MI SANGRE ES UN CAMINO

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Me empuja a martillazos y a mordiscos,

me tira con bramidos y cordeles

del corazón, del pie, de los orígenes,

me clava en la garganta garfios dulces,

erizo entre mis dedos y mis ojos,

enloquece mis uñas y mis párpados,

rodea mis palabras y mi alcoba

de hornos y herrerías,

la dirección altera de mi lengua,

y sembrando de cera su camino

hace que caiga torpe derretida.

Mujer, mira una sangre,

mira una blusa de azafrán en celo,

mira un capote líquido ciñéndose en mis huesos

como descomunales serpientes que me oprimen

acarreando angustia por mis venas.

Mira una fuente alzada de amorosos collares

y cencerros de voz atribulada

temblando de impaciencia por ocupar tu cuello,

un dictamen feroz, una sentencia,

una exigencia, una dolencia, un río

que por manifestarse se da contra las piedras,

y penden para siempre de mis

relicarios de sangre desgarrada.

Mírala con sus chivos y sus toros suicidas

corneando cabestros y montañas,

rompiéndose los cuernos a topazos,

mordiéndose de rabia las orejas,

buscándose la muerte de la frente a la cola.

Manejando mi sangre, enarbolando

revoluciones de carbón y yodo,

agrupando hasta hacerse corazón,

herramientas de muerte, rayos, hachas,

y barrancos de espuma sin apoyo,

ando pidiendo un cuerpo que manchar.

Hazte cargo, hazte cargo

de una ganadería de alacranes

tan rencorosamente enamorados,

de un castigo infinito que me parió y me agobia

como un jornal cobrado en triste plomo.

La puerta de mi sangre está en la esquina

del hacha y de la piedra,

pero en ti está la entrada irremediable.

Necesito extender este imperioso reino,

prolongar a mis padres hasta la eternidad,

y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones

que ya se corrompieron y que aún laten.

No me pongas obstáculos que tengo que salvar,

no me siembres de cárceles,

no bastan cerraduras ni cementos,

no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado

capaz de despertar calentura en la nieve.

¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol,

ay qué afán de trillarte en una era,

ay qué dolor de verte por la espalda

y no verte la espalda contra el mundo!

Mi sangre es un camino ante el crepúsculo

de apasionado barro y charcos vaporosos,

que tiene que acabar en tus entrañas,

un depósito mágico de anillos

que ajustar a tu sangre,

un sembrado de lunas eclipsadas

que han de aumentar sus calabazas íntimas,

ahogadas en un vino con canas en los labios,

al pie de tu cintura al fin sonora.

Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente

girando en torno mío a picotazos,

girasoles de cuervos borrascosos.

No me consientas ir de sangre en sangre

como una bala loca,

no me dejes tronar solo y tendido.

Pólvora venenosa propagada,

ornado por los ojos de tristes pirotecnias,

panal horriblemente acribillado

con un mínimo rayo doliendo en cada poro,

gremio fosforescente de acechantes tarántulas

no me consientas ser. Atiende, atiende

a mi desesperado sonreír,

donde muerdo la hiel por sus raíces

por las lluviosas penas recorrido.

Recibe esta fortuna sedienta de tu boca

que para ti heredé de tanto padre.