28
Elleroth muestra la mano

—… Y haber dejado todo lo que tenía en Deelguy…

—Mantén la compostura, Mollo.

—No viviré dentro de estos condenados límites… tengo que estar por lo menos a diez días de viaje de ellos… ese maldito sacerdote del oso… ¿cómo es que se llama a sí mismo? Kildrik, ¿no?

—Sé razonable, Mollo. Cálmate. Tú no dejaste Deelguy con intenciones de convertirte en gobernador de Kabin, y mucho menos por ninguna promesa proveniente de Bekla. Te fuiste porque querías heredar la propiedad de la familia, según me dijiste. Nadie te ha quitado eso y no estás peor ahora que lo estabas la noche que comiste con tu amigo, el criador de toros.

—No seas ridículo. Todo el mundo en Kabin sabe que el general Zelda me nombró por recomendación de Smar. Tuve una larga reunión con los ancianos, antes de establecerme, para tratar la contribución de Kabin a la campaña de verano. Querían dar bastante poco… no somos una provincia rica, nunca lo hemos sido. «No os preocupéis, dije, convenceré a los de Bekla… trataré de que no quedéis arruinados por pagar la guerra». Y ¿qué crees que van a decir ahora? Dirán que me han echado porque no pude exprimir más a la provincia…

Tal vez lo hiciste.

—¡Maldición! ¡Nadie aquí me ha preguntado con cuánto íbamos a contribuir, de modo que no puede ser eso! Pero, sea lo que fuere, los terratenientes de Kabin quedarán convencidos de que los he abandonado de una u otra manera… que he jugado mal las cartas, quiero decir… y, ahora seré reemplazado por alguien que ni siquiera es un hombre del lugar, alguien que no tendrá escrúpulos en esquilmarlos. ¿Quién va a creerme cuando diga que no tengo la menor idea de por qué no fue confirmado el nombramiento? Tendré suerte si alguno no intenta matarme, de un modo u otro. No es que me importe mucho. ¿Conoces una manera mejor de enojar realmente a un hombre que prometerle algo y después quitárselo?

—En principio, no. Pero, mi querido Mollo, ¿qué esperabas cuando te metiste con esta banda del oso? Me sorprende que la posibilidad no se te haya ocurrido desde el principio.

—¿Acaso tú no te has metido también con ellos?

—En modo alguno: más bien al revés. En el momento en que irrumpieron en un mundo atónito, yo ya era Ban de Sarkid, y fueron ellos, cuando llegaron, los que me examinaron largamente y decidieron dejar las cosas como estaban; si hicieron bien en esto, es algo que habrá que ver. Pero no fui hacia ellos, con el sombrero en la mano, como hiciste tú, a pedir nombramiento lucrativo, a ofrecer, de hecho, contribuir a la derrota de Santil y promover el tráfico de esclavos… Además, son terriblemente aburridos. ¿Sabes que, anoche, en la ciudad, hice averiguaciones sobre el drama? «Oh, no, dijo el viejo a quien pregunté, todo se ha detenido mientras dure la guerra. Nos dicen que no hay dinero para gastar, pero estamos seguros del motivo: los ortelganos no entienden el drama, y además formaba parte de la adoración de Cran». De veras me sentí terriblemente aburrido cuando dijo eso.

—Pero el hecho es, Elleroth, que tu posición como Ban de Sarkid ha sido confirmada en nombre de Shardik. No puedes negarlo.

—No lo niego, mi querido.

—¿El tráfico de esclavos es mejor con Shardik, entonces, de lo que era hace diez años, cuando tú y yo combatíamos junto a Santil?

—Si es una pregunta seria, no merece una respuesta seria. Pero ¿sabes?, no soy humanitario… no soy más que un terrateniente que procura vivir una vida razonablemente pacífica y ganar lo bastante para vivir. Es terriblemente difícil hacer que la gente se establezca y trabaje como se debe, cuando piensan que ellos o sus hijos pueden llegar a formar parte de la cuota de esclavos. Es raro, pero la cosa parece molestarlos. La esclavitud es una política miope… un mal negocio.

—Pero ¿por qué estás aquí, personalmente, por el asunto del oso?

—Tal vez como tú, para lograr el mejor acuerdo posible para mi provincia.

—Kabin está en el Norte; tiene que marchar con Bekla. Pero Lapán es una provincia sureña… una provincia disputada. Podrías declararte abiertamente a favor de Erketlis… separarte y llevar contigo a medio Lapán.

—Caramba, sí, podría. Me pregunto por qué nunca se me habrá ocurrido…

—Bueno, te burlas del asunto, pero te prevengo que las cosas no me parecen tan divertidas. No es haber perdido la gobernación lo que me molesta. Lo que no soporto es que me han dejado como idiota ante todos los que conozco desde muchacho. ¿Te das cuenta? «Mira, ahí viene; creyó que iba a ser gobernador y nos dijo lo que debíamos hacer. Y ha vuelto a casa con el rabo entre las piernas». «Oh, buenos días, señor Mollo, precioso tiempo, ¿verdad?». ¿Cómo volver ahora a mi propiedad? Te juro que haría cualquier cosa contra estos malditos ortelganos. E hiciera lo que hiciere, se lo merecerían, si no son capaces de manejar mejor un imperio. Soy como tú… es a los malos métodos a los que me opongo…

—¿Hablas en serio, Mollo?

—Sí, claro que sí. Me expondría a cualquier cosa para hacerles daño.

—En ese caso… eh… vamos a dar un paseo por algún lugar bonito y solitario, sin paredes o matorrales… ¡Qué preciosa mañana! ¿Sabes? Cada vez que veo el Palacio de los Barones me parece que expresa algo fresco, original y deliciosamente anti-ortelgano… ¿qué decía?… Ah, sí, en ese caso tal vez pueda guiarte, paso a paso, a la cumbre de una exaltación palpitante… o algo por el estilo…

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, ¿sabes?, no soy, ay, el tipo sencillo y bueno que supones. Debajo de este bien lavado exterior late un corazón más negro que una cucaracha y casi igualmente valeroso.

—Bueno, es evidente que quieres decir algo. Dime sin vueltas… guardaré el secreto.

—Tal vez lo haga. Entonces, pues, debes saber que una vez, hace unos cinco años, cuando Santil atravesó Sarkid en la marcha desde Bekla hasta Ikat, se apoderó de mí la loca idea de reunir a mi gente y unirme a él.

—Me sorprendió que no lo hicieras. ¿Supongo que escamoteaste la cosa ante la idea de perder la propiedad y todo lo demás?

—Oh, escamoteé prácticamente sin parar… fue todo escamoteo. Sin embargo, me las arreglé para estar más o menos a punto de partir cuando Santil mismo vino a verme. Sí… al principio de una campaña desesperada, con todo por organizar y cuando Ikat iba a convertirse en una base de suministros militares, ese hombre notable tuvo tiempo de andar treinta y seis kilómetros para hablar conmigo y regresar por la noche. Creo que sabía que yo no iba a obedecer a nadie más.

—¿Y lo obedeciste? ¿Qué te dijo?

—Quiso que me quedara donde estaba y que presentara a Bekla un cuadro convincente de neutralidad benévola. Él pensaba que, si se hacía con habilidad, eso sería para él más útil que dejar que Sarkid fuera controlado por alguien nombrado por el enemigo. Naturalmente, tuvo razón. Siempre he detestado que la gente crea que no quise ir a pelear, pero las ventajas para Santil han sido mayores que las que hubiera obtenido si me pongo a gritar «¡Muere!» a un lancero ortelgano. De este modo se ha enterado de muchos detalles de los movimientos del maestro Gued-la-Dan, y del otro hombre, Zelda; y ambos han encontrado toda clase de dificultades cuando operan en las vecindades de Sardik. ¿Sabes?… Desaparecen los correos, suceden accidentes graciosos, las raciones ordenadas no son del gusto del pueblo y demás. Cualquier cosita que se nos ocurra. Creo que si no fuera por Sarkid, el flanco occidental de Santil habría sido arrollado hace tiempo y no habría podido mantener a Ikat. Pero la cosa requiere un manejo muy delicado. Gued-la-Dan es un cliente rudo, desagradable, y he tenido que ir muy lejos para convencerlo que prefiero su lado al otro. Durante años lo he mantenido creyendo que al fin de cuentas, y debido a mi influencia local y a mis conocimientos, es mejor mantenerme que reemplazarme. Apenas está enterado que mi amor a las travesuras infantiles me lleva a moverle el piso de vez en cuando.

—Comprendo. Y debí haberlo adivinado.

—Lo que sigue es el teatro de toda una vida. Tu pulso palpitará con mil pulsaciones… bueno, digamos, quinientas. Hace cosa de un mes Santil me hizo otra visita nocturna, casualmente disfrazado de comerciante de vinos. Y me dijo que esta primavera, por primera vez, está bastante fuerte como para atacar con fuerza el Norte. Lo cierto es que tal vez en este momento ya haya iniciado una marcha que lo llevará al Norte de Bekla en menos tiempo del que se supone.

—Pero ¿no a Bekla?

—Depende del apoyo que encuentre. En el primer momento probablemente no intentará atacar Bekla, sino que marchará hacia el Norte a ver si algunas provincias se levantan a su favor. Lógicamente, tal vez encuentre la ocasión de derrotar algún ejército ortelgano y, si es así, no es hombre de perder la ocasión.

—Y ¿qué papel desempeñas tú? Porque obviamente desempeñas uno.

—Bueno, lo cierto es que soy esa criatura despreciable que se llama un agente secreto.

—¡Sal de ahí!

—Espero salir, a su debido tiempo. ¿Se te ha ocurrido que, si algo de veras desagradable pasara en Bekla cuando Santil inicie el ataque, esos individuos tan supersticiosos quedarían muy trastornados? De todos modos, se le ocurrió a Santil. Por eso he venido al Consejo como delegado.

—Pero ¿qué es lo que intentas hacer? ¿Y cuándo?

—Algo audaz, supongo, sería lo más apropiado. Se me había ocurrido la posibilidad de sacar de su cargo al rey o alguno de los generales, pero no creo que pueda hacerse. Perdí una ocasión bastante buena ayer por la tarde, por no estar armado, y no creo que se presente otra. Pero he estado pensando. La destrucción de la Casa del Rey y la muerte del oso… eso produciría un efecto calamitoso. La verdad es que la cosa podría desbordar, cuando las noticias lleguen al ejército.

—Pero no es posible, Elleroth. No podríamos triunfar con una cosa así.

—Con tu ayuda, creo que es posible. Mi intención es incendiar el techo de la Casa del Rey.

—¡Pero el palacio es de piedra!

—¿Los techos, mi querido Mollo? Los techos se hacen de madera. No se puede cubrir con piedra un recinto de ese tamaño. Debe haber vigas y travesaños que sostienen las tejas. Mira tú mismo… incluso hay pajas en el extremo… se puede ver desde aquí. El fuego marchará bien si le dejan tiempo.

—Lo verán en seguida… de todos modos el lugar está custodiado. ¿Cómo es posible trepar al techo con una antorcha o lo que necesites? No podrías acercarte sin que te detuvieran.

—¡Ah, aquí es donde me servirás incalculablemente! Escucha. Esta noche es el festival del fuego de la primavera. ¿Lo has visto alguna vez? A la caída de la noche apagan todas las llamas de la ciudad, hasta la oscuridad total. Después encienden el nuevo fuego y cada dueño de casa viene a encender en él una antorcha. Luego todos se enloquecen. Habrá un brasero o alguna antorcha ardiendo en cada techo de la ciudad. Habrá una procesión de barcas en el Barb, llenas de luces, con el aspecto de dragones feroces… el agua las refleja, ¿sabes? Es muy bonito. Habrá un desfile de antorchas… cualquier cantidad de humo en las narices de la gente y tendrán los ojos deslumbrados. Esta noche o nunca un fuego en el techo de la Casa del Rey sólo será notado cuando sea demasiado tarde.

—Pero nunca dejan al oso sin guardias.

—Claro que no. Pero podremos encargarnos de ellos si estás tan enojado y lleno de deseos de venganza como dices. Ya he señalado un lugar por el que creo que podré trepar al techo; y, para estar seguro, he comprado una soga y un ancla. Cuando oscurezca, tú y yo encenderemos unas antorchas y nos dirigiremos al festival… armados bajo las capas, lógicamente, y más bien tarde. Iremos hacia la Casa del Rey y allí, en silencio, liquidaremos a los centinelas que encontremos. Después subiremos al techo y lo incendiaremos. Es casi seguro que habrá una sacerdotisa en el recinto para cuidar del oso… tal vez más de una. Si no las silenciamos, verán el fuego desde abajo. Así que tendrás que entrar y atacar a quien quiera que encuentres en el recinto.

—¿No sería mejor matar directamente al oso?

—¿Has visto alguna vez a ese oso? Es estupendamente grande… increíble. Habría que matarlo con muchas flechas pesadas. No tenemos un arco y no podemos llamar la atención comprando uno.

—Cuando el fuego arrecie, creo que el oso, simplemente, se meterá en el Pozo de Roca.

—Si ya ha anochecido, dejan caer la puerta entre el recinto y el pozo. Allí está en este momento.

—No me gusta la idea de atacar a una mujer con una espada… aunque sea una sacerdotisa ortelgana.

—Tampoco a mí me gusta; pero estamos en guerra, mi querido Mollo. No es necesario que la mates, pero tendrás que impedir que dé la alarma.

—Bueno, supongamos que lo consiga. El techo arderá y estará a punto de caer sobre el oso y tú habrás bajado y te me habrás unido. ¿Qué hacemos entonces?

—Desaparecer como fantasmas cuando canta el gallo.

—¿Dónde? El único acceso a la ciudad baja es por el Portón del Pavo Real. No hay nada que hacer.

—Creo que tenemos una buena posibilidad. Santil me aconsejó que examinara la cosa y lo hice, ayer por la tarde. Como sabes, los muros de la ciudad corren hacia el Sur y rodean totalmente Crándor; pero arriba, cerca del rincón Sudeste, hay un postigo sin uso en la pared. Santil me dijo que fue hecho hace tiempo por un rey, sin duda con algún propósito inconfesable que tenía. Ayer por la tarde fui hasta allí, como había sugerido Santil, y lo examiné. Estaba cubierto de matas y cañas, pero cerrado sólo por dentro. No creo que nadie lo haya tocado desde hace años. Aceité los cerrojos y me cercioré de que puede abrirse. Si alguien ha ido después allí y vio lo que hice, mala suerte, pero dudo que así sea. Tuve un momento desagradable al volver, cuando tropecé con el llamado rey y el general Zelda, que marchaban en esa dirección, pero se dieron vuelta poco después de cruzarse conmigo. De todos modos, es nuestra mejor ocasión y debemos tomarla. Si podemos llegar a los barrancos más altos, más allá del Barb, sin ser atrapados, podremos muy bien pasar por esa puerta y unirnos al ejército de Santil en dos o tres días. Ningún perseguidor correrá más que yo, te lo aseguro.

—Creo que tenemos pocas posibilidades. El asunto es más que riesgoso. Y, si nos atrapan…

—Bueno, si prefieres no participar, mi querido Mollo, dilo en seguida. Pero dijiste que arriesgarías cualquier cosa para hacerles daño. En lo que a mí se refiere, no he guardado mi piel a salvo durante cinco años para venir aquí y no arriesgar nada. Santil desea un desastre resonante… y procuraré que lo obtenga.

—Supongamos que, después de todo, yo mate a la mujer… ¿no es mejor meterse entre la multitud y fingir ignorancia? Nadie podrá identificamos, y el fuego puede ser accidental… chispas que ha traído el viento.

—Claro que puedes intentar eso si lo prefieres, pero seguramente descubrirán que el fuego no fue casual… tendré que desgarrar el techo para que se incendie como es debido. Sospecharán de mí… ¿y crees que no sospecharán también de ti, después del motivo que hoy té han dado? ¿Puedes confiar en resistir la sospecha y la investigación convincentemente por días interminables? Además, si el oso muere, los ortelganos estarán fuera de sí. Son capaces de torturar a todos los delegados de la ciudad para obtener una confesión. No, pensándolo, creo que prefiero mi postigo.

—Tal vez tengas razón. Bueno, si tenemos éxito y logramos unirnos a Erketlis.

—Sin duda no va a ser desagradecido, como te darás cuenta. Te irá mucho, mucho mejor que como gobernador de Kabin.

—De veras lo creo. Bueno, si no me entra el susto o tengo otro tropiezo antes de la noche, cuenta conmigo. Pero, por suerte, no tenemos que esperar mucho…