A mí lo que me revienta, con perdón de la palabra, es ver la casa sucia y desordenada. Y cuidado que la nuestra es una casa grande y con muchas habitaciones y con jardín delantero y patio trasero. Porque si fuese un departamento de esos que se construyen ahora, del tamaño de un pañuelito, con dos ambientes, baño y cocina, vaya y pase. Eso se mantiene ordenado y limpio con el mínimo esfuerzo: una buena limpieza a fondo cada tres o cuatro días y una buena barrida cada mañana y cada tarde para mantenerla y todo queda reluciente. Pero en una casa llena de ventanas y de puertas es distinto porque el polvo se mete por todos lados y echa a perder el trabajo que hace una.
Por eso me levanto tan temprano, porque si no la mañana se hace agua y cuando me quiero acordar son las once y a lo mejor me falta todavía baldear el patio o encerar el comedor y es un embrollo porque es la hora de preparar el almuerzo para papi, porque al pobrecito le gusta comer temprano y yo la verdad que no le puedo decir nada, que bastante tiene él con sus nanas y bastante poco me pide, así que lo menos que puedo hacer es tenerle la comida lista a las doce, porque a esa hora él se levanta un ratito de la cama y se sienta en la cocina a mirar el noticiero de la tele, y yo me tengo que acordar de subir la campanilla del teléfono del pasillo porque como el pobrecito no escucha casi nada tiene que poner altísimo el volumen del televisor, y la otra vez llamó la tía Beba justo a esa hora y yo me quise morir porque no escuché el teléfono y ella se creyó que no la había querido atender, y cuando volvió a llamar a la noche yo le expliqué lo de la tele y le pedí disculpas y ella me dijo no te hagas problema, nena, pero a la tía Beba yo la conozco y aunque me dijo no te hagás problema nena, lo dijo como reprochándome y a mí me dejó mal, así que ahora cada vez que paso por el pasillo a la mañana me fijo que el teléfono esté alto para que no me vuelva a pasar.
Pero estaba diciendo lo de la hora y lo de la comida de papi. Diga una que el pobrecito se arregla con cualquier cosa. Una sopita, un revuelto de verduras, unos fideítos con manteca, esas cosas livianitas. Nunca jamás pide un guiso, ni una fritura, porque él sabe que le hacen mal y aunque antes me peleaba con eso, ahora, desde que tuvo lo del intestino y el doctor le dijo que no podía creo que se le pasó, o a lo mejor es que cuando lo dijo el doctor me miró a mí y yo no sé pero me sentí un poco mal, como si yo fuera la responsable de que papi se hubiese sentido así, pero no es fácil con papi, pobrecito, porque él tiene su carácter y como dice a veces en la vida no le quedan diversiones y si encima se tiene que cuidar con las comidas, pero desde aquel susto cuando tuve que llamar de madrugada al PAMI y llevarlo urgente a la clínica me parece que entendió y aparte yo me pongo más firme por el susto y porque el doctor medio que me hizo responsable. Igual yo me conseguí unas revistas con recetas de comida sana que son muy ocurrentes y sabrosas, aunque a veces es una lástima porque los ingredientes son difíciles de conseguir, o medio caros, y la verdad que el asunto de la plata es otra cosa que me tiene nerviosa, porque la jubilación de papi no es gran cosa, y los ahorritos que teníamos los usamos para reparar los techos de los dormitorios porque se llovían, y ésa es otra maldición de las casas que los departamentos no tienen: que siempre hay alguna reparación para hacer y todo cuesta dinero y no es nada fácil. Para peor a mí me bajó mucho lo de los alumnos de música, porque antes me acuerdo que en vida de mamá yo tenía casi todas las tardes ocupadas con los alumnos salvo los lunes y en cambio ahora casi nada. Yo no sé los chicos de ahora, pensar que cuando nosotras éramos chicas era lo más natural del mundo que nos mandaran a estudiar algún instrumento, o a aprender corte y confección como Anita, pobrecita que en paz descanse, pero ahora casi nada, apenas vienen las nenas de Funes, una para piano y la otra para guitarra, que yo realmente no sé si vienen con ganas o porque las manda la familia que siempre fue tan buena gente y se sienten en deuda con papi por aquel asunto del asfalto y del agua de la época cuando él estuvo de secretario de Obras Públicas. Y yo creo que vienen sin ganas porque la verdad que mucho no aprenden y encima la más grande acaba de cumplir los doce y las chicas de ahora a esa edad empiezan a comportarse como mujeres en todo el sentido de la palabra, no sé si me explico, y a pensar en muchachos y si ahora se distrae y practica poco y nada, no me quiero imaginar lo que será dentro de un tiempo.
Igual si lo pienso un poco sería todo un lío tener más alumnos, porque la época en que tenía muchos era en vida de mamá, que llevaba la casa a la perfección y a mí me tenía como una reina y cuando le ofrecía ayudarla en la limpieza me decía dejá, Elenita, dejá, vos atendé tus cosas que yo me ocupo. Así que me parece que ahora igual no podría, con eso de tener que empezar con la cocina a las once, porque entre pitos y flautas, entre que preparo el almuerzo y lo ayudo a papi a venirse a la cocina y aunque yo como en dos bocados porque me pongo nerviosa pensando en todo lo que me falta hacer, no me puedo levantar y dejarlo ahí a papi como si nada, así que me quedo haciéndole compañía hasta que a él le agarra un poquito de sueño, una modorrita, y lo ayudo hasta la pieza y le pongo la inyección, que menos mal que aprendí a darlas porque lo del enfermero nos salía sus buenos pesos, y vuelvo a la cocina y lavo los trastos y cuando me quiero acordar ya son las dos y me quedan sin hacer una o dos habitaciones. Eso siempre y cuando no sea miércoles, que es el día que encero los pisos de parqué del comedor y de la sala, porque eso me lleva un tiempo terrible; pero no lo puedo dejar de hacer porque es un parqué muy fino que papá mandó poner cuando era secretario y el dinero no era problema y la madera la trajeron de Suecia y era la época en que recibíamos mucho en casa, y la verdad que ver el brillo que tiene todavía hoy es hermoso porque se nota la calidad de la madera. Pero bueno, a lo que iba es a que cuando me quiero acordar ya son las tres o tres y cuarto y si no me apuro no me puedo tirar a descansar ni un ratito, y la verdad es que lo necesito porque ya no soy una jovencita y la casa como ya dije me demanda un gran cuidado, y si no me recuesto a esa hora después ya no puedo porque a las cuatro y media le tengo que llevar la píldora a papi, porque si no se la doy yo se olvida de tomarla y ya me pasó dos veces que le dejé el encargo a él pero se olvidó y no quiero ni pensar que pueda volver a pasarle lo del intestino y haya que salir corriendo a la clínica y el doctor me vuelva a mirar como cuando lo de las comidas. Así que por eso me tengo que levantar cuatro y media a más tardar, pero igual me viene bien porque después de la píldora lo dejo sentado en la mecedora con la almohadilla térmica para la cintura y me voy a hacer las compras, que me llevan un buen rato no tanto por la cantidad que compramos sino porque es importante que llevemos una dieta equilibrada y que comamos de todo, y entonces tengo que ir a menudo a la pescadería y a la verdulería y a la carnicería y todo eso, y encima antes lo de almacén lo compraba todo en lo de Cáceres, y a la estación iba sólo para las otras cosas los martes y los viernes, pero ahora voy todos los días porque me parece que Cáceres es medio carero y son tiempos en los que una tiene que cuidar hasta la última monedita, y el supermercado de la estación tiene mejores precios. El único problema es que a la vuelta tengo que dar un rodeo para no pasar delante de lo de Cáceres con las bolsas del supermercado porque sería un papelón ya que toda la vida le compramos a él y es por eso y no por otra cosa que sigo yendo a comprarle de vez en cuando, aunque sea lo del día, una manteca, una leche, algo de queso o de fiambre, pero voy con vergüenza porque supongo que se tiene que dar cuenta de que compro mucho menos que antes, aunque igual no me dice nada. A papi no le cuento que voy al supermercado porque si se llega a enterar de que le dejo de comprar a Cáceres es capaz de hacerme un escándalo y a mí me da miedo que le pase algo con la presión y las coronarias como la otra vez. Así que cuando entro con las bolsas me apresuro a guardar las compras rapidito y tiro las bolsas a la basura para que él no las vea cuando viene a la cocina. Y ojo que me da lástima porque es una picardía desperdiciar todas esas bolsitas que me vendrían bárbaro para sacar la basura, pero prefiero economizar las otras con tal de no arriesgarme a que papi se lleve un disgusto, o a que Cáceres las vea alguna vez colgadas del clavo donde ponemos la basura para que la retire el basurero.
Eso de ir a hacer las compras a la tarde a veces es medio hincha, con perdón de la palabra, sobre todo en invierno que oscurece tan temprano y se pone tan frío. Debe ser por eso que muchas mujeres prefieren ir de mañana. A casi todas las vecinas me las cruzo a la mañana, y las saludo mientras van a comprar y yo estoy afuera baldeando la vereda. Pero yo no puedo ir de mañana, aunque alguna vez hice la prueba de ir bien temprano antes de la limpieza, y me acuerdo de que me sentía horrible porque miraba la hora y veía que eran las nueve o las diez y pensaba en toda la casa sucia, mi cama sin tender y la vereda sin baldear, y de sólo imaginar el polvo depositado sobre la mesita ratona de la sala o sobre el modular o la mesa del comedor me agarró como un ahogo y un hormigueo en el cuello que solamente me da cuando me pongo muy pero muy nerviosa, y por eso no lo hice más y decidí ir siempre siempre de tarde.
A mí no me gusta improvisar porque si no sé lo que va a ocurrir y no tengo todo organizado me pongo nerviosa y las cosas me salen mal. Por eso no sé por qué se me ocurrió la maldita idea, con perdón, de ofrecerle a papi si el jueves tenía ganas de almorzar albóndigas con puré. Yo sé que tiene que comer bien livianito, pero resulta que el jueves habíamos discutido con papi por un asunto de su higiene personal, que no viene al caso, y él se puso muy enojado y yo también y él me dijo algunas cosas muy feas y yo también perdí un poco la paciencia y le alcé la voz y después, como me pasa siempre, cuando me serené me dio lástima y me sentí mal porque el pobrecito ya está grande y es natural que se le pasen ciertas cosas y no está bien que yo me impaciente, porque ya habrá que ver cómo estoy yo cuando llegue a la edad de él. Pero en el momento de la discusión perdí los estribos y le dije que era un viejo hincha y aunque después me horroricé de haberle dicho semejante cosa a papi me salió así, y cuando se me pasaron los nervios me dio una vergüenza bárbara pensando si mamá me hubiese visto hablarle así a papá me hubiese dado un cachetazo, y la pobre Anita que en paz descanse y era tan dulce jamás se hubiese atrevido a semejante cosa. Y como me sentí espantoso y una mala hija le ofrecí a papi lo de las albóndigas pensando que tan mal no le podían caer y aparte yo las albóndigas las hago muy limpitas y no caen nada pesadas porque la cebolla la hiervo primero y a la salsa apenas le agrego una gotita de aceite y sale relivianita y no se repite nada nada. Pero como una estúpida, y otra palabra no me cabe, me olvidé de que no tenía salsa de tomate porque, vamos a ser sinceras, con lo del intestino de papi y lo que dijo el doctor yo hacía meses que no me salía de lo de la comida livianita; y no sé cómo pudo habérseme pasado semejante cosa aunque supongo que fue por los nervios de la discusión, si hasta me salieron unas ronchitas en el cuello que me salen cuando me pongo muy tensa y tardan un montón en írseme, así que tal vez fue por eso que me olvidé de revisar la alacena y para peor el viernes me levanté tardísimo, pero tardísimo; que no sé si me aflojé después de discutir o qué pero el asunto es que me levanté como a las siete, y dejé mi cama sin hacer para no atrasarme con el desayuno de papi que ya me estaba llamando desde su dormitorio, y creo que de no ser por sus gritos soy capaz de seguir durmiendo, porque abrí los ojos al sentir que gritaba Elenita, Elenita, y primero me sobresalté pensando que se sentiría mal como la vez del intestino pero no, porque enseguida por la luz que entraba por la persiana me avivé de que me había quedado redormida y a duras penas tuve tiempo de ir hasta la cocina y preparar rapidito el té y las tostadas, y como estaba atrasadísima cuando después volví a la cocina dejé las tazas y los platos con las migas en la pileta y me puse a plumerear la sala y a barrer y cuando abrí las persianas me quise morir porque vi que las chicas de Funes que habían venido a la clase de piano y de guitarra la tarde anterior me habían rayado todo el piso y yo me di cuenta de que era mi culpa porque las dos vinieron con mocasines de suela y yo no las hice caminar con los patines de lana que tengo para no rayar, como hubiera sido lo correcto en el parqué recién encerado, sino que las dejé entrar así nomás y no les dije lo de los patines porque una vez me pasó que se pusieron a jugar con ellos y se apuraban a propósito para resbalar mejor y a mí me había dado un miedo atroz de que pudieran romper algo o lastimarse, y la sala está llena de adornos de esos que le gustaban tanto a Anita, y cómo le explico después a la madre que se lastimaron en clase de piano y guitarra; y yo sé que la realidad es que ese piso es demasiado bueno para dejar que lo pisoteen ese par de chiquilinas malcriadas pero no tengo otro sitio para la clase, y la verdad es que a una le da rabia que los chicos de ahora sean tan maleducados.
Pero el daño estaba hecho, y además me acordé justo entonces que hacía como dos semanas que no iba al almacén de Cáceres e iba a aparecer únicamente para comprarle una miserable latita de tomate, y me llené de angustia porque sentí que se me iba a caer la cara de vergüenza, pero por otro lado ir hasta la estación era imposible porque ya se me había hecho tardísimo y a papi le gusta comer puntual, y cuando miré la hora sentí como un ahogo porque eran las diez y media y la casa era una mugre y un desorden y me acordé de todo junto y me quise morir porque estaban la cama sin hacer y los trastos del desayuno sin lavar y el parqué de la sala todo marcado y ni hablar de la vereda que en esta época del año se llena de las basuritas que largan los árboles de la vecina y yo sentí que no me podía ir así de ninguna manera con todo desprolijo, pero por otro lado a papi le había prometido lo de las albóndigas y papi está en una edad en la que reacciona como un chico y si no cumplía con el agasajo prometido me iba a hacer una escena de capricho y justo yo, estúpida de mí, que le había prometido las albóndigas justamente como un modo de hacer las paces después de nuestra pelea del día anterior; y por un lado pensaba en papi y en la cara que iba a poner si le decía que lo de las albóndigas lo dejábamos para otro día para ponerme a limpiar, y por el otro lado me imaginaba la escena de irme de la casa a comprar la lata de tomates dejando todo en ese estado deplorable y sentía como si las sábanas arrugadas y las migas en la pileta y los rayones en el parqué de la sala me hicieran cosquillas y me dieran mordiscos en los talones para no dejarme en paz y entonces sentí como un vahído, un malestar como si me bajara la presión y me acaloré de repente y aun sin verme en el espejo me di cuenta de que el cuello debía estar llenándoseme de esas horribles ronchitas rojas, y aunque no era la primera vez que me pasaba esta vez era peor, mucho peor, y yo trataba de decidir si limpiaba la casa o si lo contrariaba a papi, y no podía decidir y cada vez me angustiaba más y miré de nuevo la hora y eran las once menos cuarto y me acuerdo que grité de pura impotencia porque la hora se iba y fue entonces que sucedió esa cosa extraña, esa horrorosa sensación corporal de derrumbarme en el sillón con cubierta floreada de la sala, rendida y sin fuerzas, doblada en un espasmo de arcadas y tos, y al mismo tiempo y aunque no pudiera ser posible me vi a mí misma de pie en medio de la sala con las manos en la cintura y la mirada preocupada y la piel irritada, y yo me sentí enloquecer porque no podía ser cierto pero tampoco estaba soñando, y de repente esa imagen mía que estaba de pie en el centro de la habitación chasqueó la lengua como hago yo cuando tomo una decisión que me cuesta y empezó a caminar hacia la habitación de papi, y aunque era ridículo yo le tuve miedo porque era como una especie de fantasma que vestía como yo y caminaba como yo y empezaba a llamarlo a papi desde el pasillo, y entonces lancé un grito porque no entendía lo que pasaba y a mí eso me aterra, y me levanté y salí corriendo hacia la habitación de papi pero me detuve de pronto porque recostada en el marco de la puerta de la pieza estaba esta especie de fantasma hablando con papi como si tal cosa, y él no se daba cuenta de que no era yo, porque le decía Elenita a ella, y le preguntaba por qué había pegado ese grito y la del umbral le contestaba que no, que no pasaba nada, que no había gritado y con mucha calma, como hago yo cuando no quiero que papi me haga lío con alguna cosa, le explicaba que se le había hecho tarde con el almuerzo pero que tenía ganas de cocinarle las albóndigas con puré y que si él la esperaba se iba de una corridita a comprar una lata de tomate que le hacía falta, y yo me quise morir porque papi hablaba con ella sin notar que era una falsa Elenita, porque la verdadera que soy yo estaba parada unos metros atrás en el pasillo, y no lo soñé porque ahí estaba el espejo grande con marco de bronce y toqué mi imagen con cara de susto en su superficie helada y uno en los sueños no tiene esa sensación de frío en la punta de los dedos al tocar un espejo, y papi le estaba contestando que sí m’hija, que no había problema, que él se quedaba escuchando la radio un rato más y listo, y entonces yo me sobresalté porque la falsa Elenita se dio vuelta hacia mi lado para ir a la cocina y yo no sabía lo que iba a ocurrir cuando me viese, pero no ocurrió nada y me pasó por al lado y ni me miró porque iba con la vista fija adelante y sonriendo con cara de alivio como si la paciencia de papi con el almuerzo la hubiera tranquilizado, y tuve que apoyarme contra la pared para no desmayarme mientras la escuchaba en la cocina quitándose el delantal y colgándolo del gancho de la puerta del patio y sacando la bolsa de las compras del segundo cajón de la alacena y agarrando el monedero marrón que siempre dejo en la canastita sobre la heladera y abriéndolo y ojeando rapidito adentro con un tintineo de monedas para asegurarse de que le alcanzaba, y yo me tapé la boca con la mano para no volver a gritar porque esa Elenita falsa hacía las cosas en el mismo orden y con el mismo cuidado que yo, tanto que parecía yo misma, y pensé en decirle a papi lo que estaba pasando pero tuve miedo de impresionarlo y decidí que no, y en ese momento sentí el golpe de la puerta de calle y sus pasos en las lajas y el ruido del portón de la vereda y entendí que se había ido nomás al almacén, y también advertí que era como yo pero era distinta porque a mí no se me hubiese ocurrido jamás golpear de ese modo la puerta de calle porque papi puede sobresaltarse y además se puede descascarar el revoque sobre el marco y la rajadura de la pared se agranda y encima cae un polvillo que es un incordio para limpiar.
A mí hay dos cosas que me ponen muy nerviosa. Una son las sorpresas porque me asusta que me pasen cosas que yo no sabía que me iban a pasar sin haber tenido tiempo de pensar qué hacer. Y la otra son las cosas que no entiendo, porque yo soy mucho de pensar las cosas y cuando me pasa algo raro de repente me angustio y seguro que no sé qué hacer. Y lo que acababa de ocurrir era una sorpresa y no lo entendía, así que me puse muy nerviosa y me largué a llorar, pero en la cocina para que papi no me oyera. Pensé en llamar a la policía pero me iban a tratar de loca. Después se me ocurrió llamar al doctor López, que es un hombre tan bueno y que sabe tanto y papi lo aprecia mucho y es el único al que obedece con el asunto de sus cuidados, pero me dio mucho miedo de que también pensase que estoy loca así que decidí no avisarle a nadie hasta saber bien qué hacer. Pero al mismo tiempo algo tenía que decidir porque no me podía quedar de brazos cruzados, y entonces me acordé del estado en que estaba la casa porque levanté la vista y desde la pileta asomaban las tazas sucias del desayuno y me incorporé de un salto y las lavé rapidito y cuando terminé pasé volando por mi pieza a tender la cama y a ordenar las cosas y puse una tanda de ropa sucia en el lavarropas y seguí haciendo cosas porque me daba cuenta de que trabajar me calmaba la ansiedad y al ratito ya había terminado con los dormitorios, y fue lindo porque cuando entré a la pieza de papi él me sonrió y me ayudó todo lo que pudo moviéndose a un lado y a otro para no estorbar mi labor, y cuando me estaba yendo para seguir con la vereda me dijo que se le hacía agua la boca pensando en esas albóndigas y yo le sonreí sin contestarle porque ya dije que no lo quería preocupar.
Después salí a barrer la vereda que, como yo había pensado, estaba llena de las basuritas de los árboles de la vecina, y es por eso que hace unos años mandé a cortar los árboles de la vereda nuestra, porque aparte de que llenaban de hojas y cositas con las raíces rajaban las baldosas y una vereda con baldosas rotas da una impresión horrible sobre las casas, así que mandé que los cortaran, pero hubo un momento en el que casi me muero porque mientras estaba agachada enjuagando el trapo en el balde (porque yo siempre paso el trapo después de barrer la vereda porque si no queda todo desprolijo) sentí unos pasos en la vereda y era ella, la falsa Elenita que venía tan campante con la bolsa de las compras y tarareando bajito como hago yo cuando estoy muy contenta y entró a casa por el caminito de lajas y la verdad es que fue muy descuidada porque ni siquiera cerró el portón y así se puede meter cualquier perro a hacer sus necesidades en el pasto o en los canteros de plantas. Primero no supe qué hacer porque verla me llenó de miedo otra vez, pero tampoco podía dejar la vereda a medio limpiar, así que la terminé ligerito y volví a entrar. De la cocina venía un aroma muy suave de la cocción de la salsa y se escuchaba el trajín de las cacerolas. A lo mejor tendría que haber ido a la cocina a ver qué pasaba con la falsa Elenita, pero no fui porque lo pensé dos veces y me di cuenta de que la salsa la estaba haciendo bien limpita por el perfume suavecito que se sentía y sobre todo porque si ella se encargaba de la cocina yo me podía poner a encerar como Dios manda el comedor y la sala y dejar la casa en orden y a la tarde todo podía volver a la normalidad, con la casa limpia y papi levantándose después de la siesta y comentando que estaba todo reluciente mientras yo le cebo unos mates (poquitos, porque el doctor me dijo que no abusemos de las infusiones). Más tarde iría a la verdulería y todo estaría bien, salvo por esa falsa Elenita que ya debía estar poniendo la mesa a juzgar por el tintineo de vajilla que se dejaba oír desde la cocina. A la hora del almuerzo yo me sentí un poco mal porque cuando llegué a la cocina restregándome las manos en el delantal resulta que ya estaban sentados, papi en su sitio de siempre y la impostora en el mío, y papi la felicitaba por la comida y la falsa Elenita sonreía y se ponía colorada y me dio una bronca terrible porque así cualquiera, porque yo me había deslomado limpiando todo y todavía me faltaba lustrar el parqué de la sala y ella lo único que había hecho eran esas albondiguitas y así cualquiera, así que entré resoplando y me senté haciendo ruido en una de las sillas vacías y los miré enojada, pero ellos estaban vueltos hacia la tele viendo el noticiero y ni me miraron. Obvio que con la bronca que tenía no quise probar bocado, así que cuando la Elenita de mentira se puso de pie y le preguntó a papi qué quería de postre yo también me paré y salí de la cocina sintiéndome muy enojada porque era muy desconsiderado que ni siquiera me hubiesen dirigido la palabra en todo el rato.
Después me calmé porque terminé con el piso de la sala a eso de las dos y mientras recorría la habitación sobre los patines de lana y veía que todo había quedado perfecto y del piso subía ese olor cargado y limpio que deja la cera nueva y revisé las diferentes habitaciones y pasé el dedo por las repisas y encendí las luces y me agaché a cerciorarme de que no había quedado mugre en los pisos y en las patas de la cómoda y comprobé que todo estaba limpio, me invadió una sensación de bienestar que durante esa mañana tan extraña había creído perdida para siempre, y como me relajé me dio sueño y la pieza estaba toda ordenadita y la cama tendida con el doblez de la sábana en el lugar exacto y la almohada bien acomodada en su sitio preciso. La falsa Elenita debía estar mirando tele porque se escuchaba bajito el murmullo del aparato y primero me dio un poco de bronca porque si no necesitaba recostarse era porque todo el trabajo pesado lo había hecho yo pero después se me pasó un poco porque tuve que reconocer para mis adentros que la cocina la había dejado impecable. Eso sí, de la siesta me levanté temprano para estar segura de ser yo la que le cebara el mate a papi. Cuando entré a su pieza con el termo y las demás cosas él me saludó como si nada, y yo me tranquilicé porque con lo del almuerzo me había agarrado un poco de miedo de que ahora que estaba la falsa Elenita él no me reconociera o algo por el estilo, pero todo anduvo bien y yo supongo que la otra se debe haber dado cuenta porque a eso de las seis se fue a la verdulería y cuando volvió no salió de la cocina hasta la hora de la cena. Por eso después del mate con papi, cuando me di cuenta de que la otra iba a ocuparse de la verdura y la cocina aproveché y busqué las herramientas del jardín y saqué los yuyos y las hojitas secas de los canteros y del patio, que hacía como una semana que no arreglaba eso, y terminé como a las siete con la cintura un poco dolorida pero me quedé contenta porque quedó precioso. Tan chocha me quedé que casi no me importó que fuera ella la que acompañase a papi desde su dormitorio a la cocina para la cena, y que de nuevo se sentara en mi sitio y papi hablara sólo con ella de la serie que estaban viendo en la tele. No le di el gusto de sentarme en otra silla, y preferí quedarme de pie observándolos desde el umbral. Eso sí, me fui a acostar bien temprano y dejé que fuera ella la que se encargara de acostarlo a papi y de dejar todo listo en su dormitorio y de limpiar la cocina. Y hasta me divertí un poco al cerrar la puerta de mi habitación con llave, para que no se le ocurriera arrebatarme mi cama. Igual después, ya avanzada la noche, abrí y dejé un poco entornado para poder escuchar en el caso de que papi necesitase algo. Dormí bien, porque empecé a pensar que a lo mejor lo que estaba pasando no era tan malo, y que tal vez sólo era cuestión de acostumbrarse y organizarse debidamente. Además estaba muy cansada, porque había trabajado todo el día y por los nervios, y porque al fin de cuentas una no es una mula de carga.
El sábado cuando me desperté me quedé helada. La falsa Elenita había entrado a la pieza en algún momento y estaba de pie, en camisón, con las manos en la cintura, delante del placard abierto eligiendo la ropa que iba a ponerse. No sé si grité o el alarido me salió para adentro o si no dije nada, pero ella no se volvió a mirarme. Lo que pasó después fue espantoso. La falsa Elenita corrió un par de perchas, como indecisa, y miraba de vez en cuando la percha del rincón, que desde donde yo estaba no se veía. Empezó a respirar cada vez más fuerte, como resoplando, y se puso colorada y siguió revolviendo las perchas hasta que le empecé a ver en el cuello las mismas ronchitas que me salen a mí cuando me pongo muy nerviosa porque tengo que decidir algo y me cuesta, y de pronto la falsa Elenita se sentó de golpe en la silla que tengo a los pies de la cama pero al mismo tiempo siguió parada frente al placard, y yo no lo podía creer pero la miré a la Elenita de la silla y tenía una cara de horror enorme que me hizo acordar del día anterior cuando era yo la que desde el sillón floreado de la sala no podía creer lo que estaba pasando, y al mismo tiempo la otra Elenita de mentira seguía de pie y agarraba fuerte, como decidida, la percha del rincón y la sacaba del ropero como con furia, y yo cuando vi lo que sacaba me quise morir, y me acordé por qué esa percha estaba en el rincón y entendí que la Elenita que ahora se había sentado en la silla no quisiera sacar justo ésa, porque era esa blusita fucsia que me regaló la tía Inés para mi cumpleaños de hace tres años y que yo no me voy a poner en la vida, porque tengo el cutis muy apagado y es sabido (como decía mamá) que a la gente como nosotras les quedan horribles los colores de la gama del rojo, que en cambio le sentaban tan bien a Anita, que en paz descanse, porque ella tenía el cutis como el de papi, esa piel rosada y suave que todo le quedaba una maravilla. Y aparte la tela es medio elastizada y el talle un poco chico y me marca demasiado, no sé si se entiende, y me da vergüenza porque con ropa así parece que una quisiera exhibirse. Y tanto es así que cuando la tía me la regaló yo le di las gracias y no dije nada pero me juré no usarla jamás en mi vida y si no la regalé a la parroquia fue por miedo a que la tía me hiciese alguna vez una pregunta de la blusa. Ojo que si yo estaba horrorizada la Elenita falsa de la silla estaba directamente desencajada. Se tapaba la boca con la mano y veía incrédula cómo la otra se apoyaba esa blusa chillona sobre el cuerpo, todavía sin sacarla de la percha, y se contoneaba un poco mirándose en el espejo y sonreía. Ni qué hablar la cara que pusimos las dos cuando la Elenita esa se quitó el camisón y se puso la blusa como si nada, y no nos sirvió en absoluto que la combinara con la pollera negra recta que es mucho más clásica y el negro sí que nos queda bien. Estábamos las dos sorprendidísimas de verla tan campante salir al pasillo con esa facha, porque la Elenita de ayer (ya no sé cómo llamarla porque ya no había una sino dos Elenitas falsas), yo qué sé, había hecho eso de las albóndigas en lugar de limpiar la casa, pero por lo demás no hizo nada raro, pero en cambio la que acababa de salir se veía a la legua que estaba dispuesta a irse muy oronda a hacer los mandados con ese aspecto de loca, mientras la otra Elenita seguía derrumbada en la silla. Cuando le pasé por al lado me pareció que volvía a sobresaltarse como si recién entonces me viera por primera vez, pero no me pude parar a pensar en eso porque la Elenita de la blusa fucsia salía ya de la cocina hacia la calle con la bolsa de las compras y descolgaba la llave del clavito de la puerta y le avisaba a papi que a la vuelta le hacía el desayuno. Menos mal que yo me había apurado, porque cuando papi oyó eso se desconcertó porque eran casi las siete y él es muy regular con sus horarios y a él le gusta desayunar temprano, antes de ir al baño y todo eso, y ya estaba preguntando en voz alta qué pasaba cuando yo me asomé apenas a su pieza y le dije que nada y lo tranquilicé y le expliqué que ya me iba ligerito a la cocina a prepararle el té y las tostadas.
Cuando salía de la pieza de papi con la bandeja del desayuno de vuelta hacia la cocina me la crucé en el pasillo a la primera Elenita falsa, la de las albóndigas, que se había vestido con ropa de entrecasa como para limpiar y venía cargando el balde y el secador y el escobillón y todo lo demás, y se había puesto un pañuelo en la cabeza porque era sábado a la mañana y el sábado es el día de pasar el plumero a los techos y a las lámparas y vuela mucho polvo y el pelo se pone a la miseria; pero me miró apenas y bajó los ojos y me pasó por el costado rapidito y como asustada y yo no le dije nada. Igual la verdad es que con esa Elenita nos entendíamos de mil amores para la limpieza porque ella se dedicó a lo de los techos y yo mientras tanto puse al día la ropa de plancha que con el embrollo del día anterior se me había pasado completamente por alto, y cuando terminé la vi frotando con esmero los vidrios de las ventanas y vi que lo hacía del modo correcto, con un papel de diario apenas húmedo en vinagre, y me pude ir tranquila a la vereda a baldear y todo eso. Lástima que en la calle me encontré de narices con la Elenita de la blusa fucsia que volvía muy campante de hacer las compras, y me pasó por el costado igual que si yo fuera un poste y entró a la casa como si nada; pero para colmo de males cuando alcé la vista me encontré con que doña Sara, la de enfrente, se había quedado tiesa con la escoba en una mano y mirando hacia nosotras, y como yo no sabía qué hacer ni qué cara poner la saludé con un gesto y bajé los ojos y terminé con la vereda como pude y me metí adentro igual de avergonzada que si me hubiese exhibido desnuda, con perdón, por la peatonal a la vista de todos, porque ahora me daba cuenta de que si la situación se desorganizaba y la noticia se desparramaba por el barrio iba a quedar fuera de control, y lo peor era que no tenía con quién hablar de lo que estaba pasando porque con papi ni pensarlo y con la Elenita de ayer tampoco porque se ve que me tenía miedo ya que en el pasillo había evitado mirarme y después también, y con la Elenita de la blusa ni loca porque desde que entró en la cocina se dedicó a edificar un caos detrás de otro, porque cuando la fui a ver me quedé tiesa viendo que había sacado la cacerola enlozada y la tenía a los golpes sobre las hornallas y yo temí que la cascase toda, pero el acabose fue cuando sacó la sartén de teflón para preparar el revuelto de verduras y no tuvo mejor idea que ponerse a revolverlo con una cuchara común, y yo sentí que los rayones me los estaba haciendo propiamente en la piel, y para peor ahí, delante de sus narices, tenía la espátula de goma que es lo que hay que usar con la sartén de teflón pero no le importaba nada; aunque cuando lavó cinco tomates y vio que eran demasiados, y sin secarlos y sin envolverlos en papel de diario los embutió en la heladera sin más ni más no pude resistirme y le señalé con la mayor educación de la que fui capaz que así se iban a echar a perder, pero la muy insolente ni siquiera me miró y siguió trabajando con el almuerzo como si tal cosa, así que yo me metí en mi pieza a llorar de la impotencia y de la desesperación acordándome de que doña Sara, la de enfrente, nos había visto a la Elenita de la blusa fucsia y a mí y sólo Dios sabía a quién se lo había contado, y ese miedo me generó una postración tan grande que no tuve fuerzas para interesarme por lo que ocurrió en aquel almuerzo, ni el estado en el que esa desprolija dejó los utensilios de cocina.
Sólo me incorporé de un salto bien entrada la hora de la siesta, aunque por supuesto no había pegado un ojo, cuando sentí las voces de las chiquilinas de Funes y enseguida la tapa del piano y el chirrido del banquito, y me levanté como loca temiendo que lo que yo suponía fuese cierto y era nomás, porque por la rendija que dejaba la puerta que da del pasillo a la sala vi que la Elenita de la blusa fucsia se disponía a darles la clase de piano a las chicas Funes, y alzando un poco la vista vi que la Elenita de las albóndigas espiaba lo mismo que yo pero desde la puerta que desde la sala da al comedor, y ninguna de las dos entró. Menos mal, porque nomás de acordarme de la cara que puso la vieja de enfrente al ver a dos de nosotras no me quería imaginar el escándalo que podrían armar aquellas dos mocosas. Por supuesto que decidí no moverme de ahí en toda la clase, porque esa Elenita de la blusa no me daba ninguna confianza a juzgar por su modo de vestir y de trabajar en la cocina, y la verdad es que me dio toda la impresión de que trataba a esas dos criaturas con demasiada liberalidad, y las chicas se tomaron a chiste la clase, y cada vez tocaban peor y lo hacían al mismo tiempo, el piano y la guitarra, y la Elenita de la blusa no sabía qué hacer y les pedía en voz baja que se portaran bien y las nenas no le hacían caso y ella resoplaba para calmarse y se ponía colorada y yo estaba enojadísima porque si seguían gritando lo iban a despertar a papi de su siesta y él se pone de muy mal humor cuando pasa eso, y la volví a mirar a la Elenita de la blusa y supe lo que iba a pasar porque ya lo había visto a la mañana con la otra y me sentí desfallecer porque ahora iba a suceder delante de esas dos salvajes, con perdón, pero ya era inevitable porque la Elenita de la blusa estaba toda roja y con las manos crispadas sobre las teclas del piano y las ronchitas en el cuello y de pronto se puso de pie y empezó a los gritos a decirles que eran dos mocosas maleducadas y que le habían colmado la paciencia y que no quería volver a verles el pelo en esa casa, y las chicas la miraban con los ojos muy abiertos pero también miraban hacia el piano, porque ahí seguía la otra Elenita, la de la blusa, sentada un poco encorvada con las manos sobre las teclas y cara de estar muy sorprendida por esos gritos que se escuchaban a su espalda.
Yo no sé si hice bien o hice mal, pero abrí del todo la puerta del pasillo y entré apresurada en la sala y agarré con una mano a la más grande y con la otra a la más chica y me las llevé hacia la puerta de calle, mientras la Elenita de los gritos seguía diciéndoles de todo con la voz casi estrangulada de la furia, y las acompañé hasta el portón y les sonreí y les dije chau y ellas seguían mirándome con los ojos abiertísimos y mudas, pero no me pude quedar porque tenía que hacer algo con la Elenita de los gritos que seguía vociferando con unos alaridos que se escuchaban desde la vereda, y cuando entré casi corriendo se confirmaron mis peores temores porque lo oí a papi muy enojado preguntando desde la pieza qué era todo ese barullo, pero no pude encarar a la Elenita gritona porque cuando llegué a la sala ella había salido hacia la habitación de papi y en el centro de la sala estaba la primera falsa Elenita, la de las albóndigas, que se miraba fijo con la Elenita de la blusa que seguía sentada en el banquito del piano, y entonces nos miramos las tres pero fue un segundo porque tuvimos que salir corriendo todas para la pieza de papi porque ahora los gritos venían de allí, porque la Elenita gritona había entrado y no precisamente para calmarlo a papi con lo de su siesta, sino que estaba gritándole unas cosas horribles y había cerrado la puerta y se ve que estaba apoyada del lado de adentro porque por más que empujábamos y empujábamos no podíamos abrirla y las tres estábamos muy angustiadas y justo en ese momento sonó el timbre y yo fui a ver quién era por el visillo de la puerta de calle y la Elenita gritona seguía vociferando cosas espantosas sobre papi y yo pensé que era todo un desastre porque si a papi le subía la presión tendríamos que llamarlo al doctor López y yo la verdad que no me sentía con ánimo para explicarle nada a nadie y cuando corrí la cortinita para mirar por el visillo vi que en la vereda no sólo estaba la madre de las chicas Funes sino doña Sara la de enfrente y otros tres vecinos de la cuadra y un policía, y estaban todos con mucha cara de enojados y por un momento pensé en salir a tratar de calmar los ánimos pero después pensé que no iban a entender y encima los gritos seguían y ya no sólo gritaba Elenita la última sino las dos anteriores, que se ve que de algún modo habían conseguido entrar a la pieza de papi, y cuando crucé la sala vi que el piso estaba todo marcado por los zapatos de esas chiquilinas barulleras, pero ni pensar en ponerme a componer ese desastre con esos gritos cada vez más destemplados que venían de la pieza; y la verdad que ahora no sé qué hacer porque papi se debe haber dado cuenta de todo y la primera Elenita vaya y pase porque hasta nos habíamos complementado bien en las tareas de la casa, pero la segunda, la de la blusa fucsia, ya se había puesto a hacer cosas raras que a mí no se me hubieran ocurrido en toda la vida, aunque a lo mejor hablando un poco y explicándole cómo hacer ciertas cosas podía mejorar, pero tampoco, porque estaba también la Elenita de los gritos que le había hablado a papi de una manera inaceptable, y ahora encima las chicas de Funes seguro que no iban a volver a clases, y con ese escándalo en el barrio todo iba a ser un infierno e íbamos a ser la comidilla de todo el mundo, y así se vuelve todo muy difícil, muy descontrolado, y en semejante lío ni ganas de vivir le quedan a una.