Poniéndome en lo mejor
Pese a que el invierno había sido frío, a las tres semanas de la muerte de Morgan subió la temperatura y se inició el deshielo. Gracias a ello, Shanks pudo servir el primer pedido desde hacía mucho tiempo. Como de costumbre, lo ayudé a descargar la mercancía pero, cuando se marchó, el Espectro lo acompañó durante un buen trecho del camino y vi que sostenían una larga conversación.
Unos días más tarde, poco después del desayuno, Shanks llegó a nuestra casa con un ataúd, cuyo peso hacía tambalearse al poni que lo transportaba. Colaboré en desatarlo y lo depositamos cuidadosamente en el suelo, aunque no era tan pesado como aparentaba, pero sí bastante voluminoso. Yo no había visto en la vida un ataúd tan bien hecho como aquél: disponía de un asa de bronce a cada lado y era de madera oscura y brillante. Sin embargo, no lo metimos en la casa, sino que lo dejamos junto a la puerta trasera.
—¿Para qué es este ataúd? —pregunté al Espectro, mientras Shanks desaparecía a lo lejos.
—A mí me toca saberlo y a ti averiguarlo —dijo al tiempo que se daba unos golpecitos en la nariz—. Piensa un poco y ven a verme cuando lo descubras.
Era la hora de comer cuando se confirmaron mis sospechas.
—Estaré ausente unos días, muchacho. ¿Podrás arreglártelas solo?
Como tenía la boca llena, me limité a asentir con la cabeza y seguí dando cuenta del asado de cordero.
—¿No vas a preguntarme adonde voy?
—¿Asuntos de espectro, tal vez?
—No, muchacho, asuntos de familia. Meg y su hermana se van a su tierra. Embarcarán en Sunderland, pero quiero ocuparme de que no tengan ningún contratiempo en el trayecto.
Sunderland estaba al sur de Heysham y era el puerto más grande del condado. Barcos del mundo entero remontaban el río Lune con intención de anclar en ese puerto. Me dije entonces que había acertado con respecto al ataúd.
—O sea que Marcia viajará dentro de la caja —comenté.
—Has dado en el clavo a la primera, muchacho —repuso el Espectro con una sonrisa—. Gracias a una dosis de infusión suficientemente copiosa, se mantendrá tranquila. Era muy difícil que viajara en condiciones normales, ya que podría perturbar a los pasajeros. En lo que respecta a la información que se le ha dado al capitán del puerto, la hermana de Meg está muerta y ella la traslada a su tierra para enterrarla. Pese a todo, como te he dicho, las acompañaré para cerciorarme de que embarcan sin contratiempos, aunque viajaremos de noche, naturalmente. Nos alojaremos en una hospedería, pero de día Meg no se dejará ver. Me entristece que se vaya, pero es lo mejor.
—Una vez oí que usted hablaba con Meg de un jardín que compartían. ¿Era el de Chipenden?
—Sí, era ese jardín, muchacho. El jardín de poniente, como bien puedes suponer. Hemos pasado más de una hora feliz, sentados en el mismo banco donde a menudo te doy clase.
—¿Qué ocurrió, entonces? ¿Por qué llevó a Meg a Anglezarke y la encerró en la bodega? ¿Y por qué le administró la infusión?
—Lo que ocurrió entre Meg y yo corresponde a nuestros asuntos particulares —me soltó el Espectro dirigiéndome una larga mirada inquisitiva. Como me observaba con semblante realmente ceñudo, comprendí que mi curiosidad me había llevado demasiado lejos. Pero después suspiró, preocupado—. Como bien sabes, Meg sigue siendo una mujer guapa, pero cuando era joven lo era mucho más y provocaba que los hombres se volvieran para mirarla. Yo estaba muy celoso y peleábamos siempre por ese motivo. Pero eso no es todo, ya que era muy obstinada y se creó muchos enemigos en el condado. Los que se le enfrentaron la temían, pero los que se pasaron demasiado tiempo temiéndola se volvieron peligrosos. De manera que al final la acusaron de brujería y la denunciaron al alguacil de Caster. El asunto era grave y enviaron a un policía para detenerla.
—En la casa de Chipenden habría estado a salvo, ¿verdad? El boggart habría impedido que el policía se le acercase.
—Así habría sido, muchacho. Lo habría sacado de en medio al momento. Pero el hombre cumplía con su obligación y, aunque yo amaba a Meg, no quería que la vida de aquel joven agente pesase sobre mi conciencia, o sea que debía asegurarme de que ella desapareciera. Bajé hasta el pueblo, pues, fui a verlo y, gracias a la ayuda del herrero como testigo, me las compuse para convencerlo de que Meg había huido del condado.
»El resultado fue que la traje aquí y se pasó los veranos encerrada bajo llave en la habitación de la bodega y los inviernos sin salir de casa. O se adoptaba esa solución o se columpiaría en el extremo de una cuerda… porque, como tú sabes, en Caster cuelgan a las brujas. Años más tarde, se escapó una vez y aterró a algunos habitantes de la localidad. Para mantenerlos tranquilos, tuve que prometer que la tendría prisionera en una fosa de la bodega. Por eso Shanks se quedó tan impresionado cuando la vio aquella mañana. Bien, de cualquier modo, ahora vuelve por fin a su tierra. Hace años que habría dejado que se fuera, pero no me sentía capaz.
—¿Y ella desea regresar?
—Creo que ha llegado a la conclusión de que es lo mejor. Además, Meg ya no siente por mí lo que yo todavía siento por ella —dijo. Me pareció más viejo y más triste que nunca—. La echaré de menos, muchacho; la echaré mucho de menos. La vida no será igual sin ella. Los inviernos en Anglezarke sólo eran soportables cuando estaba Meg…
Al atardecer observé cómo el Espectro metía a Marcia en el ataúd y, cuando hubo enroscado el último tornillo de cobre, lo ayudé a transportarlo por la pendiente de la garganta. Como pesaba mucho, nos tambaleábamos al tratar de afianzar los pies en el blando y embarrado suelo mientras Meg nos seguía cargada con sus bolsas. Camino adelante y sumidos en un solemne silencio, nos adentramos en la oscuridad del valle asemejándonos al cortejo de un entierro de verdad, tal como yo recordaba.
El Espectro había dispuesto que nos esperase un coche en la carretera. A la luz de la luna los cuatro caballos se inquietaron cuando nos acercamos: dilataban los ollares y formaban una nube de vapor al alentar. El cochero se esforzó en calmarlos y cuando lo consiguió, bajó del coche y, con aire también inquieto, se acercó al señor Gregory y se llevó la mano al gorro con gesto deferente, pero le temblaban los carrillos y parecía que la piel le iba a reventar.
—No tienes nada que temer y, como te he prometido, te pagaré bien. Y ahora ayúdame a levantar esto —le indicó dando un golpecito al ataúd donde estaba encerrada Marcia. Lo colocaron en el portaequipajes trasero del coche y, mientras el cochero lo amarraba con una cuerda, el Espectro observó atentamente cómo lo hacia.
Aprovechando que los dos estaban ocupados, Meg se acercó y me sonrió con tristeza. Al hacerlo, me mostró los dientes.
—Eres un muchacho peligroso, Tom Ward, muy peligroso —dijo, y se me acercó más—. Procura no crearte demasiados enemigos… —No supe muy bien qué responder a aquellas palabras—. ¿Querrás hacerme un favor, muchacho? —me murmuró al oído.
Asentí, algo inquieto.
—No es tan frío como cree todo el mundo —dijo Meg indicando con el gesto a mi maestro—. Cuídalo por mí.
Y yo asentí de nuevo.
Cuando el Espectro se nos aproximó, Meg le sonrió con cordialidad y afecto, lo que me hizo pensar que, en lo más profundo de su ser, todavía sentía algo por él. Después le cogió la mano y se la apretó. Él abrió la boca como si fuera a decir algo, pero no pronunció ni una palabra y, en cambio, le resbalaron unas lágrimas y pareció que se sentía ahogado de emoción.
Sintiéndome cohibido, me di la vuelta y me aparté unos pasos. Se quedaron hablando en voz muy baja un momento y después caminaron juntos hasta el coche. Mientras el cochero mantenía abierta la puerta y le hacía una pequeña reverencia, el Espectro ayudó a Meg a subir. Después él se me acercó.
—Bien, muchacho, en marcha. Vuelve a casa por tu cuenta —me mandó.
—¿No quiere que vaya con usted?
—No, muchacho, pero te lo agradezco. Hay cosas que tengo que hacer solo. Un día, cuando seas mayor, seguro que lo entenderás. Aunque espero que no tengas que pasar nunca por una cosa igual…
Pero yo ya lo había entendido: recordaba haberlo visto con Meg en la cocina con las mejillas cubiertas de lágrimas. Sabía qué sentía. Me imaginaba en el sitio del Espectro teniendo que decir adiós a Alice por última vez. ¿Terminaríamos así Alice y yo?
Enseguida el Espectro subió al coche y, en cuanto tomó asiento al lado de Meg, el cochero hizo restallar el látigo sobre los lomos de los cuatro caballos. El coche se puso en marcha y fue ganando velocidad progresivamente. Se dirigían hacia el norte, a Sunderland, en tanto que yo volvía a desandar lentamente el camino por la garganta en dirección a casa.
En cuanto llegué, me calenté un poco de sopa de guisantes para la cena y me acomodé delante del fuego. No hacía viento y se oían todos los chasquidos y quejidos del viejo caserón: las maderas del suelo al asentarse, un peldaño que crujía, un ratón que se movía detrás del muro… Imaginé incluso que abajo, en la bodega, desde el otro lado de la reja, me llegaban los murmullos de los muertos y de los casi muertos sumidos en sus fosas.
Fue en aquel momento que me apercibí de lo lejos que había llegado. Estaba solo en una casa enorme con una bodega llena de boggarts y brujas, todos prisioneros, y no tenía miedo. Era el aprendiz del Espectro y en primavera terminaría mi primer año de formación. ¡Cuatro años más y yo también me habría convertido en un espectro!