20

Nos reunimos con Miranda en la puerta de servicio. El muro nos protegía, nadie podía vernos desde la mansión.

—Aquí tienes —dijo Billy, tendiéndole el sobre con cierta solemnidad.

Miranda lo cogió. Tenía el nombre de Preston Matheson mecanografiado en el centro. Billy había utilizado la máquina de escribir de su padre.

—Es una Underwood más común que los resfriados. Además, utilicé una cinta vieja que ya hice desaparecer.

Miranda abrió el sobre y extrajo la hoja de papel que estaba doblada dentro. No habíamos discutido con ella la frase exacta y yo insistí para que la leyera, aunque Billy seguía pensando que no era una buena idea.

Desplegó la hoja.

SÉ LO DE CHRISTINA JACKSON

LA VERDAD SALDRÁ A LA LUZ

—¿Estás segura de que quieres seguir adelante, Miranda? —pregunté.

—Sí, por supuesto.

Habíamos discutido el plan el día anterior; Billy tenía razón en que las posibilidades de que nos descubrieran eran mínimas. Miranda le entregaría el sobre a su padre diciéndole que lo había encontrado en el buzón. Si Billy estaba en lo cierto, Preston Matheson se sentiría amenazado e intentaría contactar con su interlocutor secreto, con el que había hablado por teléfono el día que lo espiamos. Y entonces se presentaban dos escenarios posibles: que intentara hablar con su contacto por teléfono, o que fuera a verlo directamente, si es que vivía en Carnival Falls. Para las dos posibilidades estaríamos preparados. Miranda, después de entregar el sobre, se apostaría en la galería para escuchar una posible conversación en el despacho. Billy y yo aguardaríamos en la esquina de la casa, a la espera de la salida del Mercedes. Entonces lo seguiríamos en nuestras bicicletas. Si no salía de la zona urbana, no tendríamos problemas.

—No es necesario que regreses a la galería si no quieres —le dije a Miranda, que jugaba con el sobre entre los dedos—. Puedo ir yo en tu lugar.

—No te preocupes —me tranquilizó—. Será mejor así. Vosotros conocéis la ciudad y os podréis separar para seguir el coche si es necesario. Además, tendría que hacerte entrar a hurtadillas y ahora en la casa están todos atentos. No te preocupes, estaré bien.

Billy bajó ligeramente la vista cuando nuestra amiga pronunciaba estas palabras. En ningún momento habíamos hablado del hombre diamante y su llamada telepática.

—No olvides cerrar el sobre —apuntó Billy.

Miranda lamió la solapa y lo cerró.

—Listo.

Billy le dio las últimas indicaciones.

—Si tu padre te pregunta, tú no has visto a nadie. Nada de nada. Has ido a la tienda de Donovan a comprar unos dulces y al regresar encontraste el sobre. Nada más.

—Entendido.

Nos despedimos. Billy y yo habíamos dejado nuestras bicicletas a una manzana de distancia. Rodeamos el muro de piedra y esperamos en una esquina. Al cabo de unos minutos vimos a Miranda salir de la casa y dirigirse a pie a la tienda de Donovan. Si su padre efectivamente le hacía preguntas, sería mejor tener algunos dulces encima y el testimonio del dependiente para corroborar su versión. Aunque Miranda nos aseguró que su padre jamás sospecharía de ella, Billy no quería dejar nada al azar. Nos jugábamos el pellejo. Miranda también sabía que si alguien nos veía o alguno de los criados merodeaba por la zona, la interceptaríamos para abortar el plan. Como no fue el caso, ella se acercó al buzón, simuló coger el sobre y entró en su casa.

Me recosté contra el muro de piedra. Ya no había marcha atrás, pensé con horror. Estábamos a punto de amenazar a uno de los hombres más influyentes de Carnival Falls.