Así hablaba Zaratustra, 3, 90
«¡Por qué tan duro!, dijo al diamante en cierta ocasión el carbón de cocina, ¿no somos acaso parientes cercanos?».
¿Por qué tan blandos? Oh, hermanos míos, así pues, os pregunto, ¿o no sois acaso mis hermanos?
¿Por qué tan blandos, por qué tan prestos a doblegaros y a ceder? ¿Por qué tanto negar, renegar en vuestro corazón?, ¿por qué tan poco destino en vuestra mirada?
Y si no queréis ser destinos e inexorables: ¿cómo podríais, algún día, vencer conmigo?
Y si vuestra dureza no quiere relampaguear y cortar y tajar: ¿cómo podríais, algún día, crear conmigo?
Y es que todos los que crean son duros. Y bienaventuranza tiene que pareceros imprimir vuestra mano sobre milenios como sobre cera.
EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS
Bienaventuranza escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, más duros que el bronce, más nobles que el bronce. Durísimo solo lo es lo más noble.
Esta nueva tabla, oh, hermanos míos, pongo sobre vosotros: ¡endureceos!