EL ARGUMENTO
Satán ahora, a la vista del Edén y cerca del lugar en que debe acometer la audaz hazaña que emprendió en solitario contra Dios y el hombre, cae en muchas dudas acerca de sí mismo y presa de pasiones, miedo, envidia y desesperación; pero, finalmente, se reafirma en su maldad, viaja al Paraíso, cuyo panorama y situación exteriores se describen a continuación, salta la cerca y se sienta en forma de cormorán sobre el Árbol de la Vida, que es el más alto del Jardín y el que mejor perspectiva le ofrece. El Jardín, descrito. La primera vez que Satán ve a Adán y Eva. Su asombro ante la excelente figura y feliz estado de aquéllos, pero su determinación a provocarles la caída. Oye su conversación, por la que se entera de que tienen prohibido comer del Árbol de la Ciencia bajo pena de muerte e intenta fundar en ello su tentación, seduciéndolos a transgredir: después se aleja de ellos por un rato a fin de averiguar más sobre su estado por otros medios. Mientras, Uriel desciende en un rayo de Sol y advierte a Gabriel, que guarda la Puerta del Paraíso, de que un Espíritu maligno se ha escapado de las profundidades y ha pasado al mediodía por su esfera en forma de Ángel bueno de camino al Paraíso, siendo descubierto más tarde por sus gestos furibundos en el Monte. Gabriel promete hallarlo antes del amanecer. Con la llegada de la noche, Adán y Eva hablan sobre retirarse a reposar: se describe su refugio, su culto vespertino. Gabriel, al llamar a sus guardias nocturnos para la ronda del Paraíso, destina dos Ángeles fuertes al refugio de Adán, no sea que el Espíritu maligno haga daño a Adán o Eva mientras duermen. Allí lo encuentran, junto al oído de Eva, tentándola en sueños, y lo llevan, aunque reluctante, a presencia de Gabriel. Éste lo interroga; Satán responde desdeñoso, se prepara a resistir pero, impedido por un signo del Cielo, parte volando del Paraíso.
Oh aquella voz de alerta, que quien vio
El Apocalipsis fuerte oyó en los Cielos
Cuando por segunda vez vencido aquel Dragón
Descendió furioso a vengarse de los hombres,
«¡Ay de los moradores de la Tierra!»[176], que ahora,
Mientras hubo tiempo, nuestros padres fueran advertidos
Del secreto antagonista por llegar y escaparan,
Y acaso así escaparan, a su red mortal. Pues ya
Satán, ya ardiendo en rabia, descendió,
Antes tentador que acusador del hombre,
Para hacer pagar al frágil, inocente ser humano
Su derrota en la batalla y huida a los Infiernos.
Mas, si bien audaz, distante y temerario,
No se goza en su premura ni halla causa de jactancia
Al acometer terrible su designio, que ya a punto
De nacer, le bulle en su revuelto pecho
Y cual máquina diabólica[177] recula
Sobre sí; horror y dudas le distraen
Sus turbados pensamientos y le agitan de raíz
El Infierno dentro de él, pues el Infierno dentro
Trae, y alrededor de sí, y del Infierno
Cual de sí volar no puede un paso
Aunque cambie de lugar: despierta ahora la conciencia
El dormido desespero, el recuerdo amargo
De quién fue, qué es, y qué ha de ser: peor,
Pues a peores actos peores sufrimientos seguirán.
A ratos hacia Edén, que ahora ante su vista
Yace deleitable, sus dolientes ojos torna triste.
A ratos hacia el Cielo y el Sol centelleante,
Asentado ahora en su alta torre meridiana.
Y después, rumiando mucho, con suspiro empieza:
«Oh tú que, de inefable gloria coronado[178],
Miras como un Dios desde tu Imperio solitario
Este nuevo mundo; a cuya vista toda estrella
Su menguada testa esconde; a ti te hablo,
No con voz amiga, y tu nombre añado,
Oh Sol, al decirte cuánto odio yo tus rayos,
Que me traen recuerdo del estado del que caí,
Y cuán glorioso fui otrora sobre esa esfera tuya:
Orgullo y ambición me despeñaron
Pues batalla di en el Cielo al Rey del Cielo impar.
¡Y por qué! No merecía tal respuesta mía
Quien creó lo que yo era
En aquella fúlgida eminencia, y con su bien
A nadie reprendía, ni era duro su servicio.
Qué menor tributo que rendirle su alabanza,
Fácil recompensa, y darle gracias,
¡Tan debidas! Mas su bien en mí fue sólo mal
Y no gestó sino vileza; elevado tan arriba
Desdeñé la sujeción, creyendo que más alto
Me hallaría Altísimo, y en un instante repudié
La deuda inmensa de perpetua gratitud:
Tan gravoso, aún pagándola, deberla todavía;
Olvidando lo que de él aún recibía,
No entendí que una mente agradecida,
Al deber, no debe nada: más bien paga, al tiempo
Endeudada y eximida. ¿Y qué carga, pues?
Oh, si su hado poderoso me hubiese concebido
Como Ángel inferior, feliz entonces mi existencia
Sin que esperanza desmedida despertase
La ambición. ¿Y por qué no?, algún Poder distinto
Y no menor podría haberse alzado y, aunque ínfimo,
Quizá seguido yo su bando; mas Poderes grandes hay
Que no cayeron y resisten inmutables
Toda tentación de fuera o dentro.
¿Tuviste tú también poder y voluntad para aguantar?
Tuviste: ¿a quién o qué acusarás ahora
Más que al libre amor del Cielo dado a todos por igual?
Sea pues su amor maldito, ya que amor u odio,
Para mí lo mismo, me reporta mal eterno.
No, maldito tú, que en contra de su voluntad
La tuya libre decidió lo que ahora llora justa.
¡Miseria mía! ¿Cómo entonces esquivar
La cólera infinita, la infinita desesperación?
Cualquier camino es el Infierno; el Infierno yo;
Y en el pozo más profundo un pozo aún mayor
Se abre vasto todavía y amenaza devorarme,
Haciendo que parezca Cielo el Infierno que padezco ya.
Cesa entonces pues: ¿no queda ni un lugar
Para la contrición, para el perdón no queda?
No sin sumisión; y tal palabra
El desdén me la prohíbe y el temor a la vergüenza
Entre los Espíritus de abajo, que seduje
Con promesas bien distintas y otra vanagloria
Que la sujeción, presumiendo de vencer
Al Todopoderoso. ¡Ay de mí!, qué poco saben
Lo carísimo que pago alarde tan banal
Y bajo qué tormentos peno en mis adentros:
Mientras ellos me veneran en el Trono del Infierno
Con diadema y cetro enaltecido,
Más abajo caigo y soy supremo sólo
En la miseria: gozos tales la ambición te porta.
Mas digamos que pudiese arrepentirme
Y obtener por Gracia mi anterior estado; pronto
Mi altura evocaría altiva idea y qué pronto
Negaría los fingidos juramentos, recusando la molicie
Votos hechos en dolor, por vacuos y forzados.
Pues jamás habrá conciliación sincera
Donde el mortal desprecio hirió tan hondo:
Lo que haría de mí mayor relapso
Y más grave la caída, pagando cara así
La corta intermisión con doble daño.
Esto sabe mi castigador; tan lejos él por ello
De otorgar, cual yo de suplicar, la paz:
De esperanza nada, pues: he aquí, en lugar
De nosotros, los proscritos, Su deleite nuevo,
La creada humanidad y para ella el mundo.
Esperanza, pues, adiós; y contigo adiós al miedo,
Adiós remordimiento: todo bien lo pierdo;
Mal, sé tú mi bien; por ti al menos
Dividido Imperio tengo con el Rey del Cielo
Y por ti acaso más de la mitad gobierne:
Pronto el hombre y este nuevo mundo lo sabrán».
Así mientras hablaba le enturbiaba el rostro la pasión
Mudándosela tres veces con palor de envidia, ira
Y desconsuelo, que le ajaba la prestada faz[179]
Y denunciaba su falsía, si ojo había que observase.
Porque mentes celestiales de desmanes tan abyectos
Se hallan libres siempre; y percatándose enseguida,
Toda turbación sumió en externa calma,
Artífice del fraude, y fue el primero
En practicar falacia de apariencia santa,
Ocultando su maldad profunda, en venganza inscrita.
Mas no bastante practicara todavía que engañase
A Uriel, ya percatado, cuyos ojos lo siguieran
Senda abajo y en el monte asirio[180]
Lo veían deformado, más allá de lo posible
Para Espíritu dichoso: sus brutales gestos
Percibió y su loco temple, solitario cual creía,
Sin que nadie lo mirase, inadvertido.
Así prosigue y al linde llega
Del Edén, en que el gozoso Paraíso,
Ya más próximo, corona con su verde coto,
Como con rural mogote, la campestre cima
De una pina algaba, cuyos flancos muy tupidos
De profuso matorral, boscoso y bravo
Vedaban el acceso; y crecía aún más arriba
Una altura insuperable de la sombra más soberbia,
Cedro, pino, abeto y ramosas palmas,
Silvana escena, y ascendiendo sus niveles
Sombra a sombra, un teatro alzaban nemoroso
De grandiosa vista. Pero más arriba incluso de sus cimas
Emergía el muro verdecido de este Paraíso
Que a nuestro padre colectivo daba perspectiva vasta
De su Imperio abajo, todo alrededor.
Y más alta que este muro una hilera circular
De grandes árboles con los frutos más hermosos:
Fruto y flor de tinte áureo al tiempo
Aparecían, con colores gayos, irisados,
Donde el Sol sus rayos imprimía más contento
Que en bella nube vespertina, o arco húmedo[181],
Cuando Dios la tierra riega; tan precioso parecía
Aquel paisaje: y de aire puro, y más puro ahora
Su avanzar recibe, inspirando al corazón
Vernal deleite y gozo, bien capaz de suprimir
Tristeza toda, menos desespero: ahora ráfagas gentiles
Desplegando sus fragantes alas distribuyen
Los indígenas perfumes y susurran al hurtar
Los balsámicos botines. Tal ocurre a navegantes
Más allá del Cabo de Esperanza[182] y pasado
Mozambique: vientos soplan en el mar del noroeste
Que desde la costa azafranada de Arabia la Bendita
Traen sabeo aroma[183], y aquéllos complacidos
En su curso se demoran, y animado muchas leguas
Por la grata emanación sonríe el viejo Océano.
De este modo rezagaba la dulzura de la brisa
Al Demonio, del lugar la maldición,
Aunque más placía aquel olor que a Asmodeo[184]
El del pescado que, si bien enamorado,
De la esposa de Tobías lo alejó, mandándolo frenético
Desde Media hasta el Egipto, su prisión.
Ya hasta el cerro aquel de fiera escarpadura
Satán llegara, lento y pensativo.
Pero más camino allí no vio, tan densa e intrincada,
Cual único matojo prolongado, era la espesura
Ya de arbusto o tortuosa zarza que cegaba
Toda senda para hombre o bestia que pasara.
Una Puerta sólo había, que miraba al este
Al otro lado: pero la debida entrada
El Archifelón desdeña y, ya rabioso,
De un solo, fácil salto, sobrepasa todo cerco
De montaña o muro inmenso y justo dentro
Cae de pie. Como cuando lobo al acecho,
Al que el hambre lleva a predios nuevos a cazar
Y observa dónde los pastores arredilan los rebaños,
Al ocaso en la majada, en mitad de campos resguardados,
Salta fácilmente el vallado del redil;
O cual ladrón dispuesto a desbolsar
A algún burgués adinerado, cuyas puertas sustanciales,
A cal y canto bien cerradas, no intimida asalto,
Trepa a las ventanas, o quizá por el tejado;
Así el gran primer ladrón trepó al aprisco del Señor:
Así a su iglesia desde entonces trepan viles mercenarios.
De allí evoló, y sobre el Árbol de la Vida,
Árbol céntrico, el más alto que allí crecía,
Se posó cual cormorán[185]; mas no vida verdadera
Recobró con ello: quedó la muerte maquinando
Para aquellos que vivían; tampoco en la virtud pensó
De la planta que da vida; sólo la empleó
Como atalaya: bien usada, fuera garantía
De inmortalidad. Tan poco sabe nadie,
Salvo Dios, el íntegro valor
Del bien que tiene a mano y condena las mejores cosas
Al peor de los abusos o a perverso uso.
Abajo ahora, nuevo asombro, Satanás contempla,
Ofrecida al gozo de la humana sensación,
Toda la opulencia de Natura en parco espacio,
Más incluso, Cielo en Tierra: pues bendito Paraíso
De Dios era aquel Jardín, por él plantado
Al este del Edén. Edén su línea desplegaba
Desde Haurán[186] al este hasta las regias torres
De la gran Seleucia, erigida por los reyes griegos,
O donde mucho antes edenitas habitaron
En Telasar: en este plácido terreno
Su aún más plácido Jardín fijó el Señor;
De aquel fecundo suelo hizo que surgiese
Toda clase de árbol noble para el ojo, gusto, olfato;
Y en mitad de todos ellos, prominente,
Daba el Árbol de la Vida frutos ambrosiales
De oro vegetal; y al lado de la Vida,
Muerte nuestra, el Árbol de la Ciencia ávido crecía,
Conocer del Bien pagado caro conociendo mal.
Hacia el sur cruzando Edén corría un vasto río[187]
Y, sin mudar el curso, el tupido monte
Atravesaba absorto por debajo: Dios formara
La montaña y su Jardín bien altos
Sobre aquella rápida corriente que, por venas
De porosa tierra reclamado con amable sed,
Surgía como fresca fuente y con mil arroyos
Irrigaba aquel Jardín; de allí reunido descendía
Por solana abrupta a encontrar el lecho subterráneo,
Que ahora de su fosco curso emerge
Y, dividiéndose en los cuatro ríos principales,
Corre disparejo, errando por famosos reinos
Y países numerosos cuyos nombres no diremos;
Pero sí mejor, si puede el arte referirlo,
Cómo de la fuente de zafiro los arroyos serpentinos,
Discurriendo sobre perlas fúlgidas y arenas áureas,
Con errancia sinuosa bajo sombras suspendidas,
Visitando cada planta, le llevaban néctar y nutrían
Flores dignas del Paraíso, que no arte fino producía
En parterres y curiosos vínculos, sino que la Natura fértil
Daba generosa en monte y llano y valle,
Tanto allí en campo abierto donde el Sol del alba
Calentaba, como donde sombras invioladas
Negrecían la fronda al mediodía: así este sitio
Era un rústico, feliz espacio de variado panorama;
Bosques cuyos ricos árboles lloraban aromáticas resinas,
Bálsamos; otros cuyos frutos barnizados de áurea piel
Pendían gratos: fábulas hesperias[188], si veraces,
Lo eran sólo aquí, y de sabor dichoso.
Entre éstos, pastos o llanadas verdes y rebaños
Que pastaban tierna hierba se extendían,
O palmeños altozanos, o el florido seno
De alguna vega desplegaba su muestrario,
Flor de todo tinte y, sin espinas, el rosal.
Al otro lado, umbrías grutas, cuevas,
Dan cobijo fresco; sobre ellas un mantón de vides
Tiende púrpuras racimos y gentil asciende
Exuberante; mientras, aguas murmurantes caen
Por monte abajo, se dispersan, o en un lago
En cuyo espejo se contempla hirsuta orilla
Que corona el mirto, unen sus corrientes.
Pájaros en coro cantan; aires, los vernales aires,
Exhalando olor de campo y bosque, templan
Hojas temblorosas, mientras Pan[189] universal,
Trabado en danza con las Gracias y las Horas,
La eterna primavera guía. No aquel hermoso campo
En Enna, donde a Proserpina, que cogía flores,
Ella misma flor más bella, Dis sombrío
La cogió, costándole a Ceres tanta pena
Que el mundo recorrió buscándola[190]; no el bosque plácido
De Dafne junto al río Orontes y la inspirada
Fuente de Castalia[191] a este Paraíso del Edén
Podían compararse; no aquella isla nisia
Que el río rodeaba, el Tritón, donde el viejo Cam
Llamado Amón por los gentiles y Jove libio,
Ocultó a Amaltea y su lozano hijo, Baco niño,
Donde Rhea, su madrastra, no lo viese[192];
No el monte Amara, donde reyes abisinios
Su progenie guardan, aunque existe quien lo cree
Verdadero Paraíso bajo línea etíope[193],
Donde el Nilo nace, y cercado por brillante roca
Alta todo un día de ascensión, mas muy distante
Del Jardín asirio donde aquel Demonio
Desdichado toda dicha vio, y toda clase
De vivientes criaturas, nuevas y desconocidas.
Dos más nobles en figura, erguidos, altos,
Divinamente erguidos, con honor natal vestidos
De desnuda majestad, Señores parecían de todo
Y dignos parecían, pues en sus deíficas figuras
La imagen destellaba del Creador glorioso,
La Verdad, Sabiduría, Santidad severa y pura,
Severa mas fundada en genuina libertad filial;
De ahí la genuina autoridad humana; si bien
No iguales, pues su sexo parecía desigual:
Para la contemplación y el valor formado él,
Ella para la ternura y dulce gracia bella;
Él sólo para Dios, mas ella para Dios en él:
Su hermosa frente ancha y ojo ilustre declarábanlo
Absoluto Dueño, y bucles de jacinto alrededor
De sus partidos aladares le caían viriles
Y arracimados, no debajo de sus hombros anchos.
Ella como un velo más allá de la cintura esbelta
Sus guedejas áureas portaba sin adorno,
Sueltas, mas con ondas caprichosas
Cual las vides rizan sus zarcillos, que implicaba
Sujeción, si bien pedida con gentil dominio,
Y por ella dada, y por él bien recibida:
Dada con sencilla sumisión, modesto orgullo
Y amorosa, dulce, reluctante dilación.
No esas partes misteriosas se escondían por entonces,
No había vergüenza aún, culpable o deshonesta,
De las cosas naturales, ni honor inhonorable,
Hijo del pecado: cómo habéis turbado al hombre
Con alardes, sólo alardes, de pureza falsa
Extirpando de la vida humana vida más feliz,
La sencillez y la inocencia inmaculada.
Así pasaron, y desnudos, sin hurtarse al mirar
De Dios o Ángel, pues no albergaban mal.
Así pasaron, de la mano, la pareja más hermosa
Que el abrazo del amor jamás reunió:
Adán el hombre más gallardo de los hombres,
Hijos suyos; la más bella de las Hijas, Eva[194].
Bajo una sombra que allá en el verde
Suspiraba quedo, junto a fresca fuente
Se sentaron y, tras no mayor esfuerzo
De su dulce oficio jardinero que el que bastaba
Para hacer más grato el Céfiro y el gozo
Más gozoso, y la sed y el apetito saludables
Más amables, a cenar los frutos se aprestaron,
Frutos nectarinos, que las ramas complacientes
Les rendían, sin tener que levantarse
Del ribazo que afelpaban flores damasquinas:
La sabrosa pulpa masticaron y con la corteza,
Mientras hubo sed, bebieron de las aguas rebosantes.
No faltó gentil discurso, ni sonrisas tiernas,
Ni caricias juveniles, como es propio
De pareja bella unida en vínculo nupcial,
Y a solas. Y alrededor jugando retozaba
Toda bestia terrenal, salvaje luego, de cualquier región
En páramo o foresta, bosque o cubil;
Travieso el león se encabritaba y en su zarpa
Acunaba al choto; tigres, osos, linces, pardos[195]
Trebejaban ante ellos; torpe el elefante,
Para darles alegría se afanaba todo él
Rizando la flexible trompa; cerca la serpiente artera,
Insinuante, con cordel gordiano entretejía
Su trenzada danza y ofrecía, de fatal astucia,
Inadvertida prueba; otros en la yerba
Se tendían y de pasto ahitos observaban sólo,
O rumiando se marchaban a acostarse; pues el Sol
Poniente con carrera prona ya avanzaba
Hacia Islas del Océano y, en la escala ascendente
De los cielos, astros ya surgían nocturnales.
Mas Satán mirando todavía, como antes,
Por fin triste el habla recobró:
«¡Oh Infierno! ¿Qué ven mis ojos con dolor?
Al lugar de nuestra gloria alzadas
Criaturas de otro molde, terrenales puede,
No Espíritus, mas a los fúlgidos Espíritus celestes
No tan inferiores; y mi mente los persigue
Con asombro, y podría amarlos, tanto brilla
En ellos la divina semejanza y gracia tal
Vertió la mano que los hizo en su figura.
Ah gentil pareja, poco imagináis lo cerca
Que estáis del cambio, cuando toda esta dicha
Evaporándose os librará al lamento,
Más lamento cuanto más gustéis del gozo ahora;
Par feliz, mas para tan feliz continuidad
Mal protegido, y esta alta plaza, cielo vuestro,
Mal vallada para impedir el Cielo entrada
A enemigo como éste; mas no adversario adrede,
Pues podría aun apiadarme, tan perdidos,
Aunque piedad no os tenga: alianza vuestra busco
Y recíproca amistad, tan fuerte, tan afín,
Que con vosotros moraré, o conmigo desde ahora
Ella y tú; acaso mi morada no complazca,
Como este Paraíso, vuestro gusto: mas tomadla,
Obra es del Hacedor; él me la dio, e igualmente
Liberal la otorgo yo; descerrará el Infierno
Para recibiros, sus Portales más inmensos
Y enviará a sus Reyes todos; hay espacio allí,
No como en estos parcos límites, para acoger
A vuestra prole numerosa; si no es mejor el sitio,
Dad las gracias a ese que me fuerza a desquitarme
En vosotros, inculpables, por aquel que me vejó.
Y si me ablandase yo por el candor inerme
Que mostráis (y así lo hago), pública razón y justa
—Honor e Imperio engrandecido por venganza
Al ganar el mundo nuevo—, me obliga ahora
A eso que, si no maldito, aborreciera».
Así habló el Demonio y con necesidad,
Pretexto del Tirano, excusó sus actos infernales.
Luego, desde el puesto altivo en el árbol grande,
Salta en medio del rebaño jubiloso
De aquellos animales: ahora él uno,
Otro ahora, a medida que sus formas le servían
Para ver su presa de más cerca e, inadvertido,
Sondear de la pareja todo aquello que pudiera
Por palabra o gesto señalados. A ellos, pues,
Ahora cual león les ronda con mirar de fuego,
Tigre luego, que hubiese descubierto por azar,
En un lindero forestal, jugando dos cervatos;
Y allí tendido acecha, o se alza y cambia con frecuencia
Su tendida guardia, como quien escoge el puesto
Más seguro para asirlos con un salto, en cada zarpa.
Mas Adán entonces, el primero de los hombres,
A Eva, la mujer primera, así le habla
Tornándolo la nueva lengua todo oídos:
«Consorte sola y sola parte de estos gozos,
Más querida tú que todos; es seguro que el Poder
Que nos creó, y nos dio este vasto mundo,
Infinitamente bueno es y, con su bien,
Tan liberal y generoso como infinito:
Nos alzó del polvo y nos puso aquí,
En esta inmensa dicha, sin que de su mano
Nada mereciésemos u obrar podamos
Algo que él precise, quien no exige
De nosotros más servicio que cumplir
Un solo encargo, uno fácil: de los árboles
Del Paraíso que dan fruto delicioso
Y tan variado, no probar del Árbol sólo
De la Ciencia, junto al Árbol de la Vida,
Tan próxima la Muerte crece de la Vida, sea Muerte
Lo que sea, y sin duda horrible; pues bien sabes
Que probar del Árbol Dios lo llama Muerte,
Solo signo aquí patente de obediencia nuestra
Entre tantos signos de poder y de gobierno
Que nos diera, y el dominio conferido
Sobre toda criatura que la tierra, aire, mar
Posean. No pensemos pues que es dura
Esta sola prohibición, nosotros que gozamos
Libre y ampliamente todo lo demás, y opción
Ilimitada entre múltiples deleites:
Más bien rindámosle alabanza, aclamando
Sus presentes, realizando nuestra plácida labor:
Podar, exuberantes, estas plantas y cuidar las flores,
Que si fuese fatigoso, dulce fuera junto a ti».
A lo que Eva replicó: «Oh tú, de quien
Y para quien fui hecha, carne de tu carne,
Y sin quien carezco yo de fin, mi guía
Y mi cabeza: lo que has dicho es justo y cierto.
Pues, en efecto, toda loa le debemos
Y diaria gratitud; yo sobre todo, que disfruto
Suerte aún mejor, gozándote como te gozo
Tan supremo sobre mí; en tanto tú
Consorte igual a ti no tienes dónde hallarla.
Recuerdo asidua el día aquel en que del sueño
Desperté y me hallé yaciendo reposada
Entre las flores, a la sombra, preguntándome
Quién era, dónde estaba, cómo vine, y de dónde.
No muy lejos del lugar sonido murmurante
Emergía de una cueva y aguas se expandían
En líquida planicie, allí quedando quietas,
Puras como el amplio cielo; fui allí
Con inexperta mente y me incliné
En la verde orilla por mirar el claro,
Terso lago, que a mí me parecía aun otro cielo.
Al doblarme para contemplar, opuesta,
Una forma dentro del acuático fulgor surgió
Doblándose para mirarme, me retraje,
Se retrajo; complacida sin embargo, pronto retorné;
Complacida retornó tan pronto, con miradas paralelas
De amor y simpatía; ahí fijara yo mis ojos
Hasta ahora, suspirando con deseo vano,
Si una voz no hubiese dicho: “Lo que ves,
Lo que ves ahí, criatura hermosa, es tú misma
Y contigo viene y va; mas sígueme
Que he de llevarte donde no una sombra espera
Tu llegar y tierno abrazo: ése
Cuya imagen eres tú, de él disfrutarás
Inseparablemente tuyo, a él le has de dar
Cual tú misma multitudes, y te llamarán por ello
Madre de la raza humana”. ¿Qué podía hacer
Sino seguir ligera la invisible guía,
Hasta verte, bello —cierto— y alto,
Bajo un banano? Pero menos bello, te supuse,
Y menos tierno, menos amorosamente dócil,
Que aquella imagen de acuática tersura; me torné,
Me seguiste tú gritando fuerte: “Vuelve hermosa,
¿De quién huyes? De quien huyes, de ése eres,
Carne suya, hueso suyo; para darte el ser rendí,
De mi costado, próxima a mi corazón,
Vida substancial, por que estés a mi costado
Para siempre, mi solaz inseparable y caro;
Parte de mi alma, a ti te busco y te declaro
Mi mitad”. Así tu mano amable
Tomó la mía, yo cedí, y desde entonces veo
Cómo la belleza gana con viril prestancia
Y sabiduría, única hermosura verdadera».
Esto dijo nuestra madre colectiva y con mirada
Conyugal de amor irreprochable
Y mansa entrega, medio abrazose reclinándose
En nuestro padre, medio oculto su turgente pecho
Al tocar el de él desnudo, bajo el fluido oro
De sus sueltas mechas; él, dichoso al tiempo
Por su hermosura grande y sumiso encanto,
Sonrió de amor supremo, como Jove
Le sonríe a Juno, cuando nubes preña
Que derraman flor de Mayo; y tocó su labio marital
Con besos puros. El Demonio se apartó
De envidia, mas con celos de pérfida lascivia
Los miró al soslayo y en silencio se quejó:
«¡Vista odiosa, torturante! Así estos dos,
Emparadisados en abrazo mutuo
—Edén aún más feliz—, tendrán porción
De dicha en Dicha, mientras yo padezco en el Infierno,
Donde no hay amor ni dicha y sí feroz deseo,
Entre todos los tormentos no el menor,
Que siempre insatisfecho de nostalgia se consume y duelo;
Mas recuerde yo lo que sus bocas
Destaparon; pues parece que no suyo es todo:
Ahí fatal un Árbol hay que llaman de la Ciencia
Y vedado el fruto tienen: ¿Ciencia prohibida?
Sospechoso, insensato. ¿Por qué habría su Señor
De envidiarles eso? ¿Puede ser pecado conocer,
La muerte puede ser? ¿Resisten ellos pues
Por la ignorancia, es ése su feliz estado,
La prueba de obediencia y de su fe?
¡Oh, hermoso fundamento en que erigir
Su ruina! Excitaré sus mentes
Con mayor deseo de saber y rechazar
Celosos mandamientos, inventados con el fin
De rebajar a quienes ciencia haría
Semejantes a los Dioses; aspirando a serlo,
Prueban, mueren: ¿cabe cosa más segura?
Pero antes con estricta busca recorreré
El Jardín, sin que una esquina quede investigada;
Quizá un azar me lleve a tropezarme
Con algún errante Espíritu celeste, junto a fuente
O alejado en la espesura, y de él extraiga
Lo que pueda aún saberse. Vivid mientras podáis,
Pareja venturosa todavía; gozad hasta que vuelva,
Placeres cortos, ya que largos males seguirán».
Diciendo esto, su soberbio paso con desdén tornó,
Mas con astuta discreción, y comenzó
Por bosque, yermo, monte y valle su andadura.
Mientras en la extrema longitud, en donde el cielo
Con la tierra y el océano converge, el Sol occiduo
Lento descendía y con recto aspecto[196] nivelaba
Contra el Portal oriente de este Paraíso
Sus rayos vespertinos: era éste roca
De alabastro, apilada hasta las nubes,
Bien visible desde lejos, que subía sinuosa,
Accesible desde el suelo, a una entrada alta;
Era el resto risco áspero, más voladizo
Cuanto más arriba, imposible de escalar.
Entre los pilares pétreos Gabriel se hallaba,
Jefe de la Guardia Angélica, esperando el nochecer;
Allí alrededor heroicos juegos practicaba
La inerme juventud del Cielo, mas teniendo a mano
Celestiales armaduras, los escudos, yelmos, lanzas
Tachonadas de diamantes fúlgidos y de oro.
Allí Uriel acude, deslizándose por el crepúsculo
En un rayo de Sol, raudo cual fugaz estrella
Que la noche cruza del otoño, cuando ígneos vahos
En el aire pesan, y le muestra al navegante
De qué punto del compás cuidarse
De los vientos bravos. Con premura pues aquél empieza:
«Gabriel, tu sino a ti te otorga la misión
Y estricto cargo de que en este sitio afortunado
Nada malo pueda entrar o aproximarse;
En el apogeo de este mediodía, llegó a mi esfera
Un Espíritu con celo, parecía, de saber más
De las obras del Altísimo, y sobre todo el hombre,
Última imagen del Señor: le describí su ruta,
Presurosa, y observé su curso aéreo;
Mas en el monte situado al norte del Edén,
Donde primero se posó, enseguida le noté miradas
Que, al Cielo extrañas, enturbiaba sórdida pasión.
Mis ojos lo siguieron todavía; en las sombras
Lo perdieron ya: alguno de la turba desterrada,
Temo, llega aventurado del abismo
Con repuesta inquina: tú procura hallarlo».
Y el guerrero alado así le respondió:
«Uriel, que tu perfecta vista en el círculo radiante
Del Sol donde te sientas vea tanto y tan distante
No es extraño: esta puerta nadie cruza, que eluda
La patrulla aquí emplazada; seres sólo amigos
Que descienden de los Cielos; y de allí,
Tras la hora meridiana, nadie vino: si Espíritu distinto,
Así inclinado, a propósito saltó este cerco terrenal,
Muy difícil —ya lo sabes— es frenar
Con muro corporal la espiritual substancia.
Mas si dentro del circuito de estas rondas
Ése del que hablas se halla, en una u otra forma,
Lo sabré ya cuando llegue el alba».
Tal le prometió y Uriel volvió a su puesto
En aquel brillante rayo, cuya punta ahora alzada
Le llevó por cuesta abajo al Sol, caído ahora
Más allá de las Azores; bien que el Orbe principal,
Increíblemente rápido, hubiese allí rodado,
Diurno, o esta Tierra menos rotatoria,
Con un vuelo corto al este, lo hubiese allí dejado
Ataviando de reflejos oro y púrpura
Las nubes que lo escoltan en su Trono occidental[197].
Avanzó la tarde calma todavía y el gris ocaso
Puso a toda cosa su librea sobria;
El silencio lo siguió, pues las bestias y las aves
—Al herboso lechó unas, a sus nidos otras—
Se escurrieron, todas salvo insomne el ruiseñor;
Éste su amorosa melodía cantó la noche entera;
El silencio lo gozó. Ahora el firmamento fulguró
Con vívidos zafiros: Héspero[198], que guiaba
La legión astral, marchó con brillo más potente
Hasta que la Luna en nubosa majestad,
Por fin visible Reina, desveló su luz excepcional
Echando manto plata a la oscurana.
Cuando Adán así a Eva: «Bella esposa, la hora
De la noche, y toda cosa retirada ya al descanso,
Nos recuerdan similar reposo, ya que Dios
El trabajo y el respiro, cual día y noche humanos,
Hizo sucesivos y el rocío del sueño, que oportuno
Cae ahora con narcótica y suave pesantez, inclina
Nuestros párpados; distintas criaturas todo el día
Vagan perezosas por ahí y precisan menos tregua;
Mas tiene el hombre su labor diaria ya del cuerpo
O de la mente, que su dignidad declara,
E interés del Cielo en todas sus acciones,
Mientras otros animales rondan inactivos
Y Dios no tiene en cuenta sus haceres.
Mañana, el fresco amanecer que el este raya
Con la luz naciente, debe hallarnos levantados
Y aplicados a la plácida labor: podar
Aquellas flores trepadoras y veredas verdes,
Nuestra senda al mediodía, que invade la hojarasca
Desdeñando nuestra escasa manicura y pide
Aún más manos que cercenen el voluble crecimiento.
Y así aquellas flores y resinas goteantes
Que yacen esparcidas sin concierto
Piden orden, si hemos de pasar tranquilos.
Mientras, lo quiere la Natura, nos trae la noche pausa».
A lo que Eva, de ideal belleza ornada:
«Mi Autor y Dueño, lo que mandas
Yo sin réplica obedezco; Dios así lo ordena:
Dios tu ley; tú la mía: nada más saber
Es de fémina el saber más grato, y su virtud.
Al hablar contigo olvido el tiempo,
Toda hora y todo cambio me deleita por igual.
Dulce el hálito de la mañana, dulce su romper
Con cantar de pájaros tempranos; grato el Sol
Al extender por este reino venturoso
Sus orientes rayos: por la hierba, árbol, fruto, flores,
Que cintilan de rocío; fragante la fecunda tierra
Tras benigna lluvia; y dulce es cómo llega
El manso atardecer, después la noche silenciosa
Con su pájaro solemne y esta Luna bella,
Y las gemas de los cielos, su astral cortejo:
Mas ni el hálito de la mañana al levantarse
Con cantar de pájaros tempranos, ni el surgir del Sol
En este reino venturoso, ni la hierba, fruto, flores,
Que cintilan de rocío, ni fragancia tras las lluvias,
Ni el manso atardecer, ni la noche silenciosa
Con su pájaro solemne, ni el andar bajo la Luna,
Ni los astros titilantes, nada es dulce sin ti.
Mas ¿por qué la noche toda brillan éstos, para quién
Su gloria, cuando el sueño nos cerró los ojos?».
Nuestro ancestro colectivo replicó:
«Hija de Dios y el Hombre, íntegra Eva,
Ésos su carrera concluirán, en torno de la Tierra,
Mañana por la tarde, yendo de un país por turno
A otro, aunque a naciones que aún no existen:
Para darles preparada luz se ponen y levantan,
Que la entera oscuridad no recobre por la noche
Su pasada posesión y extinga toda vida
En la natura y en las cosas. Estos fuegos dóciles
No sólo las alumbran: con calor amable
De influencia varia, templan y fomentan,
Nutren o moderan, o derraman parte
De su astral virtud en todas las especies
De la Tierra, que así la perfección mejor reciben
Del rayo más potente de este Sol.
Así, aunque ignorados en la noche honda,
Su brillar no es vano y, aun si faltase el hombre,
Público tendría el cielo y Dios sus alabanzas,
Seres espirituales a millones vagan por la Tierra
Inadvertidos, ya velemos, ya durmamos.
Todos ellos con perpetua loa Sus obras miran
Día y noche: qué a menudo desde risco
De ecoante monte o espesura hemos escuchado
Voces celestiales a los aires de la medianoche,
Solas, o en respuesta a ajenas melodías
Y cantando al gran Creador: en bandas muchas veces
Al hacer la guardia o sus nocturnas rondas,
Con celeste toque de sonido instrumental
Unidos en perfecta sinfonía, su cantar
La noche parte y nuestras mentes sube al Cielo».
Así charlando de la mano, solos, fueron
A su nido placentero; era éste un sitio
Escogido por el magno Jardinero, cuando hizo
Toda cosa grata para el hombre; la techumbre,
Muy tupida, era sombra entretejida
De laurel y mirto, y de hojas firmes y fragantes
aún más altas; ambos lados hechos
Con acanto y cada mata perfumada
Daba altura al verde muro; cada flor hermosa,
Iris de cualquier color, jazmines, rosas,
Alto alzaban sus florales testas y tejían
Su mosaico; más abajo la violeta,
Azafrán de primavera y el jacinto en rica urdimbre
Recamaban el terreno, con más tonos que con piedra
De lujoso emblema. Otra criatura aquí,
Bestia, verme, insecto, pájaro, no entraba:
Tanto su respeto por el Hombre. En refugio más umbrío,
Más sagrado y apartado, ni siquiera de ficción,
Ni Pan durmió, ni Ninfa ni Silvano,
Ni Fauno[199] lo rondó. Aquí, en recóndito cobijo,
Con guirnaldas, flores, hierbas aromáticas,
Eva desposada ornó primero el tálamo nupcial,
Y los coros celestiales entonaron himeneo:
Día aquel que a nuestro padre el Ángel conyugal,
En bella desnudez más ataviada, se la trajo,
Más hermosa que Pandora[200], a quien los Dioses
Otorgaron tantos dones (demasiado parecida
En la desgracia), cuando al insabio hijo
De Jafet por Hermes entregada, cautivó
A la humanidad con su belleza, por vengarse
De uno que robó de Jove el fuego auténtico.
Así llegados al refugio umbrío, ambos quietos,
Ambos vueltos, bajo el cielo abierto al Dios
Loaron que creó la tierra, cielo, aire y firmamento,
El que veían, el globo esplendoroso de la Luna
Y la cúpula de estrellas: «Tú también la noche hiciste,
Hacedor Omnipotente, y tú el día
Que, aplicados al trabajo señalado,
Ahora concluimos con el gozo del apoyo mutuo
Y amor recíproco, la cima de la dicha toda
Que nos has prescrito, y este plácido lugar
Demasiado grande para dos y donde a tu plétora
Partícipes le faltan, y se desploma inatendida.
Mas tú has prometido de nosotros una raza
Que la Tierra colme y con nosotros cante
Tu bondad sin límite: al despertar y cuando
Persigamos, como ahora, el don del sueño».
Esto unánimes dijeron y sin dedicar
Más rito que la pura adoración
(Que Dios prefiere), de la mano penetraron
A la intimidad de su cobijo; y, libres aún
De los disfraces importunos que nos visten, presto
Se acostaron lado a lado. Y no ignoró, supongo,
Adán a su esposa bella, ni Eva rechazó
Los ritos misteriosos del connubio,
A pesar de lo que hipócritas austeramente dicen
Del lugar, la inocencia y la pureza,
Declarando impuro lo que Dios proclama
Puro, se lo manda a algunos y permite a todos.
Nos ordena el Hacedor multiplicarnos, la abstención
El Destructor, de Dios y Hombre el adversario.
Salve, desposado Amor, ley misteriosa, fuente real
De prole humana, sola propiedad en el Paraíso
Donde todo lo demás es colectivo.
Tú el adúltero deseo extirpaste de los hombres,
Que quedara entre las bestias, y tú por vez primera
Diste a conocer, fundadas en razón,
Las relaciones afectivas, justas, puras y leales,
Y de padre, hijo, hermano todo buen querer.
Lejos, pues, de mí llamarte obscenidad, pecado,
O creerte inapto para el sitio más sagrado,
Fuente perdurable de domésticas dulzuras,
Cuyo tálamo el presente y el pasado afirman
Impoluto, pues los santos, patriarcas lo emplearon.
Aquí el Amor sus áureas flechas usa, prende aquí
Su lámpara constante y sus alas púrpuras agita,
Reina aquí y disfruta; no con la sonrisa mercenaria
De rameras, su desdicha, desagrado, desamor,
Casual fruición; no en el amor cortés,
En danzas mixtas, carnavales, bailes a la medianoche,
Serenatas que el amante canta en agonía
A su beldad altiva, que mejor dejara desdeñoso.
Arrullándolos el ruiseñor durmieron abrazados:
Sus desnudos miembros el florido techo
Los cubrió de rosas, que repuso el alba. Descansad pues,
Par bendito y cuánto más feliz, si no buscáis
Mayor felicidad, sabiendo no saber más.
Ya la noche había medido con el cono de su sombra
Media vuelta arriba de este domo sublunar[201]
Y de su ebúrnea Puerta a la hora acostumbrada
Los armados Querubines sus nocturnas rondas
Empezaban en despliegue de guerrera formación,
Cuando Gabriel a su segundo así le dijo:
«Uzziel[202], de éstos toma la mitad y el sur orilla
Con severa vigilancia; éstos otros costearán el norte:
Al oeste confluimos». Como lenguas se dividen
De una llama: la mitad a escudo vira, a lanza la mitad[203].
De éstos a dos Ángeles Gabriel llamó, sutiles, fuertes,
Que a su lado estaban, ordenándoles:
«Ithuriel[204], Zefón, con ala pronta
Y sin dejar esquina, registrad el parque,
Sobre todo donde habitan las hermosas criaturas,
Ya dormidas, puede ahora, sin pensar en daño.
Esta tarde al declinar el Sol llegó
Quien dijo que un Espíritu infernal venía
En esta dirección (insólita noticia) huido
De la cárcel del Abismo, en misión sin duda vil:
Prendedlo, pues, allí donde lo halléis y aquí portadlo».
Dicho esto, al frente parte de sus huestes fúlgidas,
Cegando a la Luna; mas aquéllos recto fueron al refugio,
Rastreando a quien buscaban: lo hallaron
En cuclillas como sapo, junto al oído de Eva,
Viendo con su ciencia demoníaca de llegarle
A los órganos del fantaseo y fraguar en ellos
Ilusiones caprichosas, fantasmagorías, sueños;
O, si instilando algún veneno, enturbiar podía
Los espíritus vitales que germinan de la sangre pura
Como hálitos gentiles de los puros ríos, e inspirarle
Cuando menos bruscos, alterados pensamientos,
Vanas esperanzas, vanos fines, ansias desmedidas
Bien infladas de altivez, que gesta orgullo.
Ithuriel a éste, pues, en trance tal lo roza
Con su lanza, porque no hay falsía que resista
Toque de celeste temple; al contrario, vuelve
Por la fuerza a su apariencia propia: y Satán se sobresalta,
Sorprendido y descubierto. Como chispa
Que se enciende en nítrico montón, dispuesto
Para ser entonelado, almacenado por rumor
De guerra, y el negruzco grano con difuso
Y súbito destello el aire inflama,
Así saltó el Demonio recobrando su figura.
Recejaron los dos Ángeles hermosos medio atónitos
Al ver de pronto al siniestro Rey;
Impávidos, no obstante, pronto lo abordaron:
«¿Qué Espíritu rebelde de los condenados al Infierno
Viene así, escapado de prisión? Y transformado
¿Por qué sentado ahí como enemigo en guardia
A la cabeza aguardas de estos dos que duermen?».
«¿No me conocéis? —repuso aquél, ahíto de desprecio—
¿Así no conocéis al que una vez tuvisteis por tan alto
Que no osabais ascender adonde él holgaba?;
Que no me conozcáis desconocidos os delata,
Entre toda vuestra turba los más bajos; o si conocéis,
¿Por qué inquirís y empezáis superfluos
El mensaje, que acabará seguro igual de vano?»
Y al desaire con desaire respondiendo, así Zefón:
«No supongas, sublevado Espíritu, tu forma igual
O tu fulgor sin merma para ser reconocido
Como cuando estabas en el Cielo, erguido y puro;
Pues tu gloria, al cesar de ser benigno
Te dejó y ahora a tu pecado te pareces
Y al lugar de tu condena, inmundo y tenebroso.
Mas ven, pues has de responder sin falta
A aquel que nos envía y cuyo cargo es mantener
Intacto este lugar y a éstos libres de perjuicio».
Así habló el Querube y a su grave reprensión,
Severa en juvenil belleza, añadió invencible
Gracia: azorado el Demonio se quedó,
Sintiendo qué sublime es la bondad, y vio
Qué bella en su figura la virtud, la vio y penó
Su pérdida; mas sobre todo al percibir aquí,
Visiblemente, su fulgor dañado; impasible no obstante
Pareció. «Si he de contender —repuso—
Mejor con el mejor, quien manda no el mandado,
O con todos a la vez: más gloria que ganar
O menos que perder.» «Tu miedo —dijo audaz Zefón—
Nos ahorrará probar qué puede el más pequeño,
Solo, contra ti, ruinoso por ser ruin.»
Abrumado por la rabia se calló el Demonio,
Mas cual corcel fogoso refrenado, fue engallado,
Masticando su bocado férreo: pelear, partir al vuelo
Lo tenía por bien vano: un pavor de lo alto le apagaba
El ánimo, indómito si no. Ahora se acercaban
Al enclave del oeste donde aquellas guardias
Justo convergieran y formaban en reunida hueste,
Esperando nuevo encargo. A éstos su adalid
Gabriel se dirigió vibrante desde el frente:
«Oh amigos, oigo el paso de pies ágiles
Apresurados hacia aquí y vislumbro ahora
A través de aquellas sombras a Zefón e Ithuriel
Y con ellos a un tercero de aire regio,
Mas marchito en esplendor, y que parece por el paso
Y porte fiero el Príncipe de los Infiernos:
De aquí no partirá sin lucha, pienso;
Manteneos firmes, que sus ojos retan».
Apenas terminara cuando aquellos dos llegaron
Y dijeron breves quién portaban, dónde hallado,
Qué tramaba, en qué forma y qué postura acuclillado.
Con mirada áspera Gabriel así le habló:
«¿Por qué, Satán, los límites has roto puestos
A tu transgresión y perturbado el quehacer
De otros, que no admiten transgredir
Según tu ejemplo y tienen el derecho y el poder
De cuestionar tu entrada en este sitio,
Pretendiendo, tal parece, vulnerar el sueño
Y a quien diera Dios aquí morada venturosa?».
A lo que Satán con ceño desdeñoso:
«Gabriel, tenías tú de sabio fama en el Empíreo
Y tal yo te creía; mas pregunta así me deja en duda:
¿Vive acaso quien venere su dolor?
Pues hallado el modo ¿quién no huiría del Infierno,
Aun si condenado a él? Tú mismo, no lo dudo,
Y con audacia partirías a cualquier lugar,
El más lejano del dolor, en que poder cambiar
Molicie por tormento y compensar urgente,
Con deleite, el duelo: mi intención aquí.
Para ti no es argumento, pues conoces sólo el bien
Y no has gustado el mal: ¿la voluntad —refutas—
Del que nos amarra? Barras más seguras ponga
A sus Puertas Férreas, si quiere que sigamos
En la oscura reclusión: tal a tu pregunta hace.
El resto es cierto, me hallaron donde dicen;
Eso, sin embargo, no supone daño o violación».
Así Satán burlón. El Ángel militar, movido,
Con sonrisa a medias, desdeñoso replicó:
«Qué juez perdió el Empíreo de la sabiduría
Al caer Satán, que derribó la insensatez
Y ahora nos lo torna, escapado de prisión
Con graves dudas sobre si tener por sabio
Al que inquiere qué insolencia aquí le trajo
Sin licencia de sus límites prescritos en el Tártaro;
Tan sabio juzga él volar de su dolor,
No obstante, y escapar de su condena.
Juzga pues así, presuntuoso, hasta que la cólera
En que incurres por volar tu vuelo afronte
Séptuple y a azotes tu saber devuelva al Tártaro,
Que no te instruyó mejor: pues no hay dolor
Que iguale cólera infinita provocada.
Pero ¿por qué solo? ¿Y por qué contigo
No ha venido suelto el Infierno todo? ¿El dolor
Es para ellos menos daño, menos para huir,
O es que tú lo aguantas menos? Valeroso jefe,
El primero en escapar del daño, si le hubieses dado
A tu tropa abandonada causa tal de vuelo,
No serías, quién lo duda, el único evadido».
A lo que el Demonio respondió con ceño duro:
«Que yo no aguanto menos el dolor, o si lo temo,
Ángel insultante, bien lo sabes: fui tu azote
En la batalla cuando en tu ayuda raudo
Vino el Trueno en andanadas restallantes
A auxiliar tu lanza, no temida sin aquél.
Mas aún tus palabras al azar, igual que antes,
Manifiestan tu ignorancia sobre qué compete,
Tras difíciles reveses y fallidos golpes,
A caudillo fiel: no arriesgarlo todo
Por caminos de peligro sin probarlo él mismo.
Y por tanto fui el primero en emprender
El vuelo por el desolado Abismo y espiar
El nuevo Mundo, que aun en el Infierno
Tiene fama, esperando hallar aquí
Mejor morada y mis huestes afligidas
Asentar aquí en la Tierra o en el aire medio,
Aunque para poseerlo haya que probar de nuevo
Lo que tú y tu festivo ejército desafiaréis:
Más fácil os sería servir a vuestro Dios
Allá en los Cielos con himnodias a su Trono
Y a distancias practicadas arrastraros, no luchar».
Mas el angélico Guerrero pronto replicó:
«Dices pero presto te desdices; aseguras al principio
Huir por sabio del dolor y te confiesas luego espía.
No un líder: un liante bien pillado te declaras.
¿Y añadiste fiel, Satán? ¡Oh nombre,
Oh sagrado nombre profanado de fidelidad!
Y fiel ¿a quién? ¿A tu rebelde tropa?
Hueste de Demonios, apto cuerpo para testa tal.
¿Ésta pues tu disciplina y fe deudora,
Tu obediencia militar, romper tu voto
De lealtad a la aceptada Potestad Suprema?
Y tú, astuto hipócrita, que ahora te presentas
Cual patrón de libertad, ¿quién más que tú
En otro tiempo, se arrastró adulante, veneró servil
Al terrífico Monarca Empíreo? ¿Y por qué
Sino esperando derrocarlo y reinar tú mismo?
Mas advierte ahora mi consejo: ¡Vete!
Vuela allí de donde huiste: si desde ahora mismo
Dentro de estos límites sagrados apareces,
A tu pozo en el Infierno encadenado volverás
Y preso de tal modo que ya nunca más te burles
De las Puertas mal cerradas del Infierno».
Así lo amenazó, mas a amenaza indiferente
Satanás, creciéndole la rabia, replicó:
«Cuando sea tu cautivo habla de cadenas,
Arrogante Ángel limitáneo, pero antes
Carga mucho más pesada espera tú sentir
De mi brazo descollante, aunque el Rey del Cielo
Monte en tus alas y tú con tus cofrades,
Hecho al yugo, tires de sus ruedas triunfadoras
Por la ruta de los Cielos que los astros pavimentan».
Al hablar así, el angélico escuadrón brillante
Se tornaba rojo fuego y afilaban las falanges
Sus lunados cuernos, empezando a rodearlo
Con las lanzas enristradas, tan compactas
Cual trigal de Ceres ya maduro que acamase
Sus espigas aristadas hacia el lado que los vientos
Les obligan; el labriego ansioso las observa:
Teme que en la era sus gavillas promisorias
No resulten más que broza. Alerta en cambio Satanás
Y recabando toda su pujanza, se mostró expandido,
Como el Atlas inmutable o Tenerife:
Su estatura toca el cielo, y su cresta
El Horror la empluma; y no faltaba al puño
Lo que lanza parecía y aun escudo: gestas portentosas
Ahí siguieran, y no sólo el Paraíso
En esta conmoción, sino la cúpula estelar
Del cielo acaso, y elementos al completo
Al fin se hicieran ruina, desgajados y partidos
Con la furia del conflicto, si el Eterno pronto,
Para conjurar combate tan horrible,
No colgara su balanza áurea[205] allá en los Cielos,
Aún visible entre el signo de Astraea y Escorpión,
Donde todo ser creado Dios pesó primero,
Con la Tierra pénsil y redonda en aire suspendida
Como tara, y calibra ahora todo evento,
Reinos y batallas. En aquélla pone dos pesadas,
El efecto de partirse y de luchar;
Asciende rauda la final y al fiel golpea;
Percibiéndolo Gabriel, así al Demonio dice:
«Satán, tu fuerza yo conozco y tú la mía,
Ninguna propia, dadas ambas: qué absurdo pues
Jactarse, si tus armas sólo pueden lo que el Cielo
Les permita, y así las mías, aunque ahora bien capaces
De pisarte como cieno: y por prueba mira arriba,
Lee tu destino en ese signo celestial
En que eres calibrado: qué trivial, qué ligero,
Si resistes». El Demonio alzó la vista y supo
Su platillo levantado: sólo eso, mas huyó
Murmurando y, con él, las sombras de la noche.