26

Viva.

En el bolsillo trasero de mis vaqueros tenía la fotografía quemada de Helen P., tomada como máximo tres años atrás, según lo que habíamos averiguado de la cámara fotográfica de Patrick. Llevé la mano instintivamente a ella, conteniendo la respiración, mientras me acercaba otra vez a la mirilla.

—Para eso me pediste que fuera, ¿recuerdas? —decía Patrick en ese momento—. Para ver si había heridos.

—Debiste pedir una ambulancia. Decir que pasabas por allí y viste el accidente. Llevarte el cuerpo fue la cosa más estúpida que podías haber hecho, ¿no crees?

—Preston, ¿otra vez volvemos sobre esto? No entiendo por qué quieres revolver el pasado. Sí, tienes razón, no debí mover a la mujer, debí ir a un puto teléfono y llamar a una ambulancia; no lo pensé; ¿satisfecho? Cuando me llamaste estaba dormitando frente al televisor después de un día agotador en la ferretería. Por aquel entonces estaba solo. Así que tienes razón, cometí una tontería. Saqué a la mujer por el parabrisas del Pinto y la recosté en el asiento trasero de mi coche. Aguantó un kilómetro, Preston. Murió en mi puto coche. ¡¿Qué pretendías que hiciera?!

Muerta.

Apreté los labios. No quería llorar. ¿Por qué iba a hacerlo? Mi madre estuvo muerta toda mi vida; dos minutos no podían cambiar una idea arraigada durante una década. Dos minutos no eran nada.

—Es una historia bastante creíble —dijo Preston.

—¡No es ninguna historia! No entiendo por qué toda esta desconfianza. Tú me llamaste esa noche, estabas borracho, creí que habías sido responsable de que ese Pinto se desbarrancara. ¿Qué iba a hacer? ¿Conducir hasta la morgue y explicarles que te hubiera gustado llevarles el cuerpo tú mismo pero que estabas en casa borracho como una cuba?

—Claro, y en lugar de eso no tuviste mejor idea que enterrarlo en ese viejo cementerio —dijo Preston con desprecio.

—Lo cual, déjame decirte, ha demostrado ser una excelente idea, porque la mujer sigue allí, descansando como se merece, y nadie se ha enterado.

Helen P.

Volví a llevarme la mano al bolsillo del pantalón.

—Pero también es una bomba de tiempo —dijo Preston con la misma sonrisa enigmática en el rostro—. Si lo hubieras arrojado al río Chamberlain…

—Podría haber hecho muchas cosas. ¿Sabes, Preston? Creo que me iré. Cuando se te vaya la paranoia podremos hablar más tranquilos y ver quién está detrás de ese anónimo. Ahora es como razonar con una pared.

—Siéntate —dijo Preston con la frialdad de un bloque de hielo.

Patrick se detuvo. Con resignación volvió a sentarse. Negaba con la cabeza.

—Lo que tú digas, Preston.

—Ahora que sabes que la verdadera razón por la que me marché de Carnival Falls fue la gargantilla de oro que perdí en el lugar del accidente y no tu puta estrategia de enterrar el cuerpo donde cualquiera que supiera dónde buscar podía desenterrarlo e identificarlo, hay dos cosas que quiero preguntarte. La primera de ellas es: ¿por qué fastidiarme ahora? Ya te he regalado la puta ferretería y jamás he intentado recuperarla. ¿Por qué me envías esta nota ahora?

Patrick abrió los brazos, azorado. Al menos en lo concerniente a la nota el hombre era absolutamente inocente. Su sorpresa era en parte genuina, lo cual desorientaba a Preston, que intentaba mantenerse firme en sus acusaciones.

—¡Yo no tengo nada que ver con esa nota! —disparó Patrick—. El que te la envió quiere joderte pero…

—¡Nadie quiere joderme más que tú! ¿Por qué quieres sacarme del medio, Patrick? ¿Qué más quieres? ¿Por qué no me lo dices de una puta vez?

Patrick alzó la vista en dirección al techo. Tomó aire sonoramente.

—No confías en mí, lo entiendo —dijo Patrick ahora con voz pausada—. Me duele. Soy tu amigo. Pero no debería sorprenderme tanto. Esto mismo sucedió tres años atrás, cuando me llamaste para pedirme pruebas y te envié la fotografía. Tampoco entonces me creíste.

Tres años atrás.

Preston seguía de pie, ahora con ambos puños sobre el escritorio.

—Sí te creí, aunque pudiste haberle tomado la fotografía a cualquier tumba y enviármela. Quería saber el sitio por si a ti te sucedía algo, nada más. Simple precaución.

Preston volvió a sentarse. Pareció más calmado. Su oponente circunstancial no tenía manera de saber —y yo tampoco— que aquella era la calma que antecedía a la tormenta.

—Me alegra oír eso —dijo Patrick, bajando la guardia.

—Pensé que me cubrías las espaldas, que habías hecho algo inteligente y gracias a eso la policía tejió la hipótesis de que el cuerpo había salido despedido al río. Después Banks comenzó con sus teorías extraterrestres y todo fue todavía mejor. Hasta pensé en regresar a Carnival Falls para intentar recomponer la relación con mis padres, pero Sara no quiso…

Mientras veía a Preston interpretar su papel de víctima, volví una y otra vez a la fotografía parcialmente quemada que tenía en el bolsillo. Aunque la había estudiado tantas veces que podía reproducirla en mi mente a voluntad, sentí la tentación de encender la linterna y volver a observarla. ¿A quién pertenecía la sombra que se veía en la fotografía? Si había sido tomada en un cementerio, de lo cual ya no quedaba constancia, alguien había posado junto a la tumba, lo cual no dejaba de resultar llamativo.

—Pero, entonces, Banks reavivó el fuego con su teoría y el hallazgo de esa sangre —dijo Preston.

—¿Pensaste que podía ser tuya?

—¡Claro que puede ser mía! Pero ¿qué importancia tiene eso? —dijo Preston, masajeándose la frente—. Lo que verdaderamente me preocupaba, si no colaba la chorrada extraterrestre, es que con el jaleo de la prensa a algún jefe se le ocurriera echarle un vistazo al caso y enviara a un poli a revisar evidencias. Si la gargantilla estaba allí y el poli tenía más cerebro que una ardilla, daría conmigo. ¿Cuántas personas con mis iniciales hay en esta ciudad? Toda mi familia conoce esa gargantilla; cualquiera de mis primos estaría encantado de identificarla y empujarme a un abismo.

Patrick seguía el relato con mirada recelosa. Olía la tormenta.

—Contraté a un investigador privado —dijo Preston, y dejó que sus palabras impregnaran el aire.

—No lo entiendo, ¿para qué?

—Para que me informara sobre el estado de la investigación. Tenía la esperanza de que habiendo transcurrido tanto tiempo ya no quedara rastro. En el mejor de los casos, mi gargantilla de oro habría sido fundida por algún poli corrupto.

—¿Logró averiguar algo?

—Sí, que la evidencia existe todavía. Se encuentra en un depósito estatal en Concord. Demasiado arriesgado intentar acceder sin levantar sospechas.

—Si crees que no estoy siendo sincero contigo, no sé por qué me cuentas todo esto.

—Porque pensé que hoy, tú y yo, podíamos poner todas las cartas sobre la mesa. Yo también te he ocultado información en el pasado y ahora te lo he dicho todo. Esperaba lo mismo de ti, Patrick.

—¿Por qué no me dices tú lo que crees que sucedió? Porque la verdad, amigo mío, no te sigo.

—Te diré qué creo que pasó, con todo gusto. Luego tú me dirás en qué me he equivocado. —Preston sonrió—. Para empezar, esa noche no acudiste al lugar del accidente. Pensaste: «¡justo lo que necesito!» Con tu socio en la cárcel por conducir en estado de ebriedad con una menor de edad y provocar un accidente, tendrías pista libre para quedarte con el negocio.

—Eso es ridículo.

Preston lo ignoró:

—Al día siguiente, cuando trascendió la noticia, ¡sorpresa! No encontraron el cuerpo de la mujer. La policía no pudo probar que fue un choque, porque realmente no lo fue, como te he explicado, así que ¡Preston estaba libre de todo cargo! Entonces viste la oportunidad de redimirte conmigo por no hacer lo que te había pedido. Me llamaste por la tarde, cuando ya se sabía todo lo referente al accidente, y me contaste esa historia fantástica de la mujer desangrándose en tu coche. Muy conveniente. Quizá tu intención no fue extorsionarme en ese momento, pero era una buena baza para el futuro, ¿verdad? Un futuro que, al parecer, ha llegado…

Patrick aferraba los apoyabrazos de su silla como un condenado a muerte presto a recibir su descarga letal.

—Entonces ¿crees en la teoría de Banks? —preguntó Patrick con incredulidad—. ¿Crees que los extraterrestres se llevaron a Christina Jackson?

Preston volvió a ponerse de pie.

—Puede ser. Quizá ese hombrecito espacial que él describe estuvo en el puente y se llevó a la mujer haciéndola flotar. O quizá cayó al río Chamberlain, como afirma la policía. Quién sabe. Lo que sí sé es que tú no la rescataste esa noche, no la transportaste casi un kilómetro en tu coche y no la enterraste en ningún lado. Te inventaste esa historia y siete años más tarde me enviaste una fotografía de una tumba cualquiera. ¿Estoy cerca?

—Estás delirando.

—No, no estoy delirando.

Preston fue de nuevo al mueble que tenía detrás. Dejó el vaso vacío en uno de los estantes pero no volvió a llenarlo. Se agachó y abrió otras dos puertas que estaban más abajo. Patrick lo perdió de vista un momento pero yo podía verlo perfectamente. Con rapidez, Preston Matheson accionó el mecanismo giratorio de una caja fuerte. Cuando la abrió, sacó una carpeta delgada del interior. Se incorporó y regresó al escritorio. Patrick tenía el ceño fruncido.

—¿Qué es eso?

—Esta, bastardo, es la prueba de que no fuiste a la carretera 16 esa noche.

La carpeta aterrizó en el centro del escritorio con un sonoro chasquido. Patrick la observaba como si se tratara de una serpiente venenosa.