482

ENEMIGOS DE LA VERDAD.— Las convicciones son más peligrosos enemigos de la verdad que las mentiras.

483

MUNDO AL REVÉS.— Se critica con severidad a un pensador cuando emite una proposición que nos desagrada; y sin embargo, sería más razonable hacerlo cuando nos agrada la proposición.

484

HOMBRE DE CARÁCTER.— Un hombre parece tener más carácter cuando sigue su temperamento que cuando sigue sus principios.

485

LA ÚNICA COSA QUE SEA NECESARIA.— Una sola cosa es necesaria: espíritu ligero por la naturaleza o espíritu aligerado por el arte y por la ciencia.

486

LA PASIÓN POR LAS COSAS.— Quien pone su pasión en las cosas (ciencias, intereses de la civilización, artes) quita mucho ardor a su pasión por las personas (aun cuando sean representantes de las mismas cosas, como los filósofos, artistas etcétera).

487

EL DESCANSO EN LA ACCIÓN.— Así como el agua al precipitarse se hace más lenta y más aérea, así por lo común el hombre grande realiza la acción con más calma que la que le hacía esperar su deseo tempestuoso.

488

NO TAN PROFUNDAMENTE.— Las personas que han abrazado una causa en toda su profundidad, rara vez permanecen fieles. Han apreciado la profundidad a la luz del día y en ella hay siempre mucho malo que ver.

489

ILUSIÓN DE LOS IDEALISTAS.— Todos los idealistas se imaginan que las cusas que ellos sirven son mejores por esencia que todas las demás causas del mundo, y no quieren creer que su causa necesita del mismo estiércol pestilente que todas las demás empresas humanas.

490

OBSERVACIÓN DE SÍ MISMO.— El hombre se halla muy bien defendido contra sí mismo; de ordinario no puede percibir de su propio ser más que las obras exteriores. La ciudadelas, propiamente dicha, le es inaccesible, aún invisible, a menos que amigos y enemigos no se hagan traidores y le introduzcan dentro de sí mismo por un camino desconocido.

491

LA JUSTA FUNCIÓN.— Los hombres ejercen rara vez una función que no juzguen fundamentalmente más importante que todas las demás. Les pasa lo mismo que a las mujeres con los amantes.

492

NOBLEZA DE PENSAMIENTO.— La nobleza de pensamiento consiste, en gran parte, en un buen corazón y falta de desconfianza, y contiene así, precisamente, aquello sobre que los hombres interesados y amigos del fausto tratan de pasar con aires de superioridad y de burla.

493

FINES Y CAMINOS.— Muchas gentes son temerarias en lo que toca al camino una vez tomado, pocas en lo que toca al fin.

494

LO QUE INDIGNA EN UNA MANERA DE VIVIR PARTICULAR.— Todos los modos de vivir muy particulares sublevan a los hombres contra aquél que los sigue; se sienten rebajados, como seres vulgares, por la conducta extraordinaria de un hombre.

495

PRIVILEGIO DE LA GRANDEZA.— Es privilegio de la grandeza procurar mucha felicidad con dones mínimos.

496

NOBLE SIN QUERERLO.— El hombre se conduce noblemente sin quererlo, cuando está habituado a no querer nada de los demás.

497

CONDICIÓN DEL HEROÍSMO.— Los héroes precisan una serpiente que se torne en dragón; de otro modo le faltará su enemigo legítimo.

498

UTILIZAR EL FLUJO Y EL REFLUJO.— Es necesario, en vista del conocimiento, saber utilizar esa corriente interior que nos lleva hacia una cosa y aquello que, después de cierto tiempo, nos separa de ella.

499

COMPLACERSE A SÍ MISMO.— Decimos: «complacerse en una cosa», pero en realidad es complacerse a sí mismo por medio de aquella cosa.

500

EL MODESTO.— El que es modesto en relación a las personas, muestra mayor pretensión en relación con las cosas (ciudad, sociedad, tiempo, humanidad). Ésa es su venganza.

501

ENVIDIA Y CELO.— Envidia y celo es lo más vergonzoso del alma humana.

502

EL MÁS NOBLE DE LOS HIPÓCRITAS.— No hablar absolutamente del yo es una nobilísima hipocresía.

503

DESPECHO.— El despecho es una enfermedad corporal, que no queda de ningún modo suprimida por el solo hecho de que la causa del despecho sea descartada por la consecuencia.

504

REPRESENTANTES DE LA VERDAD.— No es cuando hay peligro en decir la verdad cuando ésta encuentra representantes, sino cuando es fastidiosa.

505

MÁS ENOJOSO AÚN QUE LOS ENEMIGOS.— Las personas sobre las que no se tiene convicción de hallar siempre actitud simpática en todas las circunstancias, mientras que por nuestra parte estamos obligados por algún motivo (por ejemplo, el reconocimiento) a conservar la apariencia de una simpatía absoluta, atormentan nuestra imaginación mucho más que nuestros enemigos.

506

LA PLENA NATURALEZA.— Si nos encontramos tan a nuestra satisfacción en plena Naturaleza, es porque no tiene poder sobre nosotros.

507

CADA CUAL SUPERIOR EN UNA COSA.— En las relaciones del mundo civilizado, cada cual se siente superior en otro en algo por lo menos; en eso descansa, pues, la benevolencia general, puesto que si cada uno es capaz de prestar un servicio en determinada ocasión, puede en otra aceptarlo sin avergonzarse.

508

MOTIVOS DE CONSUELO.— Después de un fallecimiento, existe muy a menudo la necesidad de motivos de consuelo, no tanto para aliviar la vivacidad del dolor, sino para tener una excusa de haberse consolado tan fácilmente.

509

LA FIDELIDAD EN LAS CONVICCIONES.— Todo aquél que tiene mucho que hacer, guarda sus convicciones y sus puntos de vista generales casi inmutablemente. Del mismo modo, todo aquél que trabaja en servicio de una idea, no percibirá jamás la idea en sí; no tiene tiempo para ello. ¿Qué digo? Es contrario a sus intereses tenerla aún como discutible.

510

MORALIDAD Y CANTIDAD.— La moralidad de un hombre superior comparada con la de otro, no consiste por lo general sino en que sus fines son cuantitativamente más grandes. El otro está detenido en lo bajo, por el hecho de ocuparse en pequeñeces dentro de un círculo estrecho.

511

LA VIDA, FRUTO DE LA VIDA.— El hombre siente placer en extenderse tanto como quiere por su conocimiento, representarse objetivamente; al fin de todo ello no saca más que su propia bibliografía.

512

LA NECESIDAD DE BRONCE.— La necesidad de bronce es algo de que los hombres se dan cuenta en el curso de la historia como cosa que no es ni de bronce ni necesaria.

513

SACADO DE LA EXPERIENCIA.— Lo absurdo de una cosa no prueba nada contra su existencia, es más bien condición de ella.

514

VERDAD.— Nadie muere hoy a causa de verdades mortales; hay muchos contravenenos.

515

VISTA FUNDAMENTAL.— No hay armonía preestablecida entre el progreso de la verdad y el bien de la humanidad.

516

DESTINO HUMANO.— Quien piense con alguna profundidad, sabrá que su juicio tendrá siempre faltas, que trata y juzga como quiere.

517

LA VERDAD «CIRCE[7]».— El error ha hecho de los animales hombres; la verdad, ¿estará en estado de hacer del hombre un animal?

518

PELIGRO DE NUESTRA CIVILIZACIÓN.— Nos hallamos en una época cuya civilización está en peligro de perecer por los medios civilizadores.

519

GRANDEZA SIGNIFICA DIRECCIÓN.— Ningún curso de agua es por sí mismo grande y rico; por recibir y reunir muchos afluentes secundarios es por lo que se vuelve caudaloso. Lo mismo pasa con todas las grandezas de espíritu. Se trata solamente de que un hombre dé tal dirección, que la sigan muchos afluentes, y no de que sea pobre o rico de dones naturales.

520

CONCIENCIA DÉBIL.— Los hombres que hablan de su importancia para la humanidad, tienen en el mantenimiento de sus empeños, de sus promesas, una conciencia más débil de la burguesía.

521

QUERER SER AMADO.— La exigencia de ser amado es la mayor de las pretensiones.

522

DESPRECIO DE LOS HOMBRES.— El indicio menos equívoco del desprecio de los hombres, es que no se da valor a ninguno sino como medio de alcanzar el propio fin.

523

OLVIDAR SUS AVENTURAS.— Quien piensa mucho y piensa prácticamente, olvida con facilidad sus propias aventuras, pero nunca las ideas que éstas han evocado en él.

524

MANTENERSE EN UNA OPINIÓN.— Uno sostiene su opinión, porque se imagina que ha llegado a ella por sí mismo; otro porque al ha alcanzado: ambos por vanidad.

525

RECHAZAR LA LUZ.— La acción buena rehúsa la publicidad tanto como la mala: la una teme que la revelación le acarre dolor (bajo forma de castigo), la otra que la revelación desvanezca el contento, es decir, ese contento puro de sí mismo, que cesa tan pronto como una satisfacción de vanidad viene a juntársele.

526

LO LARGO DE LA JORNADA.— Cuando hay muchas cosas que poner en ella, la alforja tiene cien senos.

527

GENIO TIRÁNICO.— Cuando en un alma se despierta un deseo indomable de conducirse como tirano y se despierta y mantiene constantemente su ardor, entonces cualquier talento mediocre (en los políticos y los artistas) se torna poco a poco en fuerza natural casi irresistible.

528

LA VIDA DEL ENEMIGO.— EL que vive de combatir a un enemigo, tiene interés en dejarle la vida.

529

MÁS CONSIDERABLE.— Se aprecia la cosa obscura no explicada como más digna de consideración que la cosa clara explicada.

530

EVALUACIÓN DE LOS SERVICIOS PRESTADOS.— Apreciamos los servicios que alguien nos presta, conforme al valor que él les fija, no conforme al que tienen para nosotros.

531

INFORTUNIO.— La distinción que uno encuentra en el infortunio (como si fuera un signo de placidez, de falta de ambición, de vulgaridad, el creerse dichoso) es tan grande, que si se dice a tal, ¡qué feliz es usted!, protesta ordinariamente.

532

IMAGINACIÓN DE LA INQUIETUD.— La imaginación de la inquietud es aquel malvado gnomo en figura humana que salta sobre las espaldas del hombre, justamente cuando tiene más que llevar sobre sí.

533

VENTAJAS DE ADVERSARIOS INSÍPIDOS.— Nadie permanece fiel a una causa sino porque sus adversarios no cesan de ser insípidos.

534

VALER DE UNA PROFESIÓN.— Cualquier profesión liberta pensamientos. Es una barrera detrás de la cual podemos legítimamente retirarnos cuando los cuidados e inquietudes de toda especie nos asalten.

535

TALENTO.— El talento de un hombre parecerá siempre menor de lo que es, cuando se entregue a tareas demasiado groseras.

536

JUVENTUD.— La juventud es desagradable, porque en esa edad no es posible ni razonable ser productor en ningún sentido.

537

EN PRO DE GRANDES FINES.— El que se propone abiertamente grandes fines, y por las consecuencias se da cuenta de que es demasiado débil, no tiene de ordinario bastante fuerza tampoco para renunciar a ellos abiertamente y se hace entonces inevitablemente hipócrita.

538

EN LA CORRIENTE.— La corriente arrastra muchos guijarros y zarzas; los espíritus fuertes muchas cabezas hueras.

539

PELIGROS DE LA INDEPENDENCIA DEL ESPÍRITU.— En la manumisión del espíritu seriamente razonada de un hombre, sus pasiones y sus apetitos también esperan en secreto descubrir sus ventajas.

540

ENCARNACIÓN DEL ESPÍRITU.— Cuando un hombre pienso mucho y prudentemente, no es sólo su rostro, sino también su cuerpo entero el que toma un aire de prudencia.

541

VER Y OÍR MAL.— El que ve mal, ve siempre demasiado poco; el que oye mal, oye siempre demasiado.

542

CONTENTAMIENTO DE SÍ MISMO EN LA VANIDAD.— El hombre vano no quiere tanto distinguirse, como sentirse distinguido; por esto no rechaza ningún medio de engañarse y de mentirse a sí mismo. No es la opinión de los demás, sino su propia opinión la que le amarga.

543

VANO POR EXCEPCIÓN.— El hombre que para lo ordinario se basta a sí mismo, es por excepción vano y accesible a la gloria y a las alabanzas, y eso sólo cuando está enfermo del cuerpo. Es que a medida que se siente en vías de perderse, busca medios de volver sobre sí mismo, dejando a un lado lo exterior, consultando la opinión extraña.

544

LOS «ESPIRITUALES».— No tiene espíritu quien busca espíritu.

545

AVISO A LOS JEFES DE PARTIDO.— Cuando uno puede llevar a los hombres a declararse abiertamente en favor de alguna cosa, se les tiene en la mayoría de los casos empeñados en declararse por ella interiormente; quieren para en adelante que se les halla consecuentes.

546

DESPRECIO.— Ser despreciado por otros es más duro al hombre que serlo por sí mismo.

547

LAZOS DE GRATITUD.— Hay almas viles que llevan tan lejos el reconocimiento por los servicios prestados, que se estrangulan a sí mismas con el lazo de la gratitud.

548

ARTIMAÑA DE PROFETA.— Para adivinar las maneras de obrar de hombres ordinarios, es necesario saber que hacen siempre el menor gesto de espíritu para librarse de una situación desagradable.

549

EL ÚNICO DERECHO DEL HOMBRE.— Quien se separa de la tradición es víctima de lo extraordinario; quien permanece en la tradición es su esclavo. En ambos casos camina uno siempre a su ruina.

550

MÁS BAJO QUE EL ANIMAL.— Cuando el hombre se pone a reír a carcajadas sobrepasa a todos los animales en vulgaridad.

551

MEDIA CIENCIA.— El que habla un poco de una lengua extranjera siente en ello más gusto que quien la habla bien. El placer reside en la casa del semisabio.

552

SERVICIALIDAD PELIGROSA.— Hay gente que quiere hacer la vida pesada a los hombres, sin otra razón que ofrecerles su receta para aliviársela, por ejemplo, su cristianismo.

553

CELO Y CONCIENCIA.— El celo y la conciencia son frecuentemente antagónicos, porque el celo quiere coger verdes los frutos del árbol y la conciencia los deja en él largo tiempo, hasta que caigan y se malogren.

554

SOSPECHAR.— Los hombres a quienes no podemos sufrir, tratamos de que se nos hagan sospechosos.

555

LAS CIRCUNSTANCIAS FALTAN.— Muchas personas esperan toda la vida la ocasión de ser buenas a su manera.

556

FALTA DE AMIGOS.— La falta de amigos hace concluir en la envidia o en pretensión. Más de uno no debe sus amigos sino a la circunstancias dichosa de que no envidian.

557

PELIGRO DE PLURALIDAD.— Con un talento más se está en un pie menos seguro que con un talento menos, del mismo modo que una mesa se sostiene mejor con tres que con cuatro pies.

558

SERVIR DE MODELO A LOS DEMÁS.— Quien quiere dar buen ejemplo debe añadir a su virtud un grano de locura; entonces imita y se eleva por encima de lo que imita, que es lo que los hombres quieren.

559

SERVIR DE PETO.— Los malos propósitos de otro sobre nosotros no se dirigen a menudo contra nosotros propiamente, sino que son la expresión de una majadería que proviene de razones muy distintas.

560

FÁCILMENTE RESIGNADO.— Poco sufre de deseos difíciles de saciar el que ha ejercitado la imaginación en afer el pecado.

561

EN PELIGRO.— Más en peligro se halla uno de ser aplastado cuando acaba de esquivar un carruaje.

562

SEGÚN LA VOZ, EL PAPEL.— El que se ve obligado a hablar más alto de lo que está acostumbrado (como, por ejemplo, ante un sordo o un gran auditorio), exagera ordinariamente las cosas que quiere comunicar. Más de uno se ha vuelto conspirador, buhonero de calumnias, intrigante, únicamente porque su voz se presta de un modo especial al cuchicheo.

563

AMOR Y ODIO.— El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados con el fuego que llevan en sí mismo.

564

ATACADO CON VENTAJA.— Los hombres que no pueden hacer completamente claros sus servicios al mundo, tratan de encontrar en ello terrible hostilidad. Tienen entonces el consuelo de pensar que éste quiere atravesarse entre sus servicios y su reconocimiento, y que otros tienen la misma opinión, cosa muy ventajosa por la estimación que han hecho de sí mismos.

565

CONFESIÓN.— Olvida uno su falta después de haberla confesado a otro, pero de ordinario el otro no la olvida.

566

CONTENTO DE SÍ MISMO.— El toisón de oro del contento de sí mismo garantiza contra una puñada, pero no contra un alfilerazo.

567

SOMBRE EN LA TEA.— La tea no es luminosa por sí misma, sino por las que enciende: del mismo modo el sabio.

568

OPINIONES PROPIAS.— La primera opinión que nos viene cuando se nos interroga de improviso sobre cualquier cosa, no es ordinariamente la nuestra, sino al opinión común, la de nuestra situación, nuestro origen: las opiniones propias rara vez flotan a la superficie.

569

ORIGEN DEL VALOR.— El hombre ordinario es valeroso e invulnerable como un héroe cuando no ve el peligro, cuando no tiene ojos para verlo. Al revés, el héroe tiene en las espaldas su único punto vulnerable, porque en ellas no tiene ojos.

570

PELIGRO DEL MÉDICO.— Es necesario haber nacido para nuestro médico; de otro modo, pereceremos por nuestro médico.

571

VANIDAD MILAGROSA.— El que por tres veces ha profetizado el tiempo con seguridad y ha acertado, cree algo en su don profético. Aceptamos lo milagroso, lo irracional, cuando lisonjea nuestra propia estimación.

572

PROFESIÓN.— Una profesión es el espinazo de la vida.

573

PELIGRO DE LA INFLUENCIA PERSONAL.— El que sabe que ejerce sobre otra gran influencia interior, debe dejarle la brida en el cuello, y aun verle de buen grado resistir en ocasiones, y aun procurárselas; de otro modo se hará inevitablemente con un enemigo.

574

ACEPTAR HEREDERO.— Quien ha fundado algo grande en un pensamiento desinteresado, sueña en procurarse herederos. Es la señal de una nobleza tiránica ver en todos los herederos posibles de su obra adversarios y vivir siempre en estado de defensa contra ellos.

575

MEDIA CIENCIA.— La ciencia media triunfa más fácilmente que la ciencia completa: ve las cosas más sencillas que lo que son, y por lo mismo, su opinión es más comprensible y más convincente.

576

INEPTO PARA SER HOMBRE DE PARTIDO.— Todo el que piensa es inepto para hombre de partido; hace pasar demasiado pronto su pensamiento a través del partido.

577

MALA MEMORIA.— La ventaja de tener mala memoria consiste en que se goza muchas veces las mismas cosas.

578

PROCURARSE TRABAJOS.— La falta de escrúpulo del pensamiento es a menudo señal de una disposición interior inquieta, que busca cómo aturdirse.

579

MÁRTIR.— El adepto de un mártir sufre más que el mártir mismo.

580

VANIDAD ATRASADA.— La vanidad de muchas gentes que no tuvieron necesidad de ser vanas, es una costumbre guardada, que data del tiempo en que no tenían derecho de creer en ellos mismos y no hacían sino mendigar esa creencia a otros en pequeñas monedas.

581

«PUNETUM SALIENS» DE LA PRISIÓN.— Aquél que se halla en disposición de encolerizarse o de entregarse a una pasión de amor violenta, ha llegado a un punto en que el alma está llena como un tonel; sin embargo, le falta todavía el exceso de una gota de agua, de la buena voluntad por la pasión que se llama también de ordinario mala. No es necesario sino ese grano pequeñísimo para que el tonel se desborde.

582

PENSAMIENTO DE MALHUMOR.— Hay hombres que se asemejan a una pila de carbón en el bosque. Sólo cuando de jóvenes han ardido y se han carbonizado, como aquél, es cuando se hacen utilizables. Mientras que arden y humean son más interesantes, pero inútiles, y muy a menudo incómodos. La humanidad emplea, sin contar, a todos los individuos como combustible para caldear sus grandes máquinas; pero ¿qué objeto tienen esas grandes máquinas si todos los individuos (es decir, la humanidad) no son buenos sino para mantenerla? Máquinas que tienen su fin en ellas mismas, ¿es esta comedia la humana?

583

LA PEQUEÑA AGUJA DE LA VIDA.— La vida se compone de raros momentos aislados de extrema importancia y de intervalos en número infinito, en los cuales, cuando más, las sombras de esos momentos llegan hasta nosotros. El amor, la primavera, toda melodía bella, la montaña, la luna, el mar, no hablan sino una vez enteramente al corazón, si bien sucede que toman la palabra en seguida. Muchas gentes, sin embargo, no tienen ni aun estos momentos y son ellas mismas los intervalos y las pausas en la sinfonía de la vida.

584

ASALTAR O INVADIR.— Comentemos frecuentemente la falta de tratar como enemigo una tendencia, un partido o una época, porque no llegamos sino por casualidad a ver su lado exterior o los «defectos de sus cualidades», que están a ella necesariamente unidos, quizá porque nosotros mismos hemos tomado parte en ellos. Entonces le volvemos las espaldas y tomamos una dirección opuesta, cuando lo mejor sería buscarles su lado bueno o creerlo en nosotros mismos. Es verdad que es necesaria una mirada muy fuerte y una voluntad mejor para hacer progresar lo que evoluciona y no está concluido sino para penetrarlo y relegarlo en su imperfección.

585

MODESTIA.— Existe una verdadera modestia (la de reconocer que no somos nuestra propia obra), y conviene bien, sin duda, al espíritu grande, porque puede quizá comprender justamente la idea de plena irresponsabilidad (aun para el bien que cree). La inmodestia del hombre grande no es odiosa en lo que él sienta su fuerza, sino porque quiera probar su fuerza maltratada a los demás, tratándolos como su señor y observando hasta qué punto le tolera. Ordinariamente, esto prueba la falta de sentimiento seguro de su fuerza, y por ello hace dudar a los hombres de su grandeza. En este sentido la inmodestia, aunque no sea sino desde el punto de vista de la habilidad, debe aconsejársele con tesón.

586

EL PRIMER PENSAMIENTO DEL DÍA.— El mejor pensamiento medio de comenzar bien el día es pensar si durante él se puede favorecer por lo menos a un hombre. Si esto pudiera establecerse en reemplazo de la costumbre religiosa de la oración, los demás hombres obtendrían ventaja de tal cambio.

587

LA PRETENSIÓN, MEDIO ÚLTIMO DE CONSUELO.— Si uno se da cuenta de un fracaso, de la propia insuficiencia intelectual, de su enfermedad, viendo en ello la suerte a que estaba predestinado, la prueba que debe sufrir o el castigo de una falta interior, entonces hace su propio ser más interesante y se eleva con el pensamiento por encima de sus semejantes. El pecador orgulloso es figura conocida en todas las sectas clericales.

588

VEGETACIÓN DE LA DICHA.— Al lado del dolor del mundo, y muchas veces en su suelo volcánico, el hombre ha establecido su pequeño jardín de felicidad. Que se considere la vida con la mirada del hombre que no quiere sino el conocimiento de su ser, o del que se abandona y se resigna o del que cifra su satisfacción en la dificultad vencida —dondequiera se encuentra alguna dicha arrojada al lado del infortunio, y tanto mayor cuanto más volcánico es el suelo—; sería simplemente ridículo decir que por esta dicha el mismo sufrimiento está justificado.

589

LA SENDA DE LOS ANTEPASADOS.— Es razonable que cualquiera perfeccione en sí mismo el talento en que su padre o su abuelo han gastado su esfuerzo en lugar de ponerse a su vez a una nueva faena: de otro modo se aparta la posibilidad de llegar a la perfección en cualquier materia. Por esto dice el proverbio: «¿Por qué senda debes caminar? —Por la de tus abuelos».

590

VANIDAD Y AMBICIÓN EDUCADORAS.— En tanto que un hombre no llegue a ser instrumento del interés general de los demás, la ambición puede atormentarle; pero si alcanza su fin, si trabaja por necesidad como una máquina por el bien de todos, la vanidad puede sobrevenir. Ésta le humanizará, le hará más sociable, más soportable, más indulgente, luego que la ambición ha terminado en él la obra (hacerlo útil).

591

NOVICIOS EN FILOSOFÍA.— Acaba uno de recibir la sabiduría de un filósofo y se va por las calles con el sentimiento de estar reformado y hecho un gran hombre, pues sólo encuentra personas que no conocen ésa sabiduría; por consiguiente, tiene algo desconocido que decir sobre todo. Cuando llega uno a conocer un código, piensa en seguida en ser juez.

592

AGRADAR DESAGRADANDO.— Los hombres que prefieren chocar y por ello desagradar, desean lo mismo que aquéllos que quieren no chocar y agradar, solamente en un grado mucho más alto e indirectamente, por medio de una marcha intermediaria, por la cual en apariencia se alejan de su fin. Quieren la influencia y el poder, y por esta razón muestran su superioridad, aun de manera que cause impresión desagradable, pues saben que aquél que por fin ha llegado al poder, agrada casi en todo lo que hace y dice y que aun en aquello en que desagrada, tiene, a pesar de todo, el aire de agradar. El espíritu libre también, y lo mismo el creyente, quieren el poder a fin de agradar un día por él; si a causa de su teoría un mal destino, persecución, prisión, suplicio, les amenazaba, sienten placer en pensar que de esa manera su teoría se grabará en la humanidad por el hierro y por el fuego: lo aceptan como un medio doloroso, pero eficaz, bien que tratando tardíamente de llegar aún, a pesar de todo, al poder.

593

«CASUS BELLI» Y ANÁLOGOS.— El príncipe que una vez decidida la guerra al vecino, inventa un casus belli, se asemeja al padre que da a un hijo una madre supuesta que debe figurar como tal. ¿Y no es verdad que casi todos los motivos abiertamente dados de nuestras acciones son como otras tantas madres supuestas?

594

PASIÓN Y DERECHO.— Nadie habla con más apasionamiento de su derecho que aquél que en el fondo del alma tiene duda sobra él. Empleando la pasión en su favor, quiere aturdir la razón, y sin duda, así gana la buena conciencia, y con ella el éxito ante los demás.

595

ARTIFICIO DEL ABSTINENTE.— Quien proteste contra el matrimonio a la manera de los sacerdotes católicos, tratará de entenderlo en su concepto más bajo, más vulgar. Del mismo modo, quien rehúsa la estimación de sus contemporáneos, tomará la idea de aquélla de manera baja; se facilitará así la abstinencia y la resistencia; por lo demás, aquél que rehúsa muchas cosas en conjunto, se acordará fácilmente de la indulgencia en detalle. Sería posible que aquél que se ha elevado por encima de la aprobación de los contemporáneos, no quisiera, sin embargo, quitarse la satisfacción de pequeñas vanidades.

596

EDAD DE LA PRETENSIÓN.— Entre los veintiséis y los treinta años se extiende en los hombres de talento el período propio de la pretensión; es el tiempo de la madurez primera, con algún resto de acidez. Uno protesta, por lo que siente en sí, de que haya hombres que no le vean, y se vengan de los que incurren en tal falta con eses gesto pretencioso, ese sonido de voz que un observador atento reconoce en todas las producciones de esta edad, sean poemas, filosofías, pinturas o música. Los hombres de experiencia se sonríen y piensan con emoción en aquella hermosa edad de la vida en que se enoja uno contra el destino de ser tanto y parecer tan poco. Más tarde se parecerá realmente más, pero se habrá perdido la firme convicción de ser mucho, que toda la vida es un foco incorregible de vanidad.

597

ILUSORIO, Y POR LO TANTO ÚTIL.— Así como para bordear un principio o atravesar un riachuelo profundo sobre una viga, se tiene necesidad de un repecho o pretil, no para sostenerse en él, pues se rompería inmediatamente con nuestro peso, sino para dar a la vista la idea de la seguridad, del mismo modo tenemos en nuestros comienzos necesidad de personas que inconscientemente nos prestan el servicio de pasamanos. Es cierto que no nos ayudarán si queremos realmente apoyarnos en ella ante algún gran peligro; pero producen la impresión tranquilizadora de que nos protegen desde muy cerca (los padres, maestros, amigos).

598

APRENDER A AMAR.— Es necesario aprender a amar, aprender a ser bueno, y esto desde la juventud; si la educación y la suerte no nos brindan ocasión de ejercitarnos en estos sentimientos, nuestra alma se hará estéril, seca y aun impropia para la inteligencia de todas esas tiernas invenciones de los hombres amantes. Del mismo modo, debe aprenderse ay alimentarse el odio, si se quiere saber odiar; de otra suerte, los gérmenes morirán poco a poco.

599

LAS RUINAS SIRVIENDO DE ADORNO.— Los que pasan por muchas transformaciones del espíritu, conservan algunas ideas y hábitos anteriores, los cuales se acomodan en su pensamiento y en su nueva conducta como un fragmento de antigüedad inexplicable y de muralla gris: frecuentemente, como ornamento de todo el paisaje.

600

AMOR Y RESPETO.— El amor desea, el temor evita. En esto consiste que nadie pueda ser amado y temido a la vez por la misma persona, a lo menos a un tiempo. Desde que el que respeta reconoce el poder, le teme; su condición es la de un temor respetuoso. Pero el amor no reconoce ningún poder, nada que separe, distinga, establezca superioridad o inferioridad. Por esto el que no respeta más que a los hombres ambiciosos siente en secreto o abiertamente repugnancia del hecho de ser amado.

601

PREJUICIO EN FAVOR DE LOS HOMBRES FRÍOS.— Los hombres que se enardecen pronto, pronto se enfrían, y por ello son poco seguros en general. Por esto se tiene con respecto a los que están siempre fríos o se fingen tales el prejuicio favorable de que son dignos de confianza y seguros; se les confunde con aquéllos que se enardecen lentamente y conservan ese fuego largo tiempo.

602

EL PELIGRO DE LAS OPINIONES LIBRES.— El ligero contacto con las opiniones libres procura una excitación como una especie de grito de júbilo; si se le da más, se comienza a producir un frotamiento que al fin forma una llaga dolorosa, es decir, hasta que la opinión libre comienza a turbarnos, a torturarnos en el rumbo de nuestra existencia, en nuestras relaciones sociales.

603

DESEO DE UN PROFUNDO DOLOR.— La pasión deja, después de haber pasado, un recuerdo triste de ella, y nos dirige mientras desaparece una mirada seductora. Es menester, para eso, que haya una especie de placer en ser azotado por ella. Los sentimientos mediocres están vacíos; se ama más a lo que aparece el disgusto violento que el placer vulgar.

604

MALHUMOR CONTRA LA MORAL Y CONTRA EL MUNDO.— Cuando, como sucede tan a menudo, achacamos nuestro malhumor a culpa de otro, mientras que sentimos realmente que es nuestro, nos esforzamos, en el fondo, por obscurecer y abusar de nuestro juicio, queremos motivar ese malhumor a posteriori, en los errores y defectos de los otros y perder así de vista a nosotros mismos. Los hombres de una religión estricta que son contra sí propios jueces inexorables, son al mismo tiempo los que han dicho las peores cosas de la humanidad: santo que guarde para sí los pecados y para los demás las virtudes, no ha existido jamás, como tampoco ha existido quien, siguiendo a Buda, oculte a las personas lo que hay de bueno y no dejar ver sino lo que de malo existe.

605

CAUSA Y EFECTO CONFUNDIDOS.— Buscamos inconscientemente los principios y las opiniones teóricas que son apropiadas a nuestro temperamento, aunque parezca que son apropiadas a nuestro temperamento, aunque parezca que son los principios y las teorías las que han creado nuestro carácter. Nuestro pensamiento y nuestro juicio son reputados, conforme a las apariencias, ser la causa de nuestro ser; pero en el hecho es nuestro ser la causa de que juzguemos y pensemos de tal o cual manera. ¿Y qué es lo que nos determina a esta comedia casi inconscientemente? La indolencia y el dejar hacer, y algo también el deseo vanidoso de que lo tengan a uno lógico por uniforme en el pensamiento, pues esto procura la consideración, da la confianza y el poder.

606

EDAD Y VERDAD.— Los jóvenes aman lo interesante y lo singular, importándoles poco lo que tenga de verdadero o de falso. Los espíritus más maduros aman de la verdad lo que hay en ella de más interesante y singular. Los cerebros bien madurados ya, en fin, aman la verdad aun en las cosas en que aparece desnuda y simple y causa fastidio al hombre vulgar, porque han observado que la verdad tiene la costumbre de decir lo que posee de más elevado en espíritu con aire de sencillez.

607

LOS MALOS POETAS.— Así como los malos poetas en la segunda parte del verso buscan la idea por la rima, del mismo modo los hombres, en la segunda parte de la vida, haciéndose más inquietos, tienen costumbre de buscar las acciones, las situaciones, las relaciones, que encuadren con las de su vida anterior, de manera que exteriormente todo se manifieste de acuerdo; pero su vida no está ya dominada y siempre en nivel determinado por un pensamiento fuerte; éste ha sido reemplazado por la intención de encontrar una rima.

608

FASTIDIO Y JUEGO.— La necesidad nos obliga al trabajo cuyo producto la satisface: el despertar siempre nuevo de las necesidades nos habitúa al trabajo; pero en los interregnos, en que las necesidades están satisfechas, y por decirlo así, adormecidas, el fastidio viene a apoderarse de nosotros. ¿Qué quiere decir esto? Es la costumbre del trabajo general, que al presente existe como una necesidad nueva, y será tanto más fuerte ésta cuando más habituado esté uno a trabajar y quizá cuanto mayores sean las necesidades que ha sufrido. Para escapar al fastidio, el hombre trabaja más allá de la medida de sus demás necesidades, o inventa el juego, es decir, el trabajo que no apacigua ninguna otra necesidad. Aquél que está harto del juego y no tiene por nuevas necesidades razón para trabajar, buscará con ansia un tercer estado, que sería en relación al juego lo que patinar es a bailar, lo que bailar a caminar, un movimiento dichoso y apacible: tal es la división de la dicha de los artistas y de los filósofos.

609

ENSEÑANZA POR LOS RETRATOS.— Contemplando una serie de retratos de uno mismo, desde los días de la primera infancia hasta la madurez viril, se echa de ver con agradable sorpresa que hay mayor parecido entre el hombre y el niño que entre el hombre y el adolescente, y que, por lo tanto, verosímilmente, de manera análoga, se ha producido en el intervalo un alejamiento temporal del carácter esencial, cuya fuerza acumulada, amontonada, se ha hecho de nuevo dueña del hombre. A tal observación, corresponde esta otra: todas las fuertes influencias de pasiones, maestros, sucesos políticos que nos arrastran en la juventud, parecen reunirse más tarde en una medida fija: seguramente continúan viviendo y actuando en nosotros; pero el sentimiento el pensamiento fundamental no tienen menor predicamento, y las emplean sin duda como fuentes de fuerza, pero no ya como reguladoras, como sucede en los veinte años. Del mismo modo aún, el pensamiento y el sentimiento del hombre formado parecen más conformes con los de su edad infantil, y este hecho interior tiene su expresión en los rasgos exteriores que ya he mencionado.

610

SONIDO DE LA VOZ DE LAS EDADES.— El tono con que los jóvenes hablan, alaban, censura, hacen versos, disgusta a las gentes de edad, porque es demasiado alto, y al mismo tiempo sordo e incierto, semejante al sonido lanzado en una sala abovedada, a través del vacío, adquiere tanta fuerza de resonancia, pues la mayor parte de lo que los jóvenes piensan no ha sido inspirado por su propia naturaleza, sino que es una resonancia, un eco de lo que se piensa, se dice, se alaba o se censura por los que le rodean. Pero los sentimientos (de simpatía y de aversión) resuenan en ellos con mucha mayor fuerza que los motivos que los causan, y así se produce, cuando ceden la palabra a un sentimiento, ese tono sordo de eco que revela la ausencia o la pobreza de los motivos. El todo de la edad más madura es preciso, breve, moderadamente levantado, pero como todo lo que es claramente articulado, alcanza muy lejos. La vejez, en fin, lleva en la voz cierta indulgencia y dulzura, y por decirlo así, almíbar: en algunos casos, a la verdad, la hace más áspera.

611

HOMBRES ATRASADOS Y AVANZADOS.— El que está lleno de desconfianza, y siente con envidia todo éxito dichoso de sus colegas y de sus vecinos y se pone violento y furioso contra las opiniones disidentes, muestra que pertenece a un grado anterior de la civilización, que es una supervivencia, pues la forma en que trata con los hombres era la buena y conveniente para las condiciones de la edad del derecho del más fuerte; es un hombre atrasado. Otro carácter, que es rico de simpatías, se hace de amigos en todas partes, siente con cordialidad todo lo que se acrecienta y engrandece, comparte todos los placeres del honor y del éxito de otro y no pretende el privilegio de ser el único en el conocimiento de lo verdadero, sino que está lleno de modesta confianza: es un hombre avanzado que lucha por una civilización superior de los hombres. El carácter desagradable se deriva de los tiempos en que los groseros fundamentos de la sociedad humana estaban todavía en formación; el otro vive en los pisos más altos tan alejado como puede del animal salvaje, que encerrado en las cavernas, bajo los cimientos de la civilización, rabia y huye.

612

CONSUELO PARA LOS HIPOCONDRÍACOS.— Si algún gran pensador se encuentra momentáneamente sujeto a las torturas de la hipocondría, puede decirse para consolarse: «Es de tu propia gran fuerza de la que este parásito se alimenta y desarrolla: si aquélla fuese menos tendrías menos que sufrir». Así puede también hablar el hombre de Estado cuando la envidia y el sentimiento de la venganza (de una manera general la tendencia al bellum omnium contra omnes, de la cual, siendo el representante de una nación, debe necesariamente tener un gran don natural) se insinúa aún en sus relaciones personales y le hace dura la vida.

613

RETIRADO DEL PRESENTE.— Hay grandes ventajas en retirarse completamente de su época, y por decirlo así, en dejarse arrastrar por su corriente sobre el océano de las concepciones pasadas del mundo. Desde allí, mirando hacia el río, abraza uno por primera vez la configuración del conjunto, y cuando se acerca a ella tiene la ventaja de comprenderlo mejor que aquéllos que jamás lo han dejado.

614

SEMBRAR Y RECOGER SOBRE LOS DEFECTOS PERSONALES.— Hombres como Rousseau utilizan sus debilidades, sus lagunas, sus faltas, como de un depósito de desperdicio para su talento. Si éste se lamenta de la corrupción y de la decadencia de la sociedad como de una funesta consecuencia de la civilización, hay en el fondo de ello una experiencia personal, cuya amargura le da la aspereza de una condenación general y envenena las flechas que arroja; se alivia de pronto como individuo y piensa en buscar un remedio que será de utilidad para la sociedad directamente, pero indirectamente, y gracias a ella, para él.

615

TENER EL ESPÍRITU FILOSÓFICO.— De ordinario hace uno esfuerzos para procurar a todas las situaciones y a todos los sucesos de la vida una sola dirección de conciencia, una sola, especie de puntos de vista; esto es lo que se llama tener espíritu filosófico. Pero para enriquecer el conocimiento puede haber mayor interés en no uniformizarse de tal manera, sino en escuchar la voz ligera de las diversas situaciones de la vida; éstas llevan consigo su punto de vista propio. Así se toma una parte consciente en la vida y en la existencia de muchos, no tratándose uno a sí mismo como un individuo fijo, consistente, uno.

616

EN EL FUEGO DEL DESPRECIO.— Es un nuevo paso hacia la independencia el atreverse a expresar apreciaciones que han de causar vergüenza a quienes las propagan. En este caso, hasta los amigos y conocidos se manifiestan inquietos. Es éste todavía un fuego por el cual debe pasar la naturaleza bien dotada; en seguida se pertenece aún más a ella misma.

617

SACRIFICIO.— Cuando se prefiere un gran sacrificio a uno pequeño, es porque con el gran sacrificio nos causamos daño, admirándonos a nosotros mismos, lo que no nos es posible con el pequeño.

618

EL AMOR COMO ARTIFICIO.— Quien quiere aprender realmente a conocer alguna cosa nueva (sea un hombre, un suceso, un libro), hace bien en adoptar esta novedad con todo el amor posible, en separar pronto su vista de lo que en ella encuentra de hostil, de chocante, de falso, y aun olvidarlo, por más que al autor de un libro se da la mayor importancia y que de pronto, como en una carrera, desea uno con el corazón palpitante que llegue a la meta. Por este procedimiento penetra uno la cosa hasta el corazón, hasta su punto conmovedor; esto es lo que se llama aprender a conocer. Una vez allí, el razonamiento hace de golpe sus restricciones; esta estimación demasiado alta, esta suspensión momentánea del péndulo crítico, era un artificio para coger con lazo el alma de una cosa.

619

PENSAR DEMASIADO BIEN Y MAL DEL MUNDO.— Ya se piense demasiado bien o demasiado mal de las cosas, siempre tiene en ello ventaja de experimentar mayor satisfacción, pues con una buena opinión preconcebida ponemos de ordinario en los sucesos mayor dulzura de lo que contienen en realidad. Una mala opinión preconcebida causa una decepción agradable; el placer que de suyo existía en las cosas aumenta con el placer de la sorpresa. Un temperamento sombrío hará, en uno y otro caso, la experiencia inversa.

620

HOMBRES PROFUNDOS.— Aquéllos que tienen su fuerza en la profundidad de sus impresiones, y a quienes habitualmente se llama hombres profundos, son en presencia de toda aparición repentina relativamente resueltos, puesto que en el primer momento de la impresión era aún superficial, no siendo profunda hasta después. Son las cosas y las personas, previstas y esperadas largo tiempo, las que excitan más aquellas naturalezas, haciéndolas casi incapaces de presencia de ánimo cuando llegan por fin.

621

RELACIONES CON EL YO SUPERIOR.— Todo hombre tiene un día feliz en que encuentra su yo superior, y la verdadera humanidad quiere que no se aprecie a nadie sino después de haber llegado a ese día, a ese estado, y no en los días laboriosos de dependencia y de servilismo. Se debe, por ejemplo, juzgar y honrar a un pintor según la visión más alta que haya podido concebir y reproducir. Pero los hombres por sí mismos tienen relaciones muy diversas con ese yo superior y son a menudo sus propios comediantes en el sentido de que siempre recomienzan a imitar en lo sucesivo lo que son en esos momentos. Muchos viven en el horror y la humildad ante su ideal, y quisieran renegar de él; tienen miedo a su yo superior, porque cuando habla, habla con arrogancia. Goza, además, de la libertad misteriosa de venir y de irse como le place; por esto se le llama un don de los dioses, aunque en realidad sea cualquier cosa menos eso (casualidad).

622

HOMBRES SOLITARIOS.— Muchos hombres están tan acostumbrados a estar solos consigo mismos, que no se comparan a los demás, sino que desarrollan el monólogo de su existencia en un estado de espíritu apacible y alegre, en conversaciones y hasta en risas a solas. Pero si se les lleva a compararse con otro, se inclinan a una sutil depreciación de ellos mismos, hasta el punto de que es necesario forzarlos a volver a tomar de otros una buena y justa idea de sí, y todavía, de esa idea tomada, quieren siempre retirar y corregir algo. Es necesario, pues, conceder a ciertos hombres su soledad y no lamentarla neciamente.

623

SIN MELODÍA.— Hay hombres a los que es de tal manera propio un perpetuo descanso sobre sí mismos y una disposición armónica de todas sus facultades, que toda actividad en vista de un fin les repugna. Se asemejan a una música que sólo se compone de acordes armónicos largo tiempo sostenidos, sin que en ella se muestre jamás ni siquiera el comienzo de un movimiento melódico encadenado. Todo movimiento comunicado de fuera no sirve más que para volver a dar al esquife un nuevo equilibrio sobre el mar de la consonancia armónica. Los hombres modernos sienten generalmente extrema impaciencia cuando se encuentran con semejantes naturalezas que no producen nada, sin que tampoco pueda decirse de ellas que son nada. Pero hay disposiciones particulares cuya vista propone esta cuestión extraordinaria: ¿De qué sirve en total la melodía? ¿Por qué no nos basta que nuestra vida se refleje apaciblemente en un lago profundo? La Edad Media era más rica que la nuestra en naturaleza semejantes. Es raro encontrar hoy un hombre que pueda vivir así en eterna paz y gozo consigo mismo, aun entre la multitud, que diga como Goethe: «Lo mejor que existe es la calma profunda en que yo vivo y crezco a los ojos del mundo, adquiriendo lo que no sabría proporcionarme ni por el hierro ni por el fuego».

624

VIDA Y AVENTURAS.— Ciertas gentes saben arreglarse con sus aventuras, sus aventuras insignificantes de cada día, de manera que llegan a ser como un terreno que produce frutos tres veces al año, mientras que otros ¡y tantos!, son arrastrados por los golpes de mar de las vicisitudes, por las corrientes más variadas de los tiempos y de los pueblos, y sin embargo, permanecen siempre ligeros, siempre en la superficie como el corcho. Ante esto está uno tentado a dividir la humanidad en una minoría insignificante de hombres que saben hacer de poco mucho, y una mayoría inmensa de hombres que saben hacer de mucho poco.

625

SERIEDAD EN EL JUEGO.— En Génova, desde lo alto de una torre, oí el crepúsculo de la tarde una larga música de campanillas: no quería concluir y resonaba, como insaciable de sí misma, por encima del murmullo de las calles, en el cielo del anochecer, tan triste, tan pueril al mismo tiempo, tan melancólica. Entonces pensé en las palabras de Platón y las sentí de golpe en el fondo de mi espíritu: «Lo que es humano no vale nada al lado de lo serio, y por lo tanto…».

626

DE LA CONVICCIÓN Y LA JUSTICIA.— Lo que el hombre en la pasión dice, promete, resuelve y lo sostiene con sangre fría y calma, es deber nuestro colocarlo en el número de las cosas que más pesan sobre la humanidad. Estar obligado a admitir para siempre las consecuencias de la cólera, de la venganza inflamada, de la abnegación entusiasta, puede despertar contra estos sentimientos una amargura tanto mayor, cuanto que justamente en relación a ellos, en todas partes, y especialmente entre los artistas, se práctica un culto idólatra. Los artistas pagan cara la estimación acordada a las pasiones, y lo han hecho siempre; es verdad que exaltan también la satisfacción de las pasiones que un hombre saca por sí mismo de esas explosiones de venganza seguidas de muerte, de mutilación, de destierro voluntario, y esa resignación del corazón destrozado. Siempre los curiosos deseos de pasiones se hallan despiertos; parecería que dicen: «Sin pasiones no habríais vivido». Porque haya jurado fidelidad (a un ser puramente ficticio, a un dios), porque haya entregado su corazón a un príncipe, a un partido, a una mujer, a una orden religiosa, un artista, un pensador, en un estado de ilusión ciega, subyugado por su seducción, que hacía aparecer estos seres como dignos de todos los respetos, ¿por eso estaremos ligados a ellos indisolublemente? ¿No nos habíamos engañado a nosotros mismos? ¿No era esto una promesa hipotética, bajo la condición que, a decir verdad, no se ha realizado, de que esos seres a quienes consagrábamos serían realmente lo que parecían ser en nuestra imaginación? ¿Estamos obligados a ser fieles a nuestros errores, aún con la idea de que por esta fidelidad causamos daño a nuestro yo superior? No, no hay ley, no hay obligación de este género; debemos ser traidores, practicar la infidelidad, abandonar siempre que sea preciso a nuestro ideal.

No pasamos de un período a otro de la vida sin sentir también los dolores de la traición. ¿Sería necesario que para escapar a esos dolores nos pusiéramos en guardia contra los transportes de nuestros propios sentimientos? ¿El mundo entonces no sería tan vacío, tan espectral? Preguntémonos mejor si esos dolores en el momento de un cambio de convicción son necesarios o si dependen de una opinión de una apreciación errónea. ¿Por qué admiramos a aquél que permanece fiel a su convicción y desprecia a todo aquél que la cambia? Temo que la respuesta sea: Porque cada uno supone que sólo motivos de bajo interés o de temor personal ocasionen tal cambio. Hablando de otro modo, se cree en el fondo que nadie modifica sus opiniones en tanto que le producen ventaja o por lo menos no le causen daño. Pero si esto es así, hay en ello un testimonio enojoso de la importancia intelectual de todas las convicciones. Examinemos un poco cómo las convicciones nacen, y veamos si no se ha hecho de ellas demasiado caso; esto mostrará que el cambio de convicciones está también medido en una escala falsa, y que hasta aquí tenemos costumbre de sufrir este cambio.

627

Una convicción es la creencia de estar, desde un punto cualquiera del conocimiento, en posesión de la verdad absoluta. Esta creencia supone, pues, que hay verdades absolutas; supone al mismo tiempo que uno ha encontrado los métodos perfectos para llegar a ellas; supone, en fin, que todo hombre que tiene convicciones aplique esos métodos perfectos. Estas tres condiciones muestran desde luego que el hombre de convicciones no es el hombre de pensamiento científico; está ante nosotros en la edad de la inocencia teórica, es un niño, cualquiera que sea su talla. Pero siglos enteros han vivido en estas ideas pueriles, y de ellos han brotado las más poderosas fuentes de fuerza de la humanidad. Los innumerables hombres que sacrificaban por sus convicciones, creían hacerlo por la verdad absoluta. Todos estaban engañados por esto; verosímilmente, jamás un hombre se ha sacrificado por la verdad; por lo menos, la expresión dogmática de su creencia ha debido ser anticientífica o semicientífica.

Pero querían propiamente que se les diera la razón, porque pensaban deber tenerla. Dejarse arrancar la creencia, quería decir poner la dicha eterna. En un caso de tan extrema importancia, la voluntad era demasiado claramente la inspiradora de la inteligencia. La hipótesis preliminar de todo creyente de esta tendencia era no poder ser refutado: las razones contrarias se mostraban muy fuertes, pues quedaba entonces siempre el recurso de calumniar a la razón en general y aun de enarbolar el credo quia absurdum est, bandera del extremo fanatismo. No ha sido la lucha de las opiniones que ha hecho la historia tan violenta, sino más bien la lucha de la fe en las opiniones, es decir, de las convicciones.

Si todos los que se formaban de su convicción una idea tan grande que le ofrecían sacrificios de toda naturaleza y no escatimaban en su servicio ni el propio honor ni la propia vida, hubieran consagrado solamente la mitad de su fuerza a indagar el derecho porque se vinculaban a una convicción mejor que a otra y por qué camino habían llegado a ella, ¡qué aspecto tan pacífico habría tomado entonces la historia de la humanidad! ¡Cuánto mayor hubiera sido el número de conocimientos! Todas esas excusas crueles que ofrece la persecución de las herejías de todo género, nos hubiesen sido ahorradas por dos razones: primera, porque los inquisidores hubieran dirigido antes la Inquisición sobre ellos mismos y habrían concluido con la pretensión de defender la verdad absoluta, y después, porque los partidarios de principios tan mal fundados como son los principios de todos los sectarios y de los creyentes en el derecho, habrían cesado de seguirles después de haberlos estudiado.

628

Desde los tiempos en que los hombres se acostumbraron a creer en la posesión de verdades absolutas, se ha derivado un profundo malestar en todas las actitudes escépticas y relativas, tomadas en relación a cualquier problema del conocimiento: se prefiere mucho más a menudo consagrarse, con los pies y manos atados, a una convicción que sea la de las personas que tienen autoridad (padres, amigos, maestros, príncipes), y se siente, al no hacerlo, una especie de remordimiento. Esta tendencia es muy comprensible y sus consecuencias no autorizan vivos reproches contra el desenvolvimiento de la razón humana. Pero poco a poco el espíritu científico debe madurar en el hombre esa virtud de la abstención prudente, esa sabia moderación, que es más conocida en el dominio de la vida práctica que en el de la teórica, y que por ejemplo, Goethe ha representado en Antonio[8], como un objeto de amargura para todos los Tasso, o mejor, para las naturalezas anticientíficas y al mismo tiempo desprovistas de actividad. El hombre de convicciones tiene el derecho de no comprender al hombre del pensamiento prudente, al teórico Antonio: el hombre de ciencia, por el contrario, no tiene el derecho de censurar al otro; observa desde lo alto, y sabe además, en ciertas ocasiones, que el otro vendrá todavía a él como Tasso concluye por hacer con Antonio.

629

El que no ha atravesado convicciones diversas, sino que permanece empeñado en la creencia que de pronto le ató, es en todos los casos, por causa de su inmutabilidad misma, un representante de culturas atrasadas; es, por tal falta de educación, duro, poco inteligente, rebelde a toda enseñanza, sin dulzura, sospechando eternamente, sin escrúpulos, empleando todos los medios de hacer prevalecer su opinión, porque no puede ni aun comprender que deben existir las opiniones de los demás; pero es también quizá por esto una fuente de energía y hasta saludable en las civilizaciones que han llegado a hacerse demasiado libres y demasiado blandas, pero solamente por cuanto excita con fuerza la contradicción: en esta ocasión la delicada naturaleza de la civilización nueva, obligada a luchar con él, se robustece en la lucha.

630

Somos en el fondo hoy los mismos hombres que éramos en la época de la Reforma. Pero el hecho es que hay algunos medios que no nos valemos ya para asegurar el triunfo a nuestra opinión, y por lo mismo, hay algo que nos distingue de aquella época y prueba que pertenecemos a una civilización más elevada. Aquél que en nuestros días, a la manera de los hombres de la Reforma, combate y derriba las opiniones por medio de sospechas, por explosiones de rabia, descubre claramente que habría quemado a sus adversarios si hubiese vivido en otro tiempo, y que habría echado mano de todos los medios de la Inquisición, si hubiesen sido adversarios de la Reforma. Esta Inquisición era entonces razonable, pues no representaba sino el gran estado de sitio que debía declararse en todo el reino de la Iglesia, el cual, como todo estado de sitio, autorizaba aún las medidas más extremas, con la condición previa (ya no participamos de ella) de que la verdad no era poseída sino por la Iglesia, y que era necesario a toda costa, por medio de todos los sacrificios, conservarla para salud de la humanidad.

Pero en nuestros días no se concede tan fácilmente a nadie que posea la verdad: los métodos exactos de indagación han esparcido bastante desconfianza y prudencia para que todo hombre que defienda violentamente sus opiniones con la palabra y con los hechos, sea considerado como un enemigo de nuestra civilización actual, o por lo menos como un retrógrado. En efecto, la declaración enfática de que se posee la verdad, vale hoy mucho menos, casi nada, al lado de la otra declaración, más modesta y menos sonora, de la investigación de la verdad, que no se cansa jamás de aprender y de hacer nuevas experiencias.

631

Por lo demás, la investigación metódica de la verdad es en sí el resultado de esos tiempos en que las convicciones peleaban unas contra otras. Si cada uno no se hubiera interesado en su «verdad», es decir, en el mantenimiento de su derecho, no existiría método alguno de investigación; pero así, en la lucha eterna de las pretensiones de diversos individuos por la verdad absoluta, se avanzaba paso a paso en el descubrimiento de principios irrefutables, conforme a los cuales se pudiese examinar el derecho de los pretendientes y apaciguar el conflicto. De pronto uno se decidía, siguiendo a las autoridades; en seguida se hacía mutuamente la crítica de los caminos y medios por los cuales la sediciente verdad había sido encontrada; en el interregno existía un período en el que se sacaban las consecuencias del principio adverso y se podía encontrarlas perniciosas y maléficas, de donde resultaba entonces, a juicio de cada uno, que en la convicción del adversario había un error. La lucha personal de los pensadores ha aguzado, finalmente, de tal manera los métodos, que se puede realmente descubrir las verdades, y los falsos procedimientos de los métodos precedentes han sido puestos al desnudo de los ojos de todos.

632

En el conjunto, los métodos científicos son una conquista de la investigación tan considerable, por lo menos, como cualquier otro resultado: en efecto, el espíritu científico descansa en la armonía del método, y todos los resultados de las ciencias no podrían, si esos métodos llegaran a perderse, impedir un nuevo triunfo de la superstición y del absurdo. Las personas de espíritu tienen bastante que aprender, si quieren poseer los resultados de la ciencia; se apercibe uno siempre en su conversación, y particularmente en las hipótesis que durante ella proponen, que les falta espíritu científico: no tienen esa desconfianza instintiva contra los extravíos del pensamiento, que por causa de un largo ejercicio ha echado raíces en el alma de todo hombre de ciencia. Basta que encuentren sobre un sujeto una hipótesis cualquiera para que, en el mismo instante, sea todo ardor, todo fuego para sostenerla, y creen que así está dicho todo. Tener una opinión significa, por tal causa, para ellas, volverse bien pronto fanáticos, y finalmente, tomarla tan a pechos como una convicción. Se acaloran, a propósito de una cosa inexplicada, por la primera fantasía que les pasa por la cabeza y que se asemeja a una explicación, de donde resultan continuamente, en particular en el dominio de la política, las más enojosas consecuencias. Por esto en nuestros días cada uno debía haber aprendido una ciencia a fondo; entonces sabría siempre lo que es un método y cuán necesaria es la circunspección. Particularmente a las mujeres, debe darse este consejo: son hoy víctimas incurables de todas las hipótesis, sobre todo si éstas producen la impresión de lo ingenioso, de lo seductor, de lo vivificante, de lo fortificante. Cuanto más se observa, más se da uno cuenta de que la gran mayoría de personas cultas pide todavía al pensador convicciones, nada más que convicciones, y que una pequeña minoría solamente quiere una certidumbre. Aquéllas desean ser fuertemente entusiasmadas y arrastradas, para adquirir por ello un aumento de fuerza; éstas, el menor número, tienen por las cosas mismas ese interés, que hace abstracción de las ventajas personales, y por supuesto, también del referido aumento de fuerza. En la primera clase, que es la predominante, hallase el pensador que se da y se toma por un genio, considerándose, por lo tanto, interiormente, como un ser superior, que tiene derecho a la autoridad. Siempre que el genio de toda especie mantenga el fuego de las convicciones y despierte desconfianzas contra la idea prudente y modesta de la ciencia, es un enemigo de la verdad, aun cuando se crea elevado sobre sus secuaces.

633

Existe, es verdad, una especie de genio enteramente diverso, el genio de la justicia; yo no puedo resolverme a estimarlo inferior a cualquier otro genio, ni, al filosófico, ni al político, ni al artístico. Consiste en separarse de todo lo que ciega y extravía el juicio sobre las cosas, con cordial repugnancia; es, por consiguiente, un enemigo de las convicciones, pues quiere dar a cada objeto, vivo o muerto, real o imaginario, lo que le corresponde, y para esto necesita tener un conocimiento perfecto del objeto; pone, pues, cada objeto a la luz del mediodía y hace su examen con mirada muy atenta. Finalmente, da aún a su enemigo la miope «convicción» (como la llaman los hombres, que entre las mujeres se llama fe), lo que conviene a la convicción, por amor a la verdad.

634

De las pasiones nacen las opiniones: la pereza de espíritu las hace cristalizar en convicciones. Quien se cree un espíritu libre, infatigable, en la vida, puede impedir esta cristalización por un cambio constante; y si siempre fuera una bola de nieve pensante, tendrá formado en su cerebro un caudal, no de opiniones, sino de concepciones ciertas y verosimilitudes medidas con precisión. Pero nosotros, que somos seres mixtos, tan pronto inflamados por el fuego como refrescados por el espíritu, doblamos la rodilla ante la justicia, como ante la única diosa superior a nosotros mismos. El fuego que está en nosotros nos hace por lo común injustos, y a los ojos de esta diosa, impuros; nunca nos ha permitido, durante este estado, llegar hasta ella; jamás nos dirigió la más leve sonrisa de complacencia. La veneramos como al Isis velado de nuestra vida; llenos de vergüenza le rendimos el tributo y el sacrificio de nuestro dolor, cuando el fuego nos abrasa y amenaza devorarnos. El espíritu es quien nos salva de ser enteramente consumidos y reducidos a cenizas; nos separa de tiempo en tiempo del altar de los sacrificios a la justicia, o bien nos oculta bajo un incombustible tejido de amianto. Liberados del fuego marchábamos entonces, empujados por el espíritu, de opinión en opinión, a través del cambio de las partes, traicionando noblemente todo aquello que puede ser traicionado, y, sin embargo, sin el menor sentimiento de culpabilidad.

635

EL VIAJERO.— El que quiere solamente, dentro de cierta medida, llegar a la libertad de la razón, no tiene derecho durante mucho tiempo para creerse sino un viajero, y no como el que hace el viaje hacia un fin último, porque no lo tiene. Pero se propondrá observar bien, tener los ojos muy abiertos para todo lo que pasa realmente en el mundo; por esto no puede vincular su corazón con demasiada estrechez a nada particular; es necesario que exista en él algo del viajero que encuentra su goce en el cambio y en la mudanza. Sin duda que tal hombre tendrá que pasar noches en que, sintiéndose cansado, hallará cerrada la puerta de la ciudad donde buscaba el descanso; quizá otras como en Oriente, el desierto se extenderá delante de él o sobrevendrá un siroco, o, por fin, los bandidos le robarán sus animales de carga y silla. Entonces quizá la noche caerá sobre su corazón como un segundo desierto dentro del desierto, y su corazón estará ya cansado de viajar. Que se eleve entonces el alba para él, candente, abrasadora, como la divinidad de la cólera; que la ciudad se abra, y tal vez halle en el rostro de sus habitantes mayor desierto, mayor ansiedad, mayor engaño, mayor inseguridad que antes de penetrar en la población; y así, el día será peor que la noche. Tal sucede frecuentemente al viajero; pero en compensación, contempla otras regiones y otros días, las brumas de los montes y los corazones de las musas que avanzan danzando a su encuentro, en los cuales un poco más tarde, cuando plácido, en el equilibrio del alma, se pasee por la mañana bajo los árboles, verá caer a sus pies de sus copas y de sus ramas los dones saludables de los espíritus libres de los que tienen su morada en la montaña, en la selva y en la soledad, y que así como él son viajeros y filósofos a su manera, tan pronto alegre y ligera, tan pronto reflexiva. Nacidos entre los misterios matinales, piensan en lo que puede recibir del día, entre el décimo y duodécimo sonido de la campana que da las horas, un rostro purísimo, radiante de luz, gozoso por su aureola de claridad: buscan la filosofía del antimeridiano.