II

Detrás de los edificios Orchid hay un callejón estrecho que se usa fundamentalmente como aparcamiento para los coches de los ejecutivos y trabajadores del edificio. Al final del callejón está el bar de Finnegan.

Mike Finnegan era un viejo amigo que me resultaba muy útil, puesto que conocía a todos los criminales y estafadores de Orchid City, y estaba al tanto de cualquier actividad —honesta o deshonesta— que se estuviera cocinando. Unos años atrás lo había ayudado a salir del paso en una discusión que tuvo con tres matones que querían arrancarle los ojos con una botella de whisky rota. Finnegan estaba convencido de que sin mi ayuda habría perdido la vista y me daba constantes (y comprometedoras) muestras de gratitud.

Además de ser una fuente inagotable de información, el bar de Finnegan era un excelente lugar de encuentro tras la jornada de trabajo. Sabía que encontraría a Kerman allí, de modo que aparqué mi Buick y entré con Paula.

Eran poco más de las once y solo quedaban unos pocos pobres diablos apoyados en la barra. Jack Kerman estaba en una esquina, sentado en un mesa y leyendo el periódico con una botella de whisky al alcance de la mano. Levantó la cabeza y nos saludó.

Cuando cruzamos el salón levanté una mano en dirección a Finnegan, que me ofreció una amplia sonrisa; desde luego nunca ganaría un concurso de belleza. Tenía la complexión de un gorila y un rostro feo y chistoso, machacado a golpes y cosido a cicatrices. Era una cruce entre King Kong y un furgón de carga de diez toneladas.

Kerman se puso de pie y le dedicó a Paula una reverencia artificial.

—Jamás creí que te vería en un tugurio como este. No me lo digas: te has dejado la amargura y la represión olvidadas en la caja fuerte de la oficina.

—Déjalo, Jack —dije, sentándome—. Antes de que te suelte el rollo, ¿tienes algo para mí?

Finnegan apareció antes de que Kerman pudiera abrir la boca.

—Buenas noches, señor Malloy. Buenas noches, señora.

Paula le sonrió.

—Tráeme otro vaso, Mike —pedí—. Ayudaré a Kerman con este whisky.

Busqué a Paula con la mirada.

—¿Quieres café?

Asintió con la cabeza.

—Y un café para la señorita Bensinger.

Cuando Finnegan nos hubo traído el vaso y el café, incité a Kerman:

—Suéltalo.

—Vi a Joan Parmetta —dijo Kerman, con los ojos en blanco—. Muy… exuberante. —Dibujó unas curvas femeninas con las manos—. De no ser por las continuas interrupciones de su mayordomo, podríamos haber empezado una hermosa amistad. —Suspiró—. Me pregunto qué tengo que las atrae tanto.

—La falta de cerebro —le aclaró Paula—. A las chicas nos encanta enseñar.

—Venga, dejadlo ya —ordené, enfadado.

Kerman se levantó ligeramente de la silla y estiró la mano hacia la botella de whisky.

—Olvidemos su aspecto. ¿Qué dijo sobre Janet?

Kerman volvió a sentarse sin quitar la vista de Paula.

—Dijo que nada la sorprendió más que enterarse de que Janet había muerto de un paro cardíaco. Dos días antes de que falleciera, jugaron al tenis juntas y Janet la destrozó en la pista. ¿Os parece que una persona con problemas cardíacos podría hacer algo así?

—¿Algo más?

—Le pregunté sobre ese tío, Sherrill. No está en la ciudad. Joan Parmetta me dijo que Janet estaba perdidamente enamorada de Sherrill. Se veían mucho. Pero una semana antes de la muerte de Macdonald Crosby, Sherrill dejó de ir a casa de Janet y rompieron sin razón aparente. Ni siquiera le dieron explicación alguna a Joan, que era amiga íntima de Janet. Aun así, llegó a saber algo: Janet le dijo que habían tenido un desacuerdo sobre un asunto acerca del cual no pensaba decir nada.

—¿Te dijo qué clase de hombre es Sherrill?

Kerman se encogió de hombros.

—Solo lo vio un par de veces. Dijo que era guapo, que no sabía a qué se dedicaba, ni si tenía o no tenía dinero. Tiene una pequeña casa en la avenida Rossmore, humilde pero linda; se hace cargo de su cuidado una chica china. —Kerman lanzó un beso al cielorraso—. Guapa, también. Sin embargo, no pude sacarle gran cosa. No sabe cuándo volverá Sherrill. El tío vive bien, probablemente gane buena pasta. En la cochera había un Cadillac del tamaño de un acorazado y el jardín tiene pinta de haber costado mucho dinero. Tiene una piscina, también; las típicas extravagancias de los exitosos a escala pequeña, pero agradable.

—¿Eso es todo?

Kerman asintió con la cabeza.

Le informé brevemente sobre Eudora Drew, el muchachote, el asesinato y mi reunión con Brandon. Al escuchar, sus ojos se fueron abriendo más y más. Al cabo de un rato se olvidó de su trago.

—¡Por el amor de Dios! —estalló en cuanto terminé—. ¡Vaya día! ¿Qué hacemos? ¿Abandonamos y seguimos como si no hubiera pasado nada?

—No lo sé —dije, sirviéndome otro trago—. Tendríamos que devolver el dinero, y para eso, deberíamos averiguar quiénes son los herederos de Janet. Supongo que tendría abogados que se encargaban de sus asuntos. Tal vez podamos acceder al testamento de Crosby; y quiero ver el de Janet también, para comprobar si le dejó dinero a Eudora. Si no es así, ¿de dónde sacaba Eudora su dinero? No estoy diciendo que sigamos adelante ni que nos retiremos, solo que avancemos la investigación un poco más y decidamos según lo que descubramos. Tendremos que andarnos con mucho cuidado: Brandon podría hacernos la vida imposible.

—Si devolvemos el dinero, el caso estará cerrado —dijo Paula—. No tiene sentido trabajar por nada.

—Lo sé —dije—. De todos modos, me interesa todo este entuerto. Y además, no me gusta que Brandon me dé órdenes. —Terminé mi trago y me recosté sobre la silla—. Vale, pues será mejor que lo dejemos por hoy. No me vendría mal dormir un poco.

Kerman estiró las piernas y los brazos, bostezó y se puso de pie.

—Acabo de recordarlo: mañana por la mañana tengo que llevar a los chicos de Hofflin a Hollywood —dijo, sonriendo con una mueca—. Una visita guiada por los estudios de la Paramount. Si no fuera porque tengo la oportunidad de ver a Dot Lamour, me iría bien lejos. Esos tres demonios me ponen enfermo.

—De acuerdo —dije—. ¿Estarás de regreso pasado mañana?

—Si sigo de una pieza, eso creo.

—Para ese entonces ya tendré decidido lo que haremos. Si seguimos adelante tendremos que movernos muy rápido. Esperadme un momento, quiero hablar con Mike.

Me acerqué a la barra, donde Finnegan lustraba copas sin demasiado interés. Un viejo y su rubia se estaban yendo. La rubia me miró por debajo de sus largas pestañas y me guiñó un ojo. Yo le devolví el gesto. Cuando ya no podían oírme me incliné sobre la barra.

—Me ha estado siguiendo un tipo, Mike. Grande, con aspecto de boxeador, orejas y nariz cuadradas. Lleva un sombrero color beige con un lazo alrededor. Fuma puros y parece lo bastante duro como para comer clavos oxidados. ¿Lo has visto alguna vez?

Mike frotó un vaso, lo levantó en dirección a la luz y lo miró con los ojos entrecerrados. Luego lo posó, con sumo cuidado, en un estante.

—Debe de ser Benny Dwan. Si huele a ajo seguro que es él.

—Nunca lo tuve tan cerca. ¿Quién es Benny Dwan?

Mike cogió otro vaso, lo enjuagó debajo del grifo y empezó a frotarlo. A la hora de responder preguntas a veces llegaba a ser irritantemente lento. No lo hacía por ninguna razón de peso, simplemente era su modo de hacer las cosas.

—Es duro —admitió, mirando con los ojos entrecerrados el vaso, para acto seguido lustrarlo un poco más—. Trabaja en la clínica Salzer. Antes de trabajar con Salzer se dedicaba al juego. Estuvo en chirona durante cinco años cumpliendo una condena por robo con violencia. Eso fue en 1938. Se supone que se ha reformado, pero dudo mucho que sea cierto.

—¿Qué hace en la clínica de Salzer?

Mike se encogió de hombros.

—Trabajillos. Lava los coches, cuida el jardín… cosas de esas.

—Esto es importante, Mike. Si Dwan es el tipo que busco, es posible que haya asesinado a alguien.

Mike apretó los labios y lanzó un imperceptible silbido.

—Pues creo que es él. He visto ese sombrero.

Volví a describirlo cuidadosa y detalladamente.

—Sí —confirmó Mike—. Tiene que ser él. Siempre fuma puros y tiene la nariz achatada.

Me sentía ligeramente excitado.

—Pues muchas gracias, Mike.

Volví con Paula y Kerman, que me esperaban al fondo del pasillo.

—Mike ha identificado a nuestro muchachote —les dije—. Es un tipo llamado Benny Dwan. Y ¿sabéis qué? Trabaja para Salzer.

—Tu capacidad detectivesca no deja de sorprenderme —dijo Kerman sonriendo—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Contárselo a Mifflin —decidí—. Espera un segundo.

En el cuartel de la policía me dijeron que Mifflin ya se había ido a casa, así que busqué su número de teléfono en la guía y lo llamé. Después de una breve espera, la exasperada voz de Mifflin resonó en la línea.

—Habla Malloy —le dije—. Discúlpame por llamar tan tarde, pero estoy seguro de que puedo identificar al tipo que se cargó a Eudora Drew.

—¿Estás seguro? —La voz de Mifflin cobró vida—. Muy bien. ¿Quién es?

—Benny Dwan. Y escucha esto, Tim: trabaja para Salzer. Si vas ahora a la clínica puede que lo pilles desprevenido.

Se hizo un silencio largo y pesado. Esperé, sonriendo de solo imaginar la cara de Mifflin.

—¿Salzer? —dijo por fin. Su voz sonaba como si tuviera la boca llena de patatas.

—Exacto, el amiguito de Brandon.

—¿Estás seguro de lo que dices?

—Totalmente. De todos modos, tanto Paula como yo lo identificaremos con gusto.

—¿Lo harás? —Había indecisión en su voz.

—Claro. Es posible que Salzer se moleste, pero ¿a quién (aparte de Brandon) le importa?

—¡Demonios! —exclamó Mifflin—. Tendré que hablar con Brandon; no quiero seguir envuelto en todo esto.

—Ve y habla con él. Asegúrate de decirle que llamaré al editor del Herald para contarle mi historia. No quiero que Dwan se me escape solo porque Brandon no quiere que sus amigos se enfaden.

—¡No te atrevas a hacer eso! —chilló Mifflin—. Escúchame, Vic, por el amor de Dios, no hagas el tonto con la prensa. Brandon no lo tolera.

—Pues es una pena, porque es precisamente lo que haré. Díselo, y atrapa a Dwan a menos que quieras que la prensa te atrape a ti. Hasta luego, Tim.

Cuando colgué, todavía berreaba.

Paula y Kerman se habían acercado a la cabina y habían escuchado toda la conversación.

—¿Lo hiciste enfadar? —preguntó Kerman, frotándose las manos.

—Se puso un poco histérico. No le hace gracia que Salzer se enfade.

Marqué un número, esperé y cuando por fin una voz de hombre anunció que me había comunicado con el Herald, pedí que me pusieran con el encargado de la edición nocturna.

Contarle la historia entera me llevó unos dos minutos. La recibió como un muerto de hambre recibiría un almuerzo de cinco platos.

—Salzer está malcriando a Brandon —le expliqué—. No me sorprendería que tratara de silenciar todo este asunto.

—Si lo logra, no será gracias a mí —masculló entre tenebrosas risas la voz del editor—. Gracias, Malloy. Llevaba tiempo buscando un palo lo suficientemente gordo para golpear a esa rata.

Colgué y salí de la cabina.

—Algo me dice que he iniciado un pequeño escándalo —anuncié—. Si no me equivoco, Brandon no dormirá demasiado bien esta noche.

—Pues qué pena —lamentó Kerman.