Natura aquí

Se recreaba, primeriza, exhibiendo a voluntad

Su virgen fantasía, derramando su dulzura

Por encima de arte o regla, beatitud inmensa.

Arribando por el bosque perfumado a Rafael

Adán discierne, que a la puerta reposaba

De su fresco nido, mientras ya subido el Sol

Lanzaba rectos rayos férvidos por dar calor

Al núcleo de la Tierra, más que Adán precisa.

Y Eva dentro, a esta hora preparaba

Los sabrosos frutos, de ese gusto que complace

Al auténtico apetito, sin agriar el sorbo intercalado

De nectáreas libaciones, de melífera corriente

O de bayas, uvas. Mas Adán así la llama:

«Pronto, Eva, ven y mira, digna de tu vista

Entre aquellos árboles al este, qué gloriosa forma

Viene de camino, parecida a un nuevo amanecer

Al mediodía. Gran recado puede que nos traiga

De los Cielos y quizás acepte en este día

Ser huésped nuestro. Pero date prisa

Y de lo que tenga tu despensa vierte copia,

Apta para honrar y recibir al celestial viajero;

Bien podemos ofrecer a nuestros bienhechores

De sus propios bienes y dar con largueza

De lo dado largamente, donde la Natura multiplica

Su fecundo crecimiento y, despojada, se hace

Más fructífera, enseñándonos a prodigar».

Eva respondió: «Adán, de tierra molde santo

Que inspiró el Señor, despensa escasa basta

Donde siempre ya madura hay despensa en ramas;

Menos de eso que, en frugal despensa,

Gana fuerza nutritiva y disipa la humedad superflua.

Mas voy aprisa, y de cada arbusto y rama,

Cada planta y calabaza más jugosa, tales frutos

Cogeré por agradar a nuestro angélico invitado

Que confiese al verlos que, aquí en la Tierra,

Dios ha prodigado dones dignos de los Cielos».

Dicho esto con mirada presurosa se despide,

Inmersa ya en hospitalarios pensamientos:

Qué delicias escoger por deleitar mejor,

En qué orden sucesivos para no mezclar

Sabores imperfectos, no elegantes, y llevar

De un gusto a otro con el más selecto cambio;

Esto, pues, la ocupa y de cada tierno tallo

Todo eso que la Tierra, alma Madre, ofrece

En las Indias al oeste[217] o este o, en medio,

El Ponto, o costa púnica, o donde

Alcínoo reinaba, frutos de cualquier especie,

De corteza dura, piel suave, concha,

O hirsuta cáscara recoge, un tributo vasto

Que en la mesa apila pródiga. Bebida la hace

De las uvas exprimidas, mosto inofensivo,

Y aguamiel de muchas bayas, y de almendras dulces

Bien prensadas delicada crema extrae: de vasijas

Puras, aptas, para éstas no carece; luego esparce

Por el suelo rosas y yerbas no incensadas.

Mientras, nuestro Padre Primordial a recibir

A su divino huésped marcha, y sólo el séquito

Lo escolta de sus propias perfecciones,

Y completas: en sí mismo estaba su grandeza,

Más solemne que la pompa fastidiosa

De los príncipes, que con cortejo largo y rico

De caballos y muchachos que embadurna el oro

A la multitud deslumbra y deja boquiabierta.

Cerca ya de él, Adán, si no apocado,

Con sumiso trato y dócil reverencia,

Cual a superior natío, inclinándose humilde,

Dice: «Morador del Cielo, pues ningún lugar

Sino los Cielos puede contener figura tan gloriosa;

Puesto que viniendo de los Tronos en la Altura,

Esas plazas venturosas has dejado por un tiempo

Para honrar aquí las nuestras, dígnate con este

Solo par, que por obsequio soberano tiene

Este amplio territorio, a reposarte allí,

En aquella umbría, y gustar lo que el Jardín ofrece

De mejor cobijo o fruto, hasta que este resistero

Pase y, más fresco, el Sol decline».

A lo que la Angélica Virtud repuso dulce:

«Adán, por eso vine; no es tu hechura tal,

Ni la de este sitio donde moras,

Que no invite —aunque Espíritu del Cielo—

A visitarte; guía pues al resguardo de las sombras,

Que estas horas meridianas, hasta caer la tarde,

Son enteramente mías». Así al silvano nido

Llegan ellos; éste como oasis de Pomona[218] les sonríe

Cubierto de capullos y fragancias; pero Eva

Descubierta salvo de ella misma, más hermosa

Que una Dríade[219] o la más hermosa Diosa figurada

De las tres que en monte Ida contendieron nudas[220],

Se dispuso a agasajar al huésped célico. Virtuosa,

No requiere velo; no hay infirme pensamiento

Que le altere la mejilla. A quien el Ángel «¡Salve!»

Dice, el saludo santo que más tarde

A María, la segunda Eva, honraría.

«Salve, Madre de la Humanidad, de fértil seno

Que este mundo colmará de hijos más cuantiosos

Que estos frutos tan variados ofrecidos a tu mesa

Por los árboles de Dios.» Herboso lomo era

Pues la mesa, con musgoso asiento alrededor,

Y en su amplia superficie, de extremo a extremo,

El otoño se apilaba, aunque otoño y primavera aquí

Andaban de la mano. Charlan ellos por un rato,

Sin temer comida fría; cuando al cabo así comienza

Nuestro autor: «Viajero empíreo, prueba si te place

De estos dones que el Nutricio Padre —de quien

Todo bien perfecto torrencial desciende—,

Por comida y por deleite, a la tierra

Incita a dar; insípido alimento, acaso,

Para seres numinosos: sólo esto sé,

Que un Padre Celestial a todos da».

A lo que el Ángel: «Y por ello lo que da

(Cantemos siempre su alabanza), para el hombre,

Espiritual en parte, puede que lo encuentren

Los Espíritus comida grata: y comida semejante

Esos entes inteligenciales la requieren

Cual vosotros, racionales. Y ambos órdenes

En sí contienen esas facultades inferiores

Del sentido: pues ven, oyen, huelen, tocan, gustan

Y, gustando, cuecen[221] y digieren y asimilan,

Y lo corpóreo en incorpóreo tornan.

Pues comprende: lo que fue creado exige

Ser nutrido y sostenido. De los elementos

Al más puro nutre el más grosero, al mar la tierra,

Tierra y mar al aire, éste a los etéreos Fuegos[222]

Y de éstos, inferior, primero a la Luna;

De ahí en su redondo rostro tales manchas:

Son vapores no purgados, no absorbidos todavía.

Y no es que la Luna no desprenda nutrimento

De su liento continente para orbes superiores.

El Sol que a todos distribuye, toma

De ellos recompensa alimentante

Como húmedas exhalaciones, y al caer la tarde

Cena con los mares. Si los árboles del Cielo

Portan fruto de ambrosiaca vida, y las viñas

Rinden néctar; y si de las ramas cada amanecer

Melíferos rocíos aventamos para ver el suelo

Aljofarado, Dios, no obstante, ha hecho aquí

Presentes tan variados en deleites nuevos

Que podrían compararse al Cielo. Y no creas

Que a probarlos me hallarás remiso». Se sentaron pues

A las viandas y no sólo en apariencia

O niebla el Ángel, glosa muy común

De los teólogos[223], sino con avidez intensa

De hambre verdadera y digestivo ardor

De transubstanciación; lo redundante lo transpiran

Fácilmente los Espíritus; no es raro, pues,

Si por fuego de carbón el empírico alquimista

Puede convertir, o cree posible hacerlo,

Los metales más impuros en perfecto oro,

Como de la mina. Mientras, Eva a la mesa

Les servía desnuda y sus copas afluentes[224]

De licores gratos coronaba. ¡Oh inocencia

Digna del Edén! Entonces sí —si alguna vez—

Se excusaran los amores de los Hijos del Señor[225]

Por la mujer; pero en estos corazones

Un amor reinaba no libidinoso y celos

No existían, el infierno del herido amante.

Así, tras contentar, no hartar, sus cuerpos

De manjares y bebidas, una idea súbita surgió

En Adán: que no perdiese la ocasión,

Que el gran encuentro le ofrecía, de saber

De cosas trascendentes y del ser de aquellos

Que en los Cielos moran, de excelencia que veía

Superar la propia, y cuyas formas luminosas

—Divinal fulgor— y altísimo poder de tal manera

Excedían los humanos. Su discurso precavido,

Pues, así al Ministro Empíreo dirigió:

«Cohabitante del Señor, ahora bien comprendo

Tu favor en esta gracia dada al hombre

Bajo cuyo techo humilde te has dignado

Reposar, gustando de estos frutos terrenales,

Pábulo no de Ángeles, mas aceptado así,

Cual si mejor dispuesto no pudieras parecer

En los ágapes del Cielo. ¿Cómo, sin embargo, comparar?».

A lo que el Jerarca alado replicó:

«Oh, Adán, un solo Omnipotente hay

De quien procede toda cosa y a él retorna,

Si no pierde la virtud; creado todo bien capaz

De perfección y todo de materia una primordial:

Dotado de distintas formas, varios grados

De substancia y, en las cosas vivas, de la vida;

Pero más acrisolada, numinosa y pura

Cuanto más cercana a Él o más proclive

A su propia esfera activa, asignada a cada una,

Hasta que al espíritu el cuerpo llega, en justa

Proporción a cada tipo. Así de la raíz

El verde tallo brota más ligero, de éste hojas

Más aéreas y, por fin, la flor brillante y consumada

Aromáticos espíritus exhala: y las flores y sus frutos,

Hechos alimento, sublimados en escala gradual,

Aspiran a espíritus vitales, animales,

Luego intelectivos, dando vida y sensación,

Y fantasía, entendimiento, del que el ánima

Recibe la razón, que discursiva o intuitiva,

Es el ser del alma; el discurso con frecuencia

Es vuestro; nuestra sobre todo la intuición,

Distintas sólo en grado, en especie iguales.

No te asombre pues que lo que Dios ve bueno para ti

No rehúse yo, sino al igual que tú lo haga

Mi substancia; tiempo llegará en que los hombres

Con los Ángeles comulguen y hallen esto

Dieta no indebida, ni pitanza muy menuda:

Y de tales nutrimentos corporales, puede,

Vuestros cuerpos se hagan al final entero espíritu,

Mejores con el tiempo y la ascensión

Etérea, cual nosotros, eligiendo a voluntad

Vivir aquí o en Celestes Paraísos,

Si se os halla obedientes y guardáis,

Inalterable y firme, íntegro el amor

De quien sois progenie. Mientras, disfrutad

La dicha que esta condición dichosa

Puede contener, incapaz de más».

Y el Patriarca de la Humanidad repuso:

«Oh Ángel favorable, comensal propicio,

Bien has enseñado qué camino puede dirigir

El conocer y, de Natura, la escala que conduce

Desde el centro al ruedo externo, por la que

En contemplación de todo lo creado,

Grado a grado, ascendemos hasta Dios. Mas di,

¿Qué era esa advertencia “Si se os halla

Obedientes”? ¿Puede pues faltarnos la obediencia

A Él, o acaso traicionar su amor,

A quien del polvo nos formó y plantó aquí,

Colmados totalmente de cualquier ventura

Que el humano anhelo busque o pueda contener?».

A lo que el Ángel: «Hijo de la Tierra y Cielo,

Óyeme bien: ser dichoso débeselo a Dios;

Que sigas siéndolo, débetelo a ti,

Es decir, a tu obediencia; en ella queda.

Ésta es la advertencia que te di, recuérdala.

Perfecto Dios te ha hecho, no inmutable;

Bueno te formó, mas perdurar es cosa

Que dejó en tus manos, dándote una libre

Voluntad, no gobernada por destino

Inextricable o rígida necesidad.

Servicio voluntario pide de nosotros,

No uno impuesto; tal servicio no halla en Él

Aceptación, pues ¿cómo, sin ser libre,

Probaría el corazón que sirve voluntario,

Si quisiera sólo lo que debe, por destino,

Incapaz de optar por nada diferente?

Yo también y toda la milicia angélica

Ante el Trono del Señor en nuestra dicha

Perduramos, como tú en la tuya, si la sumisión

Perdura: otra garantía no la hay; servimos libres

Porque amamos libres, siendo nuestra opción

Amar o no: con ello perduramos o caemos.

Y hubo quien cayó, por rebelión cayó,

Y así del Cielo hasta el más profundo Infierno;

¡Oh caída, de qué dicha en qué tormento!».

Y nuestro gran Progenitor: «A tus palabras

Bien atento, oh Instructor Divino, con más gozo

Las escucho que los cantos nocturnales

Desde montes no lejanos cuando elevan Querubines

Música estelar; y no ignoraba estar creado

Libre en acto y voluntad;

Mas que no debemos olvidarnos nunca del amor

Al Hacedor y obedecer a quien nos puso

Un mandato sólo y justo, mis constantes pensamientos

Lo afirmaban y lo dicen todavía: aunque lo que cuentas

Que ocurrió en el Cielo, mueve duda en mí

Y deseo aún más grande de escuchar, si lo permites,

La completa relación, que debe ser extraña,

De oírse digna con quietud sagrada;

Y tenemos todavía largo rato, pues el Sol acaba apenas

La mitad de su carrera y apenas ya comienza

La otra media en la gran región del cielo».

Hizo Adán así su petición, y Rafael

Tras corta pausa, asintiendo, comenzó:

«Alto tema impones, oh primero de los hombres;

Triste empeño y arduo, pues ¿cómo relatar

A mente humana las proezas invisibles

De Espíritus guerreros?; ¿cómo, sin pesar,

La caída de ésos todos, tan brillantes y perfectos

Mientras fueron fieles?; ¿cómo desvelar,

Por último, secretos de otro mundo, que quizá

Sea ilícito mostrar? Mas, para bien tuyo,

Tal se me permite y lo que el alcance excede

Del sentido humano, he de describirlo

Comparando formas numinosas con corpóreas

Según mejor las muestren, pues acaso esta Tierra sea

Sombra de los Cielos y las cosas que contienen

Se parezcan una a otra más de lo esperado.

»No era el mundo todavía y Caos reinaba fiero

Donde estos cielos ahora ruedan, donde esta tierra ahora

En su centro yace, cuando un día

(Pues el tiempo, aunque en lo eterno, si aplicado

Al movimiento, mide toda cosa duradera

Por presente, el pasado y el futuro), el día

Que el Gran Año[226] celestial culmina, la hueste empírea

De los Ángeles por regia citación llamada,

Incontable ante el Trono del Omnipotente,

Desde todo punto de los Cielos, pronto apareció

Tras sus jerarcas en columnas fulgurantes.

Diez mil miles de estandartes altos avanzaron,

Oriflamas, gonfalones, entre frente y retaguardia,

Tiemblan en el aire y de divisa sirven

A las jerarquías, órdenes y grados;

O en sus tejidos destellantes portan blasonadas

Inscripciones santas, actos de amor y celo

De recuerdo egregio. Y así, cuando en Orbes

De circuito inexpresable los Ángeles formaron,

Orbe en Orbe, el Infinito Padre,

—Junto a Él el Hijo en beatitud sumido—

Como en monte llameante cuya cumbre

Invisible hiciese el resplandor, así les habla:

»“Oídme todos los Espíritus, Progenie de la Luz,

Tronos y Dominios, Principados y Virtudes, Potestades,

Escuchad mi edicto, que es irrevocable.

He concebido en este día a quien declaro

Mi Hijo Único y en este Monte santo

He ungido a quien ahora contempláis

Sentado a mi derecha. Por Cabeza os lo otorgo

Y he jurado por mi Ser que todas las rodillas en el Cielo

Ante él han de doblarse y proclamarlo su Señor:

Bajo el reino de este gran Vicerregente

Persistid unidos como un Alma individual,

Felices para siempre. Mas aquel que le desdeñe

Me desdeña, rompe la unidad, y el mismo día,

Desterrado del Señor y la visión bendita, cae

A tinieblas absolutas, insondable sima, su lugar

Prescrito, sin posible redención, sin término”.

»Así habló el Omnipotente y con sus palabras

Todos parecieron complacidos: parecía, mas no todos.

Ese día, cual otros tan solemnes, lo pasaron

Con canciones, danza, alrededor del santo Monte,

Danza mística, que aquella astral esfera

De planetas y de estrellas fijas, con sus ruedas todas,

Es la que mejor la emula: laberintos intrincados,

Excéntricos, entreverados, y que son más regulares

Cuanto más irregulares aparentan:

Y en sus mociones la divina armonía

Tanto adulza sus hermosos sones, que Dios mismo

Escucha deleitado. El atardecer llegaba

(Pues también nosotros tarde poseemos y mañana,

Para cambio placentero, no por necesarias)

Y enseguida de la danza al dulce ágape se tornan

Deseosos; en los círculos en que se hallaban,

Mesas aparecen y de súbito rebosan

Con angélico alimento; néctar fluye cual rubí,

En perla, adamante y en macizo oro,

Fruto de exquisitas viñas, que en los Cielos crecen[227].

Entre flores reposados, de capullos coronados,

Comen, beben y en afable comunión

La inmortalidad apuran y la dicha —libres

De la hartura, donde plétora jamás es demasía—

Ante el Almo Rey, que con mano pródiga

Vertía, gozándose en su gozo. Ahora,

Cuando ambrosial la noche, con sus nubes exhaladas

Desde el Monte del Señor, de donde luz y sombra

Brotan ambas, el semblante del Empíreo transformó

En crepúsculo dichoso (pues la noche allí no llega

Como negro velo) y rosáceos los rocíos a todos incitaron

—Menos Dios, de insomnes ojos— al reposo,

Por los vastos llanos, mucho más inmensos

Que esta Tierra orbicular en plano desplegada

(Tales son las cortes del Señor), la multitud angélica,

Dispersa en bandas y legiones, extendió su campamento

Cerca de vivientes ríos, entre Árboles de Vida:

Pabellones incontables, elevados de repente,

Celestiales tabernáculos, en que dormía

Oreada por los vientos, salvo aquellos que por turno

Himnos melodiosos al Trono Soberano

Alternaron sin cesar la noche entera. Mas no así veló

Satán: llamadlo de este modo, pues su nombre antiguo

No pronuncia el Cielo ya. De los primeros era él,

Si no el primer Arcángel, grande en potestad,

Favor y preeminencia, mas de envidia lleno

Contra el Hijo del Señor, el día aquel

Honrado por su magno Padre y Mesías declarado,

Rey ungido: no lo pudo soportar su orgullo

Y, ante aquella escena, rebajado se sintió.

Maldad profunda concibió así y desprecio;

Al traer la medianoche la hora penumbrosa,

Del dormir amiga y el silencio, resolvió

Con todas sus legiones levantar el campo

Y negar el culto, la obediencia, al supremo Trono,

Desdeñoso. Despertando, pues, a su segundo

De este modo, con sigilo, lo abordó:

»“¿Duermes, camarada? ¿Qué soñar los párpados

Te cierra, si recuerdas qué decreto ayer,

¡Y tan reciente!, traspasó los labios

Del celeste Omnipotente? Tú a mí tus pensamientos

Me contabas, yo contigo los míos compartía:

Ambos éramos, despiertos, uno; ¿cómo puede ya

Tu sueño disentir? Pues nuevas leyes ves impuestas;

A nuevas leyes de quien reina, nuevas mentes

En nosotros, que servimos, nuevos planes y debate

Del dudoso porvenir: más, en este sitio,

No es seguro debatir. Reúne tú,

De todas las miríadas que trajimos, las mejores;

Diles que me mandan, antes que la tenue noche

Su sombrosa nube aparte, darme prisa

—Y conmigo todos los que ondean mi estandarte—

De camino a casa, con alada marcha al Norte,

Nuestros reales, para preparar allí

Encuentro digno a nuestro Rey,

El gran Mesías y sus nuevas tropas

Que veloz por todos los cuarteles

Piensa desfilar triunfante, dando leyes”.

»Así habló el falsario Arcángel, instilando

Influencia mala en el pecho incauto

De su amigo. Éste llama juntas,

O varias una a una, a las Regentes Potestades,

Bajo él regentes, y les dice (así le han dicho)

Que por orden del Más Alto, antes que la noche,

Antes que la noche ahora libre el Cielo,

El gran jerárquico estandarte tiene que partir;

La causa explica sugerida y entre medio esparce

Frases vagas y palabras envidiosas que sondeen

O mancillen la entereza; mas todos obedecen

La señal acostumbrada y la voz mayor

De su gran Potentado; pues su nombre, cierto,

En los Cielos era grande y alto el rango.

Su semblante, cual la estrella matinal que guía

Al astral rebaño, les sedujo y con mentiras

Arrastró a un tercio de la celestial milicia.

Mientras tanto el Ojo Eterno, que discierne

Los pensares más abstrusos, desde el Monte santo,

Desde Lámparas de oro que arden ante Él

De noche, sin su luz vio rebelión alzarse,

Vio en quién, cómo se extendía

Entre los Vástagos del Alba, qué legión

Se apartidaba para combatir su magno edicto,

Y sonriéndole a su Unigénito así le dijo:

»“Hijo, tú en quien veo mi propia gloria

En completo resplandor, de todo mi poder el heredero:

Ahora sobre todo nos importa estar seguros

De esta omnipotencia nuestra y con qué armas

Resolvemos preservar lo que de antiguo declaramos

Ser Deidad e Imperio nuestros, pues un enemigo

Se alza que pretende levantar un trono

Igual al nuestro en todo el espacioso Norte

Y, no contento, tiene en mente tantear

En armas qué poder, derecho son los nuestros.

Meditemos, pues, y a esta contingencia

Opongamos presto fuerzas fieles, empleándolas

A todas por defensa, no perdamos descuidados

Ésta nuestra Sede y Santuario, Monte nuestro”.

»A lo que el Hijo, con sereno rostro y claro

Resplandor divino, inefable y sosegado

Respondió: “Padre poderoso, bien merecen

Tus rivales justa burla y cierta risa

Por sus vanos planes y tumulto vano;

Causa para mí de gloria, pues su inquina

Ha de ensalzarme cuando vean regio el poderío

Que me otorgas para ahogar su orgullo, y los hechos

Les demuestren si consigo subyugar

A tus rebeldes o resulto de los Cielos el peor”.

»Tal el Hijo, mas Satán con todas sus legiones

Ya un camino largo recorriera alígero, una tropa

Innumerable como estrellas de la noche

O astros matinales, el aljófar del rocío, con que perla

El Sol las hojas, cada una de las flores.

Por regiones avanzaron, las regencias poderosas

De los Tronos, Serafines, Potentados

En sus triples grados: territorios a los que

Todo tu dominio, Adán, no es más que el Jardín

Si lo comparas con la Tierra entera

Y todo el mar, el globo en su conjunto

Desplegado en longitud. Y dejándolos atrás,

Los límites del Septentrión al fin cruzaron,

Y Satán llegó a su regia sede, alta en un peñón

Que refulgía desde lejos, como un monte

Sobre un monte, con pirámides y torres

De diamante en bruto y rocas de oro,

El palacio del gran Lucifer (tal nombre tiene

La estructura interpretado en el dialecto

De los hombres), que aquél, bien pronto,

Pretendiendo equipararse en todo a Dios

E imitando el Monte en que el Mesías

Fuera ungido a la vista de los Cielos,

Monte lo llamó de la Congregación;

Pues toda su milicia allí él congregó,

Fingiendo hacerlo para discutir

La magna recepción debida al Rey

Que en llegar no tardaría y, con arte calumnioso

De verdad desfigurada, de este modo les sedujo:

»“Tronos y Dominios, Principados y Virtudes, Potestades,

Si estos títulos magníficos son todavía

Más que meros títulos pues, por decreto,

Otro hay ahora que el poder entero

Toma para sí y nos eclipsa bajo el nombre

De Monarca ungido, por quien toda esta prisa,

Esta marcha a medianoche y reunión urgente aquí:

Esto es sólo para debatir de qué mejor manera,

Con qué clase de honras nuevas debe recibirse

A quien llega para recibir el homenaje de rodillas

Todavía por rendir, infame postración,

Demasiado para uno ya: duplicado ¿quién lo aguanta?,

Para uno y, además, su imagen proclamada.

Pero ¿y si ideas más bizarras levantasen

Nuestras mentes, enseñándonos a rechazar el yugo?

¿Bajaríamos la cabeza optando por doblar

Las dóciles rodillas? No vosotros, si sois

Como creo, o vosotros mismos os tenéis

Por Hijos y habitantes de un Empíreo que nadie

Poseyó; y si iguales no lo sois, libres sí

Y libres por igual: pues órdenes y rangos

No desdicen libertad, sino la afirman.

¿Quién, entonces, puede con razón o por derecho

Asumir la Monarquía sobre quienes por derecho

Son iguales suyos, si menores en poder y en esplendor,

En libertad iguales? ¿O tiene que imponernos

Ley y edicto, a nosotros que sin ley

No erramos y, más aún, ser Dueño nuestro,

Esperando adoración y degradando

Estos Regios Títulos que nos declaran

Hechos para imperio, no servicio?”.

»Hasta aquí su audaz discurso fue escuchado

Sin control; mas, entre aquellos Serafines,

Abdiel, de quien ninguno superaba su fervor

A la Deidad y sumisión a sus mandatos,

Se alzó y en llama de fervor severo

Al torrente de su furia así se opuso:

»“¡Oh blasfema alegación, mendaz y altiva!

Cosas que jamás pensó escuchar el Cielo

Y de ti, ingrato, todavía menos,

En lugar tan alto por encima de tus Pares.

¿Puedes condenar acaso, con afrenta impía,

El decreto justo del Señor, jurado y proclamado,

Que ante Su Hijo único, que ostenta por derecho

Cetro regio, toda alma en el Empíreo

Ha de hincar rodilla y proclamarlo Rey legítimo

Con homenaje así rendido? ¿Es injusto, dices,

Por entero injusto, sujetar con leyes a los libres

Y a un igual dejar que reine sobre iguales,

Uno sobre todos con poder sin sucesor?

¿Darás pues leyes tú a Dios?, ¿discutirás

Con Él de libertad, con quien te ha hecho

Como eres, quien formó en los Cielos Potestades

Como quiso y su ser circunscribió?

Por experiencia, sin embargo, conocemos qué benigno

—Y de nuestro bien y dignidad

Qué próvido— es, qué lejos de su mente

Rebajarnos, qué proclive antes a exaltar,

Dichoso, nuestro estado con unión más fuerte

Bajo un líder solo. Mas aun dando por injusto

Que un igual gobierne cual monarca sobre iguales,

¿Crees que tú, si bien glorioso y grande,

O que toda Angélica Natura hecha sólo una,

Puede equipararse al Hijo concebido?, por quien

—Como por su Verbo— el Padre poderoso hizo

Toda cosa, tú incluido, y todo Espíritu del Cielo

Creó por él, en sus distintos grados de esplendor,

Y coronó de gloria, y su gloria la llamó

Tronos y Dominios, Principados y Virtudes, Potestades,

Esenciales Potestades, no eclipsadas por su reino

Sino hechas más ilustres, ya que haciéndose Cabeza

Uno es de los nuestros, tanto se rebaja:

De sus leyes hace nuestras leyes y el honor que se le rinde

Nuestro al fin resulta. Cese, pues, tu rabia impía

Y a éstos no los tientes; más bien corre a apaciguar

Al Padre airado, y al airado Hijo

Mientras tengas todavía tiempo de perdón”.

»Esto dijo el Ángel fervoroso, mas su celo

Nadie secundó, pues lo tuvieron por impropio

O imprudente y personal, lo que al Apóstata

Le complació y replicó ya más altivo:

»“¿Que fuimos hechos, dices pues, y obra

De una mano secundaria, la labor del Padre

Transferida al Hijo? ¡Punto raro y nuevo!

Y doctrina cuya fuente bien quisiéramos saber:

¿Quién vio el surgir de la creación? ¿Recuerdas tú

Que te formasen, que te diera el ser el Hacedor?

De tiempo en que no fuimos no hay noticia,

De ningún predecesor: nos concibió y enderezó

Nuestra propia facultad vivífica, al cumplir el hado

El ciclo señalado: madurado brote de este

Nuestro Cielo natalicio, sus Etéreos Hijos.

Nuestra fuerza sólo es nuestra, nuestra diestra

Ha de enseñarnos gestas que pondrán a prueba

Quién es nuestro igual: entonces ya verás

Si pretendemos dirigirle súplicas

O el Trono Omnipotente circundar

Con ruegos o con guerra. Este parte,

Estas nuevas porta al Rey ungido;

Y vuela, que tu vuelo no intercepte un mal”.

»Dijo, y cual ruido de aguas hondas

Un murmullo bronco sus palabras aplaudió

Alzado por la tropa inmensa; no por ello

El ardiente y destemido Serafín, que estaba solo,

En medio hostil, su réplica valiente calla:

»“Desterrado, ¡ay!, de Dios, oh Espíritu maldito

Que abandona todo bien; veo tu caída

Ya prescrita, y a esta turba desdichada envuelta

En tu fraude pérfido, contagio que propagan

Tu delito y su castigo: por lo tanto

Ya no pienses de qué modo el yugo quebrantar

De Dios Mesías: esas leyes indulgentes

No han de serte concedidas; otros estatutos

Contra ti se dictan sin posible remisión:

Ese Cetro Aureo que opugnaste

Es ahora Vara Férrea que herirá y quebrantará

Tu insumisión. Bien me aconsejas,

Pero no por tu consejo o amenazas vuelo

De estas tiendas condenadas; más bien temo

Que la cólera inminente, estallando en pura llama,

No distinga, pues espera pronto padecer

Su Trueno en tu cabeza, fuego que devora.

Quién te creó comprende entonces con lamentos,

Cuando sepas quién podría descrearte”.

»Esto dijo el Serafín Abdiel, que fue leal:

Entre tantos desleales, sólo él leal;

Entre innúmeros falsarios, inmutable,

Impasible, impávida, inconquistada,

Su lealtad mantuvo, su fervor, su amor:

Ni el número de aquéllos ni su ejemplo

Le ofuscaron la verdad, la mente le cambiaron,

Aunque sola firme. Del consejo Abdiel partió:

Senda larga hizo por hostil desdén, que soportó

Soberbio, sin temer violencia alguna;

Y, con desdén devuelto, dio la espalda

A altivas torres, condenadas a inminente destrucción».