22

Llegué a casa de Billy sin previo aviso, a primera hora de la mañana. Encontré a la señora Pompeo en la puerta de la calle, caminando despacio a causa del sobrepeso que a su edad empezaba a convertirse en una complicación. Se apoyaba parcialmente en el carrito de la compra.

—Hola, Sam —dijo cuando me vio.

—Hola.

Se detuvo.

—¿Te sientes bien?

—Sí, muy bien.

—No tienes buen aspecto. Billy está tomando su desayuno. Si vais al bosque, recuérdale que lleve sus bocadillos. Están en la nevera.

—Se lo recordaré, no se preocupe.

—¿De veras estás bien?

—De veras.

—Dale saludos a Amanda de mi parte.

La casa estaba en silencio. En la sala me recibió la acostumbrada multitud de Pompeos sonrientes —cuadros en las paredes, portarretratos en los estantes y en las mesitas decorativas—; la vida de los cuatro hermanos de Billy, ya casados y con sus respectivas familias, podía seguirse con precisión a través de aquellas fotografías. En una de las paredes estaba la serie especial de Billy, con su atuendo de marinerito y la sonrisa forzada, que anualmente le tomaba el señor Pasteur por pedido expreso de la señora Pompeo. Me acerqué a la última, que veía por primera vez, y no pude evitar sonreír ante las facciones tensas de mi amigo. Era asombroso cómo la sonrisa, que en las primeras fotografías era de auténtica felicidad, se convertía en las últimas en una mueca dolorosa.

Un grito llegó desde la cocina.

—¡¿Estás viendo la nueva fotografía?!

—¡No! ¿Cómo sabes que estoy aquí?

—Te he visto por la ventana.

No respondí.

—¡Deja de mirarla!

—¡No la estaba mirando! Pero ahora sí. Estás muy mono.

En la cocina encontré a Billy frente a un tazón de cereales intacto. Cuando me senté en la mesa frente a él, lo arrastró hasta mi lugar.

—Supongo que no has desayunado —me dijo.

—No.

—¿Qué te sucede? —Billy advirtió de inmediato que algo no andaba bien.

Le conté el incidente de la noche anterior. Hablar de lo sucedido me ayudó a descargar parte de la tensión, aunque constituyera violar una de las órdenes expresas de Orson.

A medida que avanzaba en el relato, los ojos de Billy, que ya de por sí no estaban demasiado abiertos, se fueron cerrando hasta convertirse en dos ranuras. Cuando se lo conté todo, esperé en silencio a que me dijera algo, pero su mente no funcionaba tan rápido a esas horas de la mañana.

—¿Y?

—Por lo menos nos ha dicho lo que quiere —meditó Billy en voz alta—. ¿Me dices que él no conoce a los Meyer para nada?

—No, que yo sepa.

—Lo primero que harás será decirle que dentro de una semana podrá entrar a la casa, que el señor Meyer tiene consulta con el médico o algo así. Con eso se quedará tranquilo y pensará que todo marcha como él piensa. Y eso nos dará tiempo para averiguar qué hay detrás de ese extraño pedido.

Sabía cuál sería la reacción de mi amigo, pero yo tenía otros planes.

—Billy, te lo he contado porque eres mi amigo y necesitaba hablar con alguien, pero no voy a hacer nada.

—¿Qué?

—Tú no lo has visto —dije con la mirada puesta en los copos de cereal que se hinchaban en la leche—. Nunca había visto a Orson así. A nadie, en realidad. Sus ojos eran los de un chiflado, y le creí todo lo que me dijo. Me asusté muchísimo.

—Eso lo entiendo. —Billy habló en voz baja—. Pero no puedes dejar que se salga con la suya, entiendes eso, ¿verdad, Sam? ¿Le permitirás que requise la casa de los Meyer?

Estaba a punto de llorar.

—Me dijo que ellos no lo notarían —musité.

—Supongamos que así sea. Supongamos por un momento que le permites entrar en la casa de los Meyer y que ellos nunca advierten lo que sea que haga allí, ni nosotros. ¿Crees que ahí terminará todo? Mañana, pasado mañana o el mes próximo te amenazará otra vez, a ti o a alguien de la casa.

—¿Dices que debería hablar con Amanda? No he hecho más que pensar en eso toda la noche. ¿Recuerdas la historia que Tweety me contó, la del celador al que le robaron la cajetilla de cigarrillos en Milton Home?

—Sí, la recuerdo. No creo que hablar con Amanda sea una buena idea. Por lo menos, no ahora. Es cierto que ella es como tu madre y al final es muy probable que te crea a ti. Lo que me preocupa es lo que Orson pueda hacer mientras tanto.

—Mejor no meterse con él, Billy. Si lo hubieras visto estarías de acuerdo conmigo.

—No sé. Antes de hablar con Amanda me parece que tendríamos que tomar algunas precauciones. Por lo pronto, podrías preguntarle a los Meyer si ellos conocen a Orson.

Lo pensé un segundo. No era mala idea y no parecía que pudiera empeorar las cosas.

—¿Vas a comerte los cereales? —preguntó Billy—. Me ha dado hambre.

Se los devolví. Tenía el estómago cerrado.