Las primeras noticias que se tuvieron acerca de John Stuart, el amo de la casa del Laberinto, las trajo un individuo venido de California, fondista en la ciudad de Tropea.
John Stuart era hijo de James Stuart, un aventurero en sus buenos tiempos, después negociante y comprador de hierro viejo. James Stuart, en su juventud, hizo la pesca del bacalao, la trata de negros y ensayó toda clase de empleos y profesiones.
Stuart padre era un hombre pródigo e imprevisor; gastaba el dinero alegremente, y aunque dos o tres veces llegó a reunir algún capital, lo derrochó y se quedó sin un céntimo.
Su última profesión en Londres fue la de comprador de hierro viejo y metales. Poseía entonces una barraca próxima al Támesis, hacia el Wapping, que le servía de almacén.
Era un tinglado con dos casetas, alargado con planchas y maderas de barco; alrededor se veían calderas, tubos, anclas, poleas, bombas y otros aparatos de hierro y de cobre. Estaba cerca de un pequeño muelle pantanoso, siempre lleno de ratas, en el cual el viejo tenía una lancha para hacer sus correrías por el río.
Stuart hijo acompañaba a Stuart padre a regañadientes; pero como éste era alegre y ocurrente y le quedaban siempre costumbres rumbosas, John, a pesar de su carácter serio y formal y amigo del ahorro, respetaba al viejo James en sus fantasías y sus caprichos.
Cuando Stuart padre murió, Stuart hijo se metió en el primer barco en los Docks de Londres y se fue a América.
Estuvo de pastor en California, y luego de minero en Alaska; pasó allí un par de años, y al volver a San Francisco, entró de sobrecargo en un buque de la travesía del Pacífico.
Llevaba dos años en el barco, cuando conoció a un marinero joven, llamado Enrique Russell, hijo de un irlandés nacido en la Baja California, lanzado a la vida aventure™ después de algunas calaveradas.
Enrique Russell había sido un perdido y un vagabundo, había hecho su aprendizaje en las tabernas de San Francisco y de Nueva York, y en Europa conocía los tugurios de la Beeperbann y de la Thal Strasse, del barrio de Saint Pauli, de Hamburgo; las tabernas próximas al Wapping, de Liverpool, y los burdeles, los bares y las cervecerías llenas de luces y de enseñas, de Schiedamsche Dik, de Rotterdam.
Cuando el joven Russell se cansó de su vida de calavera, quiso trabajar.
El padre del muchacho, hombre rico, dueño de minas, era al parecer de genio severo, poco dispuesto a transigir con las tonterías de su hijo.
Enrique Russell, después de varios ensayos infructuosos en la colonia del Cabo, en nueva Zelanda y en Filipinas, en los que no encontró ocasión de hacer fortuna, pensó en reunir algún dinero y volver a la Baja California y seguir el negocio de minas de su padre, trabajando con energía.
Stuart, unido con relaciones de amistad con Russell, decidió seguir a éste, y uno y otro al llegar a San Francisco fueron al poblado de la Baja California, donde visitaron al padre de Russell. Éste, aunque un poco seco y áspero, era interiormente cordial y de buena pasta.
Russell padre recibió a su hijo y al amigo de su hijo con cierta benevolencia irónica.
—Ayudaros, sí lo haré —les dijo—; daros dinero, ni un cuarto. ¿Tenéis dinero?
—Mi amigo Stuart tiene cinco mil dólares —respondió Enrique Russell—; yo tengo doscientos.
—Poco podréis hacer con eso.
—¡Bah! Usted ya encontrará algún medio, padre —dijo Enrique.
—Hum… ya veremos.
—Usted conoce muy bien esto y sabe todos los recursos.
—Sí, pero no podéis descansar en esa confianza.
—Estamos dispuestos a trabajar hasta echar el bofe —añadió Stuart—; al menos, yo por mi parte.
—A mí me pasa otro tanto.
—Muy bien. Ése es el camino —replicó Russell padre.
—¿Qué nos aconseja usted? —preguntó el hijo.
—Por ahora, paciencia; hay que esperar.
—¿Y más tarde?
—Más tarde será otra cosa. Otro día os hablaré de las varias combinaciones que aquí se pueden hacer.
Stuart tomó, por el momento, una contrata de transportes minerales y Russell hijo entró de obrero en una fábrica de una sociedad metalúrgica de San Francisco, que producía cientos de toneladas de mineral diario.
Stuart comenzó a ganar mucho con su contrata. Russell hijo siguió algún tiempo de obrero en la fábrica y los dos esperaron la ocasión oportuna de lanzarse sobre algo que valiera la pena.