55
Tissarn

La boca seca. Resplandor de agua reflejado debajo de un techo de cañas y palos. Una luz crepuscular, roja y lenta. Una especie de tejido tosco, áspero contra el cuerpo. Un ruido pequeño, urgente, como de arañazos. ¿Un ratón cercano o algún hombre más lejos? Dolor, muchos dolores, no agudos, sino profundos y persistentes, el cuerpo sumergido en dolor, dedo, oreja, brazo, cabeza, estómago, la respiración entrecortada por el dolor. Reseco: vacío de hambre; la boca seca de sed. Y, sin embargo, una sensación de alivio, de estar en manos de gente que no iba a hacer daño. No sabía dónde estaba, pero sabía que ya no estaba con Guenshed. Guenshed estaba muerto. Shardik lo había destrozado y Shardik estaba muerto.

Los que lo rodeaban; esos —fueran quienes fueren— que se habían tomado el trabajo de ponerlo en la cama, sin duda iban a dejarlo allí por el momento. No podía pensar más, no podía pensar en el futuro. Dondequiera que estuviese, debía estar en manos de los yeldashay. Radu había hablado con el oficial. Tal vez no lo mataran, no sólo porque —y esto era muy vago, una intuición de tipo infantil de lo que era y no era posible— Radu había hablado con el oficial, sino también a causa de su desolación y sus sufrimientos. Se sentía investido, por sus sufrimientos, de una especie de inmunidad. No sabía qué iban a hacer con él, pero estaba seguro de que no iban a matarlo. Su mente se puso a vagar.

Con los ojos cerrados gimió, lamiendo sus labios secos, atormentado por el dolor como por moscas. Cuando abrió de nuevo los ojos —no por el deseo deliberado de ver, sino por el momentáneo alivio que el cambio iba a traer antes que el dolor lo venciera y nuevamente avanzara por su cuerpo— vio una vieja de pie junto a la cama, sosteniendo una vasija de barro con las dos manos. Él la señaló y después indicó su boca. Ella asintió, sonriendo, le puso la mano detrás de la cabeza y acercó la vasija a sus labios. Era agua. Él bebió y dijo sin aliento:

—Más —y ella asintió, se fue y regresó con la vasija llena. El agua era fresca y nueva, debía haberla sacado ahora mismo del río.

—¿Te sientes muy mal, pobre muchacho? —preguntó la mujer—. Debes descansar.

Él asintió y murmuró:

—Pero tengo hambre —y entonces se dio cuenta que la mujer había hablado en un dialecto parecido al ortelgano y que, sin darse cuenta él había contestado en ese idioma. Sonrió y dijo:

—Soy de Ortelga.

La mujer contestó:

—Gente del río, como nosotros —y señaló corriente arriba, según el supuso. Procuró hablar de nuevo, pero la mujer meneó la cabeza, puso una mano suave y arrugada sobre su frente unos instantes y después se fue. Él quedó adormilado… Guenshed… Shardik muerto… ¿cuánto tiempo hacía?… Y después de un rato la mujer volvió con un bol de caldo hecho de pescado y alguna legumbre que él no conocía. Comió débilmente, como pudo, y ella pinchó los trozos de pescado con un palillo puntiagudo y se los dio, sosteniéndole la mano y chasqueando la lengua ante el dedo herido. Otra vez él pidió más, pero la mujer dijo:

—Más tarde, más tarde… no hay que comer mucho al principio… duerme ahora.

—¿Te quedarás aquí? —preguntó él, como un niño, y ella asintió. Después él señaló hacia la puerta y dijo—: ¿Soldados?

Ella asintió nuevamente y entonces él recordó a los niños. Pero, cuando intentó preguntar por ellos, ella volvió a repetir:

—Duerme ahora —y en verdad, con la sed apagada y la comida caliente en el estómago, le resultó fácil obedecerla, y se sumergió en las profundidades como una trucha entrevista que se aleja de los ojos del pescador.

Una vez despertó en la oscuridad y la vio sentada a la luz de una lamparita humeante, cuya llama brillaba verdosa a través de __ una pantalla de cañas delgadas. Nuevamente lo ayudó a beber y después a hacer sus necesidades, haciendo a un lado la vacilación y la vergüenza, de él.

—¿Por qué no duermes ahora? —murmuró él.

Y ella contestó sonriendo:

—Vamos, todavía no darás a luz —por lo que él coligió que la mujer debía ser la partera de la aldea. La broma le recordó nuevamente a los niños.

—¿Y los niños? —suplicó—. ¿Los niños esclavos? —pero ella volvió a apretar su mano suave y arrugada contra la frente de él.

—¿Sabes? Antes me llamaban Kelderek-Juega-con-los-Niños —dijo él. Después su cabeza giró… ¿acaso lo había narcotizado?… Y volvió a quedar dormido.

Cuando despertó comprendió que era de tarde. Tenía la cabeza más clara y se sintió más liviano, limpio, y algo menos dolorido. Iba a gritar llamando a la vieja cuando comprendió que había ya alguien sentado junto a la cama. Volvió la cabeza. Era Melathys.

Le clavó la mirada incrédulo, y ella sonrió con la expresión de alguien que ha traído un regalo costoso e inesperado a un amante o un amigo querido. Se llevó el dedo a los labios, pero, un momento después, viendo que aquello no serviría para contenerlo, se dejó caer de rodillas junto a la cama y puso su mano en la mano de él.

—Soy real —murmuró—, pero no debes excitarte. Estás enfermo… herido y exhausto. ¿Recuerdas lo mal que has estado?

Él no contestó, pero llevó la mano de ella a sus labios. Después de un rato, Melathys dijo:

—¿Recuerdas cómo llegaste aquí?

Él quiso menear la cabeza pero desistió, cerrando los ojos por el dolor. Después preguntó:

—¿Dónde estoy?

—Se llama Tissarn… es una aldea de pescadores, muy pequeña… más chica que Iak.

—¿Cerca… cerca de dónde…?

Ella asintió.

—Viniste aquí caminando… los soldados te trajeron. ¿No recuerdas?

—No recuerdo nada.

—Has dormido unas treinta horas. ¿Quieres volver a dormir?

—No, todavía no.

—¿Necesitas algo?

Él sonrió débilmente.

—Es mejor que me mandes a la vieja.

Ella se puso de pie.

—Si quieres… —pero después sonriendo por encima del hombro, dijo:

—Cuando llegué estabas asqueroso… como si alguien en Tissarn pudiera notar una cosa semejante. Te desnudé y te lavé de pies a cabeza. De todos modos, la mandaré, si prefieres.

—¿En ningún momento me desperté?

—Ella me dijo que te había dado una droga. También volví a vendarte el brazo. Lo habían apretado demasiado.

Más tarde, al caer la tarde y cuando los patos empezaron a chapotear y moverse, en los reflejos del techo —comprendió ahora que la choza debía estar suspendida sobre el agua— ella volvió para darle de comer y después se sentó junto a la cama. Estaba vestida como una mujer yeldashay, con un largo metían azul, sujeto debajo de los pechos que caía hasta los tobillos. El hombro estaba sujeto con un fino broche emblemático —las espigas de Sarkid, trabajadas en plata. Siguiendo su mirada ella rió, lo desprendió y lo puso sobre la cama.

—No, no he cambiado, amor. Es sólo otra parte de la historia. ¿Cómo te sientes ahora?

—Débil, pero menos dolorido. Cuéntame la historia. ¿Sabes que el Señor Shardik ha muerto?

Ella asintió.

—Me despertaron para que viera su cuerpo en la roca. ¿Qué puedo decir? Lloré por él. No hablemos de eso ahora… debes descansar y no inquietarte.

—¿Los yeldashay no piensan matarme, por lo tanto?

Ella meneó la cabeza.

—Puedes estar seguro de eso.

—¿Y la Tuguinda?

—Queda tranquilo y te contaré todo. Los yeldashay entraron en Zeray la mañana después de tu partida. Si te hubieran encontrado, sin duda te habrían matado. Registraron la ciudad buscándote. Fue misericordia de Dios que te hubieras ido cuando te fuiste.

—Y yo… yo lo maldije por esa misericordia. ¿Farrass los trajo, entonces?

—No, Farrass y Thrild… recibieron su merecido. Encontraron a los yeldashay a mitad de camino de Kabin, y éstos los trajeron de vuelta con la sospecha de que eran traficantes de esclavos que huían. Tuve que ir y hablar por ellos para que los yeldashay los liberaran.

—Comprendo. ¿Y tú?

—La casa del Barón quedó bajo el mando de un oficial del grupo de Elleroth… un hombre llamado Tan-Rion.

—Lo conocí en Kabin.

—Eso me dijo, pero ya te contaré luego. En el primer momento estuvo frío y poco amistoso, hasta que se enteró que la dama enferma era la Tuguinda de Quiso. Después puso todo lo que tenía a nuestra disposición… cabras, leche, aves y huevos. A los yeldashay parece irles muy bien en el campo, pero naturalmente vienen de Kabin, que creo que han exprimido hasta secarlo, dentro de lo que pude entender. Lo primero que Tan-Rion me dijo fue que se había hecho un armisticio con Bekla y que Santil-ke-Erketlis estaba negociando con Zelda y Gued-la-Dan en algún lugar no lejos de Thettit. Sigue allí, por lo que sé.

—Entonces… ¿para qué mandar tropas yeldashay al Vrako? ¿Por qué? —seguía con miedo.

—Deja de excitarte, querido. Quédate tranquilo y te explicaré. Sólo hay doscientos yeldashay de este lado del Vrako y Tan-Rion me dijo que Erketlis no sabía nada de eso hasta que dejaron Kabin. No fue él quien dio la orden, ¿sabes?

Hizo una pausa y Kelderek, obediente, no dijo una palabra.

—Elleroth dio la orden por iniciativa propia. Dijo a Erketlis que lo había hecho por dos motivos: primero, para rodear a los traficantes de esclavos fugitivos, parti-cularmente a Lalloc y a Guenshed… los peores de todos, dijo, y estaba, decidido a atraparlos… y segundo para asegurarse de que alguien enfrentara a los deelguy si lograban cruzar el río. Sabía que habían empezado a preparar una balsa.

Hizo una nueva pausa y Kelderek siguió en silencio.

—Elstrit llegó a Ikat, ¿sabes? Sabía que podía hacerlo. Dio a Erketlis el mensaje del Barón, y parece que la idea de la balsa atrajo tanto al comandante de los deelguy que estaban con Erketlis que en seguida mandó un mensaje al rey de Deelguy sugiriendo que se enviaran pioneros a la banda oriental, para empezar a trabajar frente a Zeray e iniciar la balsa. Creo que tenía la noción de que cualquier refuerzo enviado desde Deelguy para unirse al ejército podía evitar cruzar las montañas de Guelt. De todos modos, esos fueron los hombres que tú y yo vimos aquella tarde, cuando estábamos en el techo. Siguen allí, pero, cuando me fui, ninguno había cruzado el estrecho. La verdad es que no sé cómo van a hacerlo.

»Pero Elleroth tenía una tercera razón más importante, según me dijo Tan-Rion… más importante para él, de todos modos. Iba a buscar a su pobre hijo; y, si no lo encontraba, no sería por no buscarlo como era debido. Había ocho oficiales en total en la compañía Sarkid que entró en Zeray, y todos habían jurado a Elleroth, antes de salir de Kabin, que encontrarían a su hijo aunque tuvieran que recorrer palmo a palmo toda la provincia. En cuanto estuvieron en Zeray veinticuatro horas y se enteraron de todo lo que había que saber… es decir, que Guenshed no estaba allí, que nadie lo había visto u oído, siguieron río arriba. Ya habían enviado un destacamento hacia el Norte, para cerrar el desfiladero de Linsho. Debe haber sido unos dos días después que saliste de Zeray.

—Entonces apenas lo hice a tiempo —dijo Kelderek.

—Fui al Norte con los yeldashay, y lo hice por orden expresa de la Tuguinda. Ella recobró el conocimiento hacia el anochecer del día en que te fuiste. Estaba muy débil y, naturalmente, en ese momento todavía temíamos que la casa fuera atacada por los rufianes que la habían herido. Pero en cuanto llegaron los yeldashay y el miedo de ser asesinadas desapareció de nuestra mentó, ella empezó de nuevo a hacer planes. Es muy fuerte, ¿sabes?

—¡Claro que lo sé! ¿Quién puede saberlo mejor?

—La noche antes de que los soldados salieran de Zeray, ella me dijo lo que debía hacer. Dijo que con Ankray y dos oficiales ella estaría perfectamente a salvo; y yo tenía que ir al Norte. Le recordé que yo era la única mujer de la casa.

—Entonces es mejor que tú o Tan-Rion me traigan alguna chica decente de ikat —dijo— pero tienes que ir al Norte, querida. Los yeldashay no están en busca del Señor Shardik; buscan al hijo de Elleroth. Pero tú y yo sahornos que Shardik y Kelderek vagan en algún punto entre este lugar y Linsho. Nadie puede prever la muerte santa y sagrada que está destinada al Señor Shardik, pero debe llegar. En cuanto a Kelderek, está en gran peligro; y sé lo que hay entre tú y él como si me lo hubieras dicho. Los yeldashay creen que él y Shardik son sus enemigos. Eres necesaria como amiga y como sacerdotisa y, si me preguntas lo que debes hacer, te contestaré que Dios te indicará el camino.

«¿Sacerdotisa?» —dije—. ¿Dices que soy sacerdotisa?

«Aíres sacerdotisa, contestó. Yo digo que eres sacerdotisa y tienes mi autorización para actuar como tal. Es como mi sacerdotisa que debes ir al Norte con los soldados y descubrir lo que debes hacer».

Melathys se interrumpió unos momentos para recobrar el dominio de sí misma. Al fin prosiguió:

—Por eso… me puse en marcha, como sacerdotisa de Quiso. Fuimos a Iak y allí me enteré primero que Shardik y luego tú habías estado allí, y que tú te habías ido. Ya no se sabía nada de ti. Al día siguiente los yeldashay empezaron a avanzar al Norte, hacia Linsho, y exploraron el bosque de pasada. Tan-Rion había prometido a la Tuguinda cuidar de mí y fue él quien me dio este metían de Yeldashay. Tenía la tela… creo que la había comprado en Kabin… quien sabe para quién… una mujer de Iak lo hizo siguiendo sus órdenes. «Estarás perfectamente entre los hombres si pasas por una muchacha yeldashay», me dijo. «Saben quien eres, pero eso les dará la idea de que deben respetarte y cuidarte». También me dio este emblema.

Se interrumpió sonriendo y recogió el emblema.

—Muchacha popular: ¿quieres que lo tire al río?

Él meneó la cabeza.

—No es necesario. Además es posible que eso me excite, ¿no te parece? Sigue.

Ella volvió a dejar el emblema sobre la manta.

—Al segundo día de dejar Iak, por la mañana, encontramos el cuerpo de un niño… de unos diez años… tirado sobre la ribera. Estaba atrozmente flaco. Lo habían matado a puñaladas. Tenía la oreja agujereada y huellas de cadenas en los tobillos. Los soldados se enfurecieron. Fue entonces cuando empecé a preguntarme si los traficantes de esclavos te habrían matado. Estaba enloquecida de angustia y, Dios me perdone, pensaba más en eso que en el Señor Shardik.

»A mitad de la tarde estaba caminando por la ribera con Tan-Rion y su trizat cuando llegaron dos canoas siguiendo la corriente, dirigidas por un oficial yeldashay, dos soldados y dos aldeanos de Tissarn. Así nos enteramos que habían encontrado a Radu y que Guenshed y Lalloc estaban muertos. El oficial nos contó cómo el Señor Shardik había dado la vida para salvar a Radu y a los niños, y cómo había dividido la roca. Fue como un milagro, dijo, como un viejo cuento increíble.

»Los yeldashay, lógicamente, sólo pensaban en Radu, pero yo interrogué al oficial hasta enterarme que habías estado con Guenshed y que Shardik también te había salvado. “Herido, febril y casi enloquecido”, dijo el oficial, pero no creyeron que fueras a morir.

»Una de las canoas fue a Zeray, y yo hice que Tan-Rion me diera un lugar en la otra, la que regresaba. Remontamos el río toda la noche, cerca de la costa, contra la corriente, y llegamos a Tissarn poco después del alba. Primero me dirigí hacia el Señor Shardik, como debía hacerlo por mi honor y mi deber. Nadie lo había tocado; y, tal como había dicho la Tuguinda, supe lo que tenía que hacer. Tan-Rion ya había iniciado los preparativos. No puso dificultades cuando se lo pedí. Los yeldashay sienten de una manera muy distinta en relación al Señor Shardik, ¿sabes?».

—Pero he hablado demasiado, querido, no debo cansarte más por esta noche…

—Una pregunta —dijo Kelderek— sólo una. ¿Qué ha sido de Radu y los niños?

—Todavía están aquí. He visto a Radu. Ha hablado de ti como de un amigo y un camarada. Está débil y muy angustiado —hizo una pausa—. ¿Había una chiquita?

Kelderek contuvo el aliento y asintió.

—Han mandado llamar a Elleroth —dijo Melathys—. Los otros niños… no los he visto. Algunos se están recobrando, pero me han dicho que algunos están bastante mal, pobrecitos. Por lo menos están en buenas manos. Ahora debes volver a dormir.

—Y tú también, mi querida Viaja-toda-la-Noche. Ambos debemos dormir.

—Buenas noches, Kelderek Juega-con-los-Niños. Mira, ya se ha ido la luz del día. Le pediré a la vieja Dirion, Dios la bendiga, que traiga su lámpara y se quede a tu lado hasta estar segura de que te has quedado dormido.