17

Verdades elementales

La escalera era inhóspita y muy fría. Según mis cálculos, volvía a ser de día, y yo tenía hambre y, debido a la sed, me notaba la boca seca.

¿Cuánto tiempo debería pasar aquí abajo antes de que volviera el Espectro? ¿Y si no se había recobrado del todo y no estaba en condiciones de venir? Después me inquieté por Alice. ¿Y si venía a buscarme? Creería que la lamia salvaje seguía encerrada en la bodega, pues no sabía que había subido al desván y que ahora andaba suelta por la casa.

Al final oí ruidos que provenían de la casa, pero no se trataba de piernas que se escabullían, sino de un agradable murmullo de voces humanas y fuertes pisadas que bajaban por la escalera, además de un ruido de algo pesado que era arrastrado escalera abajo. La luz de la vela aleteó en el recodo y me puse de pie.

—¡Bien, Andrew! Parece que no te vamos a necesitar —dijo una voz que identifiqué al momento.

El Espectro se acercó a la reja llevando a rastras a Marcia, fuertemente sujeta con una cadena de plata. Andrew iba a su lado, ya que debía desmontar la cerradura.

—Vamos, muchacho, no te quedes ahí con la boca abierta —me espetó mi maestro—. Abre la reja para que podamos pasar.

Cumplí al instante lo que me ordenaba y quise contarle enseguida lo que había hecho con Meg, pero, al abrir yo la boca para hablar, movió negativamente la cabeza y me puso una mano en el hombro.

—Lo primero es lo primero, muchacho —dijo en un tono de voz que reflejaba amabilidad y comprensión, como si supiera perfectamente cómo había actuado—. Todos hemos pasado por momentos difíciles y tenemos mucho que contarnos. Pero vamos a dejarlo para más tarde. Hay que hacer otras cosas en primer lugar…

Dicho esto, Andrew abrió la marcha sosteniendo en alto la vela y nos dispusimos a bajar la escalera. Al acercarnos a la bruja viva, el hermano de mi maestro se detuvo y la vela que llevaba en la mano osciló.

—Andrew, pásale la vela al chico y ve a esperar al albañil y al herrero —ordenó el Espectro—. Cuando lleguen, les dices que estamos aquí abajo.

Con un suspiro de alivio, Andrew me entregó la vela y, tras asentir a la orden de su hermano, se escabulló escalera arriba. Nosotros seguimos bajando hasta la bodega, de cuyo bajo techo colgaban espesas telarañas. El Espectro se encaminó directamente al pozo de la lamia salvaje, donde los barrotes, muy separados, dejaban espacio suficiente para arrojarla a sus oscuras profundidades. Y eso fue lo que se apresuró a hacer.

—¡El cayado a punto, muchacho! —me ordenó.

Me puse a su lado; sujetaba la vela con la mano derecha, para iluminar a la lamia y el pozo, y el cayado de serbal con la izquierda para empujarla con él hacia el fondo si era necesario.

El Espectro sostuvo a Marcia sobre los barrotes separados y, con una sacudida repentina, desvió la cadena de plata hacia la derecha y le imprimió un rápido movimiento, de tal manera que se desenroscó y la lamia desapareció en la oscuridad exhalando un grito agudo. Él se arrodilló inmediatamente junto al pozo y sujetó la cadena de plata entre los barrotes sobre la abertura que formaban a fin de crear una barrera momentánea que Marcia no pudiera cruzar. Desde las sombras que inundaban el fondo, la bruja nos dirigía airados silbidos, aunque no intentó ascender para escabullirse. Poco después finalizó la tarea.

—Estará aquí prisionera hasta que lleguen el albañil y el herrero —dijo mi maestro mientras se ponía de pie—. Y ahora vamos a ver cómo está Meg…

Se encaminó hacia el pozo en el que yo la había arrojado y lo seguí con la vela en la mano. Al mirar a su interior, movió con pena la cabeza. Estaba tumbada boca arriba y nos miraba con ojos muy abiertos e iracundos pero, como estaba fuertemente sujeta por la cadena, no podía hablar.

—Lo siento —me disculpé—. Lo siento de veras. Yo…

El Espectro levantó la mano para imponerme silencio.

—Guarda tus palabras para más tarde, muchacho. Me hace mucho daño ver lo que veo…

Noté que se le quebraba la voz y capté su expresión de tristeza. Aparté de él la vista al momento. Hubo un largo silencio, pero al final suspiró muy hondo.

—Lo hecho, hecho está —dijo, apesadumbrado—, aunque nunca había pensado que pudiera ocurrir. Después de tantos años… En fin, vamos a ocupamos de la otra…

Regresamos a la escalera y nos acercamos a la bruja viva, Bessy Hill.

—¡Vaya, una buena idea, muchacho! —exclamó el Espectro indicando la barrera de sal y hierro—. Me gusta que utilices tu iniciativa.

Bessy Hill volvió lentamente la cabeza hacia la izquierda y pareció que hablaba consigo misma. El Espectro volvió a mover con pena la cabeza y señaló los pies de la bruja.

—Mira, muchacho, tú la coges por el pie derecho y yo por el izquierdo; luego tiramos de ella poco a poco hacia abajo, pero con suavidad. No vaya a ser que se golpee la cabeza…

Y eso hicimos. Una tarea desagradable, por cierto… El pie derecho de Bessy estaba frío, húmedo y recubierto de limo y, al arrastrarla, resolló y escupió. Sin embargo, no empleamos mucho tiempo en transportarla y no tardamos en volver a meterla en su pozo. Lo único que ahora faltaba era reponer los barrotes y ya estaríamos a salvo de ella largo tiempo.

Después permanecimos un buen rato callados. Supuse que el Espectro estaría pensando en Meg, pero al poco rato percibimos el ruido distante de voces de hombres y fuertes pisadas.

—Bien, muchacho, deben de ser el herrero y el albañil. Iba a decirte que te ocuparas de Meg, pero eso no sería correcto y no quiero rehuir lo que haya que hacer. O sea que ve arriba y enciende un buen fuego en cada habitación de la planta baja. Lo has hecho todo muy bien… más tarde hablaremos.

En la escalera encontré a los dos hombres.

—El señor Gregory está al pie de la escalera —les manifesté.

Me contestaron con una inclinación de cabeza y siguieron hacia abajo, aunque ninguno de los dos parecía contento. El trabajo era desagradable, pero no había más remedio que llevarlo a cabo.

Más tarde, cuando bajé de nuevo a la bodega para informar a mi maestro de que ya había encendido las chimeneas, Meg seguía en el pozo, pero él había recuperado mi cadena de plata y me la tendió sin decir palabra. La tapadera de piedra y hierro volvía a estar en su sitio, afirmada con tuercas de metal, profundamente hincadas en el suelo.

Ahora Meg estaba prisionera bajo barrotes de hierro con el mismo rigor que las demás brujas. Seguro que el Espectro lamentaba haber recurrido a tal extremo, pero pese a todo lo había hecho. Había tardado casi una vida en decidirse, pero Meg Skelton se hallaba por fin en lugar seguro.

Ya estaba avanzada la tarde cuando se remató el trabajo y el albañil y el herrero se marcharon. En cuanto cerró la puerta tras ellos, el Espectro se volvió hacia mí y, rascándose la barba, me dijo:

—Todavía tenemos que hacer otra cosa antes de comer algo, muchacho: podrías subir al desván y poner orden en todo aquel desbarajuste.

A pesar de lo ocurrido, no me había olvidado del libro de magia ni de lo que Morgan podía hacerle a mi padre. ¡Ésa era, pues, mi oportunidad! Con manos temblorosas al pensar que traicionaba a mi maestro robándole el libro de magia, cogí una fregona y un cubo y fui al desván. Tras cerrar el tragaluz, limpié el suelo con toda la rapidez que me fue posible. Tan pronto como terminara el trabajo, tardaría un momento en forzar el escritorio, coger el libro y esconderlo en mi habitación; estaba seguro de que podría facilitárselo a Morgan sin que el Espectro se percatara de su desaparición, ya que nunca le había visto subir al desván.

Después de limpiar el suelo de plumas y sangre, centré la atención en el escritorio. Aunque era obra de un artesano —ornamentadísimo y muy bien hecho—, no me costaría abrirlo. Por lo tanto saqué la pequeña palanca del bolsillo del chaleco y la introduje en la rendija entre las puertas.

En ese preciso momento oí pasos detrás de mí y, al volverme, sufrí la vergüenza de ver al Espectro de pie en el umbral con una mezcla de ira e incredulidad reflejadas en el rostro.

—Y bien, muchacho, ¿qué estás haciendo?

—Nada —mentí—. Limpiaba este viejo escritorio.

—No me mientas, muchacho. No hay nada peor en este mundo que un embustero. O sea que fue por eso que volviste a casa; la chica no podía entenderlo…

—Morgan me ordenó que sacase el libro de magia del escritorio del desván —le solté a bocajarro, y bajé la cabeza, avergonzado—. Tengo que llevárselo el martes por la noche al cementerio de la capilla. Lo siento… de veras que lo siento. Traicionarlo a usted es lo último que haría en la vida. Pero me era insoportable pensar en lo que podía hacerle a mi padre si no le obedecía.

—¿A tu padre? —se extrañó el Espectro frunciendo el entrecejo—. ¿Qué daño puede hacerle Morgan a tu padre?

—Mi padre murió, señor Gregory.

—Sí, me lo dijo anoche la chica. Lo lamento muchísimo.

—Morgan ha convocado al espíritu de mi padre y lo tiene aterrado…

—¡Cálmate, muchacho! —exclamó mi maestro haciendo un gesto con la mano para tranquilizarme—. Deja de decir sandeces y tómate las cosas con calma. ¿Dónde ha ocurrido todo eso?

—En la habitación de Morgan en la granja. Primero convocó a su hermana y ella, a su vez, trajo a mi padre. Yo oí su voz y Morgan le hizo creer que estaba en el infierno; volvió a hacer lo mismo en Adlington… de veras que oí la voz de mi padre en mi mente… y Morgan me dijo que, como no le obedeciese, lo repetiría. Así pues, me quedé en la casa para coger el libro de magia, pero al subir al desván me encontré con la lamia salvaje; se ocultaba aquí y se alimentaba de pájaros. Presa de pánico, escapé corriendo, pero me topé con Meg que me estaba esperando. La primera vez que le lancé la cadena, fallé la puntería y creí que todo había terminado para mí.

—Sí, te podía haber costado la vida —afirmó mi maestro desaprobando mi conducta con el gesto.

—Estaba desesperado.

—No es excusa, muchacho. ¿No te dije que no te acercases a Morgan? Tenías que habérmelo contado todo en lugar de querer robarme el libro a hurtadillas sólo porque te lo había pedido el loco ese.

Me hirió que empleara la palabra «robar», aunque no se podía negar que se trataba de un robo, pero pronunciada por él me hizo mucho daño.

—No pude explicárselo porque Meg lo tenía prisionero. De cualquier manera, usted tampoco me lo contó todo —repuse, indignado—. ¿Por qué no me dijo que Morgan era hijo suyo? ¿Cómo voy a saber en quién puedo confiar si me guarda ciertos secretos? Porque me explicó que él era hijo de los señores Hurst. Pero no es verdad; es hijo de usted: el séptimo hijo que tuvo con Emily Burns. Si hice lo que hice es porque amo a mi padre. Morgan, en cambio, no haría lo mismo por usted. Porque lo odia y quiere aniquilarlo; dice que es un viejo loco.

Me di cuenta de que había llegado demasiado lejos, pero el Espectro se limitó a sonreír tristemente y movió pesaroso la cabeza.

—Supongo que no hay peor loco que un viejo loco y es cierto que lo he sido a veces, pero en cuanto a lo demás…

Me miró con dureza y sus ojos verdes centellearon vivamente.

—¡Morgan no es hijo mío! ¡Es un embustero! —dijo dando un brusco puñetazo en el escritorio, el rostro lívido de cólera—. Siempre lo ha sido, sigue siéndolo y lo será. Pretende confundirte y manipularte. Yo no tengo hijos… algo que he lamentado a veces. ¿Crees que, si yo tuviera un hijo, renegaría de él? ¿Acaso ha renegado de ti tu padre?

Negué con la cabeza.

—¿Quieres saber toda la historia, suponiendo que te interese?

Asentí sin atreverme a abrir la boca.

—Pues bien, no niego que le robé la novia a mi propio hermano ni que eso dolió profundamente a mi familia, en especial a él. No lo he negado nunca y, por otra parte, poco tengo que alegar en mi defensa salvo que yo era entonces muy joven. Yo la quería, muchacho, y deseaba que fuera mía. Un día entenderás qué quiero decir con esas palabras, pero la culpa sólo fue mía a medias porque Emily, que era una mujer fuerte, también me quería. Sin embargo, no tardó en cansarse de mí igual que se había cansado de mi hermano. De modo que siguió su vida y encontró a otro hombre.

»Se llamaba Edwin Furner y, pese a que también era el séptimo hijo de un séptimo hijo, trabajaba de curtidor, puesto que no todos los que están calificados para ejercer nuestro oficio se deciden por él. La situación fue bien más de dos años y fueron felices juntos pero, poco después del nacimiento de su segundo hijo, él se ausentó casi un año y dejó que ella saliera adelante sola, con los dos pequeños a su cargo.

»Ojalá no hubiera vuelto nunca más, pero el hombre siguió apareciendo con la regularidad del día y la noche. Y tras cada una de sus visitas la dejaba esperando otro hijo. Siete en total. Morgan fue el séptimo hijo de Furner. Después de éste ya no apareció nunca más.

El Espectro reflejaba realmente la preocupación que sentía.

—La vida de Emily fue dura, muchacho, pero nosotros seguimos siendo buenos amigos. Yo la ayudé en lo que pude: a veces con dinero, otras veces buscando trabajo para sus hijos mayores; no me veía con ánimo de abandonarlos, ya que no tenían padre que les proporcionara el sustento. Cuando Morgan cumplió los dieciséis años, le busqué trabajo en Paisaje del Páramo. Los Hurst le cogieron tanto cariño que acabaron adoptándolo y, como no tenían hijos, la granja habría sido suya. Pero no era trabajador y las cosas empezaron a ponerse feas. Apenas si duró un año.

»Como ya te he dicho, los Hurst tenían una hija, más o menos de la edad de Morgan; se llamaba Eveline. Eran jóvenes y se enamoraron. Los padres no quisieron ni oír hablar del asunto porque deseaban que el afecto que los uniese fuera el propio de hermanos y no sólo se opusieron a la relación, sino que les hicieron la vida imposible. Al final, incapaz de soportar por más tiempo la tensión, Eveline se suicidó arrojándose al lago, donde murió ahogada. Después de este suceso, Emily me rogó que sacara a Morgan de aquella casa y lo tomara como aprendiz. Aunque en aquel momento pareció una solución razonable, yo tenía mis dudas, que resultaron acertadas. Estuvo tres años conmigo, pero después volvió junto a su madre, pese a que no pudo nunca alejarse de Paisaje del Páramo. A veces va a vivir a la granja… cuando no está cometiendo tropelías en otros sitios.

»Su hermana debe de ser una criatura indecisa, alguien que no ha sido capaz de pasar al otro mundo. Y debido a eso, la tiene en su poder. Y no hay duda de que él es ahora más fuerte y ha adquirido cierto poder sobre ti. Harías bien en contarme con todo detalle qué ha ocurrido entre tú y él.

Así lo hice, y mientras hablaba, me instaba continuamente a que le diera más detalles. Empecé narrándole el encuentro con Morgan en la capilla del cementerio, junto al lindero del páramo, y terminé con nuestra conversación ante la tumba de Emily Burns.

—Ya comprendo —comentó el Espectro así que hube terminado—. Ahora todo está claro. Como te dije antes, Morgan ha estado siempre fascinado por aquel antiguo montículo funerario que hay en lo alto del páramo. Si alguien cavase allí durante cierto tiempo, es probable que encontrase algo. En los tiempos en que él era mi aprendiz, halló un arcón y, en su interior, ese libro de magia. Contiene un ritual que es la única manera de evocar a Golgoth eso era lo que pretendía hacer. Por fortuna, intervine antes de que hubiese llevado el ritual demasiado lejos y conseguí ponerle punto final.

—¿Qué habría ocurrido de haberse salido con la suya?

—Es mejor no pensarlo, muchacho. Un solo fallo en el ritual y él habría muerto; ahora bien, fue mejor interrumpirlo que terminarlo. Él siguió las instrucciones al pie de la letra y trazó un pentáculo en el suelo de su habitación de Paisaje del Páramo, es decir, una estrella de cinco puntas encerrada en tres círculos concéntricos. O sea que si realizaba correctamente el resto de órdenes, estaría a salvo manteniéndose allí dentro. Pero Golgoth se habría materializado fuera del pentáculo y andaría suelto por el condado. Por algo lo llamaban el Señor del Invierno. Habrían pasado años antes de que volviera el verano y habríamos vivido sometidos a un frío mortal y al azote del hambre. Morgan ofreció el perro de la granja como sacrificio, pero Golgoth no lo tocó siquiera y el pobre animal murió de terror.

»Así pues, como te he dicho, frené a Morgan a tiempo. Di por terminado su aprendizaje y le quité el libro de magia. Después su madre y yo le hicimos prometer que dejaría en paz a Golgoth y no volvería a convocarlo nunca más. Ella creyó en su promesa y yo, por respetarla, le brindé todas las oportunidades posibles, siempre en la esperanza de que la fe que Emily había depositado en él estuviese justificada. Pero como yo había impedido que finalizara el ritual, puso en marcha una parte del poder de Golgoth y quedó vinculado a él. Tu madre tenía razón: este invierno será duro y estoy convencido de que el hecho tiene que ver con Golgoth y Morgan. Cuando éste abandonó mi custodia, se dirigió a las tinieblas y sus poderes fueron aumentando progresivamente. Y ahora se figura que el libro de magia va a otorgarle el poder definitivo.

»De momento ya es capaz de hacer cosas que ningún hombre debería realizar. Algunas son poco más que meros conjuros, como cambiar la temperatura de una habitación para impresionar a los más crédulos. Pero parece que también puede someter a los muertos a su voluntad… y no me refiero sólo a fantasmas, sino también a los espíritus que rondan el limbo, entre esta vida y el más allá. Me apena decirlo, muchacho, pero esto tiene muy mal cariz. Temo de veras que Morgan posee facultades para atormentar el espíritu de tu pobre padre…

El Espectro levantó la vista hacia el tragaluz, después volvió a fijarla en el escritorio y movió la cabeza con expresión de tristeza.

—Bien, muchacho, ve abajo y hablaremos un poco más de todo eso…

Un cuarto de hora después, mi maestro estaba sentado tranquilamente en la mecedora de Meg mientras en un puchero hervía una sopa de guisantes.

—¿Tienes hambre, chico?

—No he comido nada desde ayer.

Sonrió al escuchar esas palabras y mostró, al hacerlo, el hueco donde le había golpeado el boggart y le había hecho saltar un diente; entonces se levantó, puso dos cuencos sobre la mesa y los llenó de sopa caliente. No tardé en mojar pan en el delicioso y humeante potaje; él no comió pan, pero se tomó toda la sopa.

—Siento mucho que muriera tu padre —dijo al tiempo que apartaba el cuenco vacío—. Tu padre no habría debido temer nada después de muerto, pero por desgracia, Morgan se sirve del poder de Golgoth para torturarlo y acceder a ti a través de él. Pero no te preocupes, muchacho, porque vamos a pararle los pies así que podamos. Y en cuanto a la otra estupidez, Morgan no es hijo mío ni lo ha sido nunca —volvió a mirarme fijamente a los ojos—. ¿Me crees o no?

Asentí, aunque mi gesto no debió de ser muy convincente porque suspiró y movió negativamente la cabeza.

—Bueno, muchacho, aquí hay un embustero: él o yo. Tú decides. Si no confías en mí, no tienes por qué continuar tu aprendizaje conmigo. Pese a todo, una cosa es segura: no dejaré que te vayas con él. Antes te agarro por el cogote y te llevo con tu madre para que se encargue de meter un poco de buen sentido en tu cabezota.

Su tono no tenía vuelta de hoja y, después de todo lo que había ocurrido, sus palabras me impresionaron profundamente.

—No puede llevarme con mi madre —le dije con amargura—. Cuando llegué a casa, ya se había celebrado el entierro y no la vi porque se había ido no sé adonde… quizá a su tierra. No creo que regrese nunca más…

—Dale cancha, muchacho. Acaba de perder a su marido y necesita tiempo para llorarlo y para pensar. Pero volverás a verla y no tardarás mucho, de eso estoy convencido. Y que conste que no es una profecía, sino simple sentido común. Si quiere irse, se irá, pero antes deseará despedirse como corresponde de todos sus hijos.

»Aun así, no deja de ser terrible lo que está haciendo Morgan, pero no te apures porque encontraré la manera de frenarlo de una vez por todas.

Estaba tan preocupado que no supe qué responderle y me limité a asentir.

Esperaba que acertase en sus propósitos.