30

En el momento en que Reece volvía a marcar el móvil de Brody, él entraba en la cocina de la cabaña de los Mardson.

—Tengo café recién hecho —le dijo Rick, y le sirvió una taza.

—Gracias. ¿Aún no ha llegado la policía estatal?

—Está de camino. Más vale que entremos a sentarnos.

—Has dicho que no querías contarme detalles por teléfono.

—Es un asunto complicado, un asunto comprometido. —Rick removió el azúcar y la leche que Brody tomaba con el café, y luego se frotó la nuca—. No sé muy bien por dónde empezar ni qué pensar.

Se dirigió a la sala de estar y se sentó en el sillón de orejas mientras Brody se instalaba en el sofá a cuadros rojos y grises.

—Te agradezco que hayas venido. Así podremos llevar esto con discreción, al menos de momento.

—No hay problema. Tengo que decirte que estamos bastante seguros de haber identificado a la víctima. Deena Black, de Jackson.

Rick se inclinó hacia delante y entornó los ojos.

—¿Cómo lo habéis conseguido?

—Así que estábamos en lo cierto —murmuró Brody; dio un sorbo al café y añadió—: Seguimos una pista, sobre el dibujo, y averiguamos su nombre en Jackson.

—No me gusta tener que reconocer que un par de civiles han llegado ahí casi al mismo tiempo que yo —Rick sacudió la cabeza y se apoyó las manos en las rodillas—. En primer lugar, te diré que le debo a Reece una sincera disculpa. Nunca le creí de verdad. No en mis tripas, donde realmente cuenta. Puede que no hiciese todo lo que debía porque no le creía. He de aceptar esa responsabilidad.

—Pero ahora le crees.

Rick se recostó en el sillón.

—Le creo. Pensé que podía haber visto algo cuando recibí las fotos del cadáver de esa mujer. Pero no la identificó y…

—¿Era Deena Black?

—No, resulta que era una fugitiva de Tucson. Han detenido a los dos hombres que la recogieron cuando hacía autoestop y que le hicieron eso. Algo es algo.

—Entonces, Reece también tenía razón en eso.

—Yo diría que tenía razón en muchas cosas. Se me pusieron los pelos de punta cuando la policía estatal se puso en contacto conmigo. Les comenté lo que Reece dijo haber visto, Brody. Se lo comenté. Lo comprobé en el registro de personas desaparecidas. Pero…, en fin, no insistí como debía.

—¿Y ahora?

—Pues… —Rick pareció desanimado—. Hay muchas cosas que debería haber hecho, que podía haber hecho, que habría hecho. Te he pedido que vengas a hablar de esto, Brody, porque creo que debes ser el primero en saberlo. Tú has apoyado a Reece desde el primer momento. Algo que muchos no hemos hecho.

—Ella sabía lo que había visto. —Su visión se enturbió un instante.

—Sí, es verdad —Rick se levantó y se acercó a la ventana—. No he podido librarme de ello. Es una lástima.

—Reece también debería estar aquí. —Brody tomó otro trago de café; su móvil sonó y se dispuso a cogerlo. La fatiga caía sobre él como una bruma.

—Lo estará.

—Dame algunos detalles antes de…

Aquella voz, pastosa como la de un borracho, ¿era la suya? Cuando la habitación empezó a dar vueltas, trató de ponerse en pie. Un instante de conciencia le llevó a acercarse a Rick pero dio un traspié.

—Hijo de puta…

—No puedo hacer nada más.

Cuando Brody cayó al suelo, Rick le miró con sincero pesar.

—No puedo hacer otra maldita cosa.

Reece llamó al teléfono de casa de Brody y a su móvil media docena de veces. Ya estaba oscureciendo. Quería oír su voz, quería decirle lo que sabía.

Lo sabía.

Y, sabiéndolo, no podía cortar más pollo al horno ni preparar otra montaña de puré de patatas.

—Tengo que marcharme, Joanie.

—Estamos en lo que llamamos la hora punta de la cena. Y tú eres lo que llamamos la cocinera.

—No puedo ponerme en contacto con Brody. Es importante.

—Y a mí los amoríos de todo el mundo ya me han dado bastantes problemas.

—Esto no tiene que ver con amoríos —respondió mientras se quitaba el delantal—. Lo siento. Lo siento de verdad. Tengo que encontrarle.

—Este local no tiene puerta giratoria. Si sales, no podrás volver.

—Tengo que hacerlo.

Se fue mientras Joanie maldecía a sus espaldas. El sol estaba ya detrás de los picos; el crepúsculo daba un tono gris al lago.

Se maldijo porque la insistencia de Brody para que no fuese y volviese sola del trabajo significaba que tendría que ir andando hasta la cabaña. Recorrió el primer kilómetro y medio al trote, buscando entre la penumbra la luz que él encendía en la cabaña al anochecer.

Se dijo que habría salido a comprar cerveza. O a dar una vuelta en coche para despejarse. O que estaba en la ducha, o dando un paseo.

Se encontraba bien, estuviera donde estuviese.

Ella se estaba asustando por nada.

Pero ¿a quién podías llamar cuando sabías que el jefe de policía del pueblo era un asesino?

Llamaría a la policía estatal, eso haría. En cuanto hubiese hablado con Brody.

El sol y la cara oculta de la luna. Rick Mardson había comprado aquellos dos collares, uno para su esposa y otro para su amante. Fue él quien tuvo un lío con Deena Black, quien se movía a hurtadillas y tomaba precauciones para que nadie lo viese con ella.

Y él la mató. Tuvo que ser él.

Pudo entrar y salir de su apartamento con mayor facilidad que nadie. ¿No estaba acostumbrado todo el mundo a ver al sheriff pasearse por el pueblo? Sin duda sabía cómo conseguir llaves, hacer duplicados. Disimular que había forzado la cerradura.

Cubrir sus huellas.

Aminoró el paso para recuperar el aliento y luchó contra otro acceso de pánico. Algo cayó en las aguas del lago y agitó la alta hierba de la orilla. Reece echó a correr de nuevo con el corazón desbocado.

Tenía que entrar y cerrar las puertas.

Encontrar a Brody.

Su respiración se aceleró cuando distinguió unas sombras junto al lago. Tuvo que ahogar un grito al ver el trío de alces que se había acercado a beber.

Se apartó de ellos, pasó corriendo junto a los sauces y los álamos, y por fin llegó a la tierra apisonada del corto camino de acceso a la cabaña de Brody.

Su coche no estaba aparcado junto al de ella, y la cabaña estaba a oscuras.

Sacó la llave que él le había dado y luego tuvo que apoyar la cabeza contra la puerta. Era más difícil, mucho más difícil, entrar en la oscuridad que dejarla atrás.

—Seis por uno es seis —empezó mientras metía la llave en la cerradura—. Seis por dos, doce.

Entró y buscó el interruptor en la pared.

—Seis por tres, dieciocho —siguió, obligándose a respirar con regularidad—. Seis por cuatro, veinticuatro.

Cerró la puerta tras de sí y se apoyó de espaldas contra ella hasta controlar la ansiedad.

—No está aquí, pero volverá dentro de un momento. Puede que haya dejado una nota. Aunque nunca deja notas. No es su estilo. Pero puede que esta vez sí.

«Primero la cocina», decidió. Comprobaría la cocina primero. Encendió las luces a su paso, ahuyentando la oscuridad. Había posos de café en la cafetera y una bolsa abierta de galletas saladas sobre la encimera.

Tocó la cafetera; estaba fría. Miró en el frigorífico y vio que había cerveza y Coca-Cola.

—Habrá salido a comprar otra cosa, eso es todo, y seguramente ha pensado en pasar por el restaurante y recogerme de regreso a casa. Soy tonta. Tonta de remate.

Cogió el teléfono de la cocina para marcar otra vez el móvil de Brody.

Y oyó el motor de un coche.

—¡Oh, gracias Dios mío, gracias!

Después de colgar el teléfono, salió corriendo de la cocina hacia la puerta principal.

—Brody —dijo mientras abría la puerta de un tirón. Allí estaba su todoterreno, grande y robusto—. ¿Brody? —repitió, casi gimiendo de frustración—. ¿Dónde demonios te has ido con tanta prisa? Necesito hablar contigo.

Al oír un sonido detrás de ella, se volvió aliviada. Vio un puño borroso, sintió un dolor repentino y regresó a la oscuridad.

Cuando volvió en sí, la mandíbula le dolía como una muela cariada. Con un gemido, trató de levantar una mano para tocársela y se dio cuenta de que tenía los brazos atados detrás de la espalda.

—No le he pegado muy fuerte —dijo Rick—. No me ha gustado golpearla. Era la forma más rápida, eso es todo.

Reece se debatió unos instantes, dominada por el pánico y la negación.

—Está esposada —continuó Rick con voz serena, sin dejar de mirar hacia delante mientras conducía—. Le he protegido las muñecas. No deberían dolerle, y lo más seguro es que eso evite las marcas en la piel. Eso sería lo mejor. Le saldrá un cardenal en la mandíbula, pero, bueno, se supondrá que ha habido lucha, así que no pasa nada.

—¿Dónde está Brody? ¿Dónde me lleva?

—Quería hablar con Brody, ¿no? Pues la llevo con Brody.

—¿Está…?

—Está bien. Me quedé con unos cuantos somníferos de los suyos. Le he dado los suficientes para dejarle fuera de combate durante un par de horas, tal vez tres. Tenemos mucho tiempo. Es amigo mío, Reece. Las cosas no tenían que acabar así.

—La gente cree que estoy loca —contestó ella, tensando las muñecas contra las esposas pese a saber que era inútil—, pero usted tiene que estarlo si cree que puede esposarme, raptarme y sacarme del pueblo así.

—En el coche de Brody. A oscuras. Si alguien nos viese pasar, vería a un par de personas en el coche de Brody. Brody y Reece. Eso es lo que verían, porque eso es lo que esperarían. Así es como serán las cosas. Voy a hacer esto de la forma más sencilla que pueda, lo más rápido que pueda. Es lo mejor que puedo hacer.

—Mató a Deena Black.

—Hice lo que debía, no lo que quería. Igual que ahora —respondió él mirándola a los ojos un instante—. Probé con otros medios. Probé todo lo que sabía. Ella no se echó atrás. Como usted.

Volvió a mirar al frente y tomó la curva hacia su cabaña.

—Quiero que se calle y se esté quieta. Si quiere gritar, chillar y dar patadas, adelante. Nada cambiará. Pero, cuanto más haga, más daño le haré a Brody. ¿Es eso lo que quiere?

—No.

—Entonces, haga lo que le diga y todo será más fácil.

Paró el coche, bajó y dio la vuelta para sacarla a ella.

—Si me veo en la obligación, también puedo hacerle daño a usted —le advirtió—. Usted decide.

—Quiero ver a Brody.

—Muy bien.

Rick la tomó del brazo y la llevó a paso ligero hasta la cabaña.

La empujó suavemente hacia el interior, cerró la puerta y encendió la luz.

Brody estaba atado a una silla de la cocina; tenía la barbilla contra el pecho. Con un grito ahogado, Reece se acercó a él tambaleándose y cayó de rodillas junto a la silla.

—Brody. ¡Oh, Dios, Brody!

—No está muerto. Un poco drogado, nada más —Rick comprobó su reloj—. Pronto volverá en sí. Entonces, haremos una excursión y acabaremos con esto.

—¿Acabar? —repitió ella volviéndose y sintiéndose furiosa por estar de rodillas ante él—. ¿Cree que porque mató una vez sin que se supiese puede matarnos a los dos sin que nadie se entere? No le saldrá bien; esta vez no.

—Un asesinato y un suicidio, eso será. Eso es lo que parecerá. Usted le convenció para que viniera hacia aquí y fueran caminando hasta el lugar donde vio el crimen. Le drogó, Tengo su termo ahí —dijo señalando con la barbilla la mesa situada junto al sofá—. El café que hay dentro tiene pastillas de uno de sus frascos, El frasco estará en su bolsillo cuando encontremos los cuerpos.

—¿Por qué iba yo a hacerle daño a Brody? ¿Por qué iba a creer nadie que yo le haría daño a Brody?

—Porque tuvo un ataque de locura. Tuvo un ataque de locura y le drogó para cogerle desprevenido. Le disparó y luego se disparó a sí misma. Para hacerlo, cogió la pistola que Joanie guarda en el cajón de su escritorio. Sus huellas estarán en la pistola, y habrá residuos del disparo en su mano. Esa es la prueba física, y su comportamiento la hace plausible.

—Eso es un gilipollez. Ya he llamado a la policía estatal y les he contado lo de Deena Black.

—No lo ha hecho. Voy a quitarle esas esposas. Si intenta echar a correr, le haré daño, y le meteré una bala a Brody. ¿Es eso lo que quiere?

—No. No echaré a correr. ¿Cree que le abandonaría?

Él se levantó, paciente y cauto. Sacó su llave y le quitó las esposas.

—Siéntese ahí —ordenó al tiempo que posaba la mano sobre la funda de su pistola en señal de advertencia—. No quiero problemas. Tampoco quiero cardenales o marcas en las muñecas que indiquen a algún forense que la han inmovilizado. Fróteselas para activar la circulación; ahora.

Sus doloridos brazos temblaron cuando se frotó las muñecas.

—He dicho que hemos llamado a la policía estatal y hemos puesto una denuncia —insistió Reece.

—Si lo hubiesen hecho, Brody lo habría dicho al llegar aquí. Le he contado que yo mismo había recibido información de la policía estatal sobre el crimen. Le he pedido que viniese aquí a reunirse conmigo, y con ellos, para conocer los detalles antes de que hiciésemos una detención.

Fue hasta la mesa y cogió el vaso de plástico lleno de agua y la píldora que había dejado preparada.

—Quiero que se tome esto.

—No.

—Es una de las suyas, para la ansiedad. Puede que le venga bien, y además quiero que encuentren fármacos en su organismo. Va a tomársela, Reece, por las buenas o por las malas.

Ella se tomó el vaso de agua y la píldora.

Satisfecho, Rick se sentó con las manos apoyadas en las rodillas.

—Esperaremos unos minutos a que le haga efecto y luego nos pondremos manos a la obra. Lamento que hayamos llegado a esto, la verdad. Brody era amigo mío, y no tengo nada contra usted. Pero debo proteger a mi familia.

—¿La protegía cuando se acostaba con Deena Black?

El rostro de Rick se tensó, pero asintió.

—Cometí un error. Un error humano. Quiero a mi mujer y a mis hijas. No hay nada más importante. Pero existen necesidades, eso es todo. Dos o tres veces al año me ocupo de esas necesidades. Nada de eso afectó nunca a mi familia. Yo diría que eso me hacía mejor marido, mejor padre, mejor hombre.

«Cree realmente en lo que dice», pensó Reece. ¿Cuántas personas se convencían a sí mismas de que ser infiel era algo honroso?

—Se ocupaba de ellas con Deena.

—Una noche. Tenía que ser una sola noche. ¿Qué más le daba a nadie? Solo sexo, eso era todo. Cosas que un hombre necesita pero que no quiere que su mujer haga. Una noche como otras muchas. Pero no pude parar. Algo de ella se metió en mí. Como una enfermedad. Necesitaba estar con ella, y durante un tiempo creí, supongo que creí, que aquello era amor. Y que podía tenerlas a las dos.

—La oscuridad y la luz —dijo Reece.

—Exactamente —confirmó él, sonriendo con terrible tristeza—. Le di a Deena cuanto pude. Ella siempre quería más. Quería lo que yo no podía darle. Que dejase a Debbie, que dejase a mis hijas atrás. Yo nunca iba a hacer eso, nunca iba a perder a mi mujer y a mis hijas. Tuvimos una pelea, una pelea tremenda, y desperté. Puede decirse que desperté de un largo sueño oscuro. Rompí con ella de inmediato.

—Pero ella no quiso aceptarlo.

«Despierta, Brody —pensó Reece, agobiada—. Despierta y dime qué debo hacer».

—No dejaba de llamarme. Quería dinero. Diez mil dólares o se lo contaba a mi mujer. Yo no tenía tanto dinero y se lo dije. Dijo que más me valía encontrarlo si quería conservar mi feliz hogar. ¿Cómo se siente? ¿Más tranquila?

—Lo vi junto al río. Lo vi matarla.

—Solo pretendía razonar con ella. Le dije que viniese aquí. Solía traerla aquí, a la cabaña, mientras duró aquel largo sueño oscuro. Pero cuando vino, no pude hablar con ella aquí, aquí no, otra vez no. Tal vez debería tomar dos píldoras de esas.

—La llevó al río.

—Quería hablar, eso es todo. No lo planeé. Caminamos sin parar hasta llegar al río. Le dije que tal vez podría reunir un par de miles de dólares y prestarle mi apoyo si se marchaba de Wyoming. Mientras lo decía, supe que no saldría bien. Una vez que pagas, nunca dejas de hacerlo. Dijo que no se conformaba con las migajas. Quería el pastel entero. Podía sacarlo del dinero que teníamos para las chicas. No sé por qué le conté que teníamos dinero ahorrado para nuestras hijas, para la universidad. Lo quería. Dijo que ya no quería diez mil, sino veinticinco mil. Veinticinco mil o me quedaría sin nada. Sin mujer, sin hijas, sin reputación. La llamé furcia, porque eso era y eso había sido en todo momento. Ella se lanzó contra mí. Y cuando la tiré al suelo de un empujón y le dije que todo había terminado, volvió a lanzarse contra mí, chillando.

—Y usted comprendió que no se echaría atrás.

—Sí, no se echaría atrás. Juró que iba a arruinarme. Le diera lo que le diese, ahora lo quería todo. Iba a contarle a Debbie todas las porquerías que habíamos hecho juntos. Yo ya ni siquiera la oía. Era como tener avispas zumbando en mi cabeza. Pero ella estaba en el suelo, debajo de mí, y mis manos estaban alrededor de su cuello. Apreté y apreté hasta que el zumbido se detuvo.

—No tuvo ninguna opción —dijo Reece con voz absolutamente serena—. Ella le empujó a hacerlo. Le atacó, le amenazó. Tenía que protegerse a sí mismo, a su familia.

—Y eso hice. Sí, lo hice. Ella ni siquiera era real. No era más que un sueño.

—Lo comprendo. Por el amor de Dios, le apuntaba literalmente a la cabeza con una pistola. Aún no ha hecho nada malo, Rick. No ha perjudicado a nadie que no se lo mereciese, no ha hecho nada que no fuese absolutamente necesario. Si yo hubiese comprendido todo esto antes, lo habría dejado correr.

—Pero no lo dejó correr a pesar de todo lo que hice. Yo solo quería que se marchase del pueblo. Que se fuese y siguiese con su vida para que yo pudiese seguir con la mía.

—Ahora lo sé. Ahora estoy de su parte. Déjenos marchar y todo esto desaparecerá.

—Me gustaría hacerlo, Reece, lo juro por Dios, pero no se pueden cambiar las cosas. Hay que adaptarse y proteger lo que tienes. Pensándolo bien, me parece que una de esas píldoras ha sido suficiente. Ahora quiero que se aleje de él. Es hora de despertarle.

—Si hace esto, no se merece a su mujer y a sus hijas.

—Cuando esté hecho, nunca lo sabrán.

Se acercó a ella, la agarró de la camisa por la espalda y la alejó a rastras de Brody.

Cuando volvía atrás, Brody se dio impulso con las piernas y se puso en pie con silla y todo, lanzo cuerpo con fuerza contra el de Rick y ambos cayeron al suelo.

—¡Corre! —gritó Brody—. ¡Hecha a correr!

Ella echó a correr, aterrada y ciega, siguiendo la orden como si hubiesen accionado un interruptor en su interior. Escupió la píldora que había conservado en la boca y abrió de un tirón la puerta principal. Mientras se precipitaba al exterior oyó el estrépito, las maldiciones, el crujido de la madera.

Y corrió con un grito sonando en su cabeza cuando oyó el disparo.

—¿Has oído eso? —Linda-Gail clavó el codo en la cama y se incorporó—. He oído un disparo.

—Yo he oído cantar a los ángeles.

Ella se echó a reír.

—Eso también. Pero además he oído un disparo.

—Vaya, ¿a quién se le ocurriría disparar en los bosques de Wyoming?

La obligó a tenderse de nuevo y le clavó las manos en las costillas para hacerle cosquillas.

—Ni se te ocurra o… ¿Has oído eso? ¿No oyes gritar a alguien?

—No oigo nada, salvo mi propio corazón rogándole al tuyo un poco más de azúcar. Venga, cariño, vamos a… —Esta vez fue Cas quien se interrumpió al oír un estrépito fuera de la cabaña—. Quédate aquí.

Se levantó de un salto y, desnudo, salió del dormitorio a grandes zancadas.

Cuando Reece entró corriendo, a Cas solo le dio tiempo de cruzar las manos sobre sus partes y decir:

—¡Madre de Dios!

—Tiene a Brody. Tiene a Brody. Va a matarle.

—¿Qué, qué? ¿Qué?

—Ayúdame. Tienes que ayudarme.

—¿Reece? —Linda-Gail intentaba envolverse en una sábana mientras salía—. ¿Qué demonios pasa?

«No hay tiempo», pensó Reece. Brody podría estar ya sangrando, muriéndose. Como le ocurrió a ella en el pasado. Vio el rifle en un estuche de cristal.

—¿Está cargado?

—Es el rifle de mi abuelo Henry. Un momento, joder…

Pero Reece se precipitó sobre el estuche. Tiró de la tapa y la encontró cerrada. Se volvió, agarró la lámpara del oso y rompió el cristal.

—¡Hostia, hostia —gritó Cas—, mi madre va a matarnos a los dos!

Justo cuando Cas se lanzaba sobre ella, Reece sacó el rifle de un tirón y se volvió con él.

Cas se quedó paralizado.

—Nena… Ten cuidado. A ver dónde apuntas.

—¡Pedid ayuda por teléfono! ¡Llamad a la policía estatal!

Reece se dirigió como un rayo hacia la puerta.

Rogó porque la reacción de Cas significase que el rifle estaba cargado y que, si lo estaba, podría averiguar cómo funcionaba. Luego rogó aún con más intensidad para no tener que hacerlo.

Pero aquel ardor en la garganta no era miedo; no era pánico lo que le atenazaba el vientre. Lo que sentía era rabia, un torrente de rabia caliente que burbujeaba por su sangre.

Esta vez no yacería impotente mientras le arrebataban a un ser querido. Esta vez no, nunca más.

Oyó a Rick gritando su nombre y reprimió las lágrimas que se empeñaban en enturbiarle los ojos. Brody no había conseguido detenerle.

Se paró, cerró los ojos y se obligó a pensar. No podía volver a la cabaña. Él la oiría, la vería, y todo habría terminado. Era muy posible que acabase matando también a Cas y a Linda-Gail.

Decidió volver sobre sus pasos. Podía hacerlo. Él creería que seguía corriendo o que se había escondido. No esperaría que volviese para luchar,

—No tienes ningún sitio a donde ir, Reece —gritó Rick—. No hay ningún sitio donde yo no pueda encontrarte. Esta es mi tierra, mi mundo. Puedo seguir tu rastro tan fácilmente como puedo caminar por las calles del pueblo. ¿Quieres que acabe con Brody ahora mismo? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que le meta una bala en la cabeza mientras tú te escondes como hiciste en Boston? ¿Crees que puedes volver a pasar por eso?

Delante de la cabaña, Rick obligó a Brody, herido, a ponerse de rodillas y le apoyó el arma en la sien.

—Llámala.

—No —respondió Brody; el corazón se le encogió cuando el cañón le presionó con fuerza la sien—. Piénsalo, Rick. ¿Eso es lo que harías si estuviese pendiente de un hilo la vida de tu mujer? Has matado para proteger a alguien a quien amas. ¿No morirías por ella?

—¿La conoces hace un par de meses y pretendes decirme que morirías por ella?

—Solo hace falta un minuto. Cuando lo sabes, lo sabes, ella es la mujer de mi vida, así que aprieta el gatillo si eso es lo que tienes que hacer. Pero ahora tus planes se han venido abajo. Lo que llevas en la mano es tu revólver de servicio, no la pistola de Joanie. ¿Cómo vas a explicar que Reece me disparó con tu arma de servicio?

—Lo arreglaré, lo solucionaré. Llámala. Ahora mismo.

—¿Me oyes, Reece? —gritó Brody—. Si me oyes, sigue corriendo.

Cuando Rick le tiró al suelo de una patada, Brody aterrizó sobre el brazo en el que tenía una bala alojada. El dolor fue desgarrador.

—No tengo elección —dijo Rick, pero ahora su cara estaba pálida y cubierta de sudor—. Lo siento.

Levantó el arma.

Esforzándose por no temblar, Reece se llevó el rifle al hombro. Inspiró, contuvo el aliento y apretó el gatillo.

Sonó como una bomba. Al recibir el culatazo, Reece sintió como si le hubiese explotado una en las manos y cayó hacia atrás. Aterrizó sobre la espalda y el disparo del revólver de Mardson voló sobre su cabeza.

Sin embargo, se levantó. Al hacerlo, vio a Brody y a Rick luchando en el suelo, con el arma entre las manos.

—¡Alto! —gritó mientras corría hacia ellos—. ¡Alto! ¡Alto! —Apoyó el cañón del rifle en la cabeza de Rick—. ¡Alto! —repitió.

—Agárralo fuerte, Flaca —dijo Brody entre jadeos. Se movió en el intento de alcanzar la pistola. Rick se arrojó sobre Reece, la tiró al suelo y se hizo con el revólver de un tirón. Cuando lo volvió hacia su propia sien, Brody le dio un puñetazo en la cara—. No será tan fácil —dijo, y gateó para recuperar el arma, de nuevo en el suelo—. Apunta eso hacia otro lado —le dijo a Reece.

Ella se sentó donde estaba, con el rifle aún en las manos.

—He echado a correr.

—Sí, has sido muy lista.

—Pero no he huido.

Brody, agotado, herido y mareado, se sentó junto a ella.

—No, no has huido.

En ese momento Cas y Linda-Gail llegaron corriendo, él vestido solo con unos vaqueros y ella arrastrando una sábana que la envolvía a medias.

—¡Por todos los diablos! ¿Qué ocurre? —quiso saber Cas—. ¡Madre mía, Brody! ¿Te han disparado?

—Sí. —Brody se apretó el brazo con una mano y se observó la palma, mojada y roja, antes de levantar la vista hacia Reece—. Ya tenemos algo más en común.

Entre ellos, Rick permanecía inmóvil, se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar.

Al amanecer, Reece ayudó a Brody a bajar del coche.

—Podrías haberte quedado en el hospital a pasar el día, o un par de días.

—Podría haberme pasado un par de horas dándome con una piedra en la espinilla. Ninguna de las dos experiencias me entusiasma. Además, ¿has visto a la enfermera que me han asignado? Tenía cara de bulldog. Daba miedo.

—Bien, pero harás lo que te han dicho. Puedes elegir entre la cama y el sofá.

—¿Dónde estarás tú?

—En la cocina. No tomarás café.

—Flaca, puede que no vuelva a tomar café en toda mi vida.

A Reece le temblaron los labios, pero los apretó para ahogar un sollozo.

—Voy a prepararte un té y unos huevos revueltos. ¿Cama o sofá?

—Quiero sentarme en la cocina a mirar cómo guisas para mí. Me distraerá del dolor.

—No te dolería si te hubieses tomado las medicinas.

—Creo que tampoco volveré a tomar medicinas en toda mi vida. En la cabaña de Rick me sentí como si flotase en un mar de cola. Os oía hablar, pero no lograba asimilar las palabras, al principio. Solo podía hacerme el muerto y esperar una oportunidad.

—Estando como estabas, atado a una silla y atontado por las píldoras, podía haberte matado.

—Podía habernos matado a los dos. Lo habría hecho —corrigió Brody—, pero tú no saliste huyendo cuando tuviste la ocasión. —Dejó escapar un suspiro cuando ella le ayudó a sentarse en una silla ante la mesa de la cocina—. Menuda nochecita, ¿eh, Reece? —dijo al ver que ella le daba la espalda y no decía nada.

—Al principio —empezó ella—, cuando salí corriendo, eso era todo. O luchaba o ahuecaba el ala y, ¡madre mía!, decidí ahuecar el ala. Correr a esconderme. Pero… la cosa cambió. Ni siquiera sé cuándo. Y entonces decidí correr a buscar algo para poder luchar. Creo que les di un susto de muerte a Cas y a Linda-Gail.

—Así tendrán algo que contarles a sus nietos.

—Sí. —Puso a hervir agua para el té y sacó una sartén.

—Tú lo comprendiste antes que yo. Yo soy el escritor de novelas de misterio, pero la cocinera lo comprendió antes. Yo me metí en la boca del lobo.

Jamás olvidaría, jamás, la sensación de flotar bajo los efectos de los fármacos y oír su voz. Jamás olvidaría aquel hondo terror.

—Al meterme en la boca del lobo pude causar tu muerte —añadió Brody.

—No, él habría causado mi muerte. Te metiste en la boca del lobo porque era tu amigo.

—Era.

Reece sacó la mantequilla y cortó un pedazo para la sartén.

—No sé qué les pasará a Debbie y a esas crías —dijo—. ¿Cómo superarán esto? Nada volverá a ser lo mismo para ellas.

—Nada era como ellas creían antes de esto. Más vale saberlo, ¿no?

—Puede. Eso es una reflexión para otro día —dijo ella mientras cascaba unos huevos y empezaba a batirlos con un poco de eneldo fresco y pimienta—. Él creía de verdad en todo lo que decía. Que las protegía, que hacía lo que debía. Que Deena no le dejó opción. Cree que es un buen hombre.

—Una parte de él lo es. Y una parte de él se separó y tomó lo que nunca debería haber tocado. Pagó por ello, Flaca, igual que Deena Black.

—La mató. Enterró su cadáver, cubrió sus huellas y escondió la motocicleta hasta que pudo utilizarla para volver a su apartamento a recoger sus cosas. También cubrió esas huellas. Hizo todo eso y mantuvo una calma absoluta incluso cuando le llamamos y denunciamos lo que vi.

—Si hubiese conseguido asustarte o hacer que dudases de ti misma, nadie se habría enterado.

—Si tú no me hubieses creído, seguramente habría pasado eso. Creo que pasar por esto me ha alejado del abismo al que me aproximaba. —Sirvió los huevos en un plato que colocó delante de él. Luego le acarició la cara y dijo—: Habría caído a ese abismo sin ti, Brody. Habría caído a ese abismo si te hubiese matado. Así que —se agachó y le dio un beso en los labios—, gracias por sobrevivir. Cómete los huevos.

Se volvió para acabar de hacerle el té.

—También hubo un abismo para mí. ¿Te das cuenta de eso?

—Sí.

—Una pregunta. ¿Por qué no presionas?

—¿Qué tengo que presionar?

—A mí. Estás enamorada de mí… ¿Aún tengo ese derecho?

—Sí.

—Acabamos de pasar juntos por una experiencia cercana a la muerte; seguramente me oíste decir que estaba dispuesto a morir por ti. Pero no presionas.

—No quiero nada que deba sacarte con presiones, así que dejémoslo.

Puso el té sobre la mesa y frunció el ceño cuando llamaron a la puerta principal.

—Ya —dijo Reece—. Supongo que vamos a tener un montón de visitas, un montón de preguntas, un montón de gente queriendo saber exactamente qué pasó.

—Eso no es gran cosa. —Antes de que ella se alejara de la mesa, la cogió de la mano y añadió—: No, tengo que ir yo. Estoy esperando algo.

—Se supone que tienes que descansar.

—Soy capaz de ir hasta la puerta. Y tómate tú ese té cursi. Yo acompañaré los huevos con una Coca-Cola.

Reece sacudió la cabeza mientras Brody se alejaba, pero decidió seguirle la corriente. Fue a buscar un vaso, lo llenó de hielo y sacó una Coca-Cola. Después de servirla, cogió el té que él no quería.

Se detuvo con la taza a medio camino de los labios cuando él regresó a la cocina. Llevaba un montón de tulipanes sobre el brazo sano.

—No me dijiste de qué color te gustaban, así que los he pedido de todos los colores.

—¡Madre mía!

—Tu flor favorita, ¿no?

—Así es. ¿De dónde han salido?

—He llamado a Joanie. Cuando de verdad necesitas algo, Joanie es tu chica. Bueno, ¿los quieres o no?

—Claro que sí —contestó ella con una luminosa sonrisa mientras los cogía y enterraba la cara en ellos—. Son bonitos, sencillos, encantadores. Como un arco iris después de una terrible tormenta.

—Menuda tormenta, Flaca. Yo diría que te mereces un arco iris.

—Los dos nos lo merecemos —dijo ella levantando la cabeza para sonreírle—. Entonces, ¿estás pidiéndome que vayamos en serio?

Al ver que él no decía nada, nada en absoluto, el corazón de Reece empezó a latir despacio y con regularidad.

—Voy a comprar la cabaña —dijo Brody por fin.

—¿Ah, sí?

—En cuanto convenza a Joanie. Pero puedo ser muy persuasivo. Quiero ampliarla un poco. Un despacho más grande, una terraza… Veo dos sillas en esa terraza. Veo tulipanes fuera… En primavera, ¿no?

—Los habría.

—Puedes cocinar en el restaurante, montar un negocio y llevar tu propia cocina. Puedes escribir libros de cocina. Lo que te apetezca. Pero vas a tener que quedarte y, tarde o temprano, lo haremos legal.

—¿De verdad?

—¿Me quieres o no?

—Sí. Sí, te quiero.

—Yo también te quiero. ¿Qué te parece eso?

Con dos rápidos silbidos, Reece inspiró y espiró.

—¿Qué me parece eso?

Él le puso una mano en la nuca, la atrajo hacia sí y la besó en los labios mientras los tulipanes brillaban entre ellos.

—Estoy donde quiero estar. ¿Y tú? —dijo Brody.

—Yo también. —Todo se asentó en su interior cuando echó la cabeza atrás y le miró a los ojos—. Exactamente donde quiero estar.

—¿Te gustaría sentarte en la terraza conmigo uno de estos días —le preguntó él—, mirar hacia el lago y ver las montañas flotando en él?

—Sí, Brody —respondió apretando su mejilla contra la de él—. Claro que me gustaría.

—Pues hagámoslo realidad —dijo él, apañándose—. De momento, ¿por qué no haces algo con esas flores? Luego trae otro tenedor. Deberíamos compartir esos huevos.

La mañana resplandecía con atisbos del verano que se extendería hasta el otoño. Se sentaron ante la mesa de la cocina, con un jarrón de tulipanes arco iris en la encimera, y compartieron unos huevos revueltos ya fríos.