Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro. No conocemos la esclavitud, ni la servidumbre. Trabajamos la tierra con nuestros bueyes, y cuando nos atacan, guerreamos. Nuestra única religión es la naturaleza, el sol y la luna, el agua fecundante y el rayo purificador. Vamos buscando por el mundo tierra y libertad.
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro. Hemos salido de la rica Cólquida, el país del Crisomalo, del vellocino de oro, con nuestras barcas, huyendo del dominio semítico, y hemos dejado de ser agricultores para ser navegantes. En nuestro camino, los egipcios, los más viejos en la civilización, nos han invitado a establecernos en sus ciudades ricas, con grandes templos y grandes palacios, con antiguos dioses y faraones. Para otros los palacios, el oro, los reyes dioses y los esclavos; para nosotros, la tierra y la libertad.
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro. Los judíos religionarios y proféticos nos han dicho: «Venid a nuestra nación. Nosotros conocemos al verdadero Dios, que es Jehová, y tenemos el decálogo más sabio de todas las religiones. Tenemos adivinos, sacerdotes y profetas». «¿Quién no cree que su dios es el único Dios?», les hemos contestado nosotros. «Entre los hijos de Japhet hay un decálogo tan viejo como el vuestro. No queremos sacerdotes, adivinos, ni profetas; no queremos más que tierra y libertad».
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro.
Los cananeos nos han hablado de sus ciudades, en donde dominan los sacerdotes de Baal y de Astarté; los de Tiro, de su dios Melkarth; los fenicios, de su terrible y cornudo Molock, sacrificador de niños, y de todos los Baal que pululan en el Mare Mágnum, dioses benéficos para el comercio y para la civilización. «Nosotros no somos comerciantes», les hemos indicado. «No queremos más que tierra y libertad».
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro.
Los chipriotas de Pafos nos han hablado de sus fiestas en honor de Venus Afrodita, que se celebran en primavera; de sus jardines con flores, de sus estancias perfumadas con incienso, de las bellas hetairas, de los juegos del gimnasio. «La voluptuosidad de vuestras fiestas afrodisias nos sabe a esclavitud y a servilismo», les hemos dicho. «Nosotros no queremos más que tierra y libertad».
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro.
Creta, la del Minotauro, y Sicilia, la de los Cíclopes, nos han perfeccionado en el arte de labrar los metales. Al llegar a la lejana España, y al contornearla, el troglodita de la costa cantábrica, que parte el buey salvaje con el hacha de piedra, nos ha mirado desembarcar con asombro. «¿Sois hombres?», nos ha preguntado con sorpresa. «Sí». «¿Qué queréis?» «Queremos tierra y libertad».
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro.
El troglodita nos ha llevado a su cueva, y nos ha mostrado sus instrumentos, sus dibujos y los de sus antepasados. Nos hemos aliado con estos hombres cavernarios y les hemos enseñado a hacer casas y a fundir el cobre. Nuestros jefes, Calma y Milesio, han organizado sus clanes, y cuando sus descendientes han crecido y aumentado, hemos vuelto a nuestros barcos. Los hijos de Milesio y de Escota: Amergin, Eibhear, Ir, Kolpa y Erreamhon, hemos llegado a Escandinavia y a Irlanda. «¿Qué queréis?», nos han preguntado los hombres de los países del Norte. «Queremos tierra y libertad», les hemos contestado.
Somos los hijos de Aitor del tótem del Toro…
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A Galardi le parecía que Roberto ponía demasiada ciencia en sus versos, y que esto no debía ser así; pero «La canción de los hijos de Aitor» le pareció mejor que otras de O’Neil, porque, al menos, no era pesimista y desconsoladora.