ANDERSON, KENNETH.—Cazador de fieras y escritor. Desconozco sus datos biográficos, aunque supongo que el acmé de sus aventuras en la India debe situarse entre la segunda y tercera década de este siglo. Sus libros de caza han sido pulcramente editados en España por la Editorial Juventud. Citemos como obras principales Devoradores de hombres, La llamada del tigre, La pantera negra del Sivanipalli.
BORGES, JORGE LUIS.—Nació en Buenos Aires en 1899. Es, sin disputa, uno de los realmente grandes poetas y narradores que ha conseguido el siglo. Su reconocimiento universal ha sido tardío pero abrumador. El aficionado a Borges —este último es por sí solo todo un tipo de literatura— no elige en la obra de Borges: elige a Borges y eso basta. Mencionaremos, empero, algunos títulos: Ficciones, El Aleph, Discusión, Otras inquisiciones, El Hacedor... y toda su poesía. Sus obras completas han sido editadas por Emecé de Buenos Aires.
CHRISTIE, AGATHA.—Novelista inglesa nacida en 1891 y muerta en 1976. No es difícil, sino más bien inevitable, encontrar defectos en este clásico de la novela policíaca, cuya amplísima obra se extiende por más de medio siglo de publicaciones ininterrumpidas. Pero más justo es recordar su incansable ingenio, la sutileza de unas tramas mucho menos obvias de lo que parece a primera vista, el encanto de unos personajes y ambientes rezagadamente Victorianos, cuya pintura no carece nunca de suave ironía. El agradecimiento de las horas deleitosas que nos proporcionaron sus calculadas perplejidades es aquí más fuerte que la pasión crítica. Recordemos algunas obras maestras: Los asesinatos de la guía de ferrocarriles, El asesinato de Rogelio Acroyd, Lord Edgware ha muerto, Diez negritos, Tres ratones ciegos, Los trabajos de Hércules... En España, sus novelas han sido editadas por la Biblioteca Oro de Editorial Molino.
CONAN DOYLE, SIR ARTHUR.—Novelista escocés, nacido en 1859 y muerto en 1930. Uno de los más prodigiosos y puros narradores de la lengua inglesa. Sherlock Holmes sería suficiente monumento para perpetuar a cualquier autor: él creó también al profesor Challenger, al honorable y batallador sir Nigel Loring y a su tiernamente bravucón brigadier Gérard. Le distingue una envidiable facilidad para lo interesante, una disposición hacia lo macabro y fantástico que honran a su sangre norteña y el perfecto dominio de cómo debe contarse la acción. Soñó con ser otro Walter Scott: fue algo distinto, pero en modo alguno inferior. La Editorial Aguilar ha publicado unas muy incompletas Obras completas, excelentemente traducidas y prologadas por Amando Lázaro Ros, a las que el lector español debe remitirse.
CROMPTON, RICHMAL.—Creo que fue institutriz o algo parecido y sé que murió al final de los sesenta, cuando contaba alrededor de ochenta años. Para mí, su existencia no es menos problemática que la del Castañeda que inventó o escuchó a Don Juan. ¿Es Don Juan una advocación de Castañeda? ¿Fue Richmal Crompton —canosa peluca, vestido negro de corte anticuado y paraguas, quizá impertinentes sujetos con cinta ancha— el mejor disfraz de Guillermo? No sería la primera vez que se disfrazaba de abuelita para mejor llevar a buen fin sus planes. En cualquier caso, la Editorial Molino ha publicado la saga completa de este héroe de nuestro tiempo. La edición antigua contaba con los preciosos dibujos de Thomas Henry, sustituidos en versiones posteriores por horrores al gusto del día (o tal se supone).
DEFOE, DANIEL.—Nació en Londres en 1660, quizá en septiembre. Murió en abril de 1731 en Ro pemaker's Alley Moorfields. Su apellido, que le venía del modesto carnicero que fue su padre, era simplemente Foe pero Daniel lo prestigió con un «De» previo, perpetrando así un fraude tan inocente como común. Robinsón Crusoe, que era amante de las realidades tangibles y poco dado a fantasías honoríficas, probablemente hubiera desaprobado esta veleidad vanidosa de su creador. Defoe fue uno de los primeros escritores profesionales de los que tenemos noticias: vendió en numerosas ocasiones su pluma al mejor postor, escribió por encargo, adaptó sus obras a los requerimientos comerciales de sus editores y al gusto del público... En una palabra, cometió todos los pecados que los guardianes de la alta cultura literaria reprochaban a los mercenarios de la prosa popular. Su obra quedará para siempre y no la de tantos exquisitos.
DICKSON CARR, JOHN.—Ha firmado también sus novelas con el seudónimo de Cárter Dickson. Nació en Pennsylvania, U.SA, el año 1905. Vivió en Londres, donde fue secretario del Detection Club, hasta su muerte el 27 de febrero de 1977. A mi juicio, es uno de los tres o cuatro grandes del género policíaco. Le distingue cierto gusto por introducir un elemento fantástico e imposible en el planteamiento de sus casos, en los que frecuentemente importa más el ¿cómo? que el ¿quién? En una de sus mejores novelas, El jurado de fuego, se dan dos soluciones a un crimen, la primera rigurosamente racionalista, la segunda sobrenatural. Ha inventado un protagonista, el doctor Gideón Fell, cuya apariencia física ha sido modelada directamente sobre la de Chesterton. Aguilar ha publicado dos tomos de buenas novelas suyas y en la colección Séptimo Círculo pueden encontrarse hasta veintiún títulos más. Recordaré aquí Los anteojos negros, El ocho de espadas, Fuego que quema, El crimen de las figuras de cera, El caso de la viuda roja, Los crímenes del Unicornio... Es autor de una atractiva biografía de sir Arthur Conan Doyle.
GREY, ZANE.—Nació en Zanesville en 1875 y murió en Altadena en 1939. Fue dentista en Nueva York desde 1898 hasta 1904. En 1902 publicó su primer título, Betty Garey. Padre fundador de la novela del far-west, sus obras han encontrado imitadores pero, en general, no han sido superadas. Entre sus centenares de libros citaremos The spirit of the bordery Riders of the purple sage. Sus novelas han sido traducidas en numerosas versiones populares.
LONDON, JACK.—John Griffith, llamado Jack London, nació en San Francisco, hijo de un astrólogo ambulante al que no llegó a conocer y de una adepta al espiritismo. Tras una infancia miserable, que lo llevó a trabajar en una fábrica a los trece años, fue cazador de focas en Japón, peón caminero en Canadá y Estados Unidos, buscador de oro en Alaska. Con denodada voluntad se forjó una formación autodidacta. Sintió pasión por las ideas progresistas de su época, adhiriéndose al Partido Socialista americano. Logró abrirse paso como periodista y novelista, llegando a ser uno de los escritores más cotizados de su época. Sus primeras novelas, ambientadas en el Gran Norte, le valieron el sobrenombre publicitario de «el Kipling de los hielos». Sus extraordinarias dotes narrativas hallaron acicate en su pasión por las soledades salvajes y la aventura, en una visión del hombre de feroz pesimismo, ambiguamente iluminada por una conmovedora necesidad de aspirar a la sociedad fraterna. Le fascinó lo terrible, lo violento y lo sobrenatural; soñó con los ciclos de la evolución y con el futuro devenir histórico. Llegó a ser muy rico, despilfarró, viajó sin cesar, padeció dos tumultuosos matrimonios. Acosado por los fantasmas del alcohol y por el espectro del destino, se quitó la vida en su rancho californiano BlenEllen, el año 1916. Dentro de su obra admirable, quiero recordar ahora sus agrestes epopeyas La llamada de la selva y Colmillo blanco, su autobiográfico Martin Edén, su espléndido El lobo de mar y sus alarmantes visiones de un pasado remotísimo, Antes de Adán, y de un futuro desolado, El talón de hierro.
LOVECRAFT, HOWARD PHILLIPS.—Nació en Providence (Rhode Island) en 1890 y murió en la misma ciudad en 1937. Llevó una existencia crepuscular de soledad y pobreza, sin otros incentivos que una incesante correspondencia con un relativamente restringido círculo de jóvenes admiradores. Sus asombrosos relatos de terror despertaron escaso interés en su época, pero han llegado a ser hoy obsesión insustituible. Los vertebra toda una cosmogonía y una mitología peculiares, enraizadas en la vivencia del desesperado desvalimiento del hombre frente a las fuerzas insondables que lo han producido y que lo destruirán. Quien llegue a «entrar» en uno de sus cuentos, no sabría ya prescindir de ninguno de los restantes. En España hay recopilaciones de sus historias, que según creo las incluyen todas, en Acervo, Alianza Editorial y Barral Ediciones.
MAY, KARL.—Karl Hohenthal (éste fue su verdadero nombre) nació el año 1842 en Sajonia y murió en Radebeul en 1912. Luchando contra la estrechez económica de su humilde origen, viajó desde muy joven por Europa, América del Norte y del Sur, Kurdistán, Arabia, islas del Pacífico, etc., corriendo aventuras que, según parece, le hermanan más con los bandidos que con los justicieros de sus relatos. Sus obras alcanzaron una enorme popularidad en Alemania y han sido abundantemente traducidas. La saga de Oíd Shaterhand y Winnetou, su mejor logro literario, comprende las novelas La montaña de oro, La venganza de Winnetou, En la boca del lobo y La isla del desierto, todas ellas publicadas en castellano en los dos tomos de Obras Escogidas editadas por Aguilar.
POE, EDGAR ALLAN.—Genial poeta y narrador americano, nacido en Baltimore en 1813 y muerto en la misma ciudad el domingo 7 de octubre de 1849. Su vida azarosa por la miseria, la lucidez y el alcohol ardió en beneficio de una maravillosa obra literaria, tétricamente suntuosa, refinadísima, burlona, un auténtico milagro de romanticismo fantástico. Todos sus relatos, sus poemas, incluso sus ensayos críticos son imprescindibles. Quien no haya leído El gato negro, El pozo y el péndulo, El extraño caso del señor Valdemar, Las aventuras de Arturo Gordon Pym o El escarabajo de oro aún no sabe hasta qué punto leer puede ser una operación arriesgada y gozosa. Sus obras completas han tenido la suerte de ser traducidas al castellano por Julio Cortazár —ventura aún mayor tuvieron en francés, al ser recreadas por Baudelaire— y han aparecido en Alianza Editorial.
SALGARI, EMILIO.—Nació en Verona en 1863. En su juventud fue hombre de mar, viajando por todo el mundo. Luego se dedicó al periodismo y a la narración. Escribió 86 novelas y más de 100 relatos, en los que recrea los múltiples rostros de la aventura, los riesgos de la selva y del mar, las peripecias inaquietables de la pura acción que no busca más que perpetuar su juego. La miseria y las desdichas familiares le llevaron al suicidio en Turín, en 1911. Sólo por los títulos de sus libros merecería figurar en la historia de la literatura. La montaña de luz, El león de Damasco, El capitán Tormenta, El rey de los cangrejos, La galera del bajá, El desierto de fuego, Los solitarios del océano, Los tigres de la Malasia... Sus novelas han sido editadas por Editorial Molino.
STEVENSON, ROBERT LOUIS.—El rey de los narradores contemporáneos nació en Edimburgo en 1850. Tras una juventud bohemia, en la que vagamente estudió Derecho, se dedicó plenamente a la literatura. Nadie como él ha entendido la necesaria ambigüedad de todo relato, que no se contradice sino que se refuerza con una implacable pasión ética. Poseedor de un gusto infalible para los buenos argumentos, sabe desarrrollarlos en un estilo ajustado y eficaz, que no renuncia nunca a lo poético: su forma de contar las historias no se superpone a éstas, sino que parece crecer naturalmente con ellas. Además de La isla del tesoro, sobria epopeya de audacia y ética que es uno de los pocos logros perfectos de la literatura moderna, dotó a nuestra imaginación del arquetipo del hombre cuyo desdoblamiento moral se realiza físicamente: El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde. Sus Nuevas noches árabes potencian el relato policíaco hacia dimensiones oníricas, sin disminuir su caprichoso rigor. El mito de Caín y Abel encontró una plasmación inolvidable en El dueño de Ballantrae, mientras que David Balfour, Catriona o sus Cuentos de los mares del Sur se han convertido en clásicos de sus géneros respectivos. Su inacabada Weir of Herminston plantea por última vez en su obra el inicuo y necesario misterio de la obediencia y del poder. Acosado por una grave enfermedad pulmonar, pasó los últimos años de su vida viajando de isla en isla por los mares del Sur, buscando quizá la mística tierra sin daño. Los samoanos le llamaron «Tusitala», el que cuenta historias. Murió en Upolu en 1894 y fue enterrado por los nativos en el monte Vaea, según era su deseo. El epitafio en verso que él mismo se compuso comenzaba así: Under the wide and starry sky dig the grave and let me lie glad did I Uve and gladly die...
TOLKIEN, JOHN RONALD REUEL.—Nació en 1892 y murió en 1974. Fue profesor de antigua literatura inglesa en Oxford, publicando estudios y versiones de los viejos poemas Sir Gawain and the Creen Knight, Pearl and Sir Orfeo. En 1938 comenzó a escribir su Lord of the rings, que se publicaría dieciséis años más tarde; el año anterior (1937) había aparecido The Hobbit, novela corta en la que toma por primera vez posesión de la Tierra del Medio. Sus entusiastas, que no queremos ser desterrados definitivamente de ese discutible paraíso, esperamos con ansiedad la publicación de su gran novela póstuma The Silmarillion. Hoy existen ya versiones españolas de casi toda la obra de Tolkien.
VERNE, JULIO.—Nació en Nantes en 1828 y murió en Amiens en 1905. Se licenció en Derecho y trabajó como agente de bolsa, hasta entregarse por entero a la literatura. El entusiasmo despertado por su obra le proporcionó fama y riqueza. Mucho más interesante que sus celebradas facultades anticipatorias de los logros de la ciencia es su seguro instinto para ventear los arquetipos míticos que tales logros recuperarían. Quizá nadie ha soñado con los espacios y los instrumentos con tal feliz rigor. Además de las dos obras comentadas en este libro, recordemos Cinco semanas en globo, Los hijos del capitán Grant, Dos años de vacaáones, Héctor Servadac, La isla misteriosa, Un capitán de quince años, De la Tierra a la Luna, Miguel Strogoff...
WELLS, HERBERT GEORGE.—Novelista, periodista y divulgador de temas científicos, históricos y políticos. Nació en Kent en 1866 y murió en Londres en 1946. Su obsesión regeneracionista —«el futuro de la humanidad es una carrera entre la educación y la catástrofe»— no restó vigor ni fantasía a sus parábolas sociopolíticas, de las que hoy nada apreciamos menos que las buenas intenciones de su autor. Además de sus dos libros aquí comentados, recordamos La isla del doctor Moreau, El hombre invisible, La máquina del tiempo, Cuando el durmiente despierta, Doce historias y un sueño, Kipps... La Editorial Plaza y Janés, en su colección «Clásicos del siglo XX», ha publicado unas suficientes Obras Escogidas.
Y un último saludo final a todos los mencionados de pasada que podrían haber ocupado muchas páginas, a los olvidados, a los injustamente postergados, por causas que tanto la razón como el corazón ignoran, a los que se han caído del libro vaya usted a saber por qué:
RUDYARD KIPLING, incomparable creador de Mowgli y de Kim; sir HENRY RIDER HAGGARD, que me contó la portentosa aventura de Allan Quatermain en las minas del rey Salomón y cómo la belleza de la bruja centenaria se disipó en la llameante fuente de la Vida; EDGAR RICE BURROUGHS, al que debo la gran silueta ágil de Tarzán y tantas peripecias asombrosas en Marte y Venus; JAMES OLIVER CURWOOD, cuyas biografías de animales —Kazán, Bari, El rey de los osos— me parecen estupendas, comparables incluso a Colmillo Blanco, de London; JAMES FENIMORE COOPER y sus románticos mohicanos; sir WALTER SCOTT, el Mago del Norte, de quien es imperdonable no haber comentado su Ivanhoe o El talismán; la facundia mosqueteril de ALEJANDRO DUMAS; GASTÓN LEROUX, cuyo enamoradizo Rouletabille —¡quién pudiera llamarse así!— descubrió que el asesino imposible del cuarto amarillo era su propio padre tal como Freud le habría advertido de haber sido consultado; los inolvidables bandidos generosos, como Dick Turpin luchando contra los mil jefes de Policía que le acosaban o el refinado Arsenio Lupin que nos regaló MAURICE LEBLANC; los legendarios viajes de MARCO POLO, minucioso en la crónica de lo increíble por distinto, cuyo mundo veneciano nos es ya casi tan desconcertantemente exótico como aquel del Khan Kublai del que nos habló; los demasiado serios exiliados en el jardín de la infancia por un mundo adulto que se negó a escuchar su metafísica (HERMÁN MELVILLE), SU sátira (JONATHAN SWIFT) o su alucinante humor (LEWIS CARROLL); los floretes y máscaras de RAFAEL SABATINI, JEAN RAY y su caterva de fantasmas flamencos; los terribles niños insomnes de MARK TWAIN, quizá el más feroz pesimista de la literatura moderna; los aventureros juveniles del CAPITÁN MARRYAT; el inventor de Conan, ROBERT E. HOWARD, que se suicidó a los veintinueve años para no ver morir a su madre, y todos sus hermanos de Espada y Brujería: FRITZ LEIBER, MICHAEL MOORCOOCK..; los embrujados derechistas de DENIS WHEATLEY; los cazadores de plantas y las lentas caravanas de MAYNE REID; los más grandes de la ciencia-ficción, como RAY BRADBURY y sus nostálgicos náufragos marcianos o ISAAC ASIMOV; ARTHUR C. CLARKE, filósofo y poeta de las inagotables promesas de la técnica, que hará del hombre algo más o menos que un hombre; y, last but not least, los auténticos y puros narradores de cuentos, los CHARLES PERRAULT, los HERMANOS GRIMM, ANDERSEN O los anónimos fabuladores que soñaron con Simbad y Aladino durante LAS MIL Y UNA NOCHES de la infancia perpetuamente perdida y recuperada.