EL AHOGADO DEL TAJO

(Gustavo Adolfo Bécquer)

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No. Ni polvo ni tierra;

inacallable metal líquido eres.

Un flujo de campanas de bronce turbio y trémulo,

un galope de espadas de acero circulante jamás enmohecido,

te preservan del polvo.

Y en vano se descuelga de los cuadros

para invadirte: te defiende el agua;

y en vano está la tierra reclamando su presa

haciendo un hueco íntimo en la grama.

Guitarras y arpas, liras y sollozos,

sollozos y canciones te sumergen en música.

Ahogado estás, alimentando flautas

en los cañaverales.

Todo lo ves tras vidrios y ternuras

desde un Toledo de agua sin turismo

con cancelas y muros de especies luminosas.

¡Qué maitines te suenan en los huesos,

qué corros te rodean de llanto femenino,

qué ataúdes de luna acelerada

renuevan sus rebaños de espuma afectuosa a cada instante!

¿Te acuerdas de la vida,

compañero del sapo que humedece las aguas con su silbo?

¿Te acuerdas del amor que agrega corazón,

quita cabellos, cría toros fieros?

¿Te acuerdas que sufrías oyendo las campanas,

mirando los sepulcros y los bucles,

errando por las tardes de difuntos,

manando sangre y barro que un alfarero luego

recogió para hacer botijos y macetas?

Cuando la luna vierte su influencia

en las aguas, las venas y las frutas,

por su rayo atraído flotas entre dos aguas

cubierto por las ranas de verdes corazones.

Tu morada es el Tajo: ahí estás para siempre

dedicado a ser cisne por completo.

Las cosas no se nublan más en tu corazón;

tu corazón ya tiene la dirección del río;

los besos no se agolpan en tu boca

angustiada de tanto contenerlos;

eres todo de bronce navegable,

de infinitos carrizos custodiosos,

de acero dócil hacia el mar doblado

que lavará tu muerte toda una eternidad.