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El toro sabe al fin de la corrida,

donde prueba su chorro repentino,

que el sabor de la muerte es el de un vino

que el equilibrio impide de la vida.

Respira corazones por la herida

desde un gigante corazón vecino,

y su vasto poder de piedra y pino

cesa debilitado en la caída.

Y como el toro tú, mi sangre astada,

que el cotidiano cáliz de la muerte,

edificado con un turbio acero,

vierte sobre mi lengua un gusto a espada

diluida en un vino espeso y fuerte

desde mi corazón donde me muero.

(RNC)