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Medjugorje, Bosnia-Herzegovina 11:00

Katerina se sentó junto a la cama para velar por Michener. Su imagen cuando lo llevaban al hospital inconsciente no se le iba de la cabeza, y ahora sabía lo que significaría perder a ese hombre.

Se odiaba más aún por haberlo engañado, y resolvió contarle la verdad con la esperanza de que la perdonara. Se odiaba por haber accedido a las peticiones de Valendrea, pero tal vez necesitara ese acicate, ya que de lo contrario su orgullo y su ira le habrían impedido redescubrir a Michener. Su primer encuentro en la plaza, hacía tres semanas, había sido un desastre. Sin duda la propuesta de Valendrea había facilitado las cosas, lo cual no quería decir que estuviese bien.

Michener abrió los ojos.

—Colin.

—¿Kate?

El enfermo intentaba fijar la vista.

—Estoy aquí.

—Te oigo, pero no te veo. Es como mirar debajo del agua. ¿Qué ha pasado?

—Un rayo. Cayó en la cruz de la montaña. Tú y Jasna estaban demasiado cerca.

Él levantó la mano y se frotó la frente. Luego sus dedos palparon con suavidad los arañazos y los cortes.

—¿Está bien ella?

—Eso parece. Estaba inconsciente, igual que tú. ¿Qué hacías allí?

—Después te lo cuento.

—Claro. Toma, bebe algo de agua. El médico ha dicho que tienes que beber. —Katerina le acercó una taza a los labios y él dio unos cuantos sorbos.

—¿Dónde estoy?

—En un dispensario que el gobierno brinda a los peregrinos.

—¿Te han dicho qué me pasa?

—No ha habido conmoción cerebral. Sólo has estado demasiado cerca de un montón de voltios. Un poco más y los dos estarían muertos. No tienes nada roto, pero sí un feo chichón y un tajo en la parte posterior de la cabeza.

La puerta se abrió y entró un hombre con barba de mediana edad.

—¿Cómo está el paciente? —le preguntó en inglés—. Soy el médico que lo ha tratado, padre. ¿Cómo se encuentra?

—Como si me hubiese pasado por encima una avalancha —replicó Michener.

—Es comprensible, pero se pondrá bien. Tiene un pequeño corte, pero ninguna fractura de cráneo. Le recomendaría que se hiciera un chequeo cuando vuelva a casa. La verdad es que, teniendo en cuenta lo sucedido, ha tenido bastante suerte.

Tras echarle un breve vistazo y darle algunos consejos, el médico se marchó.

—¿Cómo sabía que soy sacerdote?

—Tuve que identificarte. Me has dado un susto de muerte.

—¿Qué hay del cónclave? —inquirió—. ¿Te has enterado de algo?

—¿Por qué no me sorprende que eso sea lo primero que se te ocurre?

—¿No te interesa?

Lo cierto es que sí sentía curiosidad.

—Hace una hora no se sabía nada.

Katerina estiró el brazo y le agarró la mano. Él volvió la cabeza hacia ella y le dijo:

—Ojalá pudiera verte.

—Te quiero, Colin. —Se sintió mejor tras soltarlo.

—Y yo a ti, Kate. Debí decírtelo hace años.

—Sí.

—Debí hacer un montón de cosas de manera distinta. Lo único que sé es que quiero que en el futuro estés conmigo.

—Y ¿qué pasa con Roma?

—He hecho todo lo que dije que haría. Se terminó. Quiero irme a Rumanía, contigo.

Los ojos se le humedecieron y se alegró de que no la viera llorando. Se enjugó las lágrimas.

—Allí nos irá bien —le aseguró, procurando que no le temblara la voz.

Él le apretó con más fuerza la mano.

Y a ella le encantó la sensación.