PRÓLOGO

En oportunidad del prólogo del primer libro de Eduardo Sacheri, Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol, editado por Galerna en el año 2000, me atreví a cerrar mis consideraciones imaginando que su autor se encaminaba a constituirse en uno de los «dueños del área» en cuanto a literatura futbolera se refiere. Hoy puedo decir que aquella proyección optimista de mi prólogo anterior se ha confirmado: Esperándolo a Tito se transformó en un clásico y le permitió a Sacheri mezclarse legítimamente con autores de una trayectoria mucho más dilatada, a partir de un estilo, una manera de contar, una cualidad para describir situaciones que, con la excusa de la pelota, se abren hacia la pintura de la vida misma.

Poco después Sacheri se aventuró en un nuevo libro, Te conozco Mendizábal y otros cuentos —Galerna, año 2001—, en el que los relatos futboleros dejaban el centro de la escena para dar paso a otros de temática fantástica, naturalista o sentimental, y en los que el autor demostró su capacidad para generar climas y situaciones, más allá del tema elegido.

En éste, su tercer libro de cuentos, se reúnen esas dos vertientes insinuadas en sus obras anteriores, y el resultado es impecable. En los cuentos de fútbol incluidos Sacheri interpreta al milímetro aquello que afirma Alejandro Dolina con respecto a que en el rectángulo de juego caben infinidad de novelescos episodios, algunos evidentes, relacionados con la destreza, la habilidad, la fuerza del deportista, y otros más profundos y esenciales, con temáticas como la amistad o el coraje, la solidaridad o la avaricia, la grandeza y la bajeza del hombre. Y de ese caldo de pasiones el autor extrae combinaciones nuevas. Sirva de ejemplo una de las piezas más logradas de este conjunto de cuentos: Lo raro empezó después me parece uno de los más fascinantes de toda su producción, por esa mezcla que propone de lo espiritual, lo místico, con las argucias terrenales, y por la picardía absolutamente humana que un grupo de pibes pone en juego para ganar un desafío, avalados finalmente por el Gran Maestro de la eternidad. Por Achával nadie daba dos mangos, es una historia trágica, conmovedora, llena de matices, que ha logrado el privilegio de ser el cuento inédito más solicitado en mi programa de radio «Con afecto», a partir de la primera vez que leí el borrador que Eduardo me envió hace casi dos años.

Una mezcla distinta es la que propone Un verano italiano, en el que el amor entre un hombre y una mujer se pone en juego con el telón de fondo de Italia ‘90, y la frustración, la pasión, la indiferencia, la ilusión, la esperanza y el desamor se filtran y se funden en el mismo argumento. Y otra es la que ofrece El Apocalipsis según el Chato, un cuento que cabalga con maestría entre el fútbol y el odio que dos primos se obsequian sin tregua desde la infancia, en uno de esos paisajes barriales del conurbano que Sacheri dibuja con inteligencia y sensibilidad.

En cuanto a los otros relatos que no tienen que ver con el fútbol, destaco un bello, breve y nostálgico cuento llamado Fotos Viejas. Es una reflexión conmovedora sobre el paso del tiempo a través de la cámara fotográfica de la vida: tiene la melancólica belleza de los adioses. También en estos otros relatos de Sacheri las emociones giran, se combinan, se aproximan y se transforman. La multiplicación de Elenita propone el tránsito desbocado de una mujer desde una neurótica cotidianidad hacia la alucinación y la locura, en un lenguaje opresivo y dinámico que contagia al lector. Lunes ofrece un viaje lleno de angustia en compañía de un chico que atraviesa, a los tumbos, el día más difícil de toda su vida. Los informes de Romero y Reuniones de egresados nos pintan a hombres que se empecinan en el amor, en la lealtad a sus sentimientos más profundos y secretos, aun a contramano de sus propias conveniencias y el sentido común.

Los cuentos de Eduardo Sacheri, a través de la radio y la lectura, han sido capaces de acompañar a gente a veces desesperada, a veces inquieta, a veces redondamente triste, a veces levemente alegre y lograr el alivio, al menos por un momento, de lo más duro de sus angustias. Han servido para atraer la atención de los adolescentes de todos los rincones del país y para aproximarlos, desde el lejano mundo de la vida de hoy, tan computarizada y mediática, a la eterna y gloriosa idea de leer un libro. Han conseguido despertar, en lectores asiduos y en lectores que habían olvidado que lo eran, el placer de dar vuelta la página para encontrar cuanto antes lo que hay al otro lado.

Leer un libro no será una salvación definitiva. Pero aproximarse a estos cuentos de fútbol y otros relatos de Eduardo Sacheri, captar su cuerda y su tono, sumirse en la mezcla de actitudes grandiosas y cobardes, aleccionadoras o diminutas que sus personajes encarnan, puede constituir uno de los caminos posibles que nos quedan abiertos en la vida: si no la felicidad para siempre, por lo menos mejorar el rato.

ALEJANDRO APO