224
ENNOBLECIMIENTO POR DEGENERACIÓN.— Enseña la historia que la línea en que un pueblo se conserva mejor es aquélla en que la mayor parte de los hombres tienen un vivo sentimiento común por causa de la identidad de sus principios esenciales e indisputables, y, por lo tanto, por causa de su creencia común. Allí es donde se fortifican las buenas costumbres, donde se aprende la subordinación del individuo, donde el carácter recibe la fijeza, nada más que por sus vínculos, acrecentándola después por medio de la educación. El peligro de esas comunidades, fundadas en individuos característicos de una misma especie, es la bestialización por herencia, que sigue, además, siempre a la estabilidad como su sombra. De los individuos menos seguros, más independientes y moralmente más débiles, es de quienes depende en semejantes comunidades el progreso intelectual, y éstos son los hombres que más buscan la novedad y sobre todo la diversidad. Un número infinito de hombres de esta especie perecen, a causa de su debilidad, sin acción visible; pero en total, y sobre todo si tienen descendientes, le sirven de acomodamiento, y de cuando en cuando llevan al elemento estable de la comunidad un refuerzo. En tal situación se inocula algún elemento nuevo, a semejanza del ser; pero es necesario que su fuerza general sea bastante grande para recibir en su sangre este elemento y asimilárselo. Las naturalezas en degeneración son de extrema importancia dondequiera que deba realizarse un progreso.
Todo progreso va precedido de un debilitamiento parcial. Las naturalezas fuertes conservan el tipo fijo, las débiles contribuyen a desarrollarlo. Algo análogo se produce entre los hombres tomados aisladamente: rara vez una decadencia, una lesión, una falta, y generalmente cualquier pérdida material o moral, deja de producir provecho en otro respecto. El hombre enfermizo tendrá, por ejemplo, en el seno de una raza guerrera y turbulenta, mejor ocasión de vivir para sí mismo, y, por consiguiente, para hacerse más tranquilo y más sabio; el miope tendrá más fuerte la vista, el ciego verá más profundamente en el ser íntimo, y en general oirá más finamente. En tales condiciones, la famosa lucha por la existencia me parece no sólo el punto de vista desde donde puede explicarse el progreso o el robustecimiento de la fuerza de un hombre, de una raza. Veo en ella más bien el concurso de dos elementos diversos: primero, el aumento de la fuerza estable por la unión de los espíritus en la comunidad de creencia y de sentimiento, y después la posibilidad de alcanzar fines más altos por el hecho de que nace naturalezas en degeneración, y por consiguiente, de debilitamientos y lesiones de esa fuerza estable; es precisamente la naturaleza más delicada la que, siendo más delicada y más independiente, hace todo progreso generalmente posible. Un pueblo que tiene algo gangrenado y débil, pero cuyo conjunto es todavía robusto y sano, es capaz de recibir la influencia del elemento nuevo y de incorporárselo con ventaja. En el hombre tomado aisladamente, la tarea de la educación es ésta: proporcionarle un asiento tan firme y tan seguro que no pueda ya extraviarse. Pero entonces el deber del educador es herirle o aprovechar las heridas que le infiera el destino, y cuando así hayan nacido, el dolor y la necesidad puede tener en esos sitios, delicados por las heridas, lugar para la inoculación de algo bueno y noble. Toda su naturaleza recogerá ese abono, y más tarde el ennoblecimiento dejará ver sus frutos. En lo que concierne al Estado, Maquiavelo dice que «la forma de los gobiernos es de muy poca importancia, aunque las gentes de cultura media piensen de otro modo. El fin principal del arte y de la política debería de ser la duración, superior a cualquier otra cualidad, y que es mucho más hermosa que la libertad misma». Sólo sobre una gran permanencia, firmemente asegurada, pueden desarrollarse una constante evolución y una inoculación ennoblecedora.
225
ESPÍRITU LIBRE, CONCEPCIÓN RELATIVA.— Se llama espíritu libre aquél que piensa de manera distinta a la que se cree de él por causa de su origen, de sus relaciones, de su situación y de su empleo, o por causa de las miras reinantes en los tiempos actuales. Es la excepción; los espíritus siervos son la regla; éstos le reprochan que sus principios libres deben comunicar un mal en su origen, o bien tender a acciones libres, es decir, a acciones que no se concilian con la moral dependiente. Dícese que tales o cuales principios libres deben derivarse de una sutileza o de una excitación mental. Los que hablan así no creen en lo que dicen, se sirven de ese procedimiento para hacer daño, pues el espíritu libre tiene generalmente el testimonio de la bondad y de la penetración superior de su inteligencia, grabado en el rostro tan legiblemente que hasta los espíritus dependientes lo comprenden. Las otras dos derivaciones del librepensamiento son entendidas lealmente: el hecho es que se producen muchos espíritus libres de una y otra manera. Acaso será ésta una razón para que los principios a los cuales se ha llegado por estos caminos, sean más verdaderos y más dignos de confianza que los que siguen los espíritus dependientes. En el conocimiento de la verdad, se trata de lo que se tiene, no de saber por qué motivo o por qué camino se ha buscado. Si los espíritus libres tienen razón, los espíritus dependientes no, sin que para esto importe que los primeros hayan llegado a la verdad por medio de la inmoralidad, y que los otros, a causa de su moralidad, se hayan sostenido en lo erróneo. Por lo demás, no estriba la esencia del espíritu libre en tener miras más justas, sino solamente en libertarse de lo tradicional, sea con buen o mal éxito. Por lo general, están en la verdad, el espíritu libre busca razones, los demás buscan una creencia.
226
ORIGEN DE LA FE.— El espíritu dependiente obra, no por razones, sino por costumbre; si es, por ejemplo, cristiano, no es porque haya examinado las religiones y elegido entre ellas; si es inglés, no es porque sea partidario de Inglaterra; adoptó al cristianismo y a Inglaterra, a la manera de un hombre que por haber nacido en un país vitícola, se hace bebedor.
Oblíguese, por ejemplo, a un espíritu dependiente, a exponer sus razones contra la bigamia, y se verá experiencia como un sagrado celo por la monogamia descansa en la costumbre. El habituarse a principios intelectuales no apoyados en razones, es lo que se llama creencia.
227
DEDUCIDO DE LAS CONSECUENCIAS DE LO FUNDADO Y LO NO FUNDADO.— Todos los estados y órdenes de la sociedad, las clases, el matrimonio, la educación, el derecho, todo esto no tiene fuerza y duración sino por la fe que en ello tienen los espíritus siervos, y por lo tanto, en la carencia de razones o a lo menos en el hecho de que no quieran tocarse esas razones. Esto es lo que los espíritus siervos no quieren conceder, a pesar de que sienten que es un pudendum. El cristianismo, que era muy inocente en sus fantasías intelectuales, no notaba nada en este pudendum; pedía fe y nada más que fe, rechazando con ardor toda solicitación de razones justificadas. «Vais desde ahora —decía— a sentir la ventaja de la fe; vais a ser dichosos por ello». En la práctica, también el Estado se conduce como un padre en la educación de su hijo. «Ten esto por verdadero —dice— y verás como eres feliz». Esto significa que la de la utilidad personal que acarrea una opinión, debe sacarse la prueba de su verdad. Es, ni más ni menos, que si un reo dijese ante el tribunal: «Mi defensor dice la verdad; atended solamente a lo que se sigue de su discurso; pronto estaré en libertad y seré resarcido». Como los espíritus siervos sostienen sus principios por su utilidad, creen que el espíritu libre busca la utilidad por medio de las convicciones, y dicen así: «No pueden tener razón, porque nos perjudica».
228
EL CARÁCTER FUERTE Y BUENO.— La servidumbre de las convicciones, hecha ya instituto por el hábito, conduce a lo que se llama energía de carácter. Cuando alguien obra por un pequeño número de motivos, pero siempre los mismos, adquieren sus acciones gran energía; si esas acciones están de acuerdo con los principios de los espíritus siervos, producen en el que las ejecuta el sentimiento de la buena conciencia. Un pequeño número de motivos, una acción enérgica y una buena conciencia constituyen lo que se llama energía de carácter, En el hombre de carácter escasea mucho el conocimiento de las múltiples posibilidades y direcciones de la acción, su inteligencia es dependiente, sierva, toda vez que no le muestra en caso dado más que dos posibilidades. Lo que se llama buen carácter en un niño, prueba que es siervo de un hecho existente; poniéndose al lado de los espíritus siervos, producen en el que las ejecuta el sentimiento de la acción enérgica y una buena conciencia constituyen lo que se llama energía de carácter. En el hombre de carácter escasea mucho el conocimiento de las múltiples posibilidades y direcciones de la acción, su inteligencia es dependiente, sierva, toda vez que no le muestra en caso dado más que dos posibilidades. Lo que se llama buen carácter en un niño, prueba que es siervo de un hecho existente; poniéndose al lado de los espíritus siervos, el niño hace alarde desde luego de un sentido común, pero fundándose en este sentido común, será más tarde útil a su estado o su clase.
229
MEDIDA DE LAS COSAS EN LOS ESPÍRITUS SIERVOS.— Hay cuatro especies de cosas que los espíritus siervos justifican. Primera, todas las que tienen duración; segunda, todas las que no son enojosas; tercera, todas las que nos producen ventajas; cuarta, todas aquéllas por las cuales nos hemos sacrificado. Este último punto explica, por ejemplo, por qué una guerra que comienza contra la voluntad del pueblo continúa con entusiasmo en cuanto se han hecho sacrificios. Los espíritus libres que litigan su causa en el forum de los espíritus, tienen que demostrar que siempre han existido espíritus libres, y por lo tanto, que la libertad del espíritu dura; en seguida, que no quieren ser enojosos, y por fin, que llevan ventaja a los espíritus siervos; pero como no pueden convencerlos de este último punto, de nada les sirve haber demostrado el primero y el segundo.
230
ESPÍRITU FUERTE.— Comparando con aquél que tiene la tradición de su parte y no tiene necesidad de razones para su conducta, el espíritu libre es siempre débil, especialmente en la acción; pues conoce demasiados motivos y puntos de vista, y por ello su mano está poco segura. Por consiguiente, ¿qué medio hay de hacerlo relativamente fuerte, al punto de poder a lo menos sostenerse y no perecer? ¿Cómo nace el espíritu fuerte? Éste es un caso particular del problema de la producción del genio. ¿De dónde viene la energía de su fuerza inflexible, la persistencia con que el individuo, contra la tradición, trata de adquirir un conocimiento completamente individual del mundo?
231
LA PRODUCCIÓN DEL GENIO.— La ingeniosidad del prisionero para buscar medios de evadirse, la utilización más fría y más paciente de la más nimia ventaja, puede expresar qué procedimiento emplea la Naturaleza para producir el genio, palabra que yo ruego se entienda sin ninguna reminiscencia mitológica ni religiosa. O valiéndose de otra imagen: un hombre que se ha extraviado en una selva, pero que se esfuerza con energía en salir a campo raso tomando una dirección cualquiera, descubre a veces un camino nuevo que nadie conocía. Así se producen los genios. Se ha observado que una mutilación o desviación de un órgano favorece el crecimiento de otro, porque éste ya no tiene que atender a dos funciones. Así se explica el origen de algunos talentos. De estas indicaciones generales acerca de la producción del genio, hágase aplicación al caso particular del espíritu libre.
232
CONJETURA ACERCA DEL ORIGEN DEL «ESPÍRITU LIBRE».— Así como los glaciares se aumentan cuando el sol abrasa en el Ecuador, así la libertad de espíritu, cuando es muy fuerte, puede indicar que el valor del sentimiento aumentó extraordinariamente.
233
LA VOZ DE LA HISTORIA.— La historia, en su conjunto, parece que enseña de este modo la producción del genio. Maltratad y torturad a los hombres —grita a la Envicia, al Odio y a la Tentación—, poned un pueblo contra otro pueblo durante siglos. Entonces la chispa del genio se convertirá en llama, la voluntad será un caballo sin freno. Los que así obran son tan malos como la Naturaleza. Pero quizá no nos hemos entendido.
234
VALOR DE NUESTRA ÉPOCA.— Acaso la producción del genio está reservada a un limitado período de la humanidad. Del porvenir no puede esperarse lo pasado; no habrá sentimiento religioso. Éste tuvo su época y produjo cosas muy hermosas, ya imposibles. No puede haber en lo futuro un horizonte de vida limitado por la religión. El tipo de santo no es posible sin cierta servidumbre del espíritu. También hubo y hay una época de la inteligencia, por consagrarse la voluntad a fines intelectuales: cuando esta energía desaparezca, se acabará la dominación de la ciencia. Hasta podría suceder que las fuerzas que dan vida al arte, por ejemplo, la mentira, la indecisión, el simbolismo, la embriaguez, el éxtasis, cayeran en el desprecio. Si algún día se organiza la vida, si se llega a un estado perfecto, no habrá poesía, como no sea para los hombres retrasados. Éstos mirarían con cierta melancolía los tiempos presentes del estado imperfecto, de la sociedad semibárbara.
235
CONTRADICCIÓN DEL GENIO CON EL ESTADO IDEAL.— Los socialistas desean establecer el bien sobre el mayor número posible. Si algún día se llega a este estado perfecto, no habrá terreno para la inteligencia, para la individualidad poderosa: la humanidad será un rebaño inerte. ¿No es preferible que la vida conserve el estado actual de violencias y energías? El corazón sensible desea la supresión de estas violencias, y cuanto más sensible, con mayor violencia lo desea; de modo que quiere la supresión de sí mismo. Una alta inteligencia y un corazón muy sensible no pueden conciliarse en una persona: el sabio está por encima del bien. El sabio debe oponerse a los deseos de la bondad ignorante, porque conoce que en el estado perfecto sería imposible el genio. Cristo, que fue muy sensible y muy bueno, quería el embrutecimiento de los hombres, la protección de los débiles. El tipo opuesto, es decir, el sabio, quiere lo contrario. Si el Estado exagera su oficio de proteger a los individuos, caerá en el extremo contrario, en la supresión de la individualidad.
236
LAS ZONAS DE LA CIVILIZACIÓN.— Podría decirse que las épocas de la civilización corresponden a las zonas de los diversos climas, enlazándose por continuidad de tiempo. En comparación de la zona templada en que vivimos, la última nos hace la impresión de un clima tropical. Violentos contrastes, brusca sucesión de la noche y el día, color y magnificencia de colorido, adoración de todo lo que es súbito, misterioso, terrible, rápida sucesión de tempestades, prodigalidad de la Naturaleza. Por el contrario, en nuestra civilización cielo claro, aunque no luminoso, aire blando, frescura, frialdad. Cuando vemos en la época anterior domadas las pasiones por ideas metafísicas, es como si viéramos enroscado a un tigre de los trópicos una serpiente; en nuestro clima templado no se da tan hermoso espectáculo, ni por sueños. ¿Será menester que deploremos la pérdida del arte? Razón tienen los artistas para negar «el progreso»: en efecto, aun dentro del arte es dudosa la progresión de estos tres mil años. Y en el orden metafísico y religioso, Schopenhauer niega con razón el progreso de estos últimos cuatro mil años. Pero yo sí creo que al existencia de la zona templada de la civilización es un progreso.
237
EL RENACIMIENTO Y LA REFORMA.— El Renacimiento italiano contenía todas las fuerzas positivas que debemos a la civilización moderna: libertad de pensamiento, desprecio de la autoridad, triunfo de la cultura, entusiasmo por la ciencia nueva y antigua, independencia individual, entusiasmo por la verdad y por la perfección (aun en las obras literarias la buscaban): tales fuerzas eran mayores que las de hoy. Fue la edad de oro de este milenario, a pesar de sus defectos. En su contra se levantó la Reforma alemana, como protesta de hombres llenos de Edad Media, asustados de la descomposición religiosa. Enérgicos, como septentrionales, produjeron la contrarreforma, es decir, un catolicismo de defensa, sin garantías constitucionales, retrasando dos o tres siglos la marcha de las ciencias e impidiendo, quizá para siempre, la fusión del espíritu antiguo con lo nuevo. El espíritu alemán echó a perder la obra del Renacimiento. Gracias a un extraordinario astro de la política, pudo vivir Lutero; el emperador le protegía contra el Papa y el Papa contra el emperador. Si no, habría sido quemado como Huss, y la aurora le habría levantado antes y con un resplandor que ni presentimos.
238
JUSTICIA AL DIOS DEL PORVENIR.— Cuando toda la historia de la civilización es un tejido de bienes y males y una nave en que todos se marean, compréndese bien que allá a lo lejos aparezca un Dios como un faro. La divinización del porvenir es una perspectiva metafísica en que hallan su consuelo muchos eruditos históricos. Sólo quien, como Schopenhauer, niega la evolución, puede negar el Dios del porvenir y burlarse de él con justicia.
239
A CADA ESTACIÓN SUS FRUTOS.— Un porvenir mejor tiene mucho de peor. Es ilusión creer que un grado de evolución contiene toda la bondad de los grados anteriores. Cada estación tiene sus frutos, sus ventajas. Lo que creció a la sombra de la religión no volverá ya; brotará algún que otro retoño, pero nada más.
240
GRAVEDAD CRECIENTE DEL MUNDO.— Cuanto mayor es la cultura de un hombre, tanto menor es su inclinación a la burla y a la sátira. Voltaire daba gracias a Dios en el fondo de su corazón por la invención de la Iglesia y del matrimonio. Pero él y su siglo, y aun antes del siglo XVI. Nuestra edad busca las causas: en los mismos contrastes busca el por qué, y así no deja lugar al ridículo. Cuanto más profundamente comprenda un hombre la vida, tanto menos se burla, como no sea de su misma comprensión.
241
EL GENIO DE LA CIVILIZACIÓN.— ¿Cómo será el genio de la civilización? Empleará como instrumentos la mentira, la violencia, el egoísmo; pero sus fines serán grandes y buenos. Será un centauro, semibestia, semihombre y con alas de ángel en la cabeza.
242
EDUCACIÓN MILAGROSA.— Así como el arte de curar no floreció hasta que cesó la fe en las curaciones milagrosas, así el interés por la educación no cobra fuerza sino cuando se abandona la fe en Dios y en su provincia. Hoy todo el mundo cree en la educación milagrosa: del mayor desorden y obscuridad han salido hombres grandes, potentes; ¿cómo no ha de ser esto milagroso? Estúdiense de cerca estos casos y se verá que no son milagros. Miles de individuos perecen en la lucha y sólo se salva el más fuerte; aquí no hay milagro. Una educación antimilagrera tendrá en cuenta estas tres cosas: 1.ª Cuánta energía se heredó. 2.ª Cómo podría obtenerse nueva energía. 3.ª Cómo el individuo podrá amoldarse a las múltiples exigencias de la vida social, cómo puede dar su nota en la melodía.
243
EL PORVENIR DEL MÉDICO.— La profesión que puede progresar hoy es la de médico. Sobre todo desde que perdieron su influencia los médicos de almas. La cultura de un médico no consiste sólo en el diagnóstico; necesita elocuencia persuasiva, arrogancia que quite la timidez del enfermo, habilidad diplomática, ingenio de agente de policía; en una palabra, todas las cualidades de las demás profesiones. Es el verdadero bienhechor de la sociedad; puede formar una aristocracia de cuerpo y espíritu y finalmente, destruir los remordimientos de conciencia. Es un salvador que no necesita ser crucificado.
244
EN LAS FRONTERAS DE LA LOCURA.— La civilización es una carga tan pesada, que en los países europeos reina una inquietante neurosis y en cada familia hay un individuo próximo a la locura. Por muchos medios se busca hoy la salud, pero el principal sería disminuir esta neurosis, esta sobrexcitación de los sentimientos producida por el cristianismo y por su séquito de poetas, músicos, místicos, etc. Hace falta un renacimiento. El espíritu frío de la ciencia podrá refrescar el torrente inflamado de la fe.
245
VACIADO DE LA CIVILIZACIÓN.— La civilización nació como una campana en el molde de materia más grosero: de la falsedad, de la violencia, del egoísmo, del patriotismo. ¿No es tiempo de suprimirla ya? El líquido se ha fijado; las buenas ideas han encarnado; no hay, pues, necesidad de símbolos erróneos y crueles. Los gobiernos de la tierra deben mirar atentamente el porvenir.
246
LOS CÍCLOPES DE LA CIVILIZACIÓN.— Allí donde causa estragos un glaciar no es fácil ver un prado florido. Y sin embargo, lo hay muchas veces. Lo mismo sucede en la historia de la humanidad; las fuerzas más salvajes abren el camino, por la destrucción, a las costumbres más dulces. La energía terrible del mal es el arquitecto de la humanidad.
247
MARCHA CIRCULAR DE LA HUMANIDAD.— Quizá la humanidad no sea más que una breve fase de la evolución de una especie de animales; de manera que el hombre, habiendo sido mono, vuelva a ser mono. Así como la civilización romana volvió a la barbarie, así toda la civilización romana volvió a la barbarie, así toda la civilización humana podría volver al embrutecimiento. Si podemos preverlo, procuremos evitarlo.
248
EL CONSUELO DE UN PROGRESO DESESPERADO.— Nuestra época es interina: las viejas civilizaciones todavía existen y a las nuevas aún no nos hemos adaptado. Los músculos de soldado están indecisos entre la marcha militar y la ordinaria. Pero no por eso nos cansamos y dejamos de marchar. Ya no podemos volver a lo antiguo: hemos quemado los buques. Algún día nuestra marcha será un progreso. Si no, se nos podrá decir, como consuelo, aquello de Federico el Grande: ¡Ah, mi querido Sulzer!, no conoce usted la raza maldita a la que pertenecemos.
249
SUFRIMIENTO POR EL PASADO DE LA CIVILIZACIÓN.— El que se ha formado una idea clara del problema de la civilización, sufre como quien ha heredado una fortuna ilegítima o como el que reina por la tiranía de sus antepasados. Le come el remordimiento y la vergüenza. Su cansancio equilibra su felicidad. El porvenir le parece melancólico: prevé que sus descendientes sufrían como él.
250
LOS BUENOS MODALES.— Los buenos modales desaparecen con la influencia cortesana y aristocrática; de siglo en siglo se van haciendo vulgares. Ya nadie obsequia o adula de una manera elegante; y de ahí que cuando el obsequio es oportuno, por ejemplo, a un hombre de Estado o a un gran artista, se toma prestado el lenguaje del sentimiento y de la fidelidad respetuosa, sin espíritu y sin gracia. Así, los saludos públicos y solemnes parecen sinceros sin serlo. Pero ¿decaerán sin remedio los modales? A mí me parece que describen una curva. Cuando la sociedad esté segura de sus principios, hallará un conjunto de modales para expresarlos. La mejor división del trabajo, el ejercicio gimnástico, la reflexión estricta, darían al cuerpo habilidad y ligereza. A este propósito pienso con ironía en nuestros sabios, que pretenden ser los precursores de la civilización nueva, y sin embargo, no se distinguen precisamente por sus buenos modales. Su espíritu está pronto, sin duda, pero la arcilla que le envuelve es débil. Pesa mucho en sus músculos el pasado de la civilización. Son medio eclesiásticos, medio pedagogos; están momificados. Son cortesanos de la civilización vieja. En ellos abundan los fantasmas del pasado y los del porvenir. ¿Qué tiene, pues, de extraño que no han bien los gestos?
251
EL PORVENIR DE LA CIENCIA.— La ciencia da mucha satisfacción a quien la trabaja, pero muy pocas ventajas a quien la aprende. Mas como todas las verdades se hacen pronto vulgares, aun esta satisfacción se pierde; ya hemos olvidado el placer del admirable dos y dos son cuatro. Si, pues, la ciencia produce cada vez menos placer, dejando todo consuelo para la metafísica, para la religión y para el arte, síguese que se va secando esta fuente de placer, a la cual debemos toda nuestra humanidad. Por eso una cultura superior debe dar al hombre dos comportamientos cerebrales: en el uno estará la fuerza y en el otro su regulador; en el uno las ilusiones, los prejuicios, las pasiones, y en el otro la fría serenidad de la ciencia. Si no se satisface a esta exigencia de la cultura superior, puede predecirse con certeza el cursor ulterior de la evolución humana; el interés por la verdad disminuirá con el placer; la ilusión, el error, la fantasía, recobrarán su dominio; decaerán las ciencias, volverá la barbarie; la humanidad recomenzará su tela, destruida durante la noche, como la de Penélope. Pero ¿quién nos garantizará para entonces fuerza?
252
EL PLACER DEL CONOCIMIENTO.— ¿Cuál es la causa de que el conocimiento produzca placer? El que da conciencia de la fuerza, como los ejercicios gimnásticos. Además, porque en esta lucha con la verdad aparece el hombre vencedor. Finalmente, porque sentimos estar solos y los primeros en la verdad descubierta. Hay otros motivos secundarios, cuya lista puse en mi obra parenética acerca de Schopenhauer (Tercera parte de las Consideraciones intempestivas; Schopenhauer, educador.), a satisfacción de los experimentados, quienes verán allí quizá un poco de ironía. Porque si es verdad que «a la formación del sabio concurren muchos instintos demasiado humanos», esto mismo debe decirse del artista, del filósofo, del genio moral. Todo lo que es humano merece, en su origen, esta consideración irónica. Por eso la ironía es en el mundo tan superflua.
253
LA FIDELIDAD, PRUEBA DE SOLIDEZ.— Es un indicio de la bondad de una teoría la confianza del autor en ella, por más de cuarenta años, mas creo que ningún filósofo ha dejado de mirar en su vejez con desprecio o con desconfianza las teorías de su juventud. Quizá por ambición no diga nada; quizá por el deseo de no perder sus adeptos.
254
CRECIMIENTO DE LO INTERESANTE.— Cada día encuentra el hombre más interés en las cosas y con mayor facilidad el lado instructivo, el objeto que llena una laguna de sus pensamientos. Así va desapareciendo el hastío. El hombre circula entre sus semejantes observándose a sí mismo como un animal curioso.
255
SUPERSTICIÓN DE LA SIMULTANEIDAD.— Lo que es simultáneo tiene un lazo común, así piensa la gente. Un pariente muere lejos al mismo tiempo que soñamos con él. Pero también otros muchísimos mueren sin que soñemos. Es como los náufragos que hacen votos; ¿cesan en los templos los exvotos de los que se ahogaron? Un hombre muere, una mujer chilla, un reloj se para; ¿no es esto un halagador indicio de la intimidad del hombre con la Naturaleza? Esta superstición se halla refinada en los historiadores y sociólogos, en quienes la yuxtaposición de hechos sociales causa una especie de idiofobia.
256
LA CIENCIA COMO EJERCICIO DE PODER, NO DE SABER.— La ventaja de pasar muchos años en practicar una ciencia exacta no consiste en la suma de verdades adquiridas, siempre insignificante, sino en el aumento de energía, de razonamiento, de apropiación de los medios al fin. Para esto servirá algún día el haber sido sabio.
257
ATRACTIVO DE LA JUVENTUD EN LA CIENCIA.— Hoy amamos la ciencia porque es joven; aborrecemos el error porque es viejo. ¿Qué sucederá cuando la verdad envejezca? Obsérvese que el momento culminante de una ciencia es cuando se acaba de hallar su concepción fundamental; después, todo en ella es un otoño melancólico (como acontece con algunas disciplinas de la historia).
258
LA ESTATUA DE LA HUMANIDAD.— El genio de la civilización obra como Cellini cuando hacía la estatua de Perseo: la masa líquida amenazaba con no adherirse, y él echó platos y fuentes y todo lo que hallaba a mano. Así el genio echa en la fundición errores, vicios, esperanzas, ilusiones, para que la estatua de la humanidad se perfeccione y tome forma: ¿qué importa la materia?
259
UNA CIVILIZACIÓN DE HOMBRES.— Tal es la griega clásica. Tocante a las mujeres, lo dijo todo Pericles en dos palabras: «Lo mejor es que no se hable de ellas entre los hombres». Las relaciones eróticas de los hombres con los adolescentes fue la condición necesaria, única de toda educación viril (como entre nosotros se funda la educación de la mujer en el amor y en el matrimonio). En los adolescentes se fijó todo el idealismo de la fuerza griega, y jamás fueron tratados con mayor cariño, según aquella máxima de Hoelderlin: «Amando produce el mortal su mayor bien». Cuanto más se elevaba el concepto de estas relaciones, tanto más se rebajaba el comercio con la mujer, el cual se reducía al placer y a la procreación; no había con ellas comercio intelectual ni amor verdadero. Hasta eran excluidas de los juegos: como medio de educación, quedábales sólo la religión. Si en la tragedia se representaban Electra y Antígona, era por una tolerancia artística, así como hoy lo patético nos parece insoportable en la vida, aunque nos agrade en el teatro. La misión de la mujer griega era criar niños robustos, para contrarrestar la excitación nerviosa de una civilización floreciente. Esto es lo que mantuvo en larga juventud la cultura griega: en las madres griegas, el genio de la Grecia volvía a la Naturaleza.
260
EL PREJUICIO EN FAVOR DE LA GRANDEZA.— Los hombres encuentran útil que alguien invierta todas sus fuerzas en el ejercicio y desarrollo de un órgano monstruoso, absorbente, que conduce casi a la locura, como en los grandes genios y artistas. Seguramente, lo más conveniente al individuo es el desarrollo proporcional y armónico de sus facultades: el genio es un vampiro. La medianía es necesaria para formar la corte del genio.
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LOS TIRANOS DEL ESPÍRITU.— Sólo por el rayo de lo mítico tiene brillo la vida de los griegos: todo lo demás es obscuro. Pero los filósofos se privan justamente de ese mito: ¿y no es esto como si quisieran retirarse del sol para ponerse a la sombra en la obscuridad? No hay planta que se aparte de la luz. Lo que en el fondo pasa es que esos filósofos buscan un sol más claro, el mito no es a sus ojos bastante puro, bastante brillante, y encuentran esa luz en su conocimiento, en lo que llamaban su «Verdad». Pero entonces el conocimiento tenía todavía un esplendor mayor, era joven y creía poder ponerse de un salto en el centro del ser y resolver desde allí el enigma del mundo. Tenían robusta fe en sí mismos y en su verdad, y la empleaban para derribarlo todo: cada uno de ellos se convertía en tirano batallador y violento. Quizá la fe en la posesión de la verdad no haya sido nunca mayor en el mundo, pero tampoco lo ha sido el orgullo, la dureza y el carácter tiránico de semejante fe. Eran tiranos, porque todos los griegos querían serlo. Quizá se exceptúe Solón, a juzgar por sus poesías. Pero lo hacía por amor de sus propias leyes; dar leyes es la forma más refinada de la tiranía. Parménides dio leyes; también Pitágoras y Empédocles; Anaximandro fundó una ciudad. Platón fue el deseo encarnado de ser un gran filósofo, un legislador del Estado filosófico: parece que sufrió mucho por no conseguirlo, y los últimos años de su vida estuvieron amargados por la bilis negra. Cuanto más poder perdió la filosofía griega, más atrabiliaria se hizo; cuando los filósofos invadieron las calles, pasearon su envidia y su rabia, mostraron la tiranía de sus almas. Se habrían comido crudos los unos a los otros: sólo les quedaba de bueno la complacencia en sí mismos. Finalmente, no se desmintió en ellos el axioma de que todos los tiranos dejan exigua posteridad.
Su historia es corta, violenta, su influencia se interrumpe bruscamente. Casi de todos los grandes helenos puede decirse que parecen haber venido demasiado tarde; tanto de Esquilo como de Píndaro, de Demóstenes, de Tucídides, como de la generación que les siguió, y así de todos los demás. Es lo que existe de tempestuoso y extraño en la historia griega. Hoy, es verdad, la admiración se dirige el Evangelio de la tortuga.
Pensar como historiador significa imaginarse que en todos los tiempos la historia hubiera tenido como consigna «hacer lo menos posible en el mayor tiempo posible». ¡Ah, la historia griega corre tan rápida! Nunca hubo vida tan pródiga, tan excesiva. No puedo convencerme de que la historia de los griegos haya tomado ese curso natural que tanto se celebra en ella. Estaban provistos de dones demasiado múltiples para ir progresivamente, paso a paso, a la manera de la tortuga que luchara en la carrera con Aquiles, y esto es lo que se llama desenvolvimiento natural. Entre los griegos se avanza aprisa, pero se retrocede también aprisa; la marcha de toda la máquina es tan intensa, que una sola piedra arrojada bajo sus ruedas la hace saltar. Una de estas piedras fue, por ejemplo, Sócrates; en una sola noche la evolución de la ciencia filosófica, hasta entonces tan maravillosamente regular, pero también demasiado prematura, quedó destruida. No es cuestión ociosa preguntar si Platón, quedando libre del encanto socrático, no hubiera encontrado un tipo más elevado todavía del hombre filósofo, perdido para nosotros para siempre. Se quiere ver en los tiempos anteriores a él, como en un taller de escultor, muestras de semejantes tipos; pero los siglos V y VI prometieron más que produjeron. Y, sin embargo, apenas hay pérdida más sensible que al de un tipo, la de una forma nueva de la vida filosófica. Aún la mayor parte de los tipos distinguir entre los filósofos anteriores: Aristóteles mismo parece no tener ojos para esto. Como si tales filósofos hubiesen vivido en vano, como si no hubieran hecho más que parar los batallones parlanchines de las escuelas socráticas. Hubo una ruptura en la serie de la evolución: alguna catástrofe hubo de acontecer; el único tipo que prometía, se rompió en mil pedazos: en el taller quedó sepultado el secreto de esta desgracia. Lo que entonces aconteció entre los griegos —que todo gran pensador, creyéndose en posesión de la verdad absoluta, vino a ser un tirano—, acaece en épocas recientes, aunque no con la candidez de conciencia de los filósofos griegos. En nuestra época tiene más fuerza la doctrina contraria, el escepticismo: posó la edad de los tiranos intelectuales. En las esferas de la cultura superior siempre hay alguna dominación, pero de hoy más, este dominio está en manos de la oligarquía del espíritu. Forma entre todas las naciones una sociedad coherente, cuyos miembros se conocen y se reconocen, a pesar de la opinión pública y de los críticos. La superioridad intelectual, que en otro tiempo dividía, hoy une: ¿cómo podría un hombre nadar contra la corriente si no viene aquí y allá quien le dé la mano contra el carácter oligarca de la semicultura? Los oligarcas se necesitan mutuamente y se comprenden, por más que cada uno sea libre y en su terreno quiera ser el primero.
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HOMERO.— El más grande acontecimiento de la civilización griega, será siempre el panhelenismo de Homero. Toda la libertad intelectual y humana a que llegaron los griegos provino de tal hecho; pero fue esto al mismo tiempo la fatalidad propia de la civilización griega, pues Homero humillaba centralizando y disolvía los más serios instintos de independencia. De tiempo en tiempo se elevó del fondo más íntimo del helenismo una protesta contra Homero; pero quedó siempre vencedor. Todas las grandes potencias espirituales ejercen al lado de su acción libertadora otra acción deprimente: pero a la verdad, en la ciencia es muy diferente que sea Homero o la Biblia quien tiraniza a los hombres.
263
DONES NATURALES.— En una humanidad tan superiormente desarrollada como la actual, cada uno recibe de la Naturaleza el acceso de muchos talentos; cada cual tiene un talento innato: pero a muy pequeño número sólo es dado por naturaleza y por educación el grado de constancia, de paciencia, de energía necesaria para que llegue a hacerse verdaderamente un talento, que así haga lo que es, es decir, el gasto en obras y en actos.
264
EL INGENIOSO MENOSPRECIADO.— Los hombres no científicos, pero listo, aprecian todo indicio de ingenio, sea en el camino de la verdad o en el de la mentira: quieren que se les distraiga, que se les estimule, que se les inflame, como un amuleto contra el fastidio. Por el contrario, los hombres de ciencia estiman más el freno de la reflexión que el flujo de ideas, quieren más realidad que apariencia: no distinguen, como Aristóteles, entre el «ingenioso». De ahí la antipatía entre los de la ciencia y los del ingenio, entre los sabios y los artistas.
265
LA RAZÓN EN LA ESCUELA.— El oficio de la escuela es enseñar el pensamiento severo, el juicio prudente, el raciocinio, debe abstraer de todo lo demás, incluso de la religión. La humanidad llegará a librarse del pensamiento estrecho. Pero mientras esto llega, la escuela debe producir aquello que es hoy esencial en el hombre: «la razón y la ciencia, la más elevada de todas las fuerzas humanas» —a lo menos en opinión de Goethe—. El gran naturalista von Baer sostiene que la superioridad de los europeos sobre los asiáticos consiste en la capacidad adquirida de dar la razón de cuanto creen. Europa piensa y critica; Asia no distingue entre el pensamiento y la poesía, entre la razón y la imaginación. La escuela hizo a Europa, y en la Edad Media estuvo a punto de convertirse en una provincia asiática perdiendo el sentido científico que heredó de los griegos.
266
POCO APRECIO DE LA SEGUNDA ENSEÑANZA.— Conviene fijar la atención en las cosas que allí se aprenden para no olvidarlas nunca, y no en las que se estudian para sacudirse luego de ellas. La enseñanza clásica se hace por un método monstruoso: los niños no están maduros para tanto, y los maestros resultan poco claros. Pero en esto consiste la utilidad. Estos maestros hablan de la lengua abstracta de la alta cultura, pesada y difícil, verdadera gimnasia del cerebro: ideas, expresiones, métodos que no hallan los alumnos en su casa o en la calle. Basta que entiendan. Esta disciplina no puede menos de infundirles la «abstracción».
267
APRENDER MUCHAS LENGUAS.— El aprender muchas lenguas llena de palabras la capacidad limitada de la memoria. Da la ilusión de tener talento. Se opone la adquisición de conocimientos útiles y reales. Es cortar de raíz el sentimiento delicado de la lengua materna. Los dos pueblos que han producido los mejores artistas del estilo, los griegos y los franceses, no aprendían lenguas extranjeras. Pero el comercio es cosmopolita, hoy un buen negociante de Londres debe hablar ocho lenguas: hasta que el exceso de mal traiga su remedio, inventándose una lengua universal para el tráfico mercantil y científico. Tan cierto como que se inventará la navegación aérea. Y si para esto no, ¿para qué fatigarse de la lingüística?
268
LA GUERRA EN EL INDIVIDUO.— Dentro de una misma vida hallamos una lucha tenaz entre lo heredado y lo adquirido, entre lo del padre y lo del hijo, entre dos generaciones; cada cual sabe muy bien el estado de la parte contraria, pero con conocimiento injusto de sus medios y sus fines.
269
UN CUARTO DE HORA DE ADELANTO.— A veces hallamos un hombre cuyas ideas se elevan más alto que su época, pero sólo para apropiarse las ideas vulgares del siglo próximo. Ha conocido la opinión en su germen, y su éxito suele ser brillante, aunque vulgar; más brillante que el éxito de los hombres superiores.
270
EL ARTE DE LEER.— Toda tendencia fuerte es exclusiva; se acerca a la línea recta, y no tiene ondulaciones ni tangencias; por eso los filólogos son exclusivistas. La restauración, conservación e interpretación de los textos, practicada durante siglos por una corporación, halló por fin los verdaderos métodos. Toda la Edad Media era incapaz de una explicación filológica, es decir, de comprender sencillamente lo que dijo el autor. Si la ciencia ha ganado en continuidad y estabilidad, se debe a que la filología, o sea el arte de bien leer, ha llegado a su apogeo.
271
EL ARTE DE RAZONAR.— El mayor progreso de los hombres consiste en el arte de razonar bien. No es cierto, lo que dice Schopenhauer de que «todos son aptos para razonar, pocos para juzgar». El razonar mal es propio de los tiempos antiguos, díganlo si no las mitologías de todos los pueblos, su magia y superstición, su culto religioso, su derecho.
272
FASES DE LA CULTURA INTELECTUAL.— La fuerza o la debilidad de la producción intelectual no depende tanto de las facultades heredadas como de la energía transmitida. La mayor parte de los intelectuales se planta a la edad de treinta años, y en este punto solsticial de su vida no quieren nuevas orientaciones. De ahí la necesidad de una nueva generación: el hijo gasta menos fuerza en llegar adonde llegó su padre, y con el resto llega más allá. Hay hombres enérgicos, como Goethe, que avanzan un siglo; pero son la excepción. En este punto, la evolución individual es un compendio de la específica. El niño es religioso, y suele llegar al summun de esta fase a la edad de diez años. Entonces pasa al panteísmo; deja tras de sí a Dios, a la inmortalidad, etcétera, pero cede a la magia de una metafísica. Luego es el arte lo que les atrae; en todo ven al arte, todo lo refieren a la belleza, incluso la misma metafísica de antaño. Finalmente, se va desarrollando el sentido científico al par que se debilita el del arte. Todo esto pasa en los treinta primeros años de un hombre. Exactamente lo mismo que pasó en los treinta primeros años de un hombre. Exactamente lo mismo que pasó en los treinta millares de años de la humanidad.
273
ATRÁS, PERO NO HACIA ATRÁS.— Hoy, el que se ata por mucho tiempo a los sentimientos religiosos y vive, por consiguiente, muchos años en la metafísica y en el arte, se atrasa y entra con mal pie en la lucha humana. Mas por eso mismo se fortalecieron sus pulmones en aquella región de las pasiones volcánicas; sale de ellas con más fuerza; su peso es alado, su respiración tranquila, larga, constante. Retrocedió para dar un salto; su marcha es terrible, amenazadora.
274
UNA SECCIÓN DE NUESTRO YO SIRVE DE OBJETO ARTÍSTICO.— Es una señal de superior cultura mantener en la conciencia ciertas fases de evolución que otros borran pronto; he aquí la especia más sublime del arte de la pintura. Es necesario aislar estas fases. Los estudios históricos nos fuerzan a este ejercicio, ya que por unos fragmentos de vida antigua nos reconstituyen un horizonte de pensamientos y una dirección de sentimientos, como cuando se reconstruye un templo por las columnas y paños que quedan. Tal es el sentido histórico. El primer efecto es considerar a nuestros semejantes como sistemas determinados y como representantes de culturas diversas. Y también, en nuestra propia evolución, seremos capaces de aislar pedazos y estudiarlos aparte.
275
CÍNICOS Y EPICÚREOS.— El cínico reconoce la relación de independencia que existe entre los dolores del hombre superior y la masa de sus necesidades: sabe que la muchedumbre de opiniones acerca de lo bello, de lo gracioso, de lo pulcro, de lo agradable, debe mostrar muchas fuentes de placer, pero también de disgusto. Por eso abandona estas opiniones y se sustrae a las exigencias de la civilización, y poco a poco, hecho a esta vida, siente menos los disgustos y se asemeja al animal doméstico; además, en todo percibe de buen grado el contraste e injuria, en esto ya es superior al animal. El epicúreo tiene el mismo punto de vista que el cínico; no hay entre ambos otra diferencia que el temperamento. El epicúreo tiene el mismo punto de vista que el cínico; no hay entre ambos otra diferencia que el temperamento. El epicúreo se sirve de su civilización superior para escapar a su dominio, mientras que el cínico permanece en su negación. Marcha por el frondoso valle bien al abrigo, a media luz, oyendo silbar al viento huracanado en las cimas de los árboles, mientras que el cínico camina solo y desnudo, con la piel endurecida al sol y al aire.
276
MICROCOSMO Y MACROCOSMO DE LA CIVILIZACIÓN.— El hombre puede hacer en sí mismo curiosas experiencias acerca de la cultura, cuando se encuentra dotado de facultades heteróclitas. Si un hombre esta llevado por el amor de la ciencia como por la afición al arte plástico o a la música, puede construir en su interior un edificio vasto uniendo estas facultades conciliadoras muy fuertes. Ahora bien; el edificio de la cultura en este hombre, se parecerá mucho al de la humanidad entera. Porque el esfuerzo de la civilización tiende a formar una coalición de fuerzas irreconciliables sin encadenarlas.
277
FELICIDAD Y CULTURA.— La vista de los lugares en que se pasó nuestra infancia, nos emociona: el jardín público, la iglesia, el cementerio, el estanque, el bosque. Tenemos compasión de nosotros mismos, porque de entonces acá, ¡cuántos dolores hemos sufrido! Allí cada cosa subsiste con un aire tan calmoso, tan eterno… nosotros somos los cambiados; aún hallamos hombres tan inmutables como una encina: campesinos, pescadores. La emoción, la compasión de sí mismo ante una cultura inferior es el signo de la cultura superior; de donde se sigue que ésta no ha ganado mucho en felicidad. El que quiera vivir feliz y tranquilo, apártese de la cultura moderna.
278
COMO EL BAILE.— En nuestros días es preciso considerar como signo decisivo de la cultura el poseer un hombre bastante fuerza y ligereza para ser claro y riguroso en el conocimiento, y para ceder desde lejos al poder y belleza de la poesía, de la religión y de la metafísica. Es una posición difícil, porque la ciencia lleva a la dominación absoluta de sus métodos, y si no se cede a este impulso, hay que oscilar entre dos tendencias opuestas. Para abrir una perspectiva en la solución de esta fidelidad, recuérdese que la danza es algo más que un absurdo vaivén. Pues bien; la alta cultura es como la danza; necesita de fuerza y de ligereza.
279
EL ALIVIO DE LA VIDA.— Aliviar la vida es idealizar sus sucesos; para esto es menester tener idea clara de lo que es idealizar, según la pintura. El pintor desea que la mirada del que contempla no sea ni muy exacta ni muy aguda, y le obliga a colocarse a cierta distancia; se ve forzado a suponer una distancia determinada, y a admitir en el espectador un grado de agudeza de vista muy determinado; acerca de estos puntos no tiene el derecho de estar indeciso. Así, todo hombre que quiera idealizar su vida, no debe mirarla muy de cerca sino a cierta distancia, como hacía Goethe.
280
AGRAVACIÓN A MANERA DE ALIVIO, Y VICEVERSA.— Muchas cosas que en cierto grado de humanidad son una agravación de la vida, sirven de alivio en un grado superior, porque estos hombres han conocido males mayores. También ocurre lo contrario: así, la religión tiene dos aspectos, según que el hombre acuda a ella para alivio de su carga, o según que la mire como una traba que le impide volar por los aires.
281
LA CULTURA SUPERIOR NO PUEDE SER COMPRENDIDA.— El que ha puesto sólo dos cuerdas en su guitarra —como los sabios que no tienen más que el instinto científico y el religioso—, no comprende a los hombres que tocan con más cuerdas. Es propio de la cultura superior de numerosas cuerdas ser siempre interpretada erróneamente por la inferior; esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando el arte pasa por una forma disfrazada de la religiosidad. Aún hay gentes que son religiosas sólo por oír que hasta la ciencia es una investigación del sentimiento religioso, así como los sordomudos no saben de la música sino que es un elemento visible.
282
LAMENTO.— Pueden ser quizá las ventajas de nuestra época las que traen consigo un retroceso y en ocasiones una depreciación de la vida contemplativa. Pero es necesario confesar que nuestro tiempo es pobre en grandes moralistas; que Pascal, Epicteto, Séneca, Plutarco, son muy poco leídos; que el trabajo y el celo, en otro tiempo escolta de la grandiosa salud, parecen como una enfermedad. Como falta el tiempo para pensar y guardar calma en el pensamiento, no se estudian ya las opiniones divergentes, se contenta uno con odiarlas. En al enorme prisa de la vida, la vista y el espíritu están acostumbrados a una visión y un juicio falsos e incompletos, y cada uno de ellos se parece a aquellos viajeros que se forman el conocimiento de un país o de una población desde el ferrocarril. Una actitud independiente y prudente del conocimiento, se juzga como una manía: la libertad del espíritu es desconsiderada especialmente por los sabios, que querrían encontrar en aquel arte de considerar las cosas su solidez y su labor de abejas, y que les confinarían de buen grado en un solo rincón de la ciencia, la cual, sin embargo, debe extender desde una posición aislada su manto sobre todas las fuerzas de la ciencia y de la erudición, y de hacerles ver todos los caminos y los fines de su cultura. Una lamentación como la que acaba de entonarse, resonará un día en una vuelta ofensiva del genio de la meditación.
283
DEFECTO PRINCIPAL DE LOS HOMBRES DE ACCIÓN.— Los hombres de acción escasean ordinariamente de la actividad superior: quiero decir, de la individual. Obran a título de funcionarios, de mercaderes, de eruditos; dicho de otro modo, como representantes de una especie, no como hombres determinados, aislados y únicos: son en este respecto perezosos. Desgracia de las gentes de acción es que su actividad sea siempre poco razonada. No se puede, por ejemplo, preguntar al baquero que amontona el dinero el fin de su incesante actividad; es irrazonada las gentes de acción ruedan como rueda la piedra siguiendo la ley ruda de la mecánica. Todos los hombres se han dividido en todos los tiempos, y aun en nuestros días, en esclavos y libres, pues aquél que no ha hecho los dos tercios de su jornada por sí mismo, es esclavo, aun cuando después sea lo que quiera: político, comerciante, funcionario, erudito.
284
EN FAVOR DEL OCIOSO.— Es señal de lo que ha bajado el valor de la vida contemplativa, que los sabios luchen hoy con las gentes de acción en una especie de gozo apresurado, al punto de que parecen también ellos apreciar más esta manera de gozar que lo que les conviene. Los sabios tienen vergüenza del otium. Y sin embargo, es cosa noble. Si la ociosidad es el comienzo de todos los vicios, también es la proximidad de las virtudes: el hombre ocioso es siempre mejor que el activo. No creas, señor perezoso, que hablo contigo.
285
LA INQUIETUD MODERNA.— Hacia el Oeste, crece más la agitación humana, aunque los americanos se figuren a los europeos amigos del ocio y de los placeres. Y es tan grande esta agitación, que la cultura moderna no tiene tiempo de madurar sus frutos: es como si se sucedieran rápidamente las estaciones. Por falta de reposo, nuestra civilización corre de nuevo a la barbarie. Nunca fueron más estimados los trabajadores. Así, pues, entre las enmiendas de la humanidad, es preciso incluir la vuelta a la vida contemplativa. De hoy más, todo individuo calmoso y sereno puede creer que no sólo posee un buen temperamento, sino que también una virtud de utilidad general, la cual tiene el deber de conservar.
286
EN QUÉ MEDIDA EL HOMBRE ACTIVO ES PEREZOSO.— Yo creo que todo hombre debe tener, sobre aquello que es posible formarse opinión, una propia, porque él mismo es algo especial, no existiendo sino una vez, que ocupa en relación a las demás cosas una situación nueva que jamás existió. Pero la pereza que existe en el fondo del alma del hombre activo, le impide sacar el agua de su propia fuente. Paso con la libertad de las opiniones lo que con la salud: una y otra son individuales, pero ni de la una ni de la otra puede formarse concepto de un valor general. Lo que a un hombre es necesario para su salud, para otro es causa de enfermedad y muchos medios, y caminos que conducen a la libertad del espíritu, puede por causas de un grado más alto de desarrollo, ser medios y camino de dependencia.
287
CENSOR VITAL.— Alternar el amor con el odio distingue por largo tiempo el estado interior de un hombre que quiera ser libre en su juicio sobre la vida. Por fin, cuando toda la mesa de su alma está cubierta con notas de la experiencia, no tendrá para la existencia desprecio, ni odio ni tampoco amor; morará muy por encima de ella, dirigiéndole semejante a la Naturaleza, tendrá en el pensamiento, bien el verano, bien el otoño.
288
CONSECUENCIA ACCESORIA.— El que quiere seriamente hacerse libre, pierde por ése solo hecho, sin violencia alguna, la tendencia a las faltas y a los vicios: el fastidio y el despecho le mortifican más raramente. Es que su voluntad sólo desea conocer urgentemente y poseer los medios de conocimiento, es decir, el estado en que se halle en las condiciones más convenientes para conocer.
289
IMPORTANCIA DE LA ENFERMEDAD.— El hombre enfermo llega a enterarse de que por lo común lo está por causa de su propio empleo, de sus negocios o de su sociedad, y que por ellas ha perdido todo conocimiento razonado de sí mismo: gana ésa sabiduría en el ocio a que le obliga su enfermedad.
290
IMPRESIÓN EN EL CAMPO.— Si no se tienen en el horizonte de la vida líneas firmes y apacibles semejantes a las que hacen la montaña y la selva, la voluntad interior del hombre se encuentra inquieta, distraída y turbada por deseos como la naturaleza de los que habitan en las ciudades: ni tienen dicha ni la dan.
291
CIRCUNSPECCIÓN DE LOS ESPÍRITUS LIBRES.— Los hombres de espíritu libre que viven únicamente para el conocimiento, habrán alcanzado bien pronto su fin exterior, su situación definitiva en relación a la sociedad y al Estado, y se declararán satisfechos de un empleo o de una fortuna que baste para su subsistencia. Un espíritu así preparado no ambiciona ver las cosas bajo todos los aspectos, en toda la amplitud y abundancia de su desenvolvimiento: quiere más bien desenvolverse en las cosas. Conoce muy bien los días de la falta de libertad, de la dependencia, de la servidumbre. Pero de tiempo en tiempo le es necesario un domingo de libertad; de otro modo, no podría soportar la vida. Es probable que aún su amor por los hombres sea de corto aliento, pues la medida en que quiere empeñarse en el mundo de los instintos y de la ceguedad es la que justamente necesita para el fin del conocimiento es la que justamente necesita para el fin del conocimiento que se propone. En su manera de vivir y de pensar existe un heroísmo refinado que se avergüenza en ofrecerse al respeto de las masas, como hace su hermano, más grosero, menos delicado, y que sigue silenciosamente su camino por el mundo y fuera del mundo. Por muchos que sean los laberintos que tenga que atravesar, por muchas que sean las rocas que detengan su marcha momentáneamente, desde el momento que ve la luz sigue su camino iluminado por claridad meridiana, casi sin ruido, dejando a los rayos del sol que penetren hasta lo más íntimo.
292
ADELANTE.— Así, pues, ¡sigue con paso firme por el camino de la sabiduría! ¡Cualquiera que sea la condición en que te encuentres, sírvete a ti mismo de fuente de experiencia! Arroja, echa fuera la amargura de tu ser; perdónate tu propio yo, puesto que tienes en ti una escala de cien grados, por encima de los cuales puedes llegar al conocimiento. El siglo en que te lamentas de existir, te considera dichoso por tal fortuna. No te arrepientas de haber sido religioso, penétrate bien de cómo has tenido todavía acceso legítimo en el arte. ¿No puedes con la ayuda de estas experiencias seguir las inmensas etapas de la humanidad anterior? ¿No es justamente a este terreno que tanto te disgusta, al terreno del pensamiento turbado, adónde han ido encaminados los más bellos frutas de la antigua civilización? Es preciso haber amado la religión y el arte, como se ama a la madre y a la nodriza: de otra manera no puede llegarse a ser sabio. Pero es menester dirigir la mirada más allá, saber crecer más todavía, por encima de todo eso; si nos quedamos dentro de esos límites no comprenderemos todo aquello. Del mismo modo, es menester estar familiarizado con los estudios históricos y con el juego de la balanza: «ya hacia un lado, ya hacia el otro». Haz un viaje retrospectivo caminando sobre los vestigios en que la humanidad ha dejado marcada su larga marcha dolorosa, a través del desierto del pasado, y así aprenderás seguramente a conocer qué dirección no puede ni seguir la humanidad futura. Y en tanto que investigas el nudo gordiano del porvenir, tu propia vida toma el valor de un instrumento y de un medio de conocimiento. De ti depende que tus ensayos, tus errores, tus ilusiones, tus faltas, tus sufrimientos, tu amor y tu esperanza coadyuven sin excepción a tu designio, y este designio es el de llegar a ser tú mismo una cadena necesaria de anillos de la civilización, y el deducir, por esta necesidad, la necesidad de la marcha de la civilización universal. Cuando tu vista haya adquirido bastante fuerza para poder mirar hasta el fondo el lago turbio de tu ser y de tus conocimientos, quizá también en ese espejo las estrellas lejanas de las civilizaciones del porvenir se te harán visibles. ¿Crees que tal vida, con tan alto grado de designio, puede hacérsete demasiado penosa, demasiado desnuda de todo consuelo? Si tal crees, es que no has aprendido a conocer que no hay miel más dulce que la del conocimiento, y que en los senos de la aflicción habrás de amamantarte y que de ellos sacarás la leche de su refrigerio. Cuando tengas más edad, verás cuántas veces has oído la voz de la Naturaleza, de esa Naturaleza que gobierna el Universo por medio del placer; la misma vida que nos lleva al a vejes, nos lleva también a la sabiduría, gozo constante del espíritu ante esa dulce luz solar: vejez y sabiduría vienen por una misma vertiente; así lo ha querido la Naturaleza. Entonces llega la hora de la aproximación de la muerte, sin que puedas indignarte por ello. Será hacia la luz tu último movimiento, será un ¡hurra!, de reconocimiento tu último grito.