Medjugorje, Bosnia-Herzegovina
Michener veía el mundo dar vueltas en medio de una neblina borrosa. Tenía la cabeza a punto de estallar, y el estómago revuelto. Intentó levantarse, pero no fue capaz. La bilis le subió a la garganta, y la vista le iba y le venía.
Una lluvia menuda le empapaba la ropa, aunque ya estaba calado. El trueno confirmó que la furia de la tormenta nocturna no había remitido. Se acercó el reloj a los ojos, pero un sinfín de imágenes comenzó a girar ante él, y no pudo leer la luminosa esfera. Se masajeó la frente y notó un bulto en la parte posterior de la cabeza.
Se preguntó qué había sido de Jasna, y estaba a punto de gritar su nombre cuando una luz brillante apareció en el cielo. En un principio pensó que sería otro relámpago, como sin duda había sido lo de antes, pero esta bola era de menor tamaño, más controlada. Creyó que era un helicóptero, pero ningún sonido precedía al borrón blanquiazul mientras se aproximaba.
La imagen flotaba frente a él, a unos metros del suelo. Su cabeza y su estómago seguían sin dejarlo ponerse en pie, de modo que se tendió en el pedregal y miró hacia arriba.
El resplandor aumentó de intensidad. Despedía una calidez que le resultó reconfortante.
Alzó un brazo para protegerse los ojos, y por entre los dedos vio formarse una imagen.
Una mujer.
Llevaba un vestido gris con adornos azul claro. Un velo blanco le cubría el rostro y resaltaba unos rizos ondulados de cabello castaño. Sus ojos eran expresivos, y los colores de su silueta iban del blanco al azul y al amarillo más pálido.
Reconoció el rostro y el vestido: la talla que había visto antes en casa de Jasna: Nuestra Señora de Fátima.
La intensidad del brillo disminuyó, y aunque él seguía sin poder fijar la vista en nada que se encontrara a más de unos centímetros, veía a la mujer con claridad.
—Levanta, padre Michener —dijo con voz dulce.
—Lo… he… intentado… no puedo —balbuceó él.
—Levanta.
Se obligó a ponerse de pie. La cabeza ya no le daba vueltas, su estómago estaba tranquilo. Miró hacia la luz.
—¿Quién eres?
—¿Es que no lo sabes?
—¿La Virgen María?
—Pronuncias esas palabras como si fuesen mentira.
—No es mi intención.
—Veo que eres desafiante. Ahora comprendo por qué has sido elegido.
—Elegido ¿para qué?
—Hace mucho tiempo les dije a los niños que ofrecería una señal a todos los que no creen.
—Así que ¿Jasna conoce el décimo secreto? —Se sentía furioso consigo mismo por plantear siquiera la pregunta. Por si no era bastante malo que estuviese alucinando, ahora conversaba con su propia imaginación.
—Es una bienaventurada, ha hecho lo que el Cielo le ha pedido. Otros hombres que afirman ser piadosos no pueden decir lo mismo.
—¿Clemente XV?
—Sí, Colin. Yo soy uno de ésos.
La voz era más grave, y la imagen se había metamorfoseado en la de Jakob Volkner. Lucía las vestiduras papales —amito, cíngulo, estola, mitra y palio—, igual que en su entierro, en la mano derecha un báculo. La visión lo sobresaltó. ¿Qué estaba pasando allí?
—¿Jakob?
—No sigas desoyendo al Cielo. Haz lo que te pedí. Recuerda que vale la pena contar con un servidor fiel.
Lo mismo que Jasna le había dicho antes. Pero ¿por qué no iba a incluir su propia alucinación información ya conocida?
—¿Cuál es mi destino, Jakob?
La visión se tornó el padre Tibor. El sacerdote estaba exactamente igual que cuando se conocieron en el orfanato.
—Ser una señal para el mundo, el faro que servirá de guía para el arrepentimiento, el mensajero que anunciará que Dios está vivo.
Antes de que pudiera decir nada, la imagen de la Virgen volvió.
—Sigue los dictados de tu corazón, no hay nada malo en eso. Pero no renuncies a tu fe, pues al final será lo único que permanezca.
La visión inició su ascenso y se volvió una brillante bola de luz que se disolvió en la noche. Cuanto más se alejaba, más le dolía a él la cabeza. Cuando por fin se hubo desvanecido, el mundo comenzó a girar en derredor y él echó las entrañas.