Capítulo 4

Reglas de etiqueta para las bellas del boudoir

Donde Calabaza Mágica aconseja a la joven Violeta sobre cómo llegar a ser una cortesana de primera categoría, cuidándose de los avaros, del falso amor y del suicidio.

Shanghái

1912

CALABAZA MÁGICA

¿Quieres estar gastada y acabada antes de cumplir los dieciséis? Claro que no. Entonces apréndete bien estas lecciones.

Mientras aún seas una cortesana virgen, deberás aprender todas las artes de la seducción y lograr el justo equilibrio entre expectación y reticencia. Tu desfloración no se producirá antes del Año Nuevo, cuando cumplas quince años, y espero que para entonces, cuando la madama ponga en venta tu pureza, tengas muchos pretendientes apasionados.

Te estarás preguntando: «¿Qué sabrá de romances y amoríos Calabaza Mágica, mi vieja doncella?». Has de saber que a los diecinueve años fui una de las Diez Bellas de Shanghái. Y no son muchas las cortesanas que duran hasta los treinta y dos años. Así que ya lo ves: sé más que la mayoría.

Reputación

Recuerda siempre, pequeña Violeta, que tú creas un mundo de romanticismo e ilusión. Cuando toques la cítara, la música debe ser la acompañante alegre o dolorosa de tu poema-canción. Cántale a tu pretendiente como si no hubiera nadie más en la sala, y como si sólo el destino os hubiera reunido en ese momento y lugar. No pulses mecánicamente las cuerdas de seda, ni dejes que brote de tus labios un torrente de palabras memorizadas. Para eso, es mejor que olvides la música y te vayas directamente a un burdel, donde nadie pierde el tiempo con ilusiones o preludios.

La mayoría de las bellas aprenden sólo diez poemas-canciones en toda su vida. Pero tú no serás como la mayoría. Tú serás diferente. En el transcurso del próximo año, aprenderás tres melodías sobre retiros montañosos, tres baladas rústicas sobre doncellas y mancebos que se encuentran en las montañas, tres poemas clásicos sobre héroes que regresan de la guerra y cazan tigres, una narración melódica que haga reír a los invitados, una tonadilla animada para las celebraciones y un himno de despedida que hable de la inminente separación de los amigos, para poner una nota cálida al final de la velada e invitar a los huéspedes a reunirse otra vez y beber juntos en el futuro.

Como eres una chica instruida, sé que eres capaz de aprender rápido si estudias con disciplina. Si quieres llegar a ser una de las Diez Bellas de Shanghái, tu repertorio ha de ser suficientemente amplio para que puedas elegir una canción diferente para cada pretendiente que ofrezca una cena en tu honor. Cuando le cantes su canción, olvidará a todas las demás mujeres. Y cuando llegue el momento de que los clientes de las mejores casas de Shanghái nombren a las Diez Bellas, ¡adivina quién será la más votada! Todos los meses aprenderás una canción nueva y la interpretarás con sincera naturalidad, como si te saliera del corazón. Yo te acompañaré con la cítara, hasta que tus notas enmarañadas dejen de sonar como dos gatos peleándose por el mismo ratón muerto.

Elegiremos los poemas-canciones con mucho cuidado. No escogeremos ninguno que hable de la montaña en invierno, porque son fríos y austeros; pero buscaremos los que describen el deshielo en primavera, porque hablan de renovación y abundancia, que son lo contrario de la muerte y la soledad. Las canciones sobre el verano y la llegada del otoño son aceptables, sobre todo si mencionan el sabor de la fruta preferida de tu pretendiente. Pero recuerda que la fruta nunca ha de madurar en exceso, porque hace pensar en gusanos. El canto de las golondrinas cuando anidan está henchido de promesas, pero evita las canciones que hablan de la llegada de las urracas o de la marcha del ave fénix, porque son agoreras y sugieren el final de la vida.

Más adelante, cuando estés próxima a tu desfloración, aprenderás unos cuantos poemas-canciones sobre la muerte de una hermosa joven. Te parecerá extraño escoger canciones tristes, pero la tragedia ablanda los corazones afligidos y los vuelve más receptivos al anhelo, la pasión y la desesperación. Un hombre hará cualquier cosa por dejar atrás la tristeza y sentir que vuelve a tener a su amada entre los brazos. Aunque nunca haya llorado la pérdida de una mujer verdaderamente amada, querrá fingir lo contrario y se acostará a tu lado para reunirse con ese espíritu perdido y volver a gozar de la cumbre de la pasión. Las propinas para las doncellas y las criadas son más abultadas que de costumbre cuando las canciones son trágicas, por no mencionar los regalos que se acumularán a tus pies de diosa.

Con el tiempo, añadiremos a tu repertorio poemas-canciones que reflejen la idea que cada hombre tiene de su propia importancia. ¿Se ve tu pretendiente como un erudito, como un hombre de negocios o como un político? Interpretarás esas canciones delante de sus amigos y cuantas más sepas, mejor podrás glorificar no sólo a un estudioso, sino al decano de una universidad, no sólo a un hombre de negocios, sino al director ejecutivo de Renji. Hay muchos capitanes de la industria y tú necesitas conocer la naturaleza de cada una de esas industrias. De vez en cuando tendrás que cantar para el abad de un templo, y entonces será fácil, porque elegirás canciones que hablen de los dioses. Las palabras entonadas con la intimidad de un susurro parecen sinceras, y a tu huésped se le henchirá el pecho de orgullo, sabiendo que hay otros hombres presentes para oír tus sinceras alabanzas. El efecto es el mismo en todos los hombres. Se sienten más poderosos, más viriles y con ánimo más conquistador y generoso, sobre todo si han bebido mucho vino. Por eso debes estar atenta y llenar las copas cuando estén medio vacías.

La madama ha dicho que asistirás a tu primera cena dentro de un mes. No será tu presentación formal. Sólo quiere que te dejes ver para que el rumor llegue a los tabloides. Los comentarios de los hombres presentes en la cena harán que otros muchos se sientan ansiosos por ofrecer más fiestas a la debutante, noche tras noche. Pero no hagas nada que alimente las habladurías malsanas. Cada nueva fiesta inspirará un nuevo reportaje en el Social Shanghai y queremos que la prensa hable bien de ti. El modo en que te comportes durante el próximo mes puede marcar el rumbo de toda tu carrera. No quiero que actúes como una niña pequeña, ni tampoco como una gran seductora. ¡Y no presumas de tus estudios occidentales, ni de tus opiniones de niña lista! Si te ríes, tápate la boca. Siempre se te olvida. Nadie de la fiesta querrá ver el feo interior de tu boca. Si un hombre mayor se pone impertinente, llámalo «abuelo». Algunos de esos viejos intentarán sentarte en su regazo. ¡Sinvergüenzas! Si veo algo así, acudiré rápidamente a tu lado y diré: «El señor Wu, de la calle Prosperidad Este, nos está esperando». Será lo que diga cada vez que quiera sacarte de una situación indeseable. No cometas la estupidez de preguntarme quién es el señor Wu.

La primera fiesta ha sido encargada por un hombre importante llamado Lealtad Fang. «Importante» significa que es muy rico. Va a ofrecer un gran banquete y quiere dos cortesanas para cada uno de sus ocho invitados. Así de importante es él. Es bueno para ti empezar en la fiesta de un hombre rico. ¡Ya verás qué feroz será la competencia! Estarán presentes nuestras cuatro flores y doce más venidas de otras casas. El cliente le preguntó a la madama si hay una cortesana virgen en la casa, y a ella le complació poder contestarle que sí, que tiene una nueva, fresca e ingenua. El hombre pareció satisfecho y comentó que le gustaba la variedad de edades. Quizá sienta debilidad por las vírgenes, pero aunque así fuera, no trates de seducirlo. La madama ya le ha echado el ojo para convertirlo en el marido de Bermellón.

Si la primera vez cometes pequeños errores de protocolo, todos estarán dispuestos a perdonarte e incluso lo considerarán la prueba de que eres pura e inocente. Sin embargo, si eres terriblemente torpe, estúpida o altanera, habrás perdido para siempre la ocasión de tener una vida confortable y podrás considerarte afortunada si la madama te permite quedarte como sirvienta para pagar tus deudas.

Probablemente no te pedirán que hagas nada en especial, pero eso no significa que no debas hacer nada. En primer lugar, tienes que observar mis señales y aprenderlas. Saluda a los huéspedes, sitúate de pie detrás del invitado que te hayan asignado, pregúntale si quiere más té o un plato determinado y házmelo saber para que yo vaya a buscarlo. Dudo que el anfitrión te pida que cantes o recites para los huéspedes, ya que estarán presentes varias flores famosas por su talento para contar historias. Pero ya me he llevado otras sorpresas y ha sido una pena no estar preparada. Por si acaso, he recordado una historia que puedes aprenderte a lo largo de la próxima semana. La narrarás y yo te acompañaré con la cítara.

La historia trata de la eterna juventud. Si la cuentas bien, cualquier hombre que la oiga deseará unirse a ti para que se le pegue un poco de la tuya, aunque evidentemente no habrá ningún contacto real hasta el momento de tu desfloración. Con esta historia creas una promesa de futuro. Hablas de inmortalidad. Este relato ha prometido la inmortalidad a sucesivas generaciones desde hace más de mil años. Se titula «La primavera de los melocotoneros en flor», y hasta un niño podría recitarlo en alguna de sus versiones.

Como es una historia conocida y se cuenta a menudo, debes interpretarla con particular talento y mucha expresión: tristeza, fascinación, asombro, pena sincera y muchas cosas más. Una pausa, una mirada, un movimiento de los ojos para aumentar la expectación… Muchos hombres me dijeron en mi juventud que nunca se habían sentido tan próximos a la inmortalidad como oyendo ese relato de mis labios. Incluso las otras cortesanas lo decían, y ya sabes que no es corriente que una cortesana elogie a otra, excepto por hipocresía.

Mi versión era más o menos así:

Un pobre pescador se queda dormido y la corriente arrastra su barco hasta una gruta secreta. Emerge entonces al otro lado de la gruta, en un puerto cuyos habitantes visten y hablan al estilo de una época pasada. Allí nadie conoce la guerra ni las preocupaciones, y no saben lo que son el odio, la envidia, la enfermedad o la vejez. No hay más que una estación: una eterna primavera. Las jóvenes siempre son vírgenes, el vino siempre es dulce y las peonías nunca dejan de florecer. En todas las colinas crecen árboles con las ramas cargadas de suculentos melocotones.

—¿Dónde estamos? —pregunta el pescador a una joven, y ella le responde—: En la primavera de los melocotoneros en flor.

Tras hablar así, la muchacha lo complace de muchas y muy variadas maneras que el pescador nunca había creído posibles. («Con vino y canciones», dirás tú inocentemente, y ya verás que todos se ríen de buena gana). En ese paraíso terrenal no pasa el tiempo, sino que se renueva, lo mismo que el apetito insaciable del pescador. Pero el hombre recupera la cordura y se da cuenta de que todos en su casa estarán muertos de preocupación por su ausencia. Entonces se hace a la mar, con el barco cargado de carnes suculentas y frutas deliciosas para su madre, su padre y su esposa, y con la determinación de invitar a sus amigos para que visiten con él esa utopía. Cuando llega a su destino, su barco está maltrecho y lleno de vías de agua. La mitad de su aldea ha sido arrasada por un incendio; la pagoda se ha desmoronado, y la gente se asusta al ver el pelo largo y apelmazado del pescador y su barba enmarañada. El hombre se entera de que han transcurrido dos siglos, su pueblo ha perdido tres guerras civiles y sus parientes y amigos llevan muchos años muertos. Entristecido, vuelve al barco y pone rumbo a la gruta. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y el pobre pescador aún sigue buscando la primavera de los melocotoneros en flor.

Ésa es la historia que todo el mundo conoce, pero a mí me gusta añadirle un final feliz. Dice así:

Cuando el pescador está a punto de ahogarse, divisa en la orilla a la misma hermosa doncella, comiendo un melocotón tan grande que tiene que sostenerlo con las dos manos para llevárselo a sus labios de cereza. La joven lo saluda y los dos entran juntos en la gruta de la primavera de los melocotoneros en flor. Nada ha cambiado. Las doncellas, los árboles, el buen tiempo, la felicidad… El pescador vuelve a ser joven y hermoso y, por supuesto, se parece mucho al anfitrión de la fiesta. La chica se parece a ti.

Cuando yo recitaba ese final, mencionaba los placeres eróticos que disfrutaría el afortunado. Todo el mundo los conoce: «nadar con peces de colores», «saborear la sandía», «trepar por el tronco del melocotonero»… A menudo me refería a los favoritos de mi huésped, que yo conocía bien. Pero tú no debes incluir ese tipo de detalles en tus historias mientras seas una cortesana virgen. Quizá el año próximo. Como te acompañaré con la cítara, mi música te servirá de guía para saber lo que viene a continuación: un glissando para señalar la sorpresiva llegada; un trémolo para la pasión abrasadora, y un barrido de las veintiuna cuerdas de seda para indicar el retorno al pasado. Durante las próximas semanas, te enseñaré a combinar cada palabra con gestos precisos de la cara y el cuerpo, pero sin dejar de parecer natural y espontánea, como si la historia se estuviera desplegando ante tus ojos y todas tus emociones fueran auténticas e inesperadas. Aprenderás a hablar con la voz modulada y melodiosa de una niña inocente, con la dulzura de sus trinos, su ritmo dubitativo y una repentina precipitación que culmine en un estallido gozoso.

Hay otro aspecto importante que hará que tu actuación sea superior. Algunas chicas actúan con mucha habilidad y poca emoción. Quizá sean maestras de la técnica, pero se les nota la concentración en la cara. A eso le llamo yo «mirar la flecha en lugar de la diana». Es un aburrimiento. Al cabo de tres minutos, los hombres están deseando que termine ya el cuento para poder entregarse a otras diversiones más animadas.

Otro estilo es el de la que parece «pulsar sus cuerdas interiores». Es cuando la bella cierra los ojos y parece perdida en otro mundo. Su cara irradia placer y tal vez levanta las cejas o sonríe un poco para sus adentros, como para demostrar lo mucho que la satisface su manera de interpretar la música. ¡Engreída!

El tercer estilo es el que yo llamo «flotar juntos y embelesados». Es el que tú aprenderás. Piensa en la historia mientras te indico lo que debes hacer. Empezarás con los ojos entreabiertos, con los párpados cargados aún de ensoñaciones, y cuando tus ojos se muevan de un lado a otro para ver lo que te rodea, encontrarás la mirada de tu anfitrión. Inténtalo ahora. No, no. Tienes que mover los ojos despacio. Si los mueves tan rápido, parecerás desconfiada. A continuación, míralo directamente a los ojos, con expresión anhelante. Ahora entrecierra otra vez los párpados. No, así es demasiado; parece como si te hubieras dormido. Tiene que parecer que estás en el paraíso. Relaja la boca y se te separarán los labios. No, no tanto. Ahora mantén la mirada fija en él mientras se te encienden las mejillas con incontrolable placer. De repente, sofocas una exclamación (suavemente, recuerda que no es de miedo, sino de placer) y expresas incertidumbre (pero sin fruncir el ceño). Poco a poco, la mirada interrogante se convierte en aceptación del destino. Con ese sueño suyo en los ojos, te sientes arrastrada por un torbellino. Eres una niña inocente y estás un poco asustada porque no sabes adónde te diriges. Cierra los ojos, respira agitadamente y gorjea para emular el trémolo de la cítara. Después vuelve a cerrar los párpados y suspira, sumida en un éxtasis devastador para tus sentidos. Con esto quiero decir que tu expresión ha de ser levemente atormentada, como si hubieras muerto, pero será un dolor ligero, una muerte pasajera que te hará permanecer inmóvil durante unos segundos. No rechines los dientes. Sientes el dolor en el corazón. Por último, relaja la expresión. Cuando tus ojos soñadores se encuentren con los suyos, le faltará tiempo para abrir la billetera y hacer todo lo posible para asegurarse el premio de tu desfloración.

Tienes que entender que «La primavera de los melocotoneros en flor» no es solamente una historia sobre el deseo de inmortalidad. También habla de ese lugar secreto del pasado al que todo hombre desearía regresar, ese lugar en el que se ha sentido más vivo. Cuando lo recuerda, se da cuenta de que su vida ha sido árida y solitaria. Se entristece, se pone sentimental y es penosamente consciente de los años transcurridos.

Puede que aquello que inspire su nostalgia sea un episodio escabroso de su juventud. Es muy típico. ¿Tuvo un idilio con una prima casada? ¿O quizá con una chica mayor que lo sedujo? ¿Qué vio cuando se mojó el dedo y perforó el biombo de papel de su tía joven? ¿Estaba ella con el padre de él, con su tío o con un chico de su edad? ¿Qué hizo ella cuando lo sorprendió espiando? ¿Lo castigó? ¿Disfrutó él con el castigo? ¿En qué recuerdo erótico se inspira ahora para alcanzar las cumbres del placer?

Recuerda también que un hombre maduro puede sentir nostalgia por su propia imagen idealizada. Se suponía que debía dejar un legado moral para que sus descendientes le rindieran culto por la elevada reputación lograda. Pocos hombres son capaces de vivir a la altura de ese ideal. Si es un estudioso, ¿qué principios filosóficos ha sacrificado por ambición? Si es un banquero, ¿qué juramento de honestidad ha traicionado por obtener un favor? Si es un político, ¿qué proyectos cívicos ha abandonado por culpa de los sobornos? Debes cultivar sus sentimientos de gloria moral y ayudarlo a atesorar su mito idealizado. Si lo consigues, no te dejará ir al menos por una temporada o dos.

Eres demasiado joven para conocer el verdadero significado de la nostalgia. Hace falta tiempo para volverse sentimental. Pero si ambicionas el éxito, debes aprender con rapidez. Cuando a un hombre le tocas la nostalgia, ya es tuyo.

Buenos clientes y clientes roñosos

Como cortesana, debes esforzarte por conseguir las Cuatro Necesidades: joyas, muebles, un contrato para toda la temporada con un buen estipendio y un retiro confortable. Olvídate del amor. Lo conocerás muchas veces, pero nunca será duradero. El amor no sirve para poner un plato en la mesa, aunque pueda conducir al matrimonio. A menos que llegues a ser famosa, sólo serías una entre varias concubinas. No serías la Segunda Esposa, sino la Cuarta, la Quinta, la Sexta o incluso peor. Tendrías que comer lo que eligiera la Primera Esposa de tu marido. Cuando pienses en el retiro, considera posibilidades que te aseguren una pequeña parte de la libertad de que ahora disfrutas. Nada podría ser mejor para ti que ser dueña de una casa como la que regentaba tu madre. Puede que ahora la odies, pero eso no tiene nada que ver con tu libertad y tu comodidad de los años venideros.

Para conseguir las Cuatro Necesidades, debes ser popular y deseada por muchos pretendientes que te hagan regalos costosos. Has de tener la cabeza despejada, el ánimo firme, la astucia de un hombre de negocios y su agilidad mental. Nunca ofrecerás descuentos, ni aceptarás menos de lo que mereces. Yo te diré cuánto es eso cuando haya transcurrido un año desde tu desfloración. Si no sigues mis consejos, bajará tu precio y ni siquiera todos mis esfuerzos serán suficientes para levantarlo.

Mi deber es estimular la competencia entre tus pretendientes, hasta que la madama decida cuál de ellos tendrá el privilegio de desflorarte. Asistiré a todas tus fiestas y te acompañaré en tus visitas a las otras casas. Insinuaré a tus admiradores que hay otros hombres pendientes de tus favores y quizá les mencione que el broche de diamantes o el anillo de jade imperial que luces ha sido un regalo de uno de ellos. Cada semana lucirás joyas un poco más valiosas que la anterior. Tendré que prestártelas. Diré que tu color favorito es el verde y que por lo tanto el jade y las esmeraldas son tus piedras preferidas. No me contradigas confesando que te gusta el rosa. Esa sinceridad es una estupidez que sólo conduce a que te regalen flores. A veces hay que avanzar muy poco a poco con los pretendientes, por muy ricos que sean. Incluso los hombres más acaudalados pueden haber tenido comienzos frugales, y los hábitos perduran. Cuando un hombre te haya demostrado su sinceridad con suficientes regalos, prepararé el boudoir y le haré saber que es bienvenido para tomar el té después de la fiesta. Sólo los pretendientes más serios tendrán ese privilegio, y vendrán únicamente a tomar el té y tal vez a oír una canción. Pero podrán entrever la alcoba donde quizá tengan la suerte de perder la cabeza.

Desarrollaremos un lenguaje para comunicarnos entre nosotras con los ojos, las cejas y con pequeños movimientos de los dedos sobre el abanico o los collares. Aprenderás a ser sutil para que yo pueda ser directa. Cuando te mencione la fiesta del señor Wu, significará que quiero sacarte de donde estás. Cuando te hable del señor Lu, de la calle de las Piedras, sabrás que el hombre que te está haciendo ojitos es el pretendiente de Bermellón. Te indicaré cuáles son particularmente generosos. Cuanto más te desee un hombre, más regalos te hará. Y cuantos más regalos recibas, más aumentará tu valor. Y cuanto mayor sea tu valor, mejor te tratará la madama. Si atraes a un cliente rico para la casa, te llamará «hija». Si no tienes admiradores, ni pretendientes, ni nadie que te visite, dirá que eres un parásito y te amenazará con expulsarte.

Te digo todas estas cosas para evitarte el dolor de la verdad más adelante. Nuestro mundo está lleno de promesas pasajeras y de artimañas. Así son las cosas, por pura necesidad. No somos mala gente, pero así nos ganamos la vida. Son muy pocos pasos los que separan el éxito del fracaso. Si comprendes lo que te estoy diciendo, no sufrirás tantas desilusiones como yo.

Tendrás favoritos entre los aspirantes a quedarse con tu flor: los más simpáticos, los más apuestos… Yo intentaré favorecerlos, pero la madama elegirá a quien considere más adecuado, que será quien más dinero ofrezca. Si es un hombre que a ti te parece desagradable, le pediré a la madama que te deje divertirte un poco con el siguiente. De esa forma, si un hombre te resulta odioso, recordarás que lo bueno aún está por llegar.

No debes olvidar que la primera semana es la más rentable. Después, dejas de ser virgen. Los hombres pierden el interés y te hacen menos regalos. Siempre les pasa a las flores más jóvenes. Cuando han vendido su virginidad, nadie quiere el resto de su inexperiencia. Pero tú los sorprenderás a todos porque yo voy a enseñarte a usar el cerebro con tanta destreza como las caderas y la boca.

En la Casa de Bermellón, todos los anfitriones de las fiestas y de las cenas serán ricos, lo mismo que en la Oculta Ruta de Jade. Pero los invitados de esos anfitriones no siempre lo serán. Ahí es donde entrarán mis habilidades. Yo lo sabré rápidamente. Como formamos parte de una nueva casa de flores, al principio tendremos que depender de la fama y de los seguidores de Bermellón para establecer nuestra reputación entre las cortesanas de primera categoría. Por eso no debes robarle nunca los clientes, o de lo contrario yo misma te daré una cuerda de seda para que te cuelgues del techo y te ahorques. Ya han aparecido noticias de la Casa de Bermellón en los tabloides, y la madama se asegurará de que salgan más. A los periódicos sensacionalistas les encantan los rumores interesantes, y más todavía si son escandalosos. Siempre aparece algún palurdo que se queja de haber sido desplumado por una cortesana deshonesta. Yo creo que la mayor parte de los que acusan son simplemente tacaños convencidos de que por un dólar van a conseguir que una cortesana les acaricie el tallo, como haría una prostituta barata en un fumadero de opio. Otros son hombres que se han creído que el amor en una casa de cortesanas es amor verdadero y después se han sentido traicionados. Pero también hay algunas cortesanas que son auténticas estafadoras. Y si las descubren, se acaba para siempre su carrera en Shanghái, pues tendrían que mudarse a otra provincia para encontrar clientes desprevenidos. Me parecen despreciables. Hacen pensar a los hombres que todas las flores son carteristas de corazones. En esta casa no encontrarás ninguna cortesana de esa clase, así que no te conviertas tú en una.

Haré que empieces con buen pie, recurriendo a los tabloides para difundir rumores favorables. El jefe de redacción del diario sensacionalista más vendido de Shanghái es uno de mis antiguos amantes, y como en su momento no le cobré muchos de nuestros encuentros, puedo pedirle como favor que ponga un par de comentarios positivos. Al principio nos los tendremos que inventar, por ejemplo: «Un conocido magnate naviero ha dicho que merece la pena ver a la cortesana virgen de la Casa de Bermellón antes de que hagan su presentación oficial». Eso despertará el interés de los clientes y dejará claro que estás en una casa de primera categoría y no en el tipo de establecimiento que cobra un dólar por esto y dos dólares por aquello. Eso hacía la vieja avutarda y así nos convirtió en una casa de segunda fila, donde los clientes regateaban el precio del sexo. Aquí no subimos ni bajamos los precios. Son tres dólares por fiesta, sin cabalgata incluida. Y sin discusiones.

Los extras en la Casa de Bermellón costarán un poco más que en la mayoría de las casas. Tu madre hacía lo mismo, y es una buena estrategia. Si los precios son más altos y las bellas son de primera clase, los hombres se sentirán todavía más privilegiados. Bermellón tiene una buena reserva de vino francés y setas para la virilidad. Un buen anfitrión jamás privará a sus huéspedes del buen vino recomendado por su cortesana. Pero el coste de quedar bien con sus amigos nunca debe ser tan elevado como para que el cliente tenga que irse a otro sitio para demostrar su generosidad. Una vez, un hombre criticó la codicia de una casa en la prensa, y como resultado, la casa perdió gran parte de su clientela y tuvo que cerrar y empezar una nueva andadura con un nombre diferente. Más adelante, la fábrica de la que era propietario el hombre quedó arrasada por un incendio, pero por fortuna para la nueva casa, nadie pudo demostrar que el desastre guardara relación con el incidente anterior.

En la fiesta del mes próximo, habrá dos chicas detrás de cada huésped. El anfitrión o la madama decidirán el lugar que ocupará cada una. Sea cual sea el hombre al que te asignen, recuerda que no tiene ningún derecho sobre ti. Si intenta deslizarte una mano por la pierna, retrocede y discúlpate por estar demasiado cerca. Aun así, debes seguir prestando atención a sus necesidades: más vino, más té… Los invitados esperan un trato exquisito, y si eres perezosa, los otros hombres lo notarán. Si tu huésped juega a pares o nones con los otros hombres y pierde, es posible que no se beba la copa de castigo, sino que se la haga beber a una de sus flores.

En casa de tu madre pasaba a menudo, pero ¿te has preguntado por qué? ¿Por qué no se bebe el hombre el vino? ¿Para conservar la mente despejada mientras juega? No. Lo hace porque le gusta que una mujer reciba su castigo. Después de todo, una copita de vino no es lo mismo que una paliza. Pero la debilita un poco, la marea y le hace perder su capacidad de cálculo, sobre todo en el boudoir. O al menos eso creen ellos. No saben que nosotras somos más listas. Cuando la bella acepta la copa, la compañera que tiene a su lado se la cambia por otra vacía y vierte el vino en un jarrón. ¿Alguna vez te has preguntado por qué hay tantos jarrones y escupideras distribuidos por los salones? ¿Ahora comprendes por qué es una temeridad enemistarse con las otras chicas de la casa? Tendrás que practicar muchas veces esa maniobra de prestidigitación. No quiero que te emborraches y acabes vomitando, porque las malas impresiones son perdurables.

Para cautivar a tu huésped con los ojos, espera a que te mire. Fija la vista en algún punto detrás de él y después intercambia brevemente la mirada con la suya, sólo por un instante. A medida que avanza la noche, prolonga un poco más esos momentos en que vuestras miradas se encuentran y sonríele de manera cada vez más franca para que aumente su confianza. Olvida la vieja técnica de bajar los ojos y fingir azoramiento. Puede que funcionara hace diez años, pero en estos tiempos la falsa timidez no hace más que confundir a los hombres. No debes ser descarada, pero tu propósito debe quedar claro. Algunos de mis clientes alcanzaron el paroxismo del placer solamente con la vista. ¿Te parece una victoria? ¡Te equivocas! En cuanto el tallo recupera su tamaño normal, el hombre ya no tiene urgencia y se conforma con volverse a casa.

Ten cuidado con los roñosos. Tal vez vengan como invitados del anfitrión. Pueden ser un primo del pueblo, un antiguo camarada del colegio y, en general, el tipo de hombre acostumbrado a las casas de segunda categoría o peor aún. Los distinguirás en seguida porque no conocen las reglas. Intentan seducir a cortesanas que ya tienen cliente permanente y creen que la primera noche ya pueden llevarse a una flor a la cama. No se molestan en dar propinas a las doncellas ni a las criadas. Eso es lo peor. Si en una fiesta nos encontramos con uno de ésos, buscaré una excusa para sacarte de allí cuanto antes, anunciaré que estás invitada a casa del socorrido señor Wu, de la calle Prosperidad Este. Sin embargo, algunos roñosos pueden ser simplemente nuevos ricos que desconocen nuestras costumbres. Para ellos tengo un panfleto que utilizan muchas bellas: «Consejos para hombres que visitan las casas de flores», de Li Shangyin, una obra con cientos de años de comprobada utilidad. «Un hombre no debe presumir del tamaño de su tallo. No debe hacer falsas promesas. No debe orinar delante de la cortesana». Y muchos consejos más. Yo he añadido uno de mi cosecha: «Un hombre debe dar propinas generosas a las doncellas y a las criadas». ¿Por qué no? De ese modo, nos evitamos perder el tiempo y nos ahorramos episodios bochornosos.

Deberás cuidarte especialmente de los vividores de mala reputación que van invitados a todas las fiestas. Algunos tienen modales aristocráticos, pero han perdido toda la fortuna familiar en las mesas de juego o la han quemado en los fumaderos de opio. Se presentan con joyas que han robado a sus madres, hermanas o esposas, pero después de ese primer regalo no traen ninguno más. Incluso hay algunos capaces de robar las joyas a las flores que han engatusado con sus mentiras, para después regalar sus pulseras y anillos en la casa siguiente. Una amiga mía perdió de ese modo todo lo que había ahorrado para la vejez. Las otras chicas de la casa dijimos que el bellaco merecía que le cortaran el tallo y se lo echaran a los perros, y la madama estuvo de acuerdo. Contrató a unos gánsteres para que fueran a buscarlo. Te diré solamente que los perros pudieron comer bastante más que el tallo del sinvergüenza. Yo siempre estaré alerta por si se te acercan rufianes o ladrones. Si te aparto de un hombre, piensa que probablemente lo estaré haciendo por esa causa. No pongas nunca mi ayuda en tela de juicio, o acabarás en manos de matones y sinvergüenzas como pago por la ayuda que despreciaste.

Hay hombres jóvenes muy tentadores: ricos y bien parecidos, pero malcriados y sin corazón. Alardean delante de sus amigos y reparten regalos: un broche para el pelo para una flor, una pulsera para otra… Parecen tan apasionados y románticos que las bellas compiten entre sí para llevárselos esa misma noche a su habitación y sueñan con hacerlos sus clientes permanentes. Pero esos hombres te dan todo una noche y al día siguiente se van a cortejar a otra. Lo único que quieren es pisotear tantas flores como les sea posible. Compiten entre sí y se vanaglorian del poco tiempo que les ha costado engatusar a una cortesana. También describen las partes pudendas de la joven como prueba de que han franqueado el portal. Por eso yo exijo como mínimo un cortejo de un mes. Durante ese tiempo podrás tener tres o cuatro pretendientes, y sólo ellos tendrán oportunidad de llegar a ser clientes. Con esos tres o cuatro tendrás suficiente ocupación para no pensar en nada más.

Hay otro tipo de pretendiente que te ayudaré a evitar. Son sementales que no se cansan nunca. En cuanto acaban, están listos para montarte de nuevo. No te dejan fuerzas para levantarte a tiempo de tomar el té con los huéspedes primerizos, que son las nuevas oportunidades. Tampoco tendrás tu mejor aspecto cuando salgas a pasear en coche. ¿Y sabes qué dirán los tabloides? «¿Se está poniendo mustia la flor Violeta? ¿Estará a punto de marchitarse?».

Hay hombres con modales impecables, que cambian cuando se meten en tu cama. Algunos creen que pueden pedir cualquier tipo de sexo, como si fueran los platos de un menú. Te traen su libro de amor galante para pedirte que repitas la postura más extravagante ilustrada en la contraportada. Y una cosa es atarle los brazos a la bella al cabecero de la cama, y otra muy distinta colgarla cabeza abajo de una lámpara, como si fuera un mono. No les preocupa que la lámpara se descuelgue, ni que a la bella se le disloque un hombro. Sé de una chica que se cayó, se dio un golpe en la cabeza y, a partir de entonces, empezó a ponerse la ropa al revés y a balbucir palabras sin sentido. La casa no pudo permitir que se quedara y no sé dónde habrá acabado.

Los más peligrosos son los aficionados a los alaridos escalofriantes. Les daría lo mismo hacérselo con un cerdo o con su madre. La mayoría van con prostitutas callejeras, pero los más ricos pueden permitirse torturar incluso a una bella famosa. Esos hombres gozan haciendo sufrir a las mujeres y no les basta con un par de cachetes en las nalgas. Sus favoritas son las chicas presuntuosas, que al principio los rechazan y después acuden atraídas por su dinero, aunque las más inocentes quedan cautivadas desde el principio. Sólo se sienten satisfechos cuando a la bella se le saltan los ojos de las órbitas y ya no tiene aliento ni para pedir auxilio. Hace unos años, le pasó a una cortesana de la Casa de la Vitalidad. Era joven e ingenua, como tú. Tenía apenas diecisiete años, pero se creía que lo sabía todo. Nadie podía decirle lo que tenía que hacer. El canalla alentó su arrogancia. Le suplicó que le permitiera ser su humilde servidor. Venía a verla cargado de regalos y ofreció un banquete en su honor. Entonces la ayudante de la joven lo invitó a su boudoir. Por la mañana, la misma ayudante la encontró muerta y se volvió loca. No voy a describirte lo que le hizo el monstruo porque veo que ya estás suficientemente asustada.

Los pretendientes que yo encontraré para ti te tratarán como a un lirio hecho de jade blanco. Algunos serán incluso tan exageradamente corteses que llorarás de aburrimiento cada vez que te pidan permiso para rozarte con los dedos. Los viejos ricos suelen ser los mejores pretendientes y clientes. Son experimentados, generosos y saben dar propinas. Aprecian un halago, pero no necesitan que estés toda la noche cantando sus virtudes. Los distinguirás por la calidez con que los recibo.

—Venga, siéntese aquí —les diré—, en su lugar favorito junto a la ventana. Aquí tiene este bocadito que tanto le gusta. Encontrará muy reconfortante este vino. Violeta le cantará su canción preferida.

En el boudoir te tratarán como a la diosa de la misericordia en su templo sagrado. Depositarán ofrendas sobre tu vientre para que concedas larga vida a su tallo viril. Quizá les tengas que aplicar unas hierbas para que se les levante, pero yo tengo unas pociones que casi siempre funcionan. Muchas veces se quedarán simplemente dormidos y soñarán con lo que no han podido hacer. Tú a tu vez les contarás tu sueño de lo que han hecho. Otra buena cualidad de los ancianos es su fidelidad. No persiguen a las flores, una tras otra, porque no quieren revelar sus incapacidades a otra chica más. El único problema con los viejos es que se mueren, a veces repentinamente. Si tienes uno como cliente permanente y te paga un buen estipendio, es muy triste enterarte de repente de que sus hijos están quemando incienso en su honor en el templo familiar. Te aseguro que su mujer no vendrá corriendo a pagarte tu estipendio.

Teniendo en cuenta todas estas cosas, elegiré para ti a los mejores pretendientes y clientes, que se volverán locos por tenerte. Mi plan es saldar nuestra deuda con la madama en menos de tres años. Piensa que ella ha pagado mucho dinero por ti. Además, la casa aporta parte de tu mobiliario y de tu ropa, por un total de ciento cincuenta dólares, y estoy hablando de dólares mexicanos de plata, no de la nueva moneda de la República. También tendrás que pagar el alquiler mensual, por no mencionar tu parte en los gastos de alimentación y en el mantenimiento de la berlina. Ya ves por qué tenemos que ser cuidadosas con el dinero. Algunas chicas gastan a manos llenas y sus deudas no hacen más que aumentar. Cuando les llega la edad del retiro, lo único que tienen son lágrimas. Pero tú pagarás tu deuda y después podrás hacer lo que quieras, siempre que pagues la renta y le des a la madama una parte de tus ganancias. Cuando tengas ahorros, podremos alquilar una casa y abrir un negocio propio. Yo ya tengo uno pensado, y no es un fumadero de opio ni un prostíbulo.

Para tu desfloración, quiero que consigas un juego completo de joyas. La mayoría de las bellas se conforman con las dos pulseras de oro habituales y una pieza de seda. Si logro mi propósito, tú recibirás mucho más que eso. Un anillo o un collar caros podrían ser suficientes, pero cuando tu pretendiente entre en tu habitación, le sugeriré que lo celebre regalándote el resto del juego. Después de tu desfloración, tendremos que esforzarnos para acumular más joyas. Quizá tengamos que alquilar las joyas de otras cortesanas mayores que se mantengan en el negocio y necesiten dinero en efectivo. Si luces diferentes collares y brazaletes, tus futuros clientes pensarán que ya eres una flor muy cotizada. Cuando tengas un cliente, ponte siempre las joyas más caras que te haya regalado y no dejes de elogiarlas, pero añade siempre una pequeña crítica. Dile, por ejemplo, que el rojo oscuro de los rubíes no favorece el tono de tu piel. Comenta al pasar que el estilo está un poco anticuado para una chica tan joven como tú. Dile que has visto a una bella con un juego de joyas más moderno, que demostraba el buen gusto de su benefactor. Entonces tendrá la oportunidad de regalarte joyas más a tu gusto. Si no dice nada, entonces será la última noche que entre en tu boudoir y no volverá hasta que te ofrezca una prueba más adecuada de su admiración.

Si te propone acompañarte a una joyería, hazle saber que la joyería de las Ocho Virtudes, en el pasaje de la Felicidad, ofrece la mejor calidad y tiene un propietario muy honesto que nunca intenta engañar a los clientes tratando de colarles plata bañada en oro como si fuera oro macizo, a diferencia de lo que suelen hacer los del Octavo Jardín Preciado, en la Cuarta Avenida. Yo conozco al dueño de las Ocho Virtudes, el señor Gao, y le avisaré con tiempo para que nos aparte dos juegos de joyas, uno muy caro y otro un poco menos costoso, pero también muy bonito. Cuando lleguemos, el señor Gao le preguntará a tu pretendiente qué idea tiene, y si no le pide nada en particular, le enseñará el juego más caro, compuesto por pulsera, collar, anillo y broche para el pelo. Entonces tú dirás en voz baja que si tuvieras un juego como ése nunca más volverías a ponerte el que tienes. Si tu pretendiente te pide que te lo pruebes, entonces te quitarás todas las joyas que llevas puestas, las dejarás sobre el mostrador y le dirás al señor Gao que puede donarlas al fondo de ayuda para viudas castas. No te preocupes, porque más adelante el señor Gao vendrá a casa y te las devolverá. Pero una vez que hayas desechado todas tus joyas, ¿qué alternativa le dejarás a tu pretendiente? No tendrá más remedio que comprarte el juego que tanto te gusta para demostrarte que te aprecia más que a nadie, y como tú aprecias ese juego de joyas más que cualquier otro, el sentimiento será mutuo. Como mínimo, tendrá que comprarte un juego un poco más caro que el que acabas de donar a las viudas castas. Cualquier otra cosa sería ofenderte.

Sin embargo, tampoco puedes parecer codiciosa porque de ese modo no conseguirás nada de tu futuro cliente. Yo, por mi parte, puedo regatear con el señor Gao en nombre de tu pretendiente. Te diré que te quites el collar para examinarlo y me fijaré en un pequeño defecto: un diminuto punto borroso que empaña el brillo de una de las piedras. El señor Gao lo estudiará a su vez, admitirá desolado la tara y ofrecerá un precio más bajo. Tú reconocerás que aún te gusta el juego de joyas, pero dirás que no estás segura de que merezca la pena comprarlo y le pedirás su opinión a tu pretendiente. Tendrás que cuidar las palabras: no le pedirás que te lo compre; sólo le preguntarás si cree que merece la pena comprarlo. Si no responde de inmediato, el señor Gao le ofrecerá una nueva rebaja, aduciendo que no quiere ganarse la fama de vender mercancía defectuosa, y añadirá que está dispuesto a ofrecernos las joyas por un importe tan insignificante solamente porque tú le has dicho que te gustaban más que cualquiera de las que habías tenido. Insinuará, además, que todos pensarán, cuando las vean, que tu pretendiente ha pagado el precio inicial, y que por lo tanto la inversión también será provechosa para él. A esas alturas, es casi seguro que tu pretendiente comprará el juego de joyas. Después de todo, le están ofreciendo una ganga sin siquiera haberla pedido.

Aun así, existe la posibilidad de que rechace la oferta, ya que tiene la excusa de que el juego es defectuoso y de que tú misma lo has dicho. En ese caso, le preguntarás al señor Gao si tiene otro juego de estilo similar al que te ha enseñado, pero sin taras. Entonces el señor Gao sacará el segundo juego de joyas, seleccionado previamente por mí. Costará menos que el precio original del anterior, pero más que su precio rebajado. Tú lanzarás una exclamación de sorpresa al oír el precio. Si tu pretendiente no dice de inmediato que te lo compra, ¿qué deberemos pensar? Independientemente de lo que signifique su actitud, tú no querrás salir humillada, de modo que volverás a estudiar el juego y le encontrarás un defecto en el que no habías reparado anteriormente. Yo le preguntaré al señor Gao si piensa recibir nuevos juegos de joyas la semana siguiente; él responderá que sí, y yo propondré que regresemos unos días más tarde. Entonces veremos cómo acaba todo, porque puede que te lleves una sorpresa.

Conocí a una bella que vivió una experiencia similar a la que te estoy contando. Cuando iba saliendo de la joyería, hizo un último intento de conseguir un regalo y se detuvo para admirar una diadema adornada con perlas pequeñas. Era cara para ser una diadema, pero no demasiado. Su pretendiente le dijo que no la favorecía. Desanimada, la bella ya se disponía a retirarse con las manos vacías cuando el hombre llamó al señor Gao y le pidió que sacara la diadema que había visto el día anterior. Cuando la bella la vio, se echó a llorar. Estaba cuajada de perlas y diamantes y costaba más que todo el juego de joyas que habían estado viendo en primer lugar. El señor Gao estaba confabulado con el pretendiente, que conocía las artimañas de las cortesanas, pero amaba sinceramente a la joven y quería demostrarle de esa forma que no necesitaba de trucos para ganarse su corazón. Cuando se convirtió en su cliente y benefactor, le dio dinero suficiente para pagar todas sus deudas y abrir una casa propia. Era tanta la devoción que sentía la bella por él que cuando el hombre falleció de muerte repentina, ella se quitó la vida para estar a su lado. Ninguna de sus esposas la imitó.

Como ves, las estrategias para arrancarle una promesa o un regalo a un cliente se deben preparar con mucho cuidado. No querrás volver muchas veces a casa con las manos vacías. Por eso te acompañaré yo cada vez que vayas a la joyería. Y mientras no te hayan regalado aún una diadema de primera calidad, estudia la que tiene Bermellón. Es casi tan bonita como la que te he descrito antes, cuajada de perlas y brillantes, y con una forma que resalta la redondez de su frente y el ángulo de sus ojos de fénix. Puedes decirle abiertamente lo mucho que te gusta. Elogia delante de todos su calidad y el buen gusto del cliente que se la regaló. Ella apreciará tus cumplidos porque le servirán para demostrar su valor a los otros hombres y hacerles ver que los regalos de sus futuros pretendientes deberán ser por lo menos tan valiosos como esa diadema. También serán un estímulo para que su benefactor actual le haga otro regalo igual de bonito. Sé amable con ella y algún día Bermellón hará lo mismo por ti y les indicará a tus pretendientes, con sus halagos, el tipo de regalo que puede ayudarlos a ganar tu corazón. Cuando aumente tu fama, podrán regalarte una diadema diez veces más cara que la que te he dado yo.

Mi único error fue conformarme con menos. Tienes suerte de poder beneficiarte de mi experiencia.

Fantasías

Para que exista la fantasía del romance, el hombre debe tener voluntad de creer, y esa voluntad es producto de un deseo contrariado. Todas las fantasías que tú alientes deben tener un único propósito: conseguir que ese hombre se enamore de ti. Si se enamora, el tiempo se detendrá para él cada vez que esté a tu lado. Se creerá inmortal y estará dispuesto a renunciar por ti a sus bienes terrenales.

Algunos hombres buscan solamente determinadas fantasías: por ejemplo, la ilusión del amor trágico. ¿Recuerdas las canciones que te he dicho que deberás aprender? Ya sabes que una de ellas habla de doncellas que mueren en la flor de la juventud. Quizá tengas que interpretar el papel de una chica añorada por tu pretendiente, alguien a quien tal vez prometió amor en secreto. Te convertirás en esa joven y permitirás que ese hombre cumpla su promesa o quede libre de su compromiso. Tal vez incluso te pida que asumas el papel de la prima que muere en la novela Sueño de mansiones rojas, o que seas la amante del viejo sabio en la ópera La leyenda de la serpiente blanca, una obra verdaderamente lacrimógena. Necesitarás túnicas amplias para disfrazarte y más polvos blancos en la cara para lograr un efecto espectral. Tendrás que memorizar escenas de la novela y dominar las expresiones faciales de la traición y el perdón. Es más difícil de lo que piensas. No querrás parecer una asesina, ni tampoco una tonta. Pero si llegas a dominar la expresión de la tragedia, podrás reunir una fortuna. Si realmente has perdido a alguien en la vida, como me ha pasado a mí, ni siquiera tendrás que fingir. Te bastará con recordar. Algún día te hablaré de él. Ni siquiera puedo mencionarlo sin que me broten lágrimas desde el corazón y me rueden por las mejillas.

La fantasía que suele tener más demanda es la de la joven noble. Los pretendientes quieren verte actuar con la altivez de la hija de un aristócrata y soñar que pueden vivir una aventura escabrosa con una mujer así, sin una suegra que interfiera. Para interpretar el papel de la hija de un noble, tendrás que lucir trajes caros y espectaculares, con un estilo refinado y a la vez un poco atrevido. La ropa interior puede ser audaz y de un alegre tono rojo.

A algunas cortesanas les piden la fantasía del estudioso nocturno, y entonces se ponen un poco de kohl para oscurecerse las cejas, una larga túnica y el gorro Ming de los filósofos. Si el hombre quiere un guerrero, entonces tienen que aceitarse el pelo, dividirlo en dos mitades, peinárselo hacia adelante y atárselo sobre la nuca en un nudo apretado. La ilusión del estudioso nocturno tiene bastante demanda en los últimos tiempos, incluso en las casas de primera categoría. Antes sólo se ofrecía en los establecimientos de segunda fila y por eso la vieja avutarda la permitía en el Pabellón de la Tranquilidad. Cuando un cliente le pedía el estudioso nocturno, la madama recurría a una cortesana dispuesta a desempeñar el papel con cierto entusiasmo, por lo general por ser la mayor de la casa y encontrar en esa actuación una última oportunidad de ganar algo de dinero. El cliente la colmaba de regalos durante unos días y ella veía abrirse las puertas del cielo. Cuando cumplí los treinta, me convertí en el estudioso nocturno más demandado, aunque no tengo ni tenía entonces aspecto de hombre. Nada es vergonzoso si lo haces en tu boudoir, pero te aseguro que no iba alardeando por los salones de lo que hacía.

La vieja avutarda se inventó otra especialidad para impulsar el negocio: dos estudiosos. Yo interpretaba a uno y cualquiera de las cortesanas que no estuviera ocupada, al otro. Los clientes hacían el cortejo acostumbrado, pero con dos bellas en lugar de una. Entonces una de nosotras se quejaba:

—¡Eh, yo hago todo el trabajo! ¿Por qué tengo que cobrar lo mismo que ella?

En seguida la otra decía lo mismo y de ese modo colaborábamos para ganar más dinero. Pero el hombre no se arrepentía. Cuando entraba en el boudoir, se echaba a temblar al ver a dos severos filósofos confucianos. Yo sostenía las cuerdas y mi compañera lucía un ceñido corsé del que sobresalía un miembro de marfil. Entonces yo le arrojaba al hombre un juego de ropa interior de seda, para que se lo pusiera, y lo llamaba «concubina-prostituta». Mientras él se cambiaba, nosotras nos sentábamos a la mesa con las piernas cruzadas, fumando cigarros occidentales. Lo obligábamos a ponerse una diadema y le ordenábamos que se empolvara la cara y se aplicara pintalabios. ¡Uf! Habría sido una cortesana horrorosa. Aun así, alabábamos su belleza y su juventud, y lo llamábamos «Pequeño Loto Rosa». Él, por su parte, tenía que llamarnos «señores filósofos» cuando se dirigía a nosotras. Entonces yo lo sentaba en una silla y lo ataba con las piernas colgando por encima de los brazos. La posición habitual, nada especial. Él gritaba y suplicaba, pero todo era en vano porque en seguida la otra bella le atravesaba el portal con su tallo de marfil. ¿Qué portal, me preguntas? ¿Cómo puedes ser tan estúpida? ¿Por qué otro sitio le atravesarías el portal a un hombre? ¡Por el pequeño loto rosa!

Si habían sido muy generosos, los dejábamos descansar un momento y después íbamos a buscar otro tallo. Para la segunda fantasía tenía que llamarnos «señores maestros», y esta vez era yo la que lucía el corsé con el miembro de marfil. Si eran extremadamente generosos, teníamos un tercer tallo, que por lo general era del «tío» o el «hermano». Era lo que ellos querían. La familia siempre se dejaba para el final porque era lo más excitante.

A algunos de esos hombres les gustaba la variedad. Otros eran homosexuales que fingían no serlo para ocultar su verdadera naturaleza a los demás hombres de negocios. No se daban cuenta de que algunos de sus colegas escondían el mismo secreto. Nosotras éramos muy discretas. Sabíamos cuáles de esos hombres se revolcaban con los guapos cantantes de ópera porque algunos de esos chicos eran amantes nuestros. A los cantantes no les gustaba el trabajo, pero les permitía ganar un buen dinero. Cuando yo aún era cortesana en el Pabellón de la Tranquilidad, tenía de cliente a un viejo que disfrutaba usando el tallo de marfil en los dos sentidos. Era el tipo de cliente que sólo la madama de una casa de segunda categoría habría aceptado. Tenía que ponerme la ropa del estudioso nocturno y aplicarle ungüento de lluvia celestial para que se le levantara el viejo guerrero. Y como estallaba en seguida, se empeñaba en prolongar el encuentro usando conmigo el tallo de marfil. Me daba más dinero, pero aun así no me gustaba. Esos tallos artificiales no pierden nunca la fuerza. Dan demasiado trabajo.

La única razón por la que te cuento estas cosas es para que estés preparada en caso de que un hombre te pida alguno de esos servicios. Si sabes lo que te están pidiendo, no te tentará la posibilidad de aceptar más dinero una vez que estén dentro de tu boudoir. No quiero que hagas el papel de hombre. Tú eres una cortesana de primera categoría y tienes que cuidar la reputación de joven bella. Es probable que Nube Turgente lo hiciera. ¡Ja! Seguramente le encantaba. Pero si un hombre insinúa que quiere ponerse tu ropa o saca un tallo de marfil o uno de esos corsés, tú te irás detrás del biombo y harás sonar la campanilla para llamarme. Los clientes saben que es preciso hacer ese tipo de pedidos por adelantado a las ayudantes de las bellas. Yo acudiré a la habitación y le diré amablemente que el estudioso nocturno ha salido, pero que su tutor puede impartirle todas las lecciones que necesite. Si le urge hacerlo, aceptará mi oferta. A mí no me importa interpretar ese papel de vez en cuando. Muchas doncellas que antes fueron cortesanas se ocupan de las especialidades que las bellas no quieren practicar. Todavía tengo un corsé y varios tallos de diferente tamaño en mi baúl. Cuanto más grande sea la propina, mayor será el tamaño del tallo. Es lo habitual. A veces lamento no haber tenido un gran talento para hacer de filósofo. Nunca lo he hecho con verdadero entusiasmo.

De vez en cuando recibimos clientes que vienen en busca de instrucción, casi siempre por falta de experiencia. Pueden ser antiguos monjes, chicos jóvenes cuyos padres son clientes nuestros u hombres adultos que quieren aprender las técnicas de un amante experto para seducir a la mujer de otro. Si te encuentras con uno de ésos, házmelo saber. De hecho, la iniciación de chicos jóvenes era una de mis especialidades, más que nada porque los padres que los traían recordaban lo mucho que los había animado cuando ellos eran jóvenes. Me emociono hasta las lágrimas cuando uno de aquellos jóvenes regresa convertido en un hombre y me dice:

—Gracias a ti, mi esposa y mis concubinas están satisfechas.

A veces me piden una lección para recordar los viejos tiempos. Cuando tengas ese tipo de clientes, lo mejor es que me los pases a mí. A ellos no les importa que la cortesana sea mayor. Lo que quieren es adquirir unos conocimientos que les duren toda la vida.

Te pida lo que te pida un hombre, no deberás denigrarlo nunca por sus deseos, pero tampoco aceptar que él te denigre. Si está borracho y te orina encima, toca la campanilla y yo vendré corriendo y me lo llevaré de tu habitación. No aceptes dinero extra por dejarlo hacer ese tipo de cosas. ¿Sabes lo que les pasa a las mujeres que aceptan ser humilladas? Acaban trabajando para un proxeneta que las obliga a tumbarse en la trastienda de una taberna para que una fila de conductores de rickshaws y de obreros, hasta un centenar en un solo día, hagan con ellas lo que quieran, uno tras otro. No pueden cerrar las piernas ni la boca hasta que quedan hechas picadillo y entonces se mueren. Siempre me he preguntado por qué no se matan. Quizá crean que su padecimiento es cosa del destino y que, si lo aguantan, tendrán una vida mejor en la próxima reencarnación. Yo en su lugar preferiría suicidarme y reencarnarme en mosca.

Modas

Nunca te quedes demasiado flaca. A ningún hombre le gustará pincharse con tus huesos. Además, es malo para el negocio que un cliente le rompa accidentalmente las costillas a una chica. Eso mismo le pasó a una flor poco antes de que tú llegaras al Pabellón de la Tranquilidad. La pobre daba tales alaridos que su doncella, la madama y dos sirvientes corrieron a su habitación, convencidos de que el hombre la estaba matando. Los sirvientes agarraron al hombre y lo arrojaron desnudo a la calle. Después, la vieja avutarda se enteró de que era un funcionario que se ocupaba de determinar las tarifas para las licencias comerciales. El incidente no acabó bien para nadie.

Una cortesana gorda tampoco es atractiva. El exceso de peso limita las posturas que puede practicar sin partirle el tallo al cliente. Tú estás bien tal como estás ahora. Quizá los pechos te crezcan un poco más de lo ideal. Los pechos grandes no se consideraban atractivos cuando yo empecé mi carrera, y las cortesanas pechugonas se los fajaban. Pero ahora los clientes más jóvenes encuentran seductores y excitantes los pechos generosos. Es la influencia de las postales pornográficas que nos llegan de Occidente. Yo todavía creo que unas tetas enormes y bamboleantes son más propias de una nodriza que de una cortesana. No hagas nada a propósito para que te crezcan.

En cuanto a la ropa, todo lo que luzcas deberá transmitir que eres una cortesana de la más alta categoría. Debes estar impecable cada vez que te dejes ver en público, cuando salgas a pasear en coche, en los restaurantes y en el teatro. La chaqueta será ceñida para que todos puedan admirar tus formas. La falda te sentará como un guante; no ha de ser preciso recurrir a la imaginación para apreciar las curvas de tu trasero. Lucirás audaces detalles occidentales: botones en lugar de alamares, plisados y volantes, o quizá pantalones de hombre, o una falda occidental. Ahí es donde debes desplegar tu imaginación. Cuando pasees en carruaje con tu pretendiente, considera que estás en un escenario, como una actriz. Todas las miradas se fijarán en ti. Tus clientes y pretendientes se enorgullecerán de enseñarte. Les dará prestigio. Disfrutarán cuando vean envidia en la cara de los otros hombres.

A veces tendrás que compartir la berlina con otra cortesana y entonces yo haré todo lo posible para que no te emparejen con una acompañante más atractiva que tú. Todavía no eres la más adorable de las flores y no sé si llegarás a serlo algún día. Y en los paseos en coche, la gente no ve tus íntimas habilidades de seducción, sino únicamente tu atractivo físico y la ropa bonita que llevas. Por eso es preciso recurrir a otras armas para ser el centro de atención cuando estás en público.

Tengo varias ideas que usaremos en los próximos meses, pero tendremos que mantenerlas en secreto para que las otras flores no te las roben. En primer lugar, voy a encargarle al sastre que te confeccione un traje con los colores de la familia imperial. Ya hemos tenido prendas doradas en el pasado, pero únicamente de ropa interior, y sólo eso era suficiente para transportar a muchos hombres al paroxismo del placer. Ahora que ya no está el emperador, ¿qué leyes nos prohíben usar cualquier color mientras sea de nuestro agrado? Imagina cómo reaccionará un pretendiente, y en general cualquier partidario del antiguo régimen, al verte aparecer en público con chaqueta de color amarillo imperial y pantalones azul cian. Encargaremos trajes con el matiz exacto del violeta imperial. Espero que seamos las primeras en lucir esos colores. ¡Será una noticia fantástica para los tabloides! ¡La cortesana Violeta, vestida de violeta imperial!

También he estado pensando en comprarte un sombrero europeo. He visto uno bastante estrafalario. Era del tamaño de un cojín y tenía un remate de plumón de avestruz, teñido de violeta. Con ese sombrero, destacarías a varias calles de distancia, y como el color coincide con tu nombre, serías la comidilla de la prensa sensacionalista cada vez que te lo pusieras. Como el sombrero es caro, intentaré encontrar a alguien que pueda copiarlo. Por otro lado, si esperamos, corremos el riesgo de que otra cortesana lo compre y se lo ponga antes que tú, y no podemos permitir ni siquiera la apariencia de que imitas a otra porque eso también aparecería en los periódicos.

La ropa para las fiestas dependerá del anfitrión y de las otras cortesanas que asistan. Como ya te he dicho, tú no puedes brillar más que Bermellón. Pero si la fiesta se celebra en tu honor, debes ponerte lo mejor que tengas. La última moda son las telas de entramado complejo, que sólo los artesanos más hábiles pueden producir. Tendremos que esperar un tiempo hasta que podamos permitirnos la que quiero para ti: una pieza de tela que parece hecha con varias capas de pétalos. Un traje confeccionado con ese material puede costarte las ganancias de un mes, por lo menos.

Nunca comas nada en ninguna fiesta. Una mancha de grasa puede arruinarte un vestido y la glotonería te costaría muy cara. Algunas bellas se tapan las manchas con motivos florales bordados, pero todos saben la razón de que repentinamente les haya brotado en el pecho una rama florida de ciruelo.

En invierno, la seda debe ser gruesa y lustrosa como el nácar. Nada más bonito que un cuello de chinchilla o de zorro blanco ruso, pero el primer año tendremos que conformarnos con piel de conejo. En verano, la seda será delicada, fina como un papel y de trama perfectamente uniforme, ligera y a la vez firme porque no querrás parecer marchita. Todos los detalles deben ser perfectos, desde el broche del cuello hasta los pliegues del dobladillo.

Las mujeres que te vean por la calle envidiarán y admirarán tu ropa por sus ingeniosos detalles. Te encantará cuando lo notes. Para muchas chicas, la emoción de verte una vez por la calle será la mayor de sus vidas, y seguirán hablando de ti hasta el día de su muerte. Las jóvenes ricas tomarán nota de tu atuendo cuando nos vean pasar en el carruaje y correrán a ver a nuestros sastres para encargarles un traje idéntico al de la famosa cortesana Violeta. A veces es irritante que las jóvenes ricas nos imiten, pero también es halagador. Si muchas chicas de familias acaudaladas copian tu estilo, tu prestigio aumentará. Nuestra fama no depende únicamente de los hombres. Observa quiénes figuran cada año en la lista de las Diez Bellas. ¿Son las más guapas? No. Son las que entienden mejor la naturaleza humana, la de los hombres, pero también la de las mujeres. Saben atraer la atención, causar envidia y aprovecharla en su beneficio.

No te sorprendas si alguna señora te ofrece un buen dinero a cambio de visitarte en tu boudoir para ver tu guardarropa y tu maquillaje, e incluso para aprender las posturas poco habituales que gustan a sus maridos. Instrúyelas. Ellas creen que todo se reduce a la cópula y no saben nada del cortejo, ni del dilatado placer de la conspiración entre amantes. A ellas nadie las corteja. Sus maridos demandan y ellas obedecen. Por eso no tienes que preocuparte pensando que estás revelando tus secretos y que tus clientes quedarán tan colmados con sus esposas que ya nunca volverán a visitarte. Pero asegúrate de cobrarles muy bien a esas mujeres: por lo menos cinco dólares.

Recuerda que la envidia es uno de los mayores defectos del ser humano. Induce temeridad en el que envidia y posesividad exagerada en el que te tiene a su lado. Puedes utilizar a un pretendiente para agudizar la pasión de otro, pero nunca recurras a ese truco cuando ambos son hermanos o amigos fraternales. Si acaban discutiendo, la gente te acusará de haberlos dividido.

Cuando hayas asistido a unas cuantas fiestas aquí y en otras casas, entenderás mejor la envidia entre cortesanas. Quizá la hayas visto en casa de tu madre, pero ahora sentirás que te muerde a ti. La envidia es una serpiente ponzoñosa que se te enrosca en el tobillo. Puede hacerte odiar a tu rival o a tu pretendiente. Te hace desear destruirlo a él, a ella o a ti misma. Presta siempre atención a esos sentimientos. Si otra cortesana te envidia, estará dispuesta a hacer cualquier cosa para hundirte. Pero si todas te envidian, sucede algo muy extraño. La envidia se convierte con el tiempo en respeto y en reconocimiento de tu superioridad. Sin embargo, nunca alardees de tus victorias. Puede que tus rivales te envidien hoy y celebren mañana tu caída en desgracia.

Eso me recuerda que tenemos que ir al fotógrafo para que te haga un retrato y que aún nos falta buscarte un apodo que te distinga de las demás.

Si no lo elegimos nosotras, te pondrán uno sin pedir tu opinión. Ya he oído a una de las cortesanas decir «la blanca azucena» refiriéndose a ti. Es una forma muy dulce de llamar a las vírgenes, pero si se te queda como apodo, dentro de poco será motivo de burla. «La Blanca Azucena que ya no es tan blanca», dirá la gente. Un apodo debe ser único y original. Conozco a muchas bellas que se comparan con avecillas. «El canto del gorrión», se hacía llamar una joven cortesana, aunque su voz no era nada melodiosa. Además, los gorriones son vulgares y hacen mucho ruido por la mañana. Otra chica se había decantado por una descripción: «Clásica como un sauce llorón». Creo que la eligió porque en el telón de fondo del estudio fotográfico se veía un sauce a orillas de un lago. Pero ¿qué tiene eso de especial? ¿Cómo es una chica que se hace llamar «Sauce Llorón»? ¿De madera? ¿Alguien que llora hasta que se le ponen los ojos rojos y grandes como huevos? No son rasgos que puedan atraer a un hombre. He pensado que un buen apodo para ti podría ser «Cascada de Ensueño». Suena bien y hace pensar en un torrente de amor, en una corriente que te arrastra y te sumerge en el deseo. Algo así. Podemos establecer el significado exacto más adelante, cuando decidamos quién eres en realidad.

Ahora eres joven e inexperta, Violeta. No tienes nada que las demás te puedan envidiar. Las otras bellas son mucho más atractivas y astutas que tú. No intentes competir con ellas. Sólo obsérvalas. Pocas chicas reciben los consejos que te estoy dando. Tienen que aprender con el tiempo, de sus propias equivocaciones, como hice yo. Creen que la belleza, la poesía y su dulce voz les durarán siempre. Dependen de esas cualidades, pero no se dan cuenta de que lo más importante es una mezcla adecuada de estrategia, astucia, honestidad y paciencia combinada con una buena disposición para aprovechar todas las oportunidades. Por encima de todo, una chica siempre debe estar dispuesta a hacer lo que sea necesario en cada momento.

Accidentes

La ropa es como el telón en el teatro. Algunas cortesanas mantienen bajado el telón hasta que apartan las cortinas de la cama. Se rigen por las viejas normas. Ningún contacto. Todo debe ser limpio, como si fueran verdaderas novias. ¡Qué aburrimiento! Para el hombre, es lo mismo que estar con su mujer. Quizá ese recato fuera la costumbre hace años, pero los tiempos han cambiado. No te abaratas si permites que tu pretendiente eche un breve vistazo a lo que hay detrás del telón. Un vistazo no significa que lo vea todo. De hecho, cuanto más lo dejes mirar, más deseará ver lo que aún le escondes. Sólo recuerda que hay una diferencia entre permitir que un hombre eche una mirada y dejar que inspeccione detalladamente la mercancía.

Algunos de los mejores «vistazos» se producen durante un paseo por el jardín, con ocasión de un accidente que debe parecer del todo inocente. Imagina que llevas una camisa ceñida y unos pantalones cuya costura coincide con el surco de tus partes íntimas. De pronto, dejas escapar un grito y finges haber pisado una piedra afilada que yo habré colocado discretamente en el camino un momento antes. Te sientas con rapidez en una silla del jardín y cruzas una pierna encima de la otra para inspeccionarte la herida imaginaria en el pie. El dolor te ha hecho olvidar lo indecente de la postura. Cuando sorprendes al hombre mirando fijamente tus partes, reaccionas primero con turbación y después con timidez. Él asumirá el papel de caballero galante e insistirá en examinar la herida para asegurarse de que no has quedado tullida de por vida. En otra época, esta artimaña sólo funcionaba con chicas cuyos pies vendados eran muñones diminutos. Pero actualmente ni siquiera las hijas de las familias de eruditos llevan los pies vendados. Por eso no deberás avergonzarte de enseñar los tuyos. Por supuesto, habrá hombres que se sientan defraudados, sobre todo los mayores. Si adviertes a tiempo que al hombre lo excitan los «piececitos como lirios dorados», es preferible que no te molestes con la engañifa del pie herido.

Otro truco consiste en pedirle a tu pretendiente que arranque una flor para adornarte el pelo. Cuando te la ofrezca, dale la espalda mientras intentas ponértela detrás de la oreja y, de pronto, déjala caer. En tu apresuramiento por recoger la flor, te inclinas y la camisa que apenas te cubría las caderas se levanta como la neblina cuando deja ver la luna. Asegúrate de que eche un buen vistazo a tu trasero por lo menos durante tres segundos. Cuando te pongas de pie y le veas la cara, te cubrirás la boca con la flor y te echarás a reír mientras lo miras con los ojos pícaros de la complicidad. Después, cuando esté a tu lado, hunde un dedo en el centro de la flor y dile que allí el color es más oscuro y encendido, y la fragancia, más intensa. Para entonces estará loco de deseo, a menos que la flor haya perdido todos sus pétalos y sea un pobre hierbajo diminuto.

Hay varias posturas sencillas que puedes usar en el jardín. Puedes situarte junto a un árbol y, mientras admiras su edad y su vigor, acaballarte ligeramente sobre el tronco. Las columnas también son buenas para ese propósito.

Después de tu desfloración, te prestaré algunas de mis faldas especiales. Mira, aquí tengo una de tu color: un violeta intenso. La blancura de la piel destaca más si la falda es oscura. El delantero oculta una abertura, semejante a la separación entre dos cortinas. Puedes cerrarla con alamares o abrirla para enseñar las rodillas, los muslos o tus partes íntimas. Sólo te pondrás estas faldas para pretendientes muy especiales o para clientes permanentes que disfruten alardeando de ti en público. Nunca te rebajes enseñando a tu pretendiente lo que esconde la falda sólo porque él te lo pide. Todo en esta falda debe ser una sucesión de accidentes que sólo tú controlas. Cuanto más generoso sea el pretendiente, más accidentes se producirán. Puede que se te enganche la falda en el apoyabrazos de una butaca. El delantero se abre, reluce la blancura de tu piel y, con tu azorada expresión de sorpresa, le regalas a tu cliente dos segundos de excitación. Una variante consiste en hilvanar apenas los alamares para que se desprendan con facilidad.

También en el teatro puede haber accidentes con esta falda. Tu cliente los apreciará particularmente si los dos ocupáis un palco con cortinas. Cuando haya descubierto la abertura, podrás dejar que te acaricie durante toda la función, pero sólo si esa noche te ha dado un regalo. El momento en que te subes o te apeas del coche también es una buena oportunidad para animar a un pretendiente que sólo necesita un pequeño empujoncito para convertirse en cliente permanente. Los días de viento son una ventaja en ese sentido. Deja que tus dedos colaboren con la brisa para levantarte la falda. Si el hombre ya es tu cliente benefactor, puedes concederle otros privilegios. Cuando ofrezca un banquete en tu honor, deja que deslice una mano entre tus piernas, por debajo de la mesa, para explorar tus partes prohibidas delante de sus invitados. Tú seguirás conversando animadamente, pero de vez en cuando parecerás titubeante y lo mirarás a través de los párpados entrecerrados con el gesto que has aprendido para las canciones. Los otros hombres sabrán perfectamente lo que está sucediendo. Nadie se atreverá a decir nada, pero todos lo sabrán. Sin embargo, tú mantendrás en todo momento la apariencia de corrección. De ese modo, intensificarás la agonía del deseo en tu cliente y en sus envidiosos invitados. Te garantizo que la fiesta terminará mucho antes de lo habitual.

Preparación del boudoir

He acondicionado tu habitación con todas las comodidades que preparan el escenario para el amor. Has visto que ya he mandado poner tu cama más cerca del centro de la habitación para poder mover el biombo que oculta el retrete y la bañera. Antes todo resultaba demasiado apretado e incómodo. ¿Cómo ibas a sentirte limpia con una bañera que parecía un abrevadero para el ganado? El orinal era tan bajo que un hombre mayor con las articulaciones oxidadas lo habría pasado mal para agacharse y también para incorporarse. No sé por qué no había pensado yo en todo eso cuando esta habitación era mi boudoir. Ahora tu pretendiente y tú podréis departir y tomar un refrigerio en un ambiente más espacioso. He instalado el nuevo orinal bajo un asiento labrado con apoyabrazos. El artefacto en sí es de porcelana, de un bonito rojo sangre de buey, muy fácil de lavar. He encargado una bañera nueva, un modelo occidental de cobre, con patas de león, de última moda. Ya ha llegado, pero no podremos instalarla en tu habitación hasta la semana próxima. Bermellón ha encargado una igual y debe ser la primera en tenerla. También habrá un perchero occidental para tus vestidos de fiesta, una otomana y una mesa para los ungüentos, los perfumes y los frascos de polvos para el vigor masculino. Si quieres llamar a los sirvientes para que pongan orden en la habitación, sólo tendrás que golpear los cuatro tubos de la nueva campanilla que te he comprado. Es el mismo instrumento que utilizan en los trenes más selectos para anunciar que van a servir la cena.

Tengo planeados todavía más lujos y adornos. Son todas las cosas que a mí me habría gustado usar con mis pretendientes. Yo decoré mi habitación de una manera y nunca la cambié. A medida que me fui haciendo mayor, se fue quedando cada vez más anticuada. Ahora lo reconozco. Aun así, los muebles siguen siendo de buena calidad y estoy segura de que podré venderlos a buen precio. Pero para adquirir el mobiliario nuevo que necesitamos, nos harán falta regalos en efectivo. Ya ves por qué es tan importante que tengas éxito en las fiestas desde el principio. No podemos seguir indefinidamente pidiendo dinero prestado a la madama, o nos convertiremos en esclavas suyas por el resto de nuestras vidas. Como mínimo, mandaré renovar el tapizado de las sillas y del sofá, y encargaré cortinas nuevas para la cama. Serán de batista de seda, de color oro imperial, con los caracteres de la longevidad bordados en azul cian. He comprado cintas amarillas y azules, y varias docenas de campanitas. Las ataremos a las esquinas y al dosel de la cama para que suenen alegremente cada vez que agites las caderas, será una forma de anunciar a tu cliente que se dirige al éxtasis celestial. Es un detalle ingenioso. Puede que yo también reciba un cliente de vez en cuando, solamente para oír el sonido de las campanitas.

Cuatro maneras de perjudicar tu carrera

Hay cuatro maneras de quedar fuera del negocio, ya sea brevemente, por una larga temporada o para siempre.

La primera es el sangrado mensual. Lo último que deseas es levantarte de una lujosa silla en una fiesta y descubrir que has dejado impreso en el brocado del asiento un mapa rojo de la isla de Chongming y que hay otro similar en la parte trasera de tu falda. Te daré un juego especial de esponjas marinas para que te las pongas dentro. Si el sangrado es intenso, puedes añadir un saquito de musgo en el portal del pabellón. No accedas nunca a tener relaciones íntimas con un pretendiente durante esos días. Coquetea en las fiestas, pero con cierta timidez. Con los nuevos pretendientes, puedes tomar el té por la tarde. Con un cliente permanente, la situación es diferente. Algunos disfrutan escenificando una falsa desfloración con derramamiento de sangre. En esos casos, pediremos un pequeño regalo por la desfloración para que la fantasía resulte más realista. Tendrás que parecer reacia mientras él se quita la ropa y repetir después lo que hiciste durante tu verdadera desfloración, sólo que con menos gritos.

Si al cliente no le interesa una falsa desfloración, quizá te pida que lo complazcas con la boca, o tal vez quiera mirar mientras te tocas, o muchas otras cosas de las que no hace falta que hablemos ahora porque sólo conseguiría asustarte. Si un cliente te pide algo fuera de lo corriente, entonces te aconsejaré qué hacer, qué no hacer y qué cosas requieren más negociación.

La segunda manera de perjudicar tu carrera es quedarte preñada. Puedes evitarlo si sigues con diligencia mis instrucciones cada vez que tengas relaciones íntimas. Te daré a beber una sopa caliente de almizcle y dong quai antes de que venga un hombre a tu boudoir, y te recordaré que te pongas en las partes un saquito de seda con mis hierbas secretas. Ninguno de mis ingredientes te producirá inflamaciones, ni le marchitará el tallo al hombre, ni se lo quemará. He oído que algunos preparados de otras casas producen esos efectos, ya sea de inmediato o al cabo de un tiempo. Pero el mío no. No hagas caso a las otras cortesanas si te aconsejan que te introduzcas rodajas de caqui. Es una vieja broma que las cortesanas se gastan mutuamente. El caqui te reseca las partes e impide que te abras al hombre. Cuando tu pretendiente se haya desahogado, ve rápidamente detrás del biombo y lávate las intimidades con agua de azafrán. Si alguna vez se te olvida ponerte el saquito con mis ingredientes secretos, te haré tomar un caldo fuerte de dong quai, que te provocará calambres y pondrá fin a lo que habría podido empezar. Si pasas dos meses sin sangrado, llamaré a una mujer para que resuelva el problema. Es bastante buena, aunque varias chicas a las que ha tratado enfermaron de fiebres purulentas y no todas tuvieron tanta suerte como yo para evitar la muerte.

La tercera manera de perder el negocio es justo ésa: contraer unas fiebres purulentas y morir, de modo que procura no quedarte preñada. Pero también hay muchas otras enfermedades. No des por sentado que un hombre mortalmente enfermo se queda en su casa y no frecuenta a las cortesanas. Algunos que ya se saben condenados quieren experimentar un último espasmo de placer porque así de poderoso es el instinto. Si un cliente tose, escupe sin cesar y se queda sin aliento, no bebas del mismo cuenco de vino que él por mucho que te insista. Podría tener tuberculosis. Si tiene los ojos enrojecidos y vomita, quizá no sea por la borrachera, sino por la fiebre tifoidea. Debes tener especial cuidado con las enfermedades venéreas, como la sífilis. Cuando recibas a un hombre en la cama, examínalo en seguida con atención para asegurarte de que no tenga úlceras. Elogia su tallo y finge admirarlo mientras lo inspeccionas cuidadosamente. Incluso una úlcera pequeña puede ser peligrosa. Si ves algo sospechoso, finge un mareo repentino o unas náuseas incontenibles y corre a llamarme. La sífilis es una enfermedad espantosa. Al cabo de un tiempo, te salen úlceras grandes y rojas como peonías, y después esas flores envenenadas te carcomen la carne y te pudren el cerebro. Seguramente has visto mendigos por la calle aquejados de ese mal. Si contraes el chancro sifilítico, no hagas caso de los que te aconsejen tomar mercurio o matarratas. Muchas chicas han muerto por tomar una dosis excesiva, y es una muerte horrible: horas gritando en la más terrible agonía. Yo conozco un remedio más eficaz, que a veces funciona, pero no te diré cuál es porque no quiero que te vuelvas descuidada pensando que la vieja Calabaza Mágica te curará las úlceras. Un último consejo: no toques nunca a un extranjero. Los extranjeros trajeron el chancro a China y estoy segura de que muchos lo tienen.

La cuarta manera de quedar fuera del negocio es perder la cabeza. No te aficiones al opio. No podrás atender a los clientes si te pasas el día durmiendo. No te emborraches. Podrías burlarte de los defectos de algún hombre. No llores todo el tiempo delante de la gente. Todas tenemos motivos para estar tristes, pero si tú lloriqueas sin cesar, es como si estuvieras diciendo que tu tristeza es peor que la ajena. ¿Y cómo puedes saberlo? Si lloras delante de tus pretendientes, se darán cuenta de que tendrán problemas en el futuro si consiguen ganarse tu afecto. Otra cosa muy distinta son unas lagrimitas delante de tu cliente permanente, porque quizá lo conmuevan y lo animen a ser más amable y generoso. Sin embargo, para ser eficaz, el llanto no puede ser frecuente. Pero también es posible llorar por otros sentimientos, y lo que más agradará a tu cliente será cuando llores de felicidad.

Preparación de las partes íntimas

Mañana vendrá la doncella de Bermellón con sus instrumentos y te eliminará todo el vello del pubis, las axilas y el bigote. Una virgen debe ser pura blancura, y tú ahora estás peluda como un hombre. El vello rizado del pubis es muy poco atractivo; es feo como un manojo de algas y, además, es áspero. Simplemente tenemos que llamar a la doncella de Bermellón una vez por semana para que mantenga tu pequeño montículo terso como el lomo de una tigresa blanca. No hagas caso de las otras cortesanas cuando te digan que conocen un emplasto o un ungüento que te quitará el vello para siempre. Sé de algunos de esos preparados que te resecan las partes y te las dejan tristes y marchitas como la grieta de una vieja. Uno de esos pretendidos remedios le carcomió la piel a una chica y se la dejó para siempre del color de la carne cruda. Las cortesanas que se lo recomendaron juraron después que ignoraban que pudiera causar tanto daño, pero todas sabíamos que lo habían hecho por venganza. Así pues, si una de las bellas te aconseja cualquier tipo de poción, ya sea para quitarte el vello o para aumentar tu deseo o el de tu pretendiente, ven de inmediato a contarme lo que te haya dicho o a enseñarme lo que te haya dado. La amenazaré con echarle encima el brebaje, hasta que reconozca que ha sido una sucia artimaña.

En el transcurso del próximo año, aprenderás una docena de posturas cada mes. No te limites nunca a una sola. Tendrás que utilizarlas en combinaciones que sorprendan a tu cliente, una tras otra, siempre en rotación. Debes ofrecer algo inesperado incluso la noche de tu desfloración. La inocencia y el apocamiento cansan en seguida. No puedes quedarte tumbada, perezosa e indefensa, esperando a que tu primer amante te colme, a menos que sepas con certeza que es lo que él desea. Un hombre que ha pagado por desflorarte quiere verte inocente y vacilante, y oír unos cuantos gritos de dolor que demuestren que ha sido el primero. Pero no quiere la torpeza de una niña inexperta, ni pasar la noche oyendo gritos. ¿Qué hombre desearía verse obligado a apartar cada pocos minutos los brazos y las piernas cruzadas de una chica sin lograr ningún avance? Los hombres son románticos. Lo que para ellos es el ideal no siempre es lo que nos sale naturalmente a las mujeres. A lo largo del próximo año, estudiaremos las múltiples posibilidades del arte del amor para convencer a tu primer pretendiente de que vales tu peso en oro. Hay un chiste muy conocido que circula en los burdeles. Dos hombres le preguntan a un tercero que acaba de desflorar a una virgen:

—¿Ha sido dura la batalla para abrir la puerta del pabellón? ¿Ha sido tan embriagadora como diez copas de vino?

Y el otro les responde:

—Abrir la puerta me resultó fácil, pero en el pabellón no había más de media copa de vino.

«Media copa». Es lo que dicen los hombres cuando pagan mucho por una decepción.

Sé que no ignoras cómo es un hombre con el tallo en su máximo florecimiento. Cuando trabajaba en la Oculta Ruta de Jade, solía verte espiando a través de mis celosías. Eras como una polilla, pero no podía gritarte que te fueras sin enfriar la excitación de mi cliente. Seguramente habrás seguido curioseando a lo largo de los años. Ahora tendrás ocasión de practicar tú misma lo que antes te interesaba tanto. He contratado para ello a un joven de la compañía de ópera. Es un actor de talento, capaz de hacer cualquier cosa que le pida: todas las posturas, las dramatizaciones y las fantasías, y todo sin perforarte la flor. Tampoco hay ninguna posibilidad de que lo intente. Es homosexual y no encuentra ningún placer en el cuerpo femenino, pero disfruta actuando. Llamarás al actor por el nombre que mejor se adapte a cada lección: «el señor Yang», «el ermitaño», «el sabio», «el marqués» y otros que yo me inventaré. Él te llamará «señorita Deleite», «madame Li», «viuda Li», «señora Li», «misteriosa doncella», «esclava» y otros nombres parecidos.

No te preocupes. Los dos vestiréis amplios pijamas, aunque a veces haré que él se cubra solamente las partes íntimas con un vendaje, o que se ponga el corsé con el miembro falso para que tú puedas ver dónde encaja cada cosa. No te tocará, por supuesto. Sólo apuntará en la dirección correcta. Como no se excitará viéndote, le pediré que él mismo se acaricie para que puedas observar los cambios en su coloración, su respiración, sus pupilas y la tensión o relajación de sus piernas. Las vendas estarán bien ajustadas, de modo que no habrá ningún peligro de que sobresalga nada.

Para empezar, aprenderás las cuatro destrezas básicas: besar, abrirse, dejarse perforar y balancearse. Pueden parecer evidentes, pero cada una tiene su arte, su ritmo y su gracia. Las mismas habilidades de paciencia y estilo se aplican a todas las posturas. Practicaremos el lado artístico de todos tus movimientos: la rapidez con que moverás brazos y piernas, el momento exacto de arquear la espalda y muchas cosas más. Toda cortesana tiene cientos de métodos a su disposición: hacia arriba, hacia abajo, sentada, de pie, con los pies contra el vientre de él, con las piernas levantadas, «el caballo encabritado», «las ondulantes cañas de bambú», «la tigresa con el dragón», «las ostras en el caparazón de la tortuga»… Son variantes que han ido surgiendo a lo largo de cinco mil años de amor, excitación y aburrimiento. Aprenderlas lleva toda una vida. Pero para mejorar tu reputación, añadiremos unas pocas más de nuestra cosecha.

El actor te dará lecciones de expresión para que puedas transmitir de forma convincente las nueve urgencias: gemidos, gruñidos, súplicas y todo lo demás, pero no todas la primera noche. Sin embargo, la segunda noche tendrás que llegar a la octava, para demostrar a tu cliente que con su ardor ha sido capaz de despertar a la doncella en la gruta. El actor también interpretará para ti las dos respuestas masculinas: gemidos de deseo y, a continuación, gruñidos de satisfacción. La tercera debería ser la gratitud y la cuarta, un buen regalo.

Voy a coser unos saquitos en forma de dedos, unos finos y otros más gruesos, y los voy a rellenar de arroz. El actor podrá utilizarlos para enseñarte a darle placer a un hombre cuando el tallo se resista a levantarse. Has de saber que a veces el tallo se duerme. Para darle confianza a tu cliente, tú siempre te referirás a su miembro como el «Guerrero» o la «Cabeza del Dragón». Es muy fácil complacer a los hombres con esas palabras. Un hombre puede parecer muy viril en una fiesta y después, en la cama, avergonzarse por la escasa vitalidad de su guerrero. En ambos casos, el actor te enseñará a utilizar anillos y pinzas, y te hará ver cómo se hincha y sube el arroz para engrosar el tallo y volverlo erguido y recto. A muchos clientes les gustan también nuestras cintas amarillas y azules. Lucir los colores del emperador los vuelve dominantes. Claro que ahora que el emperador ha abdicado, es posible que sus colores no obren el mismo efecto. También pondré en tu habitación pociones para excitar la lascivia. Usa solamente las que yo te doy, y no pruebes nunca ninguna que te haya dado otra cortesana porque podrían ser cualquier cosa, desde vinagre hasta aceite de pimientos picantes. Las de la marca Felicidad en el Pabellón son de buena calidad y no le harán arder el tallo a tu cliente, ni lo harán saltar entre gritos de agonía. Te aseguro que ha sucedido con otras marcas. Algunos hombres piensan que cuanta más poción tomen, más firme y grande se les pondrá el tallo, pero debes saber que los excesos sólo los harán vomitar o les aflojarán los intestinos durante toda la noche. Por eso, presta atención a las dosis.

Quiero que cada noche te tumbes en tu cama e intentes excitarte. Te daré un juguete para que te frotes con él la perla y una loción llamada Puertas Abiertas de Par en Par. Cuando no puedas contenerte, sabrás el porqué de ese nombre. Si con eso no llegas a la cima del placer, le pediré al actor que te ayude a practicar las expresiones faciales adecuadas. Es muy profesional. Cuando un hombre ve el deseo en el rostro de una mujer, lo toma por amor. Sería bueno que te habituaras a sacarle brillo a la perla. Muchos pretendientes traen su bolsa de juguetes, y los instrumentos para frotar la perla figuran entre los favoritos de los hombres que gozan viendo a su bella jadear y retorcerse como un pez fuera del agua. Más adelante entenderás lo que te estoy diciendo. Yo he recibido unos cuantos de esos juguetes como regalo a lo largo de los años. Y, francamente, habría preferido una pieza de seda.

Quizá descubras al principio que no sientes demasiado placer. A muchas bellas les disgusta el sexo, quizá porque su primer pretendiente fue brusco, o porque su cliente es viejo o no sabe hacer el amor. También puede ser que el hombre tenga pretensiones ridículas y te haga sentir que eres la nodriza de un niño consentido. Ten paciencia. No todos son horribles. Te estoy hablando de los malos para que no te sorprendas si te los encuentras. Si no te haces ilusiones románticas acerca de este trabajo, no te llevarás decepciones.

Pero ¿quién sabe? Después del primer cliente, quizá el segundo te asombre tratándote con tanta ternura que pensarás que lo tuyo no es trabajo, sino placer. Sin embargo, te advierto que eso no pasa casi nunca con el primero. El primero ha comprado tu desfloración y no franqueará la puerta del pabellón precisamente con ternura. Si lloras, no se detendrá para consolarte, ni tampoco se disculpará.

Pero más adelante tendrás pretendientes que se comportarán como auténticos amantes, y quizá algunos deseen sinceramente darte placer. Ese tipo de hombre disfruta viendo a una mujer alcanzar las cumbres inmortales. Se siente poderoso cuando logra seducir a una cortesana con las mismas estratagemas que ella ha utilizado para seducirlo a él. A su lado, caerás en la tentación de creer que ya no eres una cortesana. Te entregarás a él libremente, sin esperar dinero a cambio, y creerás con todo tu corazón que la felicidad durará para siempre. El olor de ese hombre te hará olvidar todo lo que te he enseñado. Te sucederá muchas veces, con muchos hombres.

Y yo estaré allí, en cada ocasión, para devolverte la cordura.