Al día siguiente fuimos a la biblioteca municipal. Billy tenía la descabellada idea de que en sus archivos podríamos encontrar la conexión entre Orson y los Meyer. A mí me parecía una pérdida de tiempo, pero él insistió. Dijo que la biblioteca tenía un nuevo sistema de microfilme y que sería sencillo buscar en los periódicos de hacía unos años. Cuando le pregunté a qué época en particular se refería, él me dijo que el regreso de Orson a Milton Home sería un buen punto de partida. Había allí un período de tiempo en blanco del que ni siquiera Tweety sabía demasiado. Orson había sido acogido por una familia a los siete años y regresó al orfanato tres años después. Sabíamos que el apellido de esa familia era French, porque Tweety nos dijo que Orson se hizo llamar de esa forma durante unos meses, y que algún tipo de tragedia familiar había tenido lugar para que Orson regresara a Milton Home. La teoría de Billy era que Joseph Meyer, como abogado, había tenido alguna participación en ese trágico episodio.
Mi única preocupación era que Orson, que ya había dado muestras de sus retorcidas tácticas de manipulación, se enterara de nuestra visita a la biblioteca.
Ni pienses en hablar de esto con nadie. Si me entero de que se lo dices a Amanda o a Randall, primero lo negaré y después me aseguraré de partirte los huesos. ¿Has entendido?
Estábamos en el vestíbulo del edificio. Una pizarra de pie anunciaba los programas de verano y las próximas actividades de la biblioteca. Había cinco o seis anuncios clavados con chinchetas. En uno de ellos, un Pepito Grillo bastante logrado decía en un bocadillo que el 30 de junio vencía el plazo para inscribirse en la maratón de lecturas veraniegas. «Niños, ¿a qué esperáis? —decía el póster—, ¡podéis ganar una colección completa de clásicos!»
—Venir aquí ha sido un error —dictaminé.
—¿Por qué?
Señalé otro de los anuncios…
Lic. Philip Banks
TOMANDO CONTACTO
Viernes 26 de julio
Lugar: Auditorio biblioteca municipal de Carnival Falls.
El prestigioso estudioso del fenómeno ovni brindará por segunda vez en nuestra ciudad una de sus afamadas conferencias, en la que mostrará sólidas pruebas sobre la existencia de vida en otros planetas y sus visitas constantes a la Tierra. Se escucharán testimonios de abducciones y avistamientos.
Adquiera su acreditación en la biblioteca a un coste de 15 dólares. Recuerde que las plazas son limitadas.
IMPORTANTE: El señor Banks dará a conocer los resultados de pruebas revolucionarias. ¡No se lo pierda! ¡Forme parte de la historia!
Billy me tiró del brazo.
—Vamos, Sam, falta más de un mes para eso.
—Lo sé. —No me moví—. Es un presagio.
—No pienses en ese lunático de Banks. Lo importante es que aquí encontraremos la conexión entre Orson y los Meyer. Verás que tengo razón.
—No lo sé, Billy.
—Vamos, si murieron en un accidente o algo así, seguro que el periódico ha dicho algo.
—Puede ser, pero…
—Nada de peros.
Franqueamos la puerta.
La biblioteca me gustaba. Era, junto con la nutrida colección de libros de Collette, mi única fuente de lecturas, y lo seguiría siendo unos años más, hasta que mi primer empleo me permitiera comprar mis propios libros. El silencio —que el señor Petersen se encargaba de preservar como una reliquia— era una de las cosas que más me atraía. A veces me pasaba minutos enteros escuchando el crepitar de las páginas, una silla arrastrada en alguna parte, murmullos sin dueño.
Pero lo que más me gustaba tenía que ver con otra cosa. En mi cabeza había en realidad dos bibliotecas. Una en la que la luz natural entraba a raudales por las ocho claraboyas, en la que las estanterías se alzaban como los muros de un castillo colorido y las largas mesas de formica resplandecían. Era la biblioteca luminosa. Pero había otra biblioteca; la de las tardes invernales o los días de lluvia, cuando las claraboyas se convertían en rectángulos negros y la luz artificial apenas alcanzaba a trepar por las estanterías perimetrales. Era la biblioteca oscura. Me gustaba pensar que la biblioteca estaba viva.
Billy iba a ser el encargado de hablar con el señor Petersen y soltarle una mentira acerca de una investigación que uno de sus hermanos le había encargado para su tesis doctoral. Lo que menos quería yo era que Stormtrooper, a quien cualquier excusa le bastaba para acercarse a Amanda en la iglesia e irle con chismes, sospechara que andábamos metidos en algo raro.
Mi amigo fue hasta el mostrador con aire despreocupado. Billy era un esmerado actor cuando se lo proponía.
Para llegar al archivo de microfilme franqueamos una puerta junto al salón de conferencias, que me hizo recordar el letrero de la entrada.
«¡No se lo pierda! ¡Forme parte de la historia!»
El archivo era un cuarto no demasiado grande, con cuatro unidades para lectura de microfilme. Una muchacha de unos veinticinco años, que mascaba chicle y hacía anotaciones en un cuaderno, se mostró visiblemente sorprendida cuando entramos. Nos siguió con la vista mientras nos acercábamos. Estábamos en 1985, unos años antes del advenimiento masivo de los implantes de silicona, de manera que un pecho como el de aquella muchacha hacía que los ojos se te quedaran pegados, no importaba si eras hombre o mujer, si te movía la libido o la envidia.
—Me llamo Danna —dijo la muchacha dirigiéndose a Billy, que seguía embelesado con su delantera—. Pero seguro que ya lo has leído en mi etiqueta.
En efecto, en el pecho izquierdo lucía una plaquita con su nombre: «Danna Arlen».
—¿Buscáis la biblioteca infantil? —Danna me guiñó un ojo advirtiéndome de que aquello no iba en serio. Billy no se percató.
—Queremos consultar los microfilmes —dijo mi amigo impostando ligeramente la voz.
—¿Cuánto tiempo atrás?
—Tres o cuatro años.
Danna pareció contrariada.
—Nuestro archivo se remonta a los últimos setenta. Algo tan reciente podríais averiguarlo en el Carnival News, que como sabéis está aquí al lado. Ellos tienen los periódicos de los últimos cinco años disponibles para consulta.
Deseé asestarle a Billy un buen codazo en las costillas, aunque la responsabilidad de no haber reparado en algo tan obvio como lo que acababa de apuntar la bibliotecaria era compartida. De haber acudido directamente al periódico hubiéramos evitado a Stormtrooper, que en ese preciso momento podía estar telefoneando a Amanda.
—Además —completó Danna—, allí podríais revisar los dos en paralelo y fotocopiar los artículos; lamentablemente, la biblioteca no cuenta con impresión de microfilme. Son equipos costosos y el presupuesto no lo permite.
Al menos, eso no era un problema para nosotros. No teníamos intenciones de llevarnos nada impreso.
—Queríamos aprovechar para conocer las máquinas de microfilme —repuso Billy.
Danna asintió.
—Os mostraré cómo funcionan, entonces. Es divertido.
Se dio la vuelta un instante y repasó las inscripciones en los laterales de una serie de cajas alineadas en un estante. Cogió una y la abrió. Dentro había un rollo de microfilme.
—Mi novio trabaja en el periódico —agregó Danna—, así que si no encontráis aquí lo que buscáis, puedo pedirle que os ayude allí.
Caminamos hacia una de las máquinas lectoras. Estaban dispuestas en dos mesas largas.
—¿Su novio está en sucesos? —pregunté.
La muchacha me observó con incredulidad. Había empezado a introducir el carrete de microfilme en la lectora.
—Sí —respondió—. ¿Por qué lo preguntas?
Lo preguntaba porque el artículo del accidente de mi madre había salido en la sección de sucesos y el cronista había dicho cosas bonitas de ella, pero no iba a revelar eso.
—Por nada. He oído que todos sus artículos son muy buenos.
Ella asintió con cierto pesar. Observé que no llevaba alianza de compromiso.
Terminó de colocar el carrete en su lugar y encendió la máquina. La pantalla se iluminó.
—Esta es la perilla de avance y retroceso rápido —nos explicó—. Y esta de aquí la de desplazamiento fino. Aquí está todo el año 1981.
—Gracias, señorita Arlen.
—Si necesitáis algo, me lo pedís, ¿de acuerdo?
Billy se zambulló en la lectura con su acostumbrada pasión cuando algo lo atrapaba. Durante unos minutos intenté hacer lo mismo, pero en dos o tres ocasiones pasó las diapositivas antes de que yo terminara siquiera de leer los titulares y otras veces se los quedó mirando infinitamente. Estaba claro que no compartíamos el mismo entusiasmo por nuestra investigación. Me desplacé por el banco casi un metro y lo observé. Él ni siquiera pareció advertirlo. Su aspecto operando aquella máquina, concebida para adultos no dejaba de ser cómico y peligroso al mismo tiempo; como un niño tras el volante de un camión.
Diez minutos después me levanté. Billy siguió sin darse cuenta, lo cual me indignó un poco. Tuve el arrebato de asestar una patada al banco o gritarle algo al oído, pero preferí cruzar el recinto en silencio. Me acerqué a Danna Arlen y permanecí a su lado.
—¿Te gusta? —preguntó ella al cabo de un rato. No pareció molestarle mi presencia.
—Es buenísimo —respondí con genuino asombro.
Estaba dando los últimos retoques a un dibujo realizado totalmente con bolígrafo negro. En primer plano había dos flores (que en mi cabeza eran blancas) y detrás, una doncella con un vestido muy ornamentado, un tocado elaborado y una mano extendida hacia las flores. Era una princesa. Tenía que serlo.
—Usted podría dedicarse a esto —dije sin quitar la vista del dibujo. La profundidad generada por las flores en primer plano y el brazo en perspectiva eran asombrosas.
—Gracias —dijo.
—Lo digo de verdad.
Danna dio la vuelta a la página del cuaderno y empezó un nuevo dibujo. Los primeros trazos parecían revelar unas montañas a lo lejos.
—¿Te gusta dibujar? —me preguntó.
—No demasiado. —Y tras una pausa agregué—: Me gusta escribir.
En la hoja empezaba a materializarse lo que en efecto era una cadena de montañas, con sus picos nevados e islas de vegetación en la base.
—Eso es muy bueno —me dijo—. ¿Qué escribes?
—Cuentos. De princesas y castillos. Estoy aprendiendo.
Me asustó la facilidad con que había revelado aquello.
—Si escribes a tu edad —reflexionó Danna—, ha de ser lo tuyo. Llegarás lejos, si te esfuerzas.
Siguió dibujando con habilidad. Entre las montañas apareció un castillo. En primer plano, otra vez flores. Parecía que la mujer sentía una predilección especial por las flores; o eran su fuerte y presumía con ellas.
Me quedé pensando. Me había olvidado de Billy y de la lectora de microfilmes. El zumbido suave del motor que hacía correr la cinta fue el único sonido audible durante los siguientes minutos.
Llegarás lejos…
En el centro del dibujo comenzó a tomar forma el cuerpo de una princesa.
… si te esfuerzas.
Con el rabillo del ojo capté un movimiento frenético. Me volví sutilmente y allí estaba Billy, agitando los brazos como las aspas de un molino, los ojos bien abiertos. El dibujo estaba casi terminado y yo quería ver su conclusión, pero me aparté y fui hacia donde estaba mi amigo, que me observaba con la mirada triunfal de un arqueólogo que acaba de desenterrar un hueso antiquísimo.
—Lee —me dijo—. No vas a creerlo.
Leí el artículo en voz baja.
Carnival Falls, 14 de mayo de 1981
Portada del Carnival News
EMPRESARIO DETENIDO POR EL ASESINATO DE SU ESPOSA
El hecho ocurrió ayer por la tarde en la casa de la familia French, en Riverside Road, en un confuso episodio con muchos interrogantes. Marvin French, de cincuenta y siete años, un empresario farmacéutico retirado, fue detenido por la policía local para ser trasladado a una cárcel del condado. El comisario Nichols brindó una breve conferencia de prensa en la que explicó las circunstancias de la detención.
Una llamada al 911 recibida a las 16.47 del miércoles alertó a la policía, que llegó a la residencia del empresario apenas diez minutos después. El cuerpo sin vida de Sophia French fue hallado en el interior de la piscina vacía, con múltiples fracturas y un traumatismo craneal que sería la causa de la muerte. Según el comisario Nichols, la mujer ya había fallecido cuando la policía llegó al lugar. El comisario precisó: «Tenemos pruebas concluyentes para considerar este incidente como un asesinato y proceder de inmediato con la detención del señor Marvin French como autor material. Eso hemos hecho. Por el momento no podemos revelar la naturaleza de estas pruebas».
Durante el día de ayer, algunas personas se acercaron a la comisaría para manifestar su repudio ante el crimen, entre ellos varios exempleados de French que no dudaron en tacharlo de explotador y una mala persona. Solo unos pocos amigos de la familia se mostraron profundamente conmocionados y sorprendidos. Entre estos últimos se hallaba Philip Banks, quien…
¿Banks?
Alcé la vista.
—¿Has terminado? —preguntó Billy.
Señalé con el dedo hasta donde había leído.
—Es suficiente —dijo.
Hizo girar la perilla de avance de la máquina y una serie de páginas proyectadas desfilaron a bastante velocidad. Finalmente se detuvieron en un artículo del día siguiente.
—Sigue leyendo…
Carnival Falls, 15 de mayo de 1981
Portada del Carnival News
MARVIN FRENCH CONFIESA:
«¡YO LA MATÉ!»
Sorprendentes declaraciones del empresario farmacéutico que ayer fuera detenido en su casa por el asesinato de su esposa, Sophia Nadine French. Lo dijo antes de ser trasladado a la penitenciaría de Belknap, en Laconia, cuando era introducido en el coche patrulla. El hombre, de cincuenta y siete años, sorprendió a los oficiales cuando alzó la cabeza y comenzó a gritar: «¡Yo la maté! ¡Se lo merecía! Era una puta de mierda», ante un sinnúmero de circunstanciales testigos. La intempestiva reacción fue captada por varias cámaras de televisión y dejó estupefactos a los presentes, entre ellos a su abogado, Joseph Meyer, quien minutos después declaró que la reacción de su cliente era fruto de la presión por haber pasado la noche en un calabozo, y que de ninguna manera se correspondía con la verdad de lo sucedido ni podría utilizarse en un juzgado para probar nada. Recordemos que…
—El señor Meyer era el abogado de Marvin French —dije con incredulidad.
—Allí está la conexión —dijo Billy con suficiencia.
—¿Tú recuerdas algo de esto?
—No, pero teníamos apenas ocho años. ¿Lo ves? El padre adoptivo de Orson mató a su mujer y a él lo devolvieron al orfanato.
—Pobre —musité.
Billy me lanzó una mirada indignada.
—Orson no es ningún santo. Recuerda lo que te dijo en la camioneta abandonada.
—Gracias —refunfuñé—, necesitaba recordarlo en este preciso instante.
Nuestra conversación había hecho que Danna alzara la cabeza dos o tres veces.
—Vámonos, por favor —dije.
En cuanto Billy se puso de pie, Danna se acercó.
—¿Habéis terminado?
—Sí. Muchas gracias por todo.
—Espera. —La mujer fue hasta el escritorio y regresó con una hoja de su cuaderno. Me la tendió—. Esto es para ti.
El gesto me conmovió. Le agradecí el dibujo, que supuse acertadamente me serviría más tarde como fuente de inspiración, y que además conservaría durante mucho tiempo como recordatorio de las palabras de la mujer. El destino hizo que nunca más volviéramos a cruzarnos, aunque sí tuve la suerte de conocer a su futuro marido. La siguiente noticia que tuve de ella, muchos años después, recorrió los periódicos nacionales dando cuenta de una tragedia que tuvo como epicentro la desaparición de su hijo Benjamin. Lo lamenté profundamente.
Billy me obligó a salir de la biblioteca casi a rastras. Se traía algo entre manos. Al principio pensé que no quería que yo volviera a ver el anuncio de la conferencia de Banks, pero cuando empezó a correr a toda velocidad después de haber descendido por las escalinatas, supe que era otra cosa. El periódico local funcionaba en el mismo edificio que la biblioteca pública, y hacia allí se dirigía Billy. Con cada zancada la distancia entre nosotros aumentaba. Durante un instante tuve la descabellada idea de que quería escaparse de mí. Franqueó la puerta del Carnival News a toda carrera, sin haber disminuido el ritmo un instante. Yo me detuve antes de entrar. Necesitaba recuperar el aire.
Lo encontré en el saloncito junto a la recepción donde funcionaba el archivo que administraba la señora Collar. Evidentemente, Billy acababa de decirle algo porque la anciana asentía, me dirigía una rápida mirada y después iba a buscar algo en las estanterías que tenía detrás.
—¿Se puede saber qué buscas ahora?
—El detonante —me respondió un críptico Billy.
—El detonante… —dije poniendo los ojos en blanco.
—Algo tiene que haber pasado para que Orson necesite entrar en la casa de los Meyer. Y creo saber qué.
La señora Collar nos facilitó una pila con los periódicos de las últimas semanas. Nos pidió que tuviésemos cuidado porque eran los que más tarde se encuadernarían.
—Busca en obituarios —dijo Billy—. Marvin French. Empecemos dos semanas antes del robo de Lolita.
Una vez más, Billy estuvo en lo cierto.
Marvin French había muerto en prisión por causas naturales el 8 de mayo, doce días antes del hallazgo del libro en el sótano de la granja. Había un solo obituario de la Asociación cristiana de padrinazgos para jóvenes en el que resaltaban sus generosas contribuciones y su trabajo dentro de la prisión estatal de Concord. Billy estaba eufórico.
La señora Collar nos preguntó si necesitábamos fotocopiar el artículo y al unísono le dijimos que no.
Camino del bosque nos preguntamos cuál sería la relación entre la muerte de Marvin French y la necesidad de Orson de visitar la casa de los Meyer. Lo primero que razonamos fue que, quizá, con la muerte de los French, Orson podría ser el heredero de todo su dinero.
¿Era posible?
Le expliqué a Billy que a veces los procesos de adopción no eran inmediatos, que había períodos de prueba y un sinfín de burocracia que podía llevar años. Era muy probable que Orson no tuviera los derechos de un hijo biológico en el momento de la muerte de su madre adoptiva, cuando regresó a Milton Home. Si hubiese sido así, ¿por qué no reclamar el dinero directamente? Necesitaría un administrador y esperar a la mayoría de edad para disponer de él con total libertad, pero nada más.
De todas maneras, con Billy teníamos la certeza de estar en la dirección correcta. Joseph Meyer había sido el abogado de Marvin French; era lógico suponer que cualquier documentación legal se la hubiera entregado a él. Y ya sabíamos cómo funcionaba la memoria de Joseph en esos años, cuando el Alzheimer empezaba a hacer de las suyas. Hablábamos precisamente de esto con Billy cuando recordé una frase de Orson durante nuestro encuentro en la camioneta abandonada.
«Confían en ti. Eres de la absoluta confianza de Collette Meyer y de ese viejo al que le encanta quedarse en casa todo el día».
¡Orson no sabía que Joseph tenía Alzheimer! Por eso estaba tan desesperado por entrar en la casa de los Meyer, porque en cuanto las autoridades notificaran a Joseph la muerte de su cliente, algo iba a suceder.
Y para aquel entonces ya imaginábamos qué documento legal podía estar en manos del abogado de Marvin French, y que Orson podría estar interesado en destruir.
Un testamento.