A primera vista —y a segunda, dicho sea de paso— la señora Martha Bendix, directora ejecutiva de la Agencia Doméstica Bendix, podía ser fácilmente confundida con un hombre. Era alta, ancha de hombros y llevaba el cabello corto. Vestía camisa de hombre, americana y corbata, pero cuando se levantaba del escritorio dejaba a la vista, para gran sorpresa de los presentes, una falda de tweed, medias de seda y zapatos bajos de piel.
Era muy campechana, y, si no procurabas mantenerte fuera de su alcance, acostumbraba a golpearte violentamente en la espalda con tal fuerza que quedabas mareado durante dos o tres horas. También tenía una risa estruendosa como la detonación de una escopeta del calibre 12; si te pillaba distraído, te hacía saltar en tu sitio. No era una chica con la que podría llegar a convivir; era un alma generosa y de buen corazón, mucho más interesada en las rubias un poco frágiles que en un tío grande como yo.
Una chica con cara de conejo tímido me hizo pasar a la oficina color verde y crema de Bendix, y a continuación se apartó de mí como si estuviera lleno de malas intenciones. Al hacerlo, le dirigió a la señora Bendix una breve sonrisa que bien podía significar algo o no significar nada, dependiendo del estado mental de los presentes.
—Adelante, Vic —retumbó la voz de Bendix desde el otro lado de un escritorio lleno de basura—. Siéntate. Cuántos días sin verte. ¿Qué has estado haciendo?
Me senté y le sonreí.
—De todo un poco. Mantengo los lobos alejados de la puerta. Necesito un poco de ayuda, Martha. ¿Has hecho negocios con los Crosby?
—Llevo mucho tiempo sin trabajar con ellos.
Se inclinó para coger una botella de whisky, dos vasos y media docena de granos de café.
—El mío hazlo ligero —prosiguió—. No quiero escandalizar a Mary. Ella no aprueba que beba en horas de oficina.
—¿Quién es Mary, la de los dientes de conejo?
—No te preocupes por los dientes, no va a morderte. —Le puse un vaso lleno de whisky y tres de los granos de café—. ¿Te refieres a los Crosby de Foothill Boulevard?
Le contesté que sí, que me refería a los Crosby de Foothill Boulevard.
—Hice un trabajo para ellos, hace unos seis meses. Les conseguí la totalidad de su personal, pero cuando Janet Crosby murió, quitaron a todos los trabajadores que coloqué y contrataron gente nueva. La nueva gente no tiene nada que ver conmigo.
Probé el whisky. Era suave, sedoso, y bajaba por mi garganta con autoridad.
—¿Quieres decir que despidió a todo el mundo?
—Eso es lo que estoy diciendo.
—¿Qué pasó con ellos?
—Los coloqué en otra parte.
Me quedé rumiando esa información.
—Mira, Martha, esto queda entre tú, yo y los granos de café. Estoy tratando de investigar la muerte de Janet. Me han pasado una información que podría valer la pena investigar. No me cuadra totalmente la idea de que muriera por un paro cardíaco y por eso me gustaría hablar al respecto con algunos de los antiguos empleados. Es posible que hayan visto algo. El mayordomo, por ejemplo. ¿Quién era?
—John Stevens —respondió la señora Bendix tras pensarlo un momento. Luego terminó su bebida, se metió tres granos de café en la boca, apartó de su vista las copas y el whisky y hundió el pulgar en el timbre de su escritorio. La chica con cara de conejo apareció al instante.
—¿Dónde está trabajando John Stevens ahora, cariño?
La conejita dijo que iba a averiguarlo. Al cabo de unos minutos regresó e informó de que Stevens trabajaba para Gregory Wainwright en la avenida Jefferson de Hillside.
—¿Qué me dices de la asistenta personal de Janet? ¿Dónde está ahora? —pregunté.
Con un gesto de la mano, la señora Bendix le indicó a la chica con cara de conejo que se fuera. Cuando estuvimos solos, bramó:
—¿Esa perra? Creo que está sin trabajo. Yo no le daría un puesto ni aunque se arrodillase ante mí.
—¿Qué pasó con ella? —le pregunté, empujando mi vaso vacío hacia delante con deseos de verlo lleno—. Sé amable, Martha. Un solo trago no es nada para los chicos grandes y fuertes como tú y yo.
Bendix rió por lo bajo, alzó de nuevo la botella y sirvió.
—¿Qué pasó con ella? —repetí, después de chocar mi copa con la suya.
—Esa tía no vale nada —dijo la señora Bendix, frunciendo el ceño—. Es una maldita perezosa.
—Sabes de qué hablamos, ¿verdad? Estoy preguntándote sobre la asistenta personal de Janet Crosby.
—Yo también —asintió la señora Bendix, llevándose otros tres granos de café a la boca—. Se llama Eudora Drew. Está fuera de sí. Yo quería una buena asistenta personal para la señora de Randolph Playfair. Me tomé la molestia de ponerme en contacto con Drew para decirle que podía conseguirle ese trabajo. ¿Sabes cuál fue su respuesta? Que me fuera al carajo. Bonita manera de hablar, ¿no crees? Me dijo que no iba a trabajar nunca más y que, ya puestos, además de al carajo me fuera a tomar por culo. —Bendix reflexionó sobre el insulto—. Hubo un tiempo en que pensé que era una buena chica. Inteligente. Eso demuestra que no puedes confiar en nadie, lo mejor es usar y exprimir a los trabajadores y luego tirarlos, ¿no es cierto? Apuesto a que está viviendo a costa de alguien. Tiene una casa en Coral Gables, y se pega una buena vida.
—¿En qué parte de Coral Gables?
—En la avenida Monte Verde. ¿Te interesa?
—Puede ser. ¿Qué pasó con el resto del personal?
—Los reubiqué a todos. Puedo darte sus direcciones, si quieres.
Me terminé la bebida.
—Si las necesitara ya te lo haría saber. ¿Cuánto tiempo pasó desde la muerte de Janet hasta que se quitaron de encima a esta Drew?
—Fue al día siguiente. Todo el personal tuvo que irse antes del funeral.
Me comí un grano de café.
—¿Explicaron el motivo de su decisión?
—Maureen Crosby se fue un par de meses y cerraron la casa.
—No es costumbre despedir a todo el personal cuando se deja una casa solo un par de meses, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
—Dime más sobre esta chica, Drew.
—¿Qué quieres saber? —dijo la señora Bendix, suspirando—. Y dame esa copa, a menos que quieras otro trago.
Decliné el ofrecimiento y me la quedé mirando mientras ocultaba el whisky y los dos vasos. Luego volvió a hundir su pulgar en el timbre y la chica con cara de conejo entró y le regaló otra tímida sonrisa.
—Búscame la ficha de Eudora Drew, cariño —dijo la señora Bendix—. Quiero echarle un vistazo.
La chica con cara de conejo regresó con una tarjeta minutos después y se la entregó a la señora Bendix con actitud idéntica a la que hubiera adoptado una admiradora de Frank Sinatra al entregarle un ramillete.
Cuando se hubo marchado, Bendix dijo:
—No sé si esto es lo que buscas. Edad: veintiocho. Dirección: calle Kelsie número 2243, en Carmel. Tres años con la señora Franklin Lambert. Excelentes referencias. Asistenta personal de Janet Crosby a partir de julio de 1943. ¿Te sirve esto?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Podría ser. Creo que será mejor que vaya a hablar con ella. ¿Qué te hace pensar que está viviendo a expensas de un hombre?
—¿De qué otro modo conseguiría dinero? Ya no está trabajando. O es un hombre, o… varios hombres.
—Janet Crosby podría haber dejado un legado.
Bendix levantó sus pobladas cejas.
—No había pensado en eso. Es posible, por supuesto. Sí, ahora que lo pienso, esa podría ser la respuesta.
—Bueno, está bien —la corté, levantándome—. Gracias por el trago. Ven a vernos tú también alguna vez; tenemos bebidas.
—Ni lo sueñes. Esa chica, Bensinger, no me soporta. Lo puedo ver en sus ojos.
Sonreí.
—Tampoco me soporta a mí, pero si yo no permito que eso me preocupe, a ti tampoco debería preocuparte.
—No me preocupa. Y no te engañes, Vic. Esa chica está enamorada de ti.
Sopesé sus palabras y luego sacudí la cabeza.
—Te equivocas, no está enamorada de nadie. No es de las que se enamoran.
Bendix frunció los labios e hizo un ruido fuerte y grosero.