19

Terminaba mis cereales cuando Billy entró en la cocina. Mi amigo tenía los ojos hinchados, el cabello enmarañado y el andar de un zombi; pasó a mi lado sin prestarme atención, como si fuese perfectamente normal encontrarme en la cocina de su casa, cogió un tazón de la alacena y se sentó. Se sirvió leche y cereales, en silencio, dedicando toda su atención a aquellas pequeñas acciones. Una cantidad exagerada de Corn Flakes aterrizó sobre la leche. Me señaló la cuchara, que yo ya no utilizaba, y se la tendí. Empezó a comer, masticando sonoramente.

—Hola, Sam.

—Pareces Morocco Topo.

—Gracias.

—¿Ya estás despierto?

—No.

Me dedicó una sonrisa.

—Me asusté cuando mi madre me despertó —dijo Billy—; pensé que estábamos en época de clases.

—No falta tanto.

—Faltan tres semanas; suficiente para mí. Y antes de que te eche en cara el susto, dime que has venido por algo importante.

—Es importante.

—¿Quieres que vayamos a otra parte?

—Tu madre me dijo que iría al mercado, creo que tenemos tiempo.

No podía esperar más. Llevaba la fotografía en el bolsillo y no veía la hora de enseñársela a Billy.

—Dispara, Jackson.

En diez minutos se lo había contado todo, sin saltarme ningún detalle. Billy no me interrumpió en ningún momento, pero su rostro se transformó a partir de la mención de los hombres diamante. De ahí en adelante siguió mi relato absorto.

—¿Tienes la fotografía? —El único vestigio del niño semidormido era el cabello revuelto. Billy estaba alerta.

—Claro.

Se la tendí y dejé que la estudiara un rato largo.

—¿Y?

—No tengo idea. La sombra es claramente la de una mujer. El cabello la delata.

Billy parecía más intrigado por el nombre en el reverso que por lo que revelaba la imagen chamuscada. La dejó sobre la mesa.

—Sam, en cuanto a ese… hombre diamante —dijo con una mueca en el rostro—. Ya sabes lo que pienso, ¿verdad?

—Que Miranda se lo imaginó.

Billy asintió.

—Es que… es ridículo. Si Miranda lo hubiera visto en el bosque, en la calle o en el jardín de su casa, no sé, tendría un poco más de sentido, pero ¿en esa galería? —Billy negó con la cabeza una y otra vez.

—¿Y si no estaba allí? —dije. La noche anterior apenas había dormido pensando en todas las posibilidades—. ¿Y si le hizo creer que estaba allí?

—En ese caso, Miranda estaba sola en la galería, lo cual se acerca más a lo que yo pienso que realmente sucedió.

—No le digas que no le crees, por favor.

—¡Claro que no se lo diré! Igualmente, no tiene importancia si creo que ese hombre diamante estuvo allí o no. Miranda se lo inventó para justificar espiar a su padre. Lo importante es lo que vio y escuchó desde la galería.

Billy volvió a coger la fotografía.

—Es una casualidad muy grande —apunté.

—Puede ser. Pero por lo que vimos el otro día, el señor Matheson está bastante pendiente de Banks, su conferencia y todo lo demás. Ha de haberse ocupado del tema más de una vez durante estos días.

Le señalé la fotografía. Era el momento de la verdad.

—¿Qué crees?

—Sam, no voy a mentirte, pero ahora estoy verdaderamente preocupado. Esto es real. Esta fotografía está relacionada con tu madre de alguna manera. El nombre, Helen P., tiene que tener algún significado. Y Preston Matheson no solo lo sabe, sino que le preocupa tanto que se ha trasladado con su familia a Carnival Falls.

—¿Crees que es uno de esos cazadores de extraterrestres? —pregunté. El insomnio había traído consigo algunas ideas espeluznantes.

—Sinceramente, no sé qué papel desempeña Preston Matheson en esta historia, o qué sabe del accidente de tu madre. Quizá equivocamos su relación con Banks desde el inicio.

No entendí por qué Billy había dicho esto, pero preferí dejarlo pasar. Él siempre me aventajaba en sus razonamientos.

—¿Qué vamos a hacer? Miranda me dijo que puede intentar hablar con su padre.

—No. Él lo negará todo. —Billy habló con convencimiento. Apareció en sus ojos el brillo que yo tanto ansiaba—. Perderemos la ventaja que hoy tenemos.

—¿Qué ventaja?

—La de estar al tanto sin que él lo sepa, por supuesto.

Saltó de su silla y comenzó a caminar por la cocina, como lo hacía en el claro cuando pergeñaba alguno de sus planes.

—Si pudiéramos saber cuándo fue tomada la fotografía —pensó en voz alta—, podríamos descartar algunas posibilidades. Me gustaría saber también con quién ha estado hablando Preston Matheson.

—¿Cómo?

No pareció escucharme. Siguió con su andar reflexivo.

—Ya sé lo que haremos —anunció al cabo de unos minutos.