Algunos de ellos, los más aguerridos de la selecta tropa, los jóvenes vieneses herederos de la gloriosa escuela de los Menger, los Böhm-Bawerk, los Wieser, tratan de […] explicar la verdadera causa de la destrucción, que se va consumando día a día, bajo sus propios ojos, de la economía austriaca; y como la verdadera causa no es, sino en escasa medida, la prohibición a la pequeña Austria de unirse a la gran Alemania, ellos, sin buscarlo expresamente, defienden la independencia de su país […] estos jóvenes economistas […] alimentan la esperanza de convertirse en una de las mayores fuerzas del mundo.
LUIGI EINAUDI
El presente volumen contiene dos ensayos de Ludwig von Mises (1881-1973): Las Erinnerungen [Recuerdos] y The Historical Setting of the Austrian School of Economics. Son obras escritas por el autor en épocas muy diferentes de su vida.
Las Erinnerungen son el primer producto de Mises en tierra estadounidense. Llegó a Estados Unidos el 2 de agosto en 1940 como refugiado político. Allí fue recibido por Alfred Schütz, quien había sido alumno suyo en Viena. Se trata de una especie de autobiografía intelectual, que por propia voluntad sólo se publicaría como obra póstuma[1]. En ella se reflejan todos los elementos de la tragedia que la humanidad estaba viviendo, así como la angustia y la amargura del hombre vencido, pero también el lúcido diagnóstico de la derrota y la convicción de que aún era posible un futuro para la libertad.
El segundo ensayo, The Historical Setting of the Austrian School of Economics, lo escribió en 1969, el mismo año en que deja la enseñanza en la New York University. Ha pasado ya casi treinta años en Estados Unidos, rodeado de la atención de nuevos alumnos y admiradores. Su viaje existencial está a punto de concluir. Pero él reúne sus pocas energías para ponemos una vez más en guardia contra el «Estado omnipotente», para arrojar luz sobre los errores en que los hombres libres no deben caer.
Ambos ensayos se publican juntos, porque son los únicos ‘lugares’ en que Mises habla de la «gran Viena», de la Escuela austriaca de economía y de sus aportaciones personales a las ciencias sociales.
La Escuela austriaca de economía nace en aquella febril y dramática fragua de problemas y de ideas que fue la «gran Viena». Es una «tradición de investigación» iniciada por Carl Menger (1840-1921) y que se distingue por dos características nada comunes. La primera es la de haber podido superar el ámbito propiamente económico y haber afrontado las cuestiones más profundas y urgentes de metodología, sociología y política. La segunda se refiere a la fecundidad de su aportación a las ciencias sociales. Sucede con frecuencia que, inmediatamente después de su fundación, una «tradición de investigación» se agosta en la anodina reiteración de las ideas del jefe de la escuela, despojadas de las preguntas que la originaron y transformadas en petrificado lugar común. No es este el caso de la Escuela austriaca de economía, que en cambio se ha ido nutriendo continuamente de problemas. Y de este modo ha demostrado que la teoría no es una ficción intelectualista, sometida al poder y negadora de la verdad, sino el único instrumento mediante el cual pueden darse respuestas auténticas a interrogantes auténticos.
Ludwig von Mises representa la tercera generación de la Escuela Austríaca. Siguiendo a Menger (primera generación), Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914) y Friedrich von Wieser (1851-1926) protagonizan la segunda generación. A pesar de no haber sido alumno (en los años de estudios universitarios) de ninguno de ellos, Mises se formó en la línea de Menger y Böhm-Bawerk, encarnando de manera neta e incontaminada la vocación de autenticidad de estos sus dos reconocidos «maestros».
Pero conviene señalar que Mises, a su vez, fue también un gran «maestro». Es ejemplar el caso de Friedrich A. Hayek (1899-1992), que había sido alumno de Wieser, y que después fue durante casi diez años estrecho colaborador de Mises. Hayek afirma textualmente: de Mises «he aprendido probablemente más que de ningún otro hombre»[2].
Sobre el estimulante y enriquecedor magisterio misiano podríamos aducir también los testimonios de Gottfried Haberler y de Fritz Machlup[3]. Pero tal vez resulte más interesante lo que escribió un observador externo a la Escuela austriaca, François Perroux: «En Viena, la investigación florecía en los seminarios de Ludwig von Mises, al que un cierto ostracismo mantenía al margen de la Universidad. A aquellos encuentros, que se celebraban en la Cámara de Comercio, acudía un auditorio internacional, atraído por sus libros y retenido por sus lecciones. La señora Berger Lieser, animadora sin igual, organizaba encuentros sutiles sobre los famosos fundamentos del interés, sobre el capital de producción y el capital financiero, sobre las relaciones entre tipo de interés y tipo salarial. Filósofos, historiadores, epistemólogos, altos funcionarios sometían a una crítica atenta las construcciones de los célebres vieneses […]. Con todo el respeto hacia su memoria, sugeriría que Hans Mayer, el de la gran barba de Júpiter rubio, cuyos cursos académicos eran apreciados y al que le chiflaba la caza del rebeco, tal vez se contentaba con alturas menores»[4].
Sobre la actividad desarrollada por Mises en la New York University, valga el testimonio de Murray N. Rothbard: «Mises laboraba incansablemente por avivar la más mínima chispa intelectiva que sus discípulos mostraran, siempre con aquella bondad, aquella elegancia que le caracterizaban. Un torrente de maravillosas posibilidades investigadoras brindaba, cada semana, al auditorio. Joyas, de facetas perfectamente talladas, eran sus conferencias, profundas exposiciones de múltiples aspectos del ideario tenazmente defendido […] Cuantos gozábamos del privilegio de asistir al seminario misiano de la Universidad de Nueva York [entre otros, además del propio Rothbard, Bettina Bien-Greaves, Percy L. Greaves, Henry Hazlitt, Israel Kirzner, George Reisman, Hans F. Sennholz, Louis Spadaro] comprendíamos que no sólo estábamos ante un economista excepcional, sino además ante un maestro incomparable»[5].
Durante más de cincuenta años fue Mises el agudo y pródigo jefe de la Escuela austriaca de Economía. Si esta Escuela sigue aún viva, sobre todo en Estados Unidos, se lo debemos a su largo y decisivo magisterio.
En una página de sus Recuerdos declara Mises que siempre ha empleado la única metodología capaz de permitir un análisis científico de los problemas sociales. Y precisa: «Sometí a discusión ante todo la racionalidad de las medidas propuestas; es decir me pregunté si los fines perseguidos por quienes las proponen o las adoptan pueden alcanzarse realmente con ellas»[6]. En esta precisión se halla el núcleo central del programa científico de la Escuela austriaca de economía. Había sido Carl Menger quien, en sus Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften[7], criticó duramente el «racionalismo unilateral», es decir aquella ilusión animista que transforma proyectivamente las intenciones en realidades. En otras palabras, Menger había insistido en la ‘cascada’ de efectos no intencionados que acompaña al obrar humano. Había llamado también la atención sobre el origen no programado de instituciones como la ciudad, el Estado, el mercado, la moneda; y había sostenido que la tarea principal de las ciencias sociales debe consistir en el estudio de las consecuencias no intencionadas de acciones humanas intencionadas.
Mises hace suyo este programa de investigación. Toda su obra está dedicada a la «ciencia teórica de la acción humana» o «praxeología». En particular, se concentra en el estudio de la congruencia entre medios y fines. Y aplica este paradigma, con un rigor lógico que recuerda el de Böhm-Bawerk, al tema del que por lo demás surgieron las mayores tragedias del siglo XX: el «fin de la economía».
A) El marxismo. El programa político marxista se propone la eliminación del mercado y su substitución por un sistema planificado de producción y distribución, es decir por un sistema en el que tales actividades se desenvuelven mediante decisiones políticas adoptadas de un modo centralizado. La planificación es por lo tanto el instrumento con el que acabar con las leyes de la economía política, y con ello, se añade, con la escasez misma (considerada una invención o un fruto de aquella). Es decir, al plan único de producción y distribución, «aplicado conscientemente», se le atribuye una racionalidad superior, esto es la capacidad de hacer posible «el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la Libertad».
Con el triunfo de la Revolución de octubre, parecía que la realización de la Utopía era posible. Sin embargo, en una conferencia de 1919, «Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwesen»[8], y en un grueso volumen de 1922, Gemeinwirtschaft[9], Mises lanza contra el programa marxista una crítica demoledora.
Para Mises, el «fin de la economía», como ciencia y como condición de escasez, no es posible. Si el hombre pudiera vivir en Jauja, tendría en todo caso que economizar tiempo, la aplicación de su vida que pasa. Por eso la acción humana es acción económica, y lo es siempre. Es una connotación que no depende de los regímenes políticos, sino que coincide con la condición humana, por lo que es ineliminable.
Si el socialismo es destrucción del mercado, habrá entonces que resolver el problema económico sin el mercado. Pero esto significa que se tiene que hacer sin contar con los precios, que son el producto de un sistema en el que rige la competencia del lado de la demanda y del lado de la oferta, es decir de un sistema en el que hay libertad de elección y las decisiones están descentralizadas. De aquí se derivan dos consecuencias: la primera es que libertad individual y mercado van al unísono; la segunda es que el socialismo, al eliminar el mercado, no sólo priva a los ciudadanos de su autonomía, sino que también pierde los instrumentos (los precios) con los que resolver el problema económico.
Así pues, la planificación no es una forma ‘superior’ de racionalidad, sino la abolición de la racionalidad. Y el socialismo está destinado a fracasar.
B) «Socialismo monárquico» y nazismo. También la Joven Escuela histórica, capitaneada por Gustav Schmoller, se proponía el «fin de la economía». Esta Escuela sostenía la imposibilidad de las ciencias sociales teóricas, en cuanto incapaces de captar «lo único y lo irrepetible»; en su lugar colocaba una investigación histórica de los acontecimientos singulares, desde los que esperaba llegar «inductivamente» a las «series típicas de los fenómenos», a sus «relaciones» y a sus «causas». En realidad, los acontecimientos eran colocados dentro de una visión colectivista, en la que la monarquía prusiana era considerada el «valor» último, el metro con el que medir toda acción singular. Esto equivalía a una forma de «socialismo monárquico», en la que el poder político cancelaba las leyes de la economía y excluía toda vinculación económica entre medios y fines. Faltaba el plan único de producción y distribución, pero se creaba un sistema de intervencionismo generalizado.
Sobre la cuestión relativa a la posibilidad de las ciencias sociales teóricas, Menger había asestado un duro ataque al historicismo, afirmando sin ambages la primacía de lo teórico en la construcción de la ciencia: «El fin de las ciencias teóricas es la comprensión, el conocimiento que sobrepasa la experiencia inmediata, y el dominio del mundo real. Comprendemos los fenómenos por medio de teorías, cuando los captamos en todo caso particular […] como ejemplos de una regularidad general»[10]. Sin embargo, el problema seguía abierto, pues los partidarios de la Escuela histórica, después de la derrota en la Gran Guerra, «transfirieron su lealtad a los diversos grupúsculos de los que finalmente surgió el partido nazi»[11].
Mises se da perfecta cuenta de adónde conduce el camino que Alemania ha emprendido. Reafirma la primacía de lo teórico en la construcción de la ciencia. Escribe: «Los defensores del historicismo […] no saben reconocer que en los propios términos lingüísticos que acompañan a todo acto del pensamiento se halla ya contenida una teoría»[12]. La teoría económica es, pues, posible. Y, además, tiene un objeto propio: el nexo entre medios y fines, debido a la escasez de los medios que convierte toda acción en acción económica.
Pero la barbarie no tiene en cuenta las sugerencias de la razón crítica: «La agresión imperialista que por dos veces concluyó con la guerra y la derrota, la inflación sin límites de los primeros años Veinte, la economía imperativa (la Zwangswirtschaft) y todos los horrores del régimen nazi fueron el resultado de unos políticos que siguieron las enseñanzas de los paladines de la Escuela histórica»[13].
Obviamente, Mises extiende sus críticas, mutatis mutandis, al dirigismo fascista y a su pretensión de englobarlo todo en el Estado.
La perversión del nexo medios-fines es obra no sólo de quienes declaradamente se proponen «acabar con la economía», sino también de quienes creen que la intervención de las autoridades públicas puede mejorar el funcionamiento del mercado. Detengámonos sobre dos cuestiones en las que Mises insistió de un modo especial.
La manipulación del crédito. La primera gran obra de Mises es la Theorie des Geldes und der Umlaufsmittel. Vio la luz en 1912; la siguiente edición es de 1924. En 1928 se publica Geldwertstabilisierung und Konjunkturpolitik[14].
El objetivo originario de Mises era extender la aplicación del marginalismo a la teoría del dinero. Lo consigue, y supera las posiciones de Menger y Böhm-Bawerk, los cuales razonaban con la «tácita suposición de la neutralidad del dinero»[15], es decir suponían que las variaciones de las cantidades monetarias determinan variaciones de los precios simultáneas y proporcionales.
Con la publicación de los textos mencionados, Mises llega a resultados muy superiores: dispone de una completa teoría del ciclo, que luego será conocida como «teoría austriaca del ciclo económico».
Como escribe Mises, «la política económica que fomenta el ‘dinero barato’, y cree que la expansión del crédito es el medio más adecuado para alcanzar este fin, alienta esa orientación y se esfuerza en crear las condiciones institucionales para hacerlo posible»[16]. Pero, apenas las autoridades deciden, justo a tiempo para evitar el colapso de la moneda, poner fin a la expansión del crédito, se constata que la «falsa impresión de rentabilidad, creada por la expansión crediticia, ha llevado a realizar inversiones injustificadas. Muchas empresas o iniciativas económicas, que se habían iniciado gracias a la artificial bajada del tipo de interés y que se mantenían gracias a una igualmente artificial elevación de los precios, no son ya rentables. Algunas empresas reducen la producción, las demás cierran o quiebran»[17]. Se pretendía conseguir un crecimiento económico mediante la expansión del crédito y la creación artificial de condiciones de mercado favorables, y lo que se obtiene es la destrucción del capital.
Sobre los hombros de la teoría de Mises se encaramaron Hayek, Haberler, Machlup, Strigl. Dicha teoría habría podido permitir fácilmente prever la «Gran crisis» de 1929. Sirviéndose de ella, esa crisis ha sido ejemplarmente explicada a posteriori por Lionel Robbins, quien también ha puesto de relieve los graves errores cometidos por Keynes en el periodo anterior a la crisis[18].
Las intervenciones a favor de grupos privilegiados. Para Mises, el intervencionismo «limitado» es aquel a través del cual, en algunas circunstancias, la autoridad pública obliga a los operadores económicos a emplear sus medios de producción de un modo distinto del que ellos mismos elegirían libremente[19]. Mises distingue dos tipos de intervención. El primero se dirige directamente a frenar la actividad productiva, mientras que el otro tiende a fijar unos precios distintos de los del mercado. Las medidas del primer tipo (tarifas y obstáculos diversos a la competencia) producen siempre el mismo resultado: una determinada combinación de capital y trabajo produce menos, desde el principio, se invierte en la producción una cantidad menor de medios productivos. En el segundo caso, es decir mediante la intervención de los precios, se origina una caída inmediata de la producción y la imposibilidad de satisfacer la demanda, que tiene que orientarse, a precios muy superiores a los existentes antes de la intervención, al «mercado negro».
Mises no sostiene la imposibilidad de tales intervenciones. Lo que dice es que las mismas provocan «consecuencias no previstas», opuestas a lo que de ellas esperan sus promotores. De nada sirve, pues, afirmar que esas intervenciones se dirigen a la «defensa de los más débiles»[20]: pues «no se puede refutar la demostración que hacen los economistas de que todo privilegio perjudica los intereses del resto de la población o, por lo menos de gran parte de la misma; que quienes son sus víctimas sólo toleran la existencia de tales privilegios si a ellos se les garantiza otros parecidos; y que, en definitiva, cuando todos disfrutan de privilegios ninguno gana, sino que todos salen perdiendo a consecuencia de la caída general de la productividad del trabajo»[21]. Así pues, no pagamos las consecuencias del capitalismo, sino las del intervencionismo[22], que destruye recursos y hace añicos, junto con los privilegios que concede y la inevitable corrupción, el Estado de derecho.
De todo esto se sigue que no es liberal quien pretende eliminar el mercado o quiere manipularlo; liberal, en cambio, es quien confía en las soluciones del mercado, es decir en la competencia entre individuos situados en el mismo plano ante la ley.
En 1936, el socialista Oskar Lange escribía: «Los socialistas tienen buenos motivos para estar agradecidos al profesor Mises, el gran advocatus diavoli de su causa. En efecto, ha sido el desafío por él lanzado lo que les ha obligado a reconocer la importancia de un adecuado sistema de cálculo económico, como guía para la distribución de los recursos de una economía socialista. Además, mérito principal de ese desafío es el que muchos socialistas se hayan percatado de la existencia misma de semejante problema […] el mérito de haber obligado a los socialistas a afrontar sistemáticamente esta cuestión corresponde por entero al profesor Mises. Su estatua debería ocupar el puesto de honor en el gran vestíbulo del ministerio de la socialización o del comité central para la planificación del Estado socialista»[23].
Este juicio de Lange es seguramente sincero, si bien revela la convicción de poder llegar a la cuadratura del círculo, es decir de poder conjugar cálculo económico y socialismo. Las experiencias posteriores se encargarán de dar completa razón, tanto en el plano teórico como en el histórico (con la caída del imperio soviético), al diagnóstico de Mises. Un análisis —no hay que olvidarlo— que en su tiempo fue totalmente compartido por Max Weber: «El grado máximo de obrar económico, en cuanto medio de orientación para el cálculo, se consigue por el cálculo monetario en la forma de cálculo del capital, lo cual comporta el supuesto material de la más amplia libertad del mercado […]. La lucha en competencia por la venta de los productos, ligada a esta situación —especialmente como organización de ventas y como publicidad, en el más amplio sentido— suscita una serie de aplicaciones, que no podrían hacerse sin esa competencia, es decir en una economía planificada»[24].
Pero la cuestión tiene un alcance mucho más amplio. En efecto, por más relevante que pueda ser la concorde valoración de Mises y Weber sobre el problema del cálculo económico, lo que más profundamente une a estos dos estudiosos es un vínculo metodológico.
Weber era un «descendiente» de la Escuela histórica alemana. Pero, influido por Menger y Böhm-Bawerk, se había alejado del «venerado maestro» Schmoller. Se había preguntado: «¿Qué significa y a qué tiende una crítica científica de ideales y de juicios de valor?»[25]. Y esta fue su respuesta: «Toda reflexión pensante sobre elementos últimos del obrar humano dotado de sentido está ligada ante todo a las categorías de fin y de medio […]. Ofrecemos de este modo a quien obra la posibilidad de medir entre ellas las consecuencias no queridas y queridas de su obrar»[26].
¿No había afirmado Menger que la tarea principal de las ciencias sociales consiste en el estudio de las consecuencias no intencionadas de las acciones humanas intencionadas? Y, antes de él, ¿no había Adam Smith convertido la economía en una ciencia de las consecuencias no intencionadas?
Con la adhesión de Weber al paradigma mengeriano, economía y sociología se reconcilian. La fractura perpetrada por Saint Simón, Comte, Durkheim se recompone. Pero muy pronto ambas disciplinas emprenderán caminos distintos. Estableciendo la prohibición de ocuparse del largo plazo, porque según él todos estaremos muertos, Keynes excluye los resultados incómodos derivados de la aplicación de su teoría. Y Talcott Parsons, colocando a Weber en el mismo plano que a Durkheim, suprime lo ‘específico’ de la obra weberiana, su razón de ser[27].
Y, sin embargo, el paradigma austriaco sobrevive, revela toda su fecundidad. Mises nos permite ir a las raíces de las peripecias más complejas de nuestro tiempo, pues arroja una poderosa luz sobre los fenómenos sociales, y desbarata ese nudo de lugares comunes que con demasiada frecuencia los cubre y deforma.
LORENZO INFANTINO