FÁBULA XLVII

La Urraca y la Mona

(El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias.)

A una Mona

muy taimada

dijo un día

cierta Urraca:

«Si vinieras5

a mi estancia,

¡cuántas cosas

te enseñara!

Tú bien sabes

con qué maña10

robo, y guardo

mil alhajas.

Ven, si quieres,

y veráslas

escondidas15

tras de una arca.»

La otra dijo:

«Vaya en gracia;»

y al paraje

la acompaña.20

Fue sacando

doña Urraca

una liga

colorada,

un tontillo25

de casaca,

una hebilla,

dos medallas,

la contera

de una espada,30

medio peine,

y una vaina

de tijeras;

una gasa,

un mal cabo35

de navaja,

tres clavijas

de guitarra,

y otras muchas

zarandajas.40

«¿Qué tal?, dijo;

vaya, hermana,

¿no me envidia?

¿no se pasma?

a fe que otra45

de mi casta

en riqueza

no me iguala.»

Nuestra Mona

la miraba50

con un gesto

de bellaca;

y al fin dijo:

«¡Patarata!

has juntado55

lindas maulas.

Aquí tienes

quien te gana,

porque es útil

lo que guarda.60

Si no, mira

mis quijadas.

Bajo de ellas,

camarada,

hay dos buches65

o papadas,

que se encogen

y se ensanchan.

como aquello

que me basta,70

y el sobrante

guardo en ambas

para cuando

me haga falta.

Tú amontonas75

mentecata,

trapos viejos,

y morralla;

mas yo, nueces,

avellanas,80

dulces, carne

y otras cuantas

provisiones

necesarias.»

Y esta Mona85

redomada

¿habló sólo

con la Urraca?

Me parece

que más habla90

con algunos

que hacen gala

de confusas

misceláneas

y fárrago95

sin substancia.