HUERTO - MÍO
[7]
Del monte en la ladera…
Fray Luis
Paraíso local, creación postrera,
si breve de mi casa;
sitiado abril, tapiada primavera,
donde mi vida pasa
calmándole la sed cuando le abrasa.
Yo, dios y adán, que lo cultivo y riego,
por mi mano y conducto,
de frescor artesiano, su sosiego
recojo, su producto,
sus dádivas de miel en usufructo.
De su interior de hojas, por sorpresa,
bien logré esta mañana
el chorro de la luz primera y tiesa,
de la cigarra hispana,
y una breva a lo bolsa luto y grana.
Adán por afición, aunque sin eva,
hojeo aquí mis horas,
viendo al verde limón cómo releva
de amarillo sus proras,
y al higo verde hacer obras medoras.
Aquí los venenosos perejiles
extreman sus caireles,
parejos al azul de los astiles
de los altos claveles,
espigas injertadas en pinceles.
Mi carne, contra el tronco, se apodera,
en la siesta del día,
de la vida, del peso de la higuera,
¡tanto!, que se diría,
al divorciarlas, que es de carne mía.
Propósitos de cánticos y aves
celan las frondas, nidos.
Entre las hojas brotan nubes, naves,
espacios reducidos
que a ¡cuánto amor! elevan mis sentidos.
La hoja bien detallada por el cielo,
y el cielo por la hoja,
surten de gracia y paz el aire en celo,
que cuando se le antoja
arrecia ramas, luz de cielo afloja.
Para acallar el grito del deseo,
del sitio donde yerra,
el fruto chino, el árabe y guineo,
da suicidado en tierra,
creciendo en paz y madurando en guerra.
Oigo cómo se azuzan los corrales
los cantos de sus gallos.
Geranios, por lo rojos, criminales,
demuestran en sus tallos
que son de aquellos émulos, vasallos.
El canario, en la tapia, gargantea
la isla de que procede:
en la púa que al trino, cirinea,
ayuda le concede,
quiere callar limón, pero no puede.
Aquí le doy, para que cante fino,
corazón de lechuga
—¡qué ensalada! de alpiste, troncho y trino.
Y mientras tanto arruga
la frente al fruto tanta luz verduga.