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Elleroth es condenado

Con una oleada de alivio como la que siente un niño cuando traen luz al cuarto oscuro en donde ha estado aterrado, Kelderek comprendió que había estado soñando. El niño deja de asustarse a sí mismo con la fantasía de que el armario de roble puede ser un animal agazapado, y acepta que la cara grotesca que lo miraba desde arriba es sólo el diseño de rayas entre las vigas del techo.

En la mente de Kelderek, que despertaba, la nebulosa topografía del pensamiento parecía girar sobre un pivote; el sueño y la realidad ocupaban los lugares correspondientes y conocía el verdadero aspecto y los rasgos de su situación. Comprendió que no había sido convocado a presentarse ante Bel-ka-Trazet —esto era un sueño— y, por lo tanto, a Dios gracias, no necesitaba inventar la mejor manera de defenderse. El dolor de su cuerpo era real de veras, pero no provenía de golpes recibidos de manos de los hombres del Gran Barón, sino de su lucha con el intruso del recinto… Después de todo no corría peligro de muerte, pero en cambio volvió a él el recuerdo de todo lo que había olvidado en sueños: la herida de Shardik, el recinto incendiado, Zilthé tirada sobre las piedras y sus propias heridas. ¿Cuánto tiempo había dormido? Súbitamente, como un muro que se desmorona en el punto más vulnerable, el progreso adormilado e indiscriminado del despertar fue quebrado al darse cuenta que no sabía qué había sido de Shardik. En seguida gritó: «¡Shardik!», abrió los ojos e intentó incorporarse… Era de día y estaba echado en su propia cama. Por la ventana del Sur, con vista sobre la Púa, brillaba un pálido sol. Parecía una o dos horas después del alba. Su mano izquierda estaba vendada… también el hombro, según pudo sentir, y el muslo opuesto. Mordiéndose los labios de dolor se incorporó y puso los pies en el suelo. Cuando lo hizo, Sheldra entró en el cuarto.

—Monseñor…

—Shardik… ¿qué ha sido del Señor Shardik?

—Monseñor, el general Zelda ha venido a hablar contigo. Tiene prisa. Dice que es importante.

Salió veloz, mientras él gritaba débilmente:

—Shardik, Shardik…

Sheldra volvió con Zelda, que estaba con botas y envuelto en una capa, como para emprender un viaje.

—¡Shardik! —exclamó él, e intentó ponerse de pie, pero volvió a caer sobre la cama—. ¿Está vivo? ¿Vivirá?

—Como el amo, como el hombre —replicó Zelda con una sonrisa—. Shardik está vivo, pero la herida es profunda y necesita descanso y cuidados.

—¿Cuánto tiempo he dormido?

—Este es el segundo día desde que te hirieron.

—Te hemos dado una droga, monseñor —dijo Sheldra—. La hoja del cuchillo se te quebró en el muslo, pero pudimos sacarla.

—¿Y Zilthé? ¿Qué ha pasado con Zilthé?

—Está viva, pero el cerebro ha sido dañado. Quiere hablar, pero no encuentra las palabras. Pasará mucho tiempo, o nunca, antes de que pueda volver a servir al Señor Shardik.

—Kelderek —dijo Zelda— sin duda necesitas descanso; pero, de todos modos, debes escucharme porque tenemos poco tiempo y debo irme. Hay cosas que hacer, pero dejo a tu cuidado el ordenarías. Eso estará bien, porque toda la ciudad sólo desea servirte y obedecerte.

Saben que fuiste tú solo quien salvó la vida del Señor Shardik de manos de esos villanos.

Kelderek levantó la cabeza y lo miró en silencio.

—Ayer al alba —prosiguió Zelda— llegó a Bekla un mensajero del ejército de Lapán. Traía la noticia de que Santil-ke-Erketlis tras enviar una fuerza para distraer nuestra atención con un fingido ataque al Oeste de Itak, nos ha sobrepasado él mismo por el flanco oriental y marcha hacia el Norte, por Tonilda.

—¿Qué intenta hacer?

—No lo sabemos… es posible que no tenga una finalidad preconcebida, fuera de buscar el apoyo de las provincias orientales. Pero probablemente llegará a tener una meta que dependerá del apoyo que pueda obtener. Tenemos que seguirlo y procurar contenerlo, no cabe duda. Un general como Erketlis no empieza una marcha a menos que esté seguro de que le servirá de algo. Gued-la-Dan se fue ayer por la mañana. Yo me he quedado para la leva de otras tres compañías y algunos suministros extra… el gobernador de la ciudad te contará los detalles. Ahora parto, con todos los hombres que he logrado impresionar: me esperan en el Mercado de Caravanas; y temo que son un grupo que no vale mucho en verdad.

—¿Adónde vas?

—A Thettit-Tonilda. Nuestro ejército irá al Norte a la zaga de Erketlis, de modo que, en algún punto entre aquí y Thettit, tendré que cortarles el paso. Lo malo es que Erketlis consiguió mucho por sorpresa… es probable que se nos haya adelantado dos días.

—Me gustaría ir contigo.

—A mí también me gustaría. ¡Ojalá el Señor Shardik pudiera volver a unírsenos para otra batalla! Puedo verlo todo… la oscuridad que cae y Erketlis aniquilado con un solo golpe de su pata ¡Cúralo, Kelderek; consérvalo para todos nosotros! Te enviaré noticias… todos los días si es posible.

—Pero hay algo más que debo saber en seguida. ¿Qué sucedió hace dos noches? ¿Fue Mollo de Kabin, verdad, quien hirió al Señor Shardik? Pero ¿quién incendió el techo y por qué?

—Te lo diré —contestó Zelda— y fuimos tontos al no preverlo. Fue Elleroth, Ban de Sarkid, el que se cruzó con nosotros aquel día que caminábamos junto a la Púa. Si no hubieras hecho lo que hiciste al salir corriendo del estanque, el señor Shardik hubiera muerto a manos de esa preciosa pareja. El techo le habría caído encima a él y a Zilthé, y ambos traidores habrían escapado.

—Pero Elleroth… ¿también ha muerto?

—No. Lo tomaron vivo cuando bajaba del techo. Será tarea tuya hacerlo ejecutar.

—¿Hacerlo ejecutar? ¿Yo?

—¿Quién más? Tú eres rey y sacerdote de Shardik.

—Me da poco placer, incluso cuando recuerdo lo que intentó hacer. Matar en la batalla es una cosa; ejecutar, otra.

—Vamos, Kelderek, Juega-con-los-Niños, no podemos permitirnos que te vuelvas quisquilloso. Ese hombre ha asesinado a un centinela ortelgano y ha intentado un crimen sacrílego, maligno hasta más allá de lo creíble. Evidentemente debe ser ejecutado en tu presencia y la de todos los barones y delegados provinciales de Bekla. Lo cierto es que deberás requerir la presencia de todos los ortelganos de rango o de posición… quedan muy pocos en la ciudad y los ortelganos deben ser más numerosos que los delegados provinciales, por lo menos en la proporción de tres a uno.

Kelderek quedó en silencio, con la vista baja, tironeando de la manta. Al fin, avergonzado de su debilidad, preguntó, vacilante:

—Eh… ¿debe ser… torturado… quemado?

Zelda se volvió hacia la ventana que miraba hacia el Barb y contempló el agua. Después de un rato dijo:

—No es cuestión ni de permitirse la misericordia ni de satisfacer una venganza, sino de conseguir un efecto por motivos políticos. La gente tiene que ver morir a ese hombre y quedar convencida, por lo que se haga, que nosotros tenemos razón y él está en el error. Y si un hombre… digamos un bandido… tiene que ser ejecutado para impresionar a los pobres e ignorantes y evitar que quiebren las leyes, es mejor que muera una muerte miel, porque esa gente no tiene imaginación y llevan ellos mismos unas vidas duras, recias. Una muerte rápida no los impresiona mucho. Es necesario que ese hombre sea humillado y privado de su dignidad para que sus mentes mezquinas puedan aprender la lección. Pero, para hombres de mejor situación el asunto es otro. Si torturamos a un hombre como Elleroth de Sarkid, es probable que su coraje excite la admiración y la piedad de muchos delegados, que son hombres de rango y que quizás terminen sintiendo desprecio por nosotros. Aquí sería mejor tender a despertar respeto con nuestra clemencia. Aunque es justo que muera, es lamentable que tengamos que matar a ese hombre… y ahí tenemos que ceder. Es asunto tuyo, Kelderek, pero, ya que me lo preguntas, te aconsejo que le hagas cortar la cabeza con una espada. Ya basta para un hombre de la categoría de Elleroth con que lo condenemos a muerte.

—Muy bien. Será ejecutado en el recinto, ante el Señor Shardik.

—Debí haberte prevenido: el fuego hizo mucho daño antes de que lo apagáramos. Baltis dice que el techo está en mal estado y que se necesitará cierto tiempo para repararlo.

—¿Es él el mejor juez? ¿Nadie más ha estado a ver?

—No sabría decirlo, Kelderek. Olvidas las noticias que te he dado sobre la guerra. Todo está dado vuelta y tienes que ver las cosas por ti mismo. El Señor Shardik es tu misterio, un misterio que has demostrado entender. Acerca del techo, sólo puedo decirte lo que me dijo el hombre. Ordena el asunto como mejor te parezca, con tal que Elleroth sea ejecutado ante todos los delegados. Y ahora, adiós. Cuida la ciudad tan bien como has cuidado al Señor Shardik y todo saldrá bien. Ruega por la derrota de Erketlis y espera las noticias.

Se fue y Kelderek, lleno de dolor y agotado, apenas pudo mantenerse despierto para que vendaran sus heridas antes de echarse otra vez a dormir.

Al día siguiente sin embargo, ya incómodo por la demora en comenzar la tarea y deseando que se hiciera y terminara cuanto antes, mandó llamar al gobernador de la ciudad y al comandante de la guarnición y trató de los preparativos. Decidió que la ejecución se haría en el recinto, en presencia de Shardik, ya que parecía justo y adecuado que Elleroth muriera en el escenario de su crimen. También, pensó, aquí más que en ninguna otra parte él sería visto como agente de Shardik, investido con la implacable y divina autoridad propia de alguien que condena a muerte a un aristócrata y al señor heredero de una provincia que tenía dos veces, el tamaño de Ortelga.

El techo del recinto, le dijeron, aunque en estado precario y aunque no podía ser reparado hasta que se trajeran pesadas vigas de madera para reparar el andamiaje central, no ofrecía, de todos modos, peligro para la asamblea.

—Según vemos la cosa, monseñor —dijo Baltis, volviéndose a medias en busca de la corroboración del maestro constructor de Bekla, que estaba a su lado— el techo es bastante seguro, a menos que se produjera una violencia real… revueltas, luchas o algo por el estilo. El techo está sostenido por las paredes, ¿sabes?, pero las vigas, quiero decir, los soportes transversales, están tan quemados que no resistirían unos sacudones fuertes.

—¿Acaso gritar puede ser peligroso? —preguntó Kelderek—. ¿O un hombre que lucha?

—Oh, no, monseñor, se necesita mucho más paraqué se desplome… como el buey de la vieja. Aunque no se repararan las vigas, es probable que resistan meses; con todo… la lluvia caerá naturalmente por los agujeros.

—Bien —replicó Kelderek—. Podéis iros —después, volviéndose hacia el gobernador, dijo—: La ejecución tendrá lugar mañana por la mañana, en el gran recinto de la Casa del Rey. Te encargarás de que no menos de ciento cincuenta ortelganos y señores beklanos y ciudadanos estén presentes… más, si es posible. Ninguno debe traer armas, y los delegados provinciales deben ser separados y dispersados por el recinto… no más de dos delegados podrán estar sentados juntos. El resto lo dejo en tus manos. La dama Sheldra, de todos modos, se ocupará del Señor Shardik y tienes que verla mañana temprano y tomar en cuenta sus deseos. Cuando todo esté arreglado a tu entera satisfacción dile que venga aquí a buscarme.