Después de nuestro enfrentamiento con Mark Petrie, Steve Brown y Jonathan Howard, Billy retomó la lectura del artículo del Carnival News. Avanzó un par de párrafos y se detuvo.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Te preocupa que esos tres vuelvan con refuerzos?
Billy hizo una mueca.
—Lo que menos me preocupa es Mark Petrie —dijo—. Quizá en un par de años se vuelva peligroso, pero por ahora es un chico que no sabe lo que quiere. Y los otros dos…, bueno, mejor no hablo.
No me apetecía seguir en el suelo, en parte por el recuerdo de la polvareda en mi cara gentileza de Petrie, así que me tendí sobre el tronco. Billy seguía apoyado en un lado.
—Me preocupa un poco Miranda —dijo él de repente.
Guardé silencio.
—Fui a buscarla a su casa antes de venir, como siempre. Lucille me dijo que no se sentía bien, que quizá más tarde vendría al bosque. Le pregunté qué le pasaba exactamente y se limitó a decirme lo mismo, pero con una mirada consternada.
—¿Crees que te ocultó algo?
—Yo creo que sí. No quise insistirle —dijo Billy—. No tenía sentido. Lo que me preocupa es que Miranda no quiera vernos más.
Me incorporé de inmediato.
—¿Estás loco? ¿Por qué piensas eso?
—No lo sé.
—Lo más probable es que se sienta mal por lo de su padre, por lo que dijo acerca de Carnival Falls y todo eso. Tú y yo no tenemos nada que ver.
—¿No?
—¡Por supuesto que no! Lo mejor que puede hacer Miranda con esa galería es lo que acordamos cuando salimos de ella, decirle a su madre que los rostros de piedra de su habitación le dan miedo y cubrirlos con pósteres o cuadros o algo. Eso, y mantener la entrada a la galería escondida con ese baúl viejo que colocamos delante.
—¿Crees que ella ha vuelto a entrar?
—¡Billy, basta, por Dios! ¡¿Se han invertido los roles o qué?! Se supone que tú debes ser el racional y no paras de especular con cosas que no lo son. Miranda es nuestra amiga. Hicimos un pacto, ¿lo recuerdas?
—Por supuesto —dijo Billy en voz baja.
Volví a recostarme en el tronco.
—Ya sé que nosotros no construimos la galería —insistió Billy—. Pero si no fuera por nosotros…, en realidad por mí, nunca hubiéramos entrado a explorarla ni escuchado esa conversación.
—Eso es como echarle la culpa a la gravedad por las cagadas de paloma.
Billy rio.
—Eso es buenísimo, Jackson. No digas que te lo acabas de inventar porque es imposible.
—No, no me lo acabo de inventar. Es un dicho de Katie.
—Echarle la culpa a la gravedad por las cagadas de paloma. —Billy volvió a reír mientras repetía la frase.
Cogió el periódico para leer la última parte del artículo.