ÉGLOGA

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… o convertido en agua, aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.
Garcilaso

Un claro caballero de rocío,

un pastor, un guerrero de relente

eterno es bajo el Tajo; bajo el río

de bronce decidido y transparente.

Como un trozo de puro escalofrío

resplandece su cuello, fluye y yace,

y un cernido sudor sobre su frente

le hace corona y tornasol le hace.

El tiempo ni lo ofende ni lo ultraja,

el agua lo preserva del gusano,

lo defiende del polvo, lo amortaja

y lo alhaja de arena grano a grano.

Un silencio de aliento toledano

lo cubre y lo corteja,

y sólo va silencio a su persona

y en el silencio sólo hay una abeja.

Sobre su cuerpo el agua se emociona

y bate un cencerro circulante

lleno de hondas gargantas doloridas.

Hay en su sangre fértil y distante

un enjambre de heridas:

diez de soldado y las demás de amante.

Dulce y varón, parece desarmado

un dormido martillo de diamante,

su corazón un pez maravillado

y su cabeza rota

una granada de oro apedreado

con un dulce cerebro en cada gota.

Una efusiva y amorosa cota

de mujeres de vidrio avaricioso,

sobre el alrededor de su cintura

con un cedazo gris de nada pura

garbilla el agua, selecciona y tañe,

para que no se enturbie ni se empañe

tan diáfano reposo

con ninguna porción de especie oscura.

El coro de sus manos merodea

en torno al caballero de hermosura

sin un dolor ni un arma,

y él de sus bocas de humedad rodea

su boca que aún parece que se alarma.

En vano quiere el fuego hacer ceniza

tus descansadamente fríos huesos

que ha vuelto el agua juncos militares.

Se riza lastimable y se desriza

el corazón aquel donde los besos

tantas lástimas fueron y pesares.

Diáfano y querencioso caballero,

me siento atravesado del cuchillo

de tu dolor, y si lo considero

fue tu dolor tan grande y tan sencillo.

Antes de que la voz se me concluya,

pido a mi lengua el alma de la tuya

para descarriar entre las hojas

este dolor de recomida grama

que llevo, estas congojas

de puñal a mi silla y a mi cama.

Me ofende el tiempo, no me da la vida

al paladar ni un breve refrigerio

de afectuosa miel bien concedida

y hasta el amor me sabe a cementerio.

Me quiero distraer de tanta herida.

Me da cada mañana

con decisión más firme

la desolada gana

de cantar, de llorar y de morirme.

Me quiero despedir de tanta pena,

cultivar los barbechos del olvido

y si no hacerme polvo, hacerme arena:

de mi cuerpo y su estruendo,

de mis ojos al fin desentendido,

sesteando, olvidando, sonriendo

lejos del sentimiento y del sentido.

A la orilla leal del leal Tajo

viene la primavera en este día

a cumplir su trabajo

de primavera afable, pero fría.

Abunda en galanía

y en párpados de nata

el madruguero almendro que comprende

tan susceptible flor que un soplo mata

y una mirada ofende.

Nace la lana en paz y con cautela

sobre el paciente cuello del ganado,

hace la rosa su quehacer y vuela

y el lirio nace serio y desganado.

Nada de cuanto miro y considero

mi desaliento anima

si tú no eres, claro caballero.

Como un loco acendrado te persigo:

me cansa el sol, el viento me lastima

y quiero ahogarme por vivir contigo.