50
Radu

Cuando se despertó, ya era el amanecer y, en cuanto se movió, un ciempiés del largo de su mano, granate y sinuoso, le salió de debajo del cuerpo y se alejó serpenteando. Sháuter estaba destrabando las cadenas y guardándolas en su bolsa. La selva estaba enronquecida por las llamadas de los pájaros. Cuando el sol empezó a brillar, el suelo humeó y por todos lados se veían moscas que zumbaban en tomo a los excrementos y los orines que quedaban de la noche. Un niño que estaba cerca tosía sin cesar y los otros, a su alrededor, elevaban sus tiernas voces vociferando palabrotas y obscenidades. Dos de los niños se pusieron a pelear por un pedazo de cuero que uno le había robado al otro, hasta que el bastón de Bled, entre maldiciones, los llamó al orden.

Sháuter repartió puñados de fruta seca y vigiló mientras los niños comían, con el bastón levantado y listo para intervenir en caso de robo o pelea. Le hizo una guiñada a Kelderek y le pasó un segundo puñado.

—Mucho cuidado: es para ti solo, ¿eh? —murmuró—. Y pronto.

—¿Es todo lo que habrá hasta esta noche? —contestó Kelderek, asustado ante la idea de tener que andar todo el día.

—Es más o menos lo que quedó —dijo Sháuter, siempre en voz baja—, él dice que no habrá más hasta que lleguemos a Linsho, y eso se supone que será mañana por la noche. Se me ocurre que no sabía cómo iba a ser este lugar. Si salimos vivos de aquí, será que tenemos suerte.

Kelderek, mirando rápidamente a ambos lados, murmuró:

—Yo podría sacarte vivo de aquí.

Sin esperar una respuesta, se arrastró hasta donde estaba Radu, dándole de comer a Shara de su propia porción.

—No puedes hacer eso —dijo—. Tienes que mantener tu propia fuerza si quieres estar en condiciones de ocuparte de ella.

—Lo he hecho antes —contestó Radu—, mientras ella esté bien, yo también lo estaré. —Se volvió hacia la niña—. Pronto volveremos a casa. ¿Verdad? —dijo—. Y me vas a mostrar el nuevo ternero, ¿verdad?… cuando estemos en casa, ¿no es cierto?

—Derecho bajo tierra —dijo un niño que estaba cerca. Pero Shara se limitó a asentir y a hacer cuadros con las piedras.

Muy pronto se pusieron en movimiento, siguiendo a Guenshed hacia la orilla del río. Una vez allí, el traficante tomó corriente arriba, avanzando a lo largo de la orilla abierta y pedregosa.

Ahora que ya no estaban entre los árboles densos y era posible ver toda la columna, Kelderek entendió, como no había entendido el día anterior, por qué el avance se interrumpía tantas veces y era tan lento. Vio un grupo de seres exhaustos no lejos de la desintegración total. El traficante mismo parecía estar enterado de la precaria condición de su gente. Ahorraba los golpes y ordenaba frecuentes descansos, permitiendo a los niños que bebieran y se lavaran los pies.

Más tarde, cuando él y Radu estaban echados y contemplaban el refulgente río al mediodía, Kelderek, manteniendo cuidadosamente la voz baja, dijo:

—Sháuter debe saber que ya ha conseguido todo lo que se puede conseguir de Guenshed, y sin duda debe tener miedo de volver a Terekenalt. Lo mejor que podría hacer es desertar, echarse a correr y llevarnos con él. Yo sé cómo se puede sobrevivir en esta clase de comarca. Podría salvarle su vida y también la nuestra, si pudiera hacer que confiara en mí. ¿Crees que Guenshed le ha hecho alguna promesa?

Por un rato Radu no contestó nada, mirando de lado las aguas playas y acariciando las manos de Shara. Por último dijo:

—Guenshed significa más para él de lo que tú crees. No sé si entiendes: lo ha convertido.

—¿Convertido?

—Es por eso que le tengo miedo a Guenshed. Ya sé que todos tememos su crueldad. Pero hay algo que me inspira más miedo.

—No debes dejar que te acobarde —dijo Kelderek—. No es nada más que una bestia despreciable… un ladrón abyecto, mezquino y estúpido.

—Lo fue en un tiempo —contestó Radu— pero eso ocurrió antes de obtener el poder que ansiaba.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué poder?

—En lo que a él se refiere, ya no es asunto de ladrones y hombres honrados —dijo Radu—. Ha ido más allá de eso. En un tiempo no era más que un arribista cruel y repulsivo. Pero el mal lo fortaleció. Ha pagado su precio y a cambio de eso obtuvo poder. Todavía no lo sientes, pero lo sentirás. Se le ha concedido el poder de hacer malos a los demás… de hacerles creer en la fuerza del mal, de inspirarlos para que se vuelvan tan malos como él. Lo que él ofrece es la alegría del mal, no simplemente dinero o seguridad, o algo que tú y yo podamos entender. Es capaz de hacer que algunas personas quieran dedicar sus vidas al mal. Es lo que le hizo a Bled, sólo que Bled no es nada más que un pobre muchacho abandonado, a quien los suyos vendieron. No se trata del mucho o poco tiempo que va a durar con Guenshed o de lo que habrá de obtener. Lo admira… quiere darle todo lo que tiene. No piensa en recompensas. Quiere vivir su vida golpeando, hiriendo y aterrando. Sabe que no es bastante capaz para esto, pero de todos modos espera mejorar.

—Todo esto que dices es pura fantasía, ¿sabes? —dije—. La cabeza te vuela por culpa del hambre y las privaciones.

—Mi cabeza vuela: eso es muy cierto —contestó Radu. Y cabeceó en dirección a Shara—. Es por ella que no me ha dejado ir. Guenshed quería que fuera veedor en lugar de Bled. Bled se le ha convertido en un problema: no se puede confiar en que no va a dejar a los niños inválidos o a matarlos. Ya mató tres niños a partir de Lapán.

—¿Y si fueras veedor, eso no te daría la posibilidad de escapar?

—Tal vez… De escapar de cualquiera, pero no de Guenshed.

—Pero ¿trató de convencerte sólo con palabras? ¿No te amenazo? Me dijiste que en una ocasión usó contigo la trampa de moscas.

—Eso fue porque yo lo golpeé a Sháuter para que no se metiera con Shara. Guenshed nunca amenazaría a un muchacho con la idea de convertirlo en veedor. Un muchacho que va a ser veedor tiene que querer serlo. Tiene que admirar a Guenshed por cuenta propia y tratar de vivir a su nivel. Naturalmente, Guenshed quiere cobrar el dinero de rescate por mí, pero si logra convencerme d§ ser veedor, eso va a significar para él aun más, creo. Él quiere sentir que contribuyó a convertir al hijo de un noble en alguien tan maligno como él.

—Pero mientras no te amenace, no tendrás por qué cederle, supongo…

Radu guardó silencio, como vacilando antes de confiar en Kelderek. Luego dijo deliberadamente:

—Dios ha cedido. Es eso o Él no tiene poder sobre Guenshed. Te diré algo que nunca olvidaré: antes de Thettit había aquí un muchacho grandote, torpe, llamado Bellin. Nunca hubiera podido cruzar el Vrako: era demasiado pesado y un poco tonto. Guenshed lo puso a la venta junto con las niñas. El hombre que lo compró le dijo a Guenshed que quería convertirlo en un mendigo profesional que trabajara para él. Dijo que él maneja-ba varios y vivía de lo que ellos le traían. Quería que mutilaran a Bellin, para suscitar piedad en su trabajo. Guenshed le cortó a Bellin las manos y hundió las muñecas en brea hirviente para parar el derrame de sangre. Le cobró al hombre cuarenta y tres meld. Dijo que ese era su precio por esa determinada tarea.

Dándose vuelta, rompió unas hojas de un matorral y empezó a comerlas. Después de unos momentos Kelderek lo imitó. Las hojas eran agrias y fibrosas, y las mascaba vorazmente.

—¡Vamos, vamos! —gritó Sháuter, golpeando la superficie del agua con el palo—. ¡En marcha, basuras!

¡Linsho, es ahí donde está el queso, no aquí!

Radu se puso de pie, trastabilló un instante y tropezó con Kelderek.

—Es el hambre —dijo—. Pasará dentro de poco. —La llamó a Shara, que llegó corriendo con un pedazo de junco coloreado, atado como una pulsera alrededor de su brazo flaco—. Si algo he aprendido, es que el hambre es una forma de tortura. Si hay más comida para los veedores que para los esclavos, cuando lleguemos a Linsho, creo que todavía soy capaz de hacerme veedor. La crueldad y el mal: no hay que ir demasiado profundamente dentro de nadie para hallarlos. Basta cavar un poco, ¿sabes?