6

Un elemento de mucho cuidado

Muy pronto se estableció una rutina fija para todos los días.

El trabajo que tenía asignado por las mañanas consistía en encender las chimeneas de la planta baja e ir a buscar agua al arroyo, y cada dos días me tocaba poner en marcha todas las chimeneas de la casa a fin de evitar la humedad excesiva. Mientras prendía el fuego, tenía orden de abrir la ventana diez minutos para airear la habitación. Primero debía limpiar cada chimenea, lo que me obligaba a bajar y subir la escalera tantas veces que, cuando terminaba el trabajo, no podía por menos de sentirme satisfecho. La peor de todas era la del desván, por supuesto, por lo que solía encenderla antes que las demás, cuando todavía no me flaqueaban las piernas.

El desván era realmente espacioso, la habitación más grande de la casa. Disponía de una única ventana, un enorme tragaluz en el tejado; la estancia estaba vacía, pues tan sólo había un gran escritorio de caoba, cerrado con llave; en la plancha de bronce que rodeaba la cerradura tenía grabado un pentáculo, es decir, una estrella de cinco puntas encerrada en tres círculos concéntricos. Yo sabía que esas estrellas protegían a los magos cuando convocaban a los demonios, y me hubiera gustado conocer la razón de que aquel dibujo figurase ahí.

El escritorio era lujoso en extremo y me dio por pensar qué guardaría dentro y por qué el Espectro no lo trasladaba a su despacho, un lugar mucho más adecuado para semejante mueble. No me decidí nunca a preguntarle por aquel escritorio y, cuando finalmente hablamos de él, ya era demasiado tarde.

Después de ventilar el desván, continuaba con mi trabajo, cada vez bajando un piso. Los tres dormitorios situados directamente debajo del desván no estaban amueblados; dos de ellos daban a la fachada de la casa y uno a la parte trasera. Éste era el peor y el más oscuro de toda la casa, ya que sólo tenía una ventana y, además, se encaraba al acantilado. Cuando levantaba la ventana de guillotina y me asomaba a mirar, tenía tan cerca la húmeda roca que casi la tocaba con las manos. Precisamente, en esa peña había un saliente del que partía un camino que se dirigía hacia lo alto, de forma que parecía posible salir por la ventana y recorrerlo. Aunque no era tan tonto como para pretender intentarlo, ya que al más mínimo resbalón me habría estrellado contra las losas.

Después de encender las chimeneas, servía la infusión a Meg y repasaba los verbos latinos hasta la hora de desayunar, que lo tomábamos mucho más tarde que en Chipenden. Seguían después las clases a lo largo de gran parte del día, aunque a última hora de la tarde salía a dar un corto paseo con el Espectro, no más de veinte minutos colina abajo hasta el pie de la garganta, en el punto donde se abría a las laderas más bajas del páramo. Pese al duro trabajo que entrañaba el cuidado de las chimeneas, hacía mucho más ejercicio en Chipenden, y eso me inquietó. El aire me parecía más frío cada mañana y, según me anunció el señor Gregory, no tardarían en llegar las primeras nieves.

Una mañana mi maestro se marchó a Adlington a visitar a su hermano Andrew, el cerrajero. Al preguntarle si podía acompañarlo, me respondió:

—No, muchacho, alguien tiene que quedarse para vigilar a Meg. Además, tengo cosas que hablar con Andrew; cosas de familia que son privadas. Aparte, debo ponerlo al corriente de todo lo ocurrido…

Supuse que, con aquellas palabras, se refería a que deseaba informar a su hermano de lo que nos había ocurrido en Priestown, cuando él estuvo a punto de morir quemado a manos del Inquisidor. Así que regresamos a Chipenden, el Espectro había enviado una carta a Adlington diciéndole a su hermano que estaba bien, pero era probable que ahora quisiera darle más detalles al respecto.

Me disgustaba que prescindiera de mí, ya que tenía muchísimas ganas de saber cómo estaba Alice, pero no me quedaba más remedio que obedecer ya que, pese a la infusión, Meg necesitaba vigilancia atenta. Al Espectro le preocupaba sobre todo que ella abandonara la casa y saliera a vagabundear por el exterior, por lo que yo debía asegurarme de que tanto la puerta delantera como la trasera se mantuviesen bien cerradas. Pero Meg hizo algo completamente inesperado…

Era tarde avanzada y yo estaba en el despacho del Espectro pasando en limpio en mi cuaderno los apuntes de una clase. Aproximadamente cada cuarto de hora salía a comprobar si Meg seguía bien. Por lo general la encontraba dormitando delante del fuego, o bien preparando las verduras para la cena. Sin embargo, al ir a verla una vez más, había desaparecido.

Fui corriendo a revisar las puertas, por si acaso, pero ambas seguían cerradas con llave. Después de registrar el salón, me fui escalera arriba. Esperaba hallarla en su dormitorio pero, al llamar a la puerta y no recibir respuesta, la abrí. La habitación estaba vacía.

A medida que subía al último piso me angustiaba, pero al ver que tampoco estaba en el desván, me entró pánico. Entonces inspire profundamente y me dije: «Reflexiona, ¿adonde puede haber ido?».

Sólo quedaba otro sitio y era aquel al que conducían los escalones de la bodega. No parecía probable, sin embargo, que estuviese allí, ya que el Espectro me había dicho que sólo pensar en aquella escalera la llenaba de inquietud. Lo primero que hice, pues, fue inspeccionar el despacho de mi maestro y encaramarme al taburete para rebuscar en lo alto de la estantería. De cualquier forma, Meg no habría podido hacerse con la llave sin que yo lo advirtiera, pero a pesar de todo quise confirmar que seguía en su sitio. Sí, allí estaba. Con un suspiro de alivio, encendí una vela y bajé.

Oí el estruendo de la reja mucho antes de llegar: resonaba ruidosamente propagando el estrépito hasta arriba de todo de la casa. De no haber sido porque esperaba encontrar allí a Meg, habría pensado que de la bodega se había escapado algún ser que pugnaba por salir.

Pero, en efecto, era ella. Se agarraba fuertemente a los barrotes llorando, y a la luz de la vela, observé que sacudía la reja con gran energía. Por el ímpetu que evidenciaba al hacerlo, me quedó patente que era mucha la fuerza que todavía le quedaba.

—Vamos, Meg —le dije con voz suave—, regresemos arriba. Aquí hace frío y hay corriente de aire. Como no tengas cuidado, pillarás un resfriado.

—Aquí abajo hay alguien, Billy. Alguien que necesita ayuda.

—No, aquí abajo no hay nadie —repuse a sabiendas de que le mentía.

Enjaulada en el pozo, estaba su hermana Marcia, la lamia salvaje. ¿Acaso Meg había empezado a recordar?

—Estoy segura de que hay alguien, Billy. No recuerdo su nombre, pero está ahí abajo y me necesita. Abre la reja, por favor, y ayúdame. Déjame bajar y echar una mirada. ¿Por qué no vienes tú también y lo registramos todo con la vela?

—No puedo, Meg. No tengo la llave de la reja. Vamos, te lo pido por favor, vuelve a la cocina…

—¿Sabe John dónde está la llave? —inquirió Meg.

—Tal vez. ¿Por qué no se lo preguntas cuando regrese?

—Sí, Billy, buena idea. Eso haremos.

Me sonrió a través de las lágrimas y me siguió escalera arriba. La llevé a la cocina y la ayudé a sentarse en su mecedora junto al fuego.

—Anda, quédate ahí y entrarás en calor, Meg. Voy a prepararte otra infusión; la necesitas después de soportar la humedad de esa escalera…

Meg ya se había tomado su taza diaria y no quería arriesgarme a que se pusiera enferma. Por eso vertí en la taza tan sólo una pequeña cantidad y le añadí el agua caliente. Me dio las gracias y se la tomó de un trago. Cuando llegó el Espectro, ya estaba dormida.

Al informarle de lo ocurrido, movió la cabeza, preocupado.

—¡Esto no me gusta nada, muchacho! A partir de ahora, todas las mañanas le pondrás en la taza dos centímetros de ese líquido. Preferiría no hacerlo, pero no hay más remedio.

Realmente, estaba muy desanimado; pocas veces lo había visto tan abatido. Pero no tardé en descubrir que no era sólo a causa de Meg.

—Traigo malas noticias, muchacho —me anunció, y se dejó caer pesadamente en una silla junto a la chimenea de la cocina—. Emily Burns ha muerto; lleva más de un mes fría en la tumba.

No supe qué contestarle. Habían pasado muchos años desde la época en que él había vivido con Emily, y más tarde Meg se convirtió en la mujer de su vida. Así pues ¿por qué estaba tan triste?

—Lo siento —farfullé.

—Pero ni la mitad que yo, chico —repuso con aspereza—. Emily fue una buena mujer que tuvo una vida muy dura, pero se esforzó en salir adelante. El mundo será peor ahora que no está ella. A veces, cuando muere el bien, se desata el mal que hasta ese momento se ha mantenido a raya.

Iba a preguntarle a qué se refería con tan misteriosas palabras cuando Meg se agitó un poco y abrió los ojos, de modo que nosotros guardamos silencio y ya no volvimos a hablar de Emily.

Hacía ocho días de nuestra llegada a la casa; esa mañana, al terminar de desayunar y tras apartar el plato, el Espectro dedicó unos cumplidos a Meg a propósito de sus dotes culinarias y luego me dijo:

—Bien, muchacho, creo que ha llegado el momento de ir a ver cómo está la chica. ¿Crees que encontrarás el camino?

Asentí y procuré reprimir una sonrisa demasiado expresiva, pero a los diez minutos ya estaba caminando garganta abajo y, al poco rato, recorría la ladera de la colina a cielo abierto. Me encaminé hacia el norte de Adlington en dirección al Paisaje del Páramo, la granja donde vivía Alice.

Cuando el Espectro decidió trasladarse a su casa de invierno, di por sentado que el tiempo no tardaría en cambiar y, en efecto, cada día hacía un poco más de frío que el anterior. Pero hoy parecía que la situación iba a mejor porque, aunque la mañana era fría y había helado, brillaba el sol, la atmósfera estaba limpia y se divisaba el paisaje a kilómetros de distancia. Era una de esas mañanas en que uno siente el placer de vivir.

Alice debía de haberme visto descendiendo por la ladera porque salió a recibirme a la puerta de la granja. En el mismo lindero que delimitaba la casa había un bosquecillo, que era donde ella me esperaba, a la sombra de unos árboles. Parecía muy triste, por lo que, antes de que tuviésemos ocasión de hablar, ya supe que no era feliz en su nueva casa.

—¡No hay derecho, Tom! El viejo Gregory no me podía encontrar sitio peor que éste. No se vive nada bien con los Hurst.

—¿Tan malo es, Alice?

—Peor que Pendle. Y con eso ya está dicho todo.

Pendle era el lugar donde vivía gran parte de la familia de brujas de Alice. Un lugar que ella odiaba por lo mal que la habían tratado.

—¿Son crueles contigo, Alice? —pregunté, alarmado.

—No. Todavía no me han puesto la mano encima, pero es que me hacen muy poco caso. No he tardado mucho en descubrir por qué están tan callados y se sienten tan desgraciados. Es por culpa de ese hijo suyo… el tal Morgan por quien preguntó el viejo Gregory. Un hombre cruel y mezquino, eso es lo que es; un tipo realmente espantoso. ¿Qué hijo pegaría a su propio padre y le gritaría a su madre hasta hacerla llorar? Ni siquiera se dirige a ellos llamándolos padre y madre. Viejo y vieja es lo mejor que les llama. Le tienen verdadero miedo y mintieron al viejo Gregory porque la verdad es que Morgan viene a menudo. Sus visitas causan espanto. A mí no me hace nada, pero no podré soportar esta situación mucho tiempo. Y si es necesario, de una manera u otra, yo misma le pondré solución.

—No hagas nada todavía —le pedí—. Déjame que hable primero con el Espectro.

—No vayas a figurarte que vendrá corriendo en mi ayuda. Creo que el viejo Gregory lo ha hecho a propósito porque ese hijo de los Hurst es de su misma calaña. Lleva capa, capucha y un cayado. Seguro que le pidió que no me perdiera de vista.

—Él no es un espectro, Alice.

—¿Qué otra cosa puede ser?

—Es un aprendiz fracasado del Espectro y, además, ellos dos no tienen buenas relaciones. ¿Te acuerdas de la última noche en Chipenden en que le llevé aquella carta y se enfureció sobremanera? No tuve ocasión de decírtelo, pero la carta era de Morgan y en ella lo amenazaba; le decía que le devolviera algo que es suyo.

—No por eso deja de ser un elemento de mucho cuidado. Y no sólo visita la casa, sino que algunas noches baja por la ladera de la colina y se acerca hasta el lago. Anoche mismo lo vi. Se queda en la orilla mirando fijamente el agua; a veces se le mueven los labios como si hablara con alguien. Su hermana se ahogó en el lago, ¿verdad? Yo creo que habla con su fantasma. No me sorprendería que él mismo la hubiera ahogado.

—¿Y dices que pega al señor Hurst? —pregunté, ya que era lo que más me había impresionado. Ese hecho me hizo pensar en mi padre y al recordarlo se me hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo era posible que alguien levantase la mano contra su propio padre?

—Sí, sí. Desde que estoy aquí se han peleado dos veces; han sido peleas serias. La primera vez, el señor Hurst quiso sacarlo de casa a empujones y llegaron a las manos. Como Morgan es mucho más joven y más fuerte que él, ya puedes adivinar quien se llevó la peor parte. La segunda vez, se lo llevó a rastras escalera arriba y lo encerró en su habitación. Tendrías que haber oído los gritos del pobre hombre. A mí no me gustó ni pizca y me recordó los tiempos en que yo vivía con mi familia en Pendle. Quizá si le cuentas al viejo Gregory lo mal que lo estoy pasando, me dejará que vaya a vivir contigo.

—No creo que te gustase mucho Anglezarke. La bodega está llena de pozos y el Espectro guarda allí a dos brujas vivas. Una es la hermana de Meg, una lamia salvaje; verla escabullirse por el fondo del pozo asusta de veras. Pero quien más me apena es la misma Meg. Tenías razón al referirte a ella. Vive en la casa con el Espectro, pero hay que darle una pócima todos los días para que no recuerde quién es. Y se pasa más de la mitad del año encerrada en una celda de la bodega. Da pena verla. Sin embargo, el Espectro no tiene más remedio que actuar así. O eso o la mete en un pozo como a su hermana.

—No está bien eso de meter a una bruja en un pozo. Yo nunca lo he aprobado. De cualquier modo, preferiría estar allí contigo que aquí viendo a Morgan casi todos los días. Me siento sola, Tom. ¡Te echo de menos!

—Yo también te echo de menos, Alice, pero de momento no puedo hacer nada. Le explicaré al Espectro lo que hemos hablado y volveré a preguntárselo. Haré todo lo que esté en mi mano, te lo prometo. A propósito, ¿está Morgan ahora? —pregunté indicando la granja con el ademán.

—No. Desde ayer no he vuelto a verlo, pero seguro que no tardará en venir.

No hablamos mucho rato más porque la señora Hurst, la esposa del granjero, apareció en la puerta trasera y llamó a Alice, así que tuvo que dejarme.

Volvió a poner cara triste y levantó la vista al cielo.

—¡Volveré pronto! —le dije cuando ya se iba.

—Sí, Tom, por favor. Pero pídele lo que te he dicho al viejo Gregory. ¡Te lo ruego!

No regresé directamente a la casa del Espectro, sino que trepé por la montaña hasta el páramo para tomar el fresco. Lo que más me llamó la atención fue que la cumbre era plana y el paisaje no era ni de lejos tan bello como en las colinas rocosas que rodeaban Chipenden, ni tampoco el aspecto del campo era tan espectacular como allí.

Tanto al sur como al este, sin embargo, las montañas eran más altas y, un poco más lejos de Anglezarke, se extendían otros paramos. En la zona sur se alzaba la colina Invernal y Rivington, más allá se erguían las colinas del Herrero y, por el este, el páramo de Turton y el de Darwen. Lo sabía porque, antes de partir, estudié los mapas de mi maestro, aunque tuve buen cuidado de volver a plegarlos después. Por lo tanto, tenía formada una idea de la zona. Y como había mucho terreno que explorar, decidí que le pediría un día de permiso para recorrerlo antes de que llegase el invierno de verdad. Creía que no me lo negaría, pues debía tener en cuenta que parte del trabajo de un espectro consiste en conocer la geografía del condado a fin de poder trasladarse con rapidez de un lugar a otro y encontrar el camino más directo para acudir en ayuda de quien lo solicita.

Seguí caminando hasta que vi a distancia una pequeña colina coronada por una especie de cúpula en lo alto del páramo. Parecía construida a propósito y supuse que sería un túmulo, el montículo de una sepultura de algún antiguo mandatario. Justo cuando estaba a punto de marcharme de allí, apareció una figura en el punto más alto del montículo. Llevaba un cayado en la mano izquierda y una capa con capucha echada hacia la cara. ¡Tenía que ser Morgan!

Su aparición fue tan repentina que daba la impresión de que se había materializado a partir de la nada. Pero el sentido común me decía que había subido por la ladera opuesta.

Pero ¿qué hacía allí arriba? Imposible deducirlo. Se había entregado a una especie de danza: se lanzaba en todas direcciones y agitaba los brazos. Después, con gesto súbito, profirió un rugido de rabia y arrojó el cayado al suelo. Estaba furioso, mas ¿contra qué?

Poco después vino de levante un retazo de niebla que lo ocultó, y yo continué caminando porque, por supuesto, no tenía ganas de encontrármelo cara a cara. Y menos teniendo en cuenta su humor.

Después de aquella experiencia no me quedé mucho rato más en los paramos. Además, si volvía en un espacio de tiempo razonable, era más probable que el Espectro me autorizase a visitar de nuevo a Alice. Por otra parte, también tenía ganas de llegar a casa para explicarle todo lo que ella me había contado.

Después de comer le expliqué a mi maestro que había visto a Morgan en lo alto del páramo y todo lo que Alice me había dicho sobre ese individuo.

El Espectro se rascó la barba y suspiró.

—La chica dice la verdad. Morgan es un elemento de mucho cuidado, de eso no hay duda. Se viste como un espectro y algunas personas crédulas se figuran que lo es, pero le falta la disciplina necesaria para desempeñar nuestra profesión. Era un gandul y buscaba siempre el camino fácil. Hace casi dieciocho años que se fue de mi lado y desde entonces no ha hecho nada bueno. Se hace pasar por nigromante y saca dinero a la gente honrada más vulnerable. Traté de evitar que adquiriera malas costumbres, pero es sabido que algunas personas se resisten a que las ayuden.

—¿Nigromante quiere decir mago? —pregunté, ya que no estaba familiarizado con la palabra.

—Sí, esa palabra equivale a mago o hechicero, muchacho, es decir, alguien que practica lo que se llama magia, o bien hace de curandero, pero su especialidad es la nigromancia.

—¿Y qué significa nigromancia? —Jamás le había oído utilizar tal palabra, y pensé que, después de aquella charla, debería anotar muchas cosas en mi cuaderno.

—Ten en cuenta, muchacho, que la palabra nigromancia procede del griego, o sea que deberías estar en condiciones de saber qué quiere decir.

—Bien, nekros significa «cadáver» —repuse, después de un momento de concienzuda reflexión—. Supongo, pues, que tiene que ver con los muertos.

—¡Chico listo! En efecto, es un mago que se sirve de los muertos para que lo ayuden y le transmitan poder.

—¿De qué manera?

—Como bien sabes, los fantasmas y los cadáveres forman parte de nuestra profesión. Pero así como nosotros hablamos con ellos y los encarrilamos, él hace lo contrario, pues se sirve de los muertos. Los utiliza como espías y los alienta a que permanezcan atrapados en la tierra para que lo ayuden en sus propósitos y contribuyan así a que se forre. A veces engaña a los más desgraciados, que son los que sufren.

—Lo que hace es un fraude, entonces.

—No, no engaña a nadie cuando dice que habla con los muertos. No te olvides de esto: Morgan es un hombre peligroso y sus tratos con lo Oscuro le han conferido poderes auténticos pero peligrosos, que debemos temer. También es implacable, capaz de perjudicar a quienquiera que se interponga en su camino. O sea que mantente lejos de él, muchacho.

—¿Por qué no le ha parado nunca los pies? ¿No habría debido castigarlo hace tiempo?

—Es una larga historia… Sí, tal vez debería haberlo hecho, pero no era el momento oportuno. Pronto nos ocuparemos de él. Mientras tanto tú procura mantenerte lejos de su camino… en lugar de decirme qué debo hacer. —Bajé la cabeza, confundido, y mi maestro me dio unos ligeros golpecitos en el brazo—. Vamos, muchacho, no pasa nada; lo estás haciendo bien. Me alegra que pienses por tu cuenta. Y del mismo modo está bien que la chica descubriese a Morgan hablando con el fantasma de su hermana. Para eso precisamente la puse donde la he puesto: para que observara ese tipo de cosas.

—¡Pero no hay derecho! —protesté—. Usted sabía que Alice no sería feliz en esa casa.

—Sabía que no sería un lecho de rosas, muchacho, pero la chica debía pagar por lo que había hecho anteriormente, aparte de que es muy capaz de cuidarse. Con todo, en cuanto nos hayamos librado de Morgan, esa familia será mucho más feliz. Lo primero es encontrarlo.

—Alice asegura que los Hurst le mintieron a usted, porque Morgan visita a menudo la granja.

—¿Ah, sí?

—Me ha dicho que ahora no estaba, pero que se puede presentar en el momento más impensado.

—Bien, quizá por eso habrá que empezar la búsqueda mañana mismo —dijo, pensativo.

Viendo que se prolongaba el silencio, quise cumplir la promesa que había hecho a Alice, pese a saber que la pregunta sería ociosa.

—¿No podría Alice venir a vivir con nosotros? Está atravesando un mal momento y creo que es una crueldad dejarla en aquella casa cuando aquí disponemos de tanto espacio.

—¿Por qué haces una pregunta si conoces la respuesta? —respondió el Espectro mirándome ceñudo—. No seas blando ni dejes que el corazón te gobierne la mente, porque lo Oscuro te derrotará. Recuérdalo, muchacho, porque a lo mejor un día ese proceder te salva la vida. Bastantes brujas tenemos ya aquí.

Así pues, no había más que hablar. Sin embargo, al día siguiente no visitamos la granja de los Hurst porque ocurrió algo que lo cambió todo.