XIX

Timothy Dineen había mantenido a Joseph bien informado y al día sobre las jiras de publicidad de Rory a través del país, mediante recortes de periódicos, editoriales, reproducciones de los discursos de Rory y la reacción que suscitaban en el público. El propio Rory había inventado un lema: «La Nueva Visión». Decenas de miles de personas se encariñaron con el lema. La Nueva Visión suponía toda clase de cosas para todos. Si algunos cavilaban en uno u otro punto, lo aprobaban en otras facetas. El patrono de muchos niños en talleres y fábricas podía apretar los labios ante la petición de Rory de que los niños no fuesen explotados «para beneficio ajeno y escasos salarios y desprovistos de su instrucción y su infancia». Por otra parte este mismo patrono quedaba apaciguado por las fogosas exhortaciones contra la «interferencia gubernamental», aumentando últimamente en forma ominosa, en el dominio de la empresa privada. «La empresa privada nos ha convertido en un próspero y gran país, ya que el criterio particular es superior a las conclusiones de burócratas enclaustrados». Denunció los monopolios y por otra parte defendió el derecho de las compañías a fusionarse, «de modo que puedan operar eficientemente, aumentando el empleo, estableciendo normas que son justas para empleados y patronos, ampliar mercados de modo que todos los americanos puedan participar en una creciente era de modernización y comodidades, promover el comercio exterior y competir en los mercados extranjeros». Expresó su pesar ante las «altas tarifas aduaneras que privan a los americanos de mercancías extranjeras», y después sugería que los aranceles fueran disminuidos de manera que los artículos extranjeros más baratos fueran accesibles al pueblo en general. Ridiculizó la idea de que los productos extranjeros de costo más bajo dejarían sin empleo a obreros americanos. «¿No son nuestros trabajadores americanos superiores en destreza y productividad a los extranjeros?».

Siempre concluía del modo siguiente: Si fuera designado y elegido por su Partido, no permanecería aislado de su pueblo en la Casa Blanca. Estaría abierto a todas las sugerencias, «aun de los más humildes». De hecho, solicitaba sugerencias de los obreros y agricultores. «A todos les será concedida la máxima consideración. Al fin y al cabo, ¿no sois vosotros el firme fundamento de América? ¿No son vuestras opiniones las más válidas?». Nunca omitía terminar con un apasionado llamamiento al patriotismo, al honor nacional y al poder. La banda de música que le acompañaba por doquier, remachaba sus últimas palabras con una alegre y ruidosa rubrica de trompetas y una marcha militar.

Rory decía siempre:

—Hago un llamamiento a la conciencia del pueblo americano. Confío en su sólido juicio, sin importar la religión o posición en la sociedad. No apelo a los intereses especiales ni a los Grupos. Soy un americano.

Éstas eran las palabras de un político nato. Solamente Rory sabía que era su propósito cumplirlas. No era de extrañar que, considerando la naturaleza humana, su sinceridad tuviera menos peso que sus hábiles semifalsedades, su llamamiento a los prejuicios locales, su halago a los que desdeñaba, sus evasivas, y el deliberado empleo de su encanto innato y su apuesta prestancia. Porque cuando hablaba sinceramente era demasiado sencillo. Cuando hacía uso del disimulo de actor era mucho más creíble.

Les encantaba a los americanos que les dijesen que tenían preeminencia en el mundo actual, aunque Rory sabía sobradamente que América era todavía una nación de segunda fila, sin complicaciones, cándida, inocente, infantil, blanco de las burlas de los Imperios británico, alemán y austro-húngaro, y de Francia. Estaba tan apartada de la realidad como el decreciente Imperio ruso y su esplendor oriental y su prolongado despotismo. Los americanos sabían poca cosa de Europa, pero Europa conocía lo más desastroso de América.

Sabía que cuando de niño acudía a la escuela los británicos habían sido odiados y siempre vituperados en la prensa americana. Para algunos políticos pudo parecer extraño, como lo era, que en muy recientes años los británicos ya no eran tan compulsivamente odiados. Pero Rory conocía el motivo. El lema «estrechemos manos a través del océano» fue inventado por el Comité de Estudios Extranjeros en beneficio de sus colegas de todas las capitales europeas, a los efectos futuros de infiltración. A veces Rory pensaba, con acre humor, qué sucedería si le contase al pueblo americano la verdad. Pero sabía que ningún político dijo jamás la verdad al pueblo. Sería crucificado. El pueblo quería fantasías, halagos, sueños, excitaciones y pintoresquismo. Había un punto en el cual Rory estaba plenamente decidido: si resultaba elegido Presidente, América no se comprometería en guerras extranjeras. Pero de esto nunca le habló a su padre. Rory sabía cuándo debía retener su lengua, algo que desgraciadamente no siempre atendía su padre. Rory no tenía a sus espaldas un historial de hambre, explotación, odios, sin hogar y opresión, y por ello podía fácilmente refrenarse de soltar encono alguno en momentos peligrosos. En cierta ocasión Joseph le dijo:

—Se dice que los pueblos más felices son aquellos que no tienen historia. También es verdad aplicado a los hombres, individualmente.

Rory había adivinado las implicaciones y comprendió que su padre tenía varios impulsos, algunos de ellos honda y profundamente emocionales. Rory tenía tan sólo un impulso, no arraigado en emociones sino en la razón fríamente considerada. Hasta podía ser objetivo acerca del Comité de Estudios Extranjeros. Lo acataba y obedecía por el momento, ya que acopiaba datos. Pensaba haberlo engañado.

Recibió un telegrama de su padre hallándose en Chicago. Rory y Tim Dineen debían reunirse con Joseph en Green Hills antes de los discursos y apariciones públicas en Boston. El telegrama era urgente. Rory miró interrogante a Timothy, y éste encogió los hombros, diciendo:

—El viejo Joe debe poseer algunas informaciones que no tenemos.

Por consiguiente se dirigieron a Green Hills.

Joseph le había explicado algo a Timothy acerca del Comité de Estudios Extranjeros, y lo hizo con gran discreción porque ni siquiera Tim debía conocer demasiado. Pero Timothy adivinaba bastante con su intuición irlandesa. Había «captado» cierta conmoción subterránea en el mundo, un cierto movimiento progresivamente creciente, oscuro y oculto. El resentimiento contra «los ricos» en América siempre había estado presente, nacido de la envidia, la inferioridad y el fracaso, del mismo modo que prevalecía naturalmente en otros países. Este prejuicio dio origen a la guerra «contra los monopolios». (Timothy sabía que a los monopolios esto no les preocupaba). Todo era habladuría, propaganda, destinadas a apaciguar un poco las envidias del proletariado y hacerlo más tratable. Pero ahora había un avivamiento en contra de «los que mandan». Los populistas, los independientes, y ahora los socialistas, habían elegido cierto número de hombres, especialmente del Medio Oeste, para el Congreso y el senador. Timothy no creía en las «corrientes naturales». Sabía que tales corrientes eran siempre cuidadosa y deliberadamente inventadas y manejadas por hombres anónimos, sin rostro visible. Si existía un socialismo creciente en América no se originó por sí mismo. Había sido infiltrado suavemente y con éxito, para un propósito que estaba todavía oscuro, aunque Timothy tenía ya sus ideas a este propósito. Cierta vez lo mencionó negligentemente a Joseph, pero el semblante de Joseph había permanecido inmutable.

—No busques espantajos, ni registres bajo tu cama por las noches —le dijo a Timothy hoscamente.

Rory y Timothy se reunieron con Joseph en el estudio de éste, a puertas cerradas. Rory, que hacía algún tiempo que no había visto a su padre notó que el viejo muchacho no había menguado en su casi visible aura de potencia, concentración y fuerza implacable. Había sufrido no solamente la pérdida de dos amados hijos, y sus mejores amigos, y la temprana pérdida de su hermano y hermana. Tuvo que sobrellevar la pérdida de su amante de quien sospechaba Rory que había recibido más cariño del que su padre diera ni a sus propios hijos. No obstante, si padecía la quemante e inextinguible agonía de tantas pérdidas que jamás podía esfumarse, no lo demostraba al recibir a su último hijo y a Timothy. Estaba tan sereno y sosegado como de costumbre, y tan directo y sobrio.

Lo primero que notó Rory al entrar en el estudio de su padre fue el «arsenal» sobre la mesa del despacho. Sabía que su padre tenía armas, pero nunca vio que Joseph llevase alguna encima. Timothy contempló la colección de pistolas muy modernas sobre la mesa pero no hizo ningún comentario. Parecía aceptarlas como algo corriente. Había una docena de ellas.

Había una bandeja con copas y whisky, coñac y cerveza. Joseph señaló con la mano hacia las copas. Rory y Timothy llenaron sus copas. Joseph escanció coñac y añadió soda. Esto era desacostumbrado. Joseph, que supieran ellos, bebía rara vez.

—No os hubiera convocado de no haber sido necesario —dijo Joseph—. Por cierto, Tim, eres un genio. El modo en que has preparado las apariciones de Rory ha sido llevado de mano maestra.

Timothy, pese a su cabello blanco y su recia anatomía, sonrojóse como un muchacho.

—Joe, nosotros los irlandeses somos políticos natos. Tenemos el instinto apto. No nos exige mucho esfuerzo. Nos entusiasma. Es nuestro ambiente.

Elevó su copa en brindis hacia Joseph y había mucho afecto en sus ojos. Dijo:

—Creo que ganaremos en las primarias, y por consiguiente el Partido tendrá que darse buena cuenta del gran avance general. Surgieron pequeños problemas con jefes locales, siempre quisquillosos con sus menudos poderes, pero… los superamos. El horizonte aparece cada vez más despejado.

—Gracias al dinero —dijo Joseph.

Timothy, momentáneamente, pareció apenado. Uno sabía estas verdades, ¿pero era necesario mencionarlas siempre? La ironía de Joseph era a veces desplazada e inconveniente. Por fin, Timothy rió y Rory también.

—Hasta Nuestro Señor no sería escuchado hoy en día a menos de no disponer de una buena prensa —dijo Timothy.

Timothy no siempre comprendía a Joseph. Pero sí comprendió el súbito ensombrecimiento del rostro de Joseph, el súbito retraimiento, que eran resultado de la inculcada pudibundez irlandesa, hasta en Joseph, hacia la blasfemia. Rory, disimulando, estudió su copa. Timothy sintióse avergonzado. Dábase cuenta de su propia crudeza aunque había oído cosas peores entre otros hombres. Los tres irlandeses permanecieron en silencio por unos instantes.

—Es triste, pero es la verdad —dijo por fin Timothy, y supo que estaba ya perdonado, y esto divirtió su ironía irlandesa.

Un irlandés podía declarar, y con plena convicción personal, que no era «ningún hijo dócil de la Iglesia», y que era ateo y consideraba la «tradición» risible. Podía declararse emancipado de «supersticiones sacerdotales». Pero apenas fuera emitida la más tenue blasfemia, una simple crítica de lo que era tenido por sagrado por la mayoría, y el irlandés ateo montaba en cólera como si justamente aquella misma mañana hubiera confesado y comulgado, cosa que probablemente no hacía desde su infancia. No era cuestión de mera enseñanza. Era una cuestión del espíritu reverenciar lo desconocido, honrarlo secretamente aunque la boca declarase que no merecía honrarse. Esto impulsaba a los propios irlandeses sin credo a luchar a muerte contra los ingleses iconoclastas y su poderío militar.

Joseph inició sus aclaraciones:

—Lo que debo exponer podría ser extremadamente peligroso si alguien fuera de esta sala lo supiera. Repito, podría ser muy peligroso, y hasta fatal. Por consiguiente escuchadme con la máxima atención.

Les contó lo relativo a su reciente reunión con el Comité de Estudios Extranjeros. Rory y Timothy escuchaban con tensa concentración. Y al cesar su padre de hablar, comentó Rory:

—Por consiguiente, ahora soy inaceptable para ellos. Seguiría siéndolo aún dentro de ocho años. Quieren a Wilson, ¡este inocente!, que bailará mansamente al son que le toquen, aun cuando ignore quién lleva la batuta. Temen que yo no hiciera lo mismo. Cómo lo adivinaron, no lo sé.

Fijando los pequeños ojos azules en su hijo, inquirió Joseph:

—¿Qué quieres decir con «adivinado»? ¿Hay algo que no me explicaste?

—Son simples conjeturas. Barrunto que recelarían de mi… acatamiento. No deberían preocuparse. Has leído mis discursos. Sé que también ellos los han leído. Nunca estuve ante ellos sin estar tú presente. ¿Dije algo que les pareciese «incorrecto» a ellos?

—No —admitió Joseph, sin dejar de escrutar a su hijo.

—Lo que a mí me parece increíble —dijo Timothy— es que unos hombres en Londres, París, Roma, Ginebra, y Dios sabe dónde más, ¡puedan decidir quién es aceptable como Presidente norteamericano!

Joseph le asestó una rápida ojeada desdeñosa como a un infante que acabase de balbucir incoherencias. Le dijo a Rory:

—La situación es la siguiente… En 1885 Wilson atacó el «poder congresista», como le llamó él, con aristocrático desprecio, cuando era profesor en Bryn Mawr. En su posterior carrera profesional «democratizó» la enseñanza y aludió a «serios reajustes en el gobierno nacional». Ha insinuado constantemente que la Constitución americana está «anticuada» y que necesita ser «reformada». Es un enemigo declarado del conservadurismo aunque todavía no haya definido este término, excepto que aparentemente teme que sea el gobierno por el pueblo y por consiguiente, vil. Wilson no conoce de la humana naturaleza más de lo que saben los perros que tenemos en torno a esta casa. Tiene nociones eclécticas, todas irisadas y todas quiméricas. Wilson menciona un «renacimiento nacional de ideales», pero también alude vagamente a «monopolios, intereses monetarios y grandes negocios privilegiados». Frases. Palabras. El Partido desconfía de él. No les agradan los engreídos fastidiosos que no saben de qué demonios están hablando, y desconfían de las extensas exhortaciones nebulosas. Hasta el momento todo lo que sabemos es que es un hombre emparedado en su aislamiento, y que está totalmente ignorante de las soluciones prácticas. Por consiguiente será dócil a las sugerencias, si son realzadas por palabras altisonantes y vacías de real contenido. Por consiguiente, es el ideal preferido de nuestros… amigos…, ya que no quieren hombres que sean sospechosos de pensar y les irriten.

—¿Debo comprender que ésta es la primera vez que han intervenido en el sentido de elegir nuestros presidentes? —preguntó Timothy.

—Bueno, algo tuvieron que ver con Teddy Roosevelt, quien vislumbró… algo…, y por lo tanto después ya fue considerado como no aceptable. Ahora efectúan su primera maniobra abierta para elegir un Presidente americano. Están invirtiendo mucho dinero respaldando a Taft y a Roosevelt para dividir y debilitar el Partido Republicano y asegurar así la elección de Wilson. Taft está en contra de quitarle la exclusiva al Congreso para emitir papel moneda, y en contra, hasta cierto punto, de un impuesto federal sobre los ingresos, y contra la elección directa de senadores. Esto fue suficiente para asegurarle la enemistad y ser desechado. O sea que respaldan también a Roosevelt, para que Wilson sea elegido. Es así de sencillo. Es el hombre que necesitan porque nunca sabrá quién mueve las cuerdas. Estará rodeado de sus compañeros «idealistas», todos seleccionados por el Comité de Estudios Extranjeros.

—¿Le sería de algún beneficio para usted, Joe, y para Rory, revelar públicamente esto?

Joseph le miró incrédulo.

—¿Estás en tus cabales? ¿Cuántos del Partido Democrático conocen nada de todo esto? Se reirían. Lo mismo haría el país entero. ¿Un tranquilo Comité no-político en Nueva York decidiendo quién será o no elegido? Nadie lo creería, por verdad que sea. Los americanos adoran las fantasías, pero recelan de cualquier mención de «conspiraciones». Creen que esto es «extranjero», formando parte de antiguas instituciones monárquicas. Dirían…, ¿acaso los americanos no somos hombres libres, libres de elegir sus presidentes? ¿No votan en las primarias, y eligen? El hecho de que se les da poco que escoger no les conturba; ni siquiera piensan en ello. Están persuadidos de que estos hombres son «lo mejor que el Partido tiene por ofrecer». Demócratas o republicanos; no tienen otra elección. Por Dios, Timothy, ¿dónde estaba tu seso todos estos años, mientras trabajabas en mis asuntos?

—Comprendo que dije una necedad —admitió Timothy sinceramente.

—Si alguien le dijese al pueblo americano que el Comité en Nueva York, que está dirigido y recibe instrucciones de los banqueros internacionales de Europa y América, elige sus gobernantes, dirían que estaba demente. ¡Europa! ¿Quién se preocupa de Europa, llena de reyes y zares? La nueva arrogancia americana iguala solamente a la ignorancia y candidez americana. Y estas cosas son estimuladas.

Rory había escuchado en silencio meditativo. Dijo por fin:

—De acuerdo, papá. ¿Quieres que me retire y al infierno con el país?

Frunció Joseph el ceño.

—No comprendo lo que quieres decir con esto de «al infierno con el país». ¿Qué tiene que ver el país con todo esto? Yo quiero que seas Presidente. Yo te haré Presidente de los Estados Unidos. Esto es lo que les dije en Nueva York. Gastaré hasta mi último centavo, si es preciso.

Señaló las pistolas sobre la mesa.

—Quiero que tú y Tim llevéis siempre una de estas armas encima. Y quiero que también las lleven vuestros más cercanos guardaespaldas.

Rory contempló a su padre con sonriente incredulidad.

—Por el amor de Dios, papá, ¿quién iba a pegarme a mí un tiro a mansalva?

Una densa expresión tenebrosa recubrió las facciones de Joseph. Dijo lenta y calmosamente:

—No creo que hayas realmente escuchado, ni en Nueva York, Londres, París, Roma, Ginebra. Creo que todo fue tiempo gastado en vano. Eres tan ingenuo como el americano corriente y común, y siento decirlo. ¿Has olvidado a Lincoln, Garfield, McKinley, todos baleados por aquellos que los periódicos llamaron «anarquistas»? ¿Crees, como dijeron los periódicos, que estos asesinos eran fanáticos dementes o cualquier otra cosa, y actuasen en solitario por su cuenta? ¿Crees que estos asesinatos fueron planeados en las minúsculas mentalidades de oscuros hombrecillos, impulsados solamente por pasiones individuales particulares? Yo creí haberte enseñado mejor. La mano que disparó el arma fue dirigida desde muy lejos, quizás desde alguna capital europea. Cuando el zar Alejandro fue asesinado por un «anarquista», fue el comunismo quien lo ordenó, y esto te lo expliqué una docena de veces. Fue planeado meses, años antes. Él era un hombre humanitario deseando reformar y establecer la Duma y aliviar al pueblo ruso de la tiranía y la servidumbre. Por consiguiente… hubiera eliminado la causa de las revoluciones catastróficas. Por consiguiente…, tenía que morir. ¡Cristo! Esto te lo expliqué. Lo sabías.

Rory estudió a su padre. Su color rubicundo había disminuido. Dijo:

—Padre, si ellos quieren quitarme de en medio, matarme, saben que pueden vencer y pasar por encima de cuantos guardas o armas tengamos. Pueden matarme en cualquier parte…, si así se han propuesto. En la calle, en las salas de conferencias, hasta en la iglesia, o en mi cama.

—Vaya, o sea que por fin ya lo has comprendido —dijo Joseph—. Finalmente ya los has aceptado tal como son. Pero esto no significa que ellos puedan quitarte de en medio, como dices. Hombre prevenido se arma doblemente. No creo que se atrevan… Únicamente van a empezar muy pronto sus movimientos para desacreditarte, ridiculizarte, invirtiendo más y más dinero en Wilson, para emplear propaganda en contra tuyo. Tu religión, por ejemplo. O quizás no. Hay millones de católicos en América, de todas razas. Ya encontrarán algo, no lo dudes, además de armas. Todavía no eres el Presidente. De todos modos, debemos ya estar preparados. Rory, elige una de estas pistolas. Ya aprendiste a disparar adecuadamente.

—Oh, Jesús —murmuró Rory.

Pero empuñó una pistola compacta y pesada guardándola en su bolsillo. Sentíase ridículo. Pero Timothy estudió seriamente las armas y finalmente seleccionó una. Mirando fijamente a Joseph afirmó:

—Vigilaré a Rory minuto tras minuto, Joe.

—Magnífico —dijo Joseph. Hizo un gesto impulsivo extraño en él. Estrechó fuertemente la diestra de Timothy que enrojeció de satisfacción—. Y los guardaespaldas deben llevar arma también. Tim, puedes mencionarles a los jefes locales en Boston exactamente lo que es este pobre y grave inocente de Wilson. ¿Quieren un soñador por Presidente que desorganizará el país? ¿Quieren un hombre que se entremeterá en asuntos internacionales en detrimento de América? He preparado todo un expediente acerca de él. Éste que aquí ves. Habla con todos los que puedas en Boston. Hay muchos irlandeses allá. Recelan de los idealistas altivos como Wilson. Sin revelar tus fuentes, puedes sostener cautelosas conversaciones con ellos. Insinuaciones. Cejas en alto. Bromas. Ridículo. Consigue copias de este expediente. Distribúyelas ampliamente antes de que Rory hable allí.

Contempló pensativo a su hijo y a Timothy.

—Ningún hombre quiere creer en la realidad de graves eventos. Quiere solamente creer en cosas frívolas. Vamos a intentar algo único. Les proporcionaremos a los votantes un tema de discusión grave, aun cuando sus instintos sea seguir las pompas de jabón. Les demostraremos que Wilson conduciría a sus hijos a la muerte. Hazlo con discreción, pero no con demasiada. No reveles tus fuentes. Pero deja que tu sinceridad resalte. Conoces la verdad. Argumenta, sin usarla, en forma convincente.

La atmósfera en la estancia resultaba ya tan opresiva que Timothy murmuró contagiado:

—Y que Dios se apiade de nuestras almas.